viernes, 17 de agosto de 2007

Sobre Bolaño y 2666

Juan Rivano








2005. En junio pasado, mi hijo Marcelo me trajo una página cultural del diario “Dagens Nyheter”, el más respetado de Suecia, donde venía un artículo de un Ulf Eriksson sobre novelas recientes. Entre éstas se comentaba una de un escritor chileno que no conocía, Roberto Bolaño, con tan encumbrados elogios que no demoré en tenerla en mis manos, enviada por mi hijo Emilio desde Concepción. Su título ”2666”, 1119 páginas, Editorial Anagrama, Barcelona, 2004.

Bolaño murió en 2003 a sus 52 años de edad. ¡Lástima grande! Emigró a sus veinte años y terminó radicándose en Méjico. Cómo digo, yo no sabía de su existencia hasta junio pasado. Me dio mucha alegría leer el elogio de Ulf Eriksson quien ve en la producción de Bolaño anuncios de una nueva época de la narrativa hispanoamericana para el siglo que comienza. La verdad, para alegrarme basta con saber que un compatriota escribe una novela a la altura de lo que se está produciendo en las últimas décadas.

Ahora, ya he leído ”2666”. Me tomó unas veinte horas -saltadas- su lectura. Aunque leo explicaciones para el título, me parecen desleídas, ocurrentes. La verdad, no veo una razón. También leo a más de uno argumentar sobre la unidad de esta novela. Tampoco la tiene. Consiste en cinco partes bien separadas y que sólo un hilado arbitrario trata de trastrocar. Finalmente, tampoco está terminada, aunque no faltan los sutiles que quieren ver en esto un rasgo propio; como quien dice: una ”novela inconclusa”.

Bolaño es un escritor de excelentes dotes, aunque resulte a veces flaco en la conexión del relato y excesivo en parecer distinto.

Pero, yo por lo menos, no estoy hablando aquí de una novela, porque no la hay. Lo que no quita que haya en este voluminoso libro mucho y de sumo interés para nuestra manera de escribir y lo que escribimos. Lo que primero resalta en su estilo es lo que se me ocurre llamar reiteración retórica, o quizás mejor, exageración. Se practica a cada paso con nombres, adjetivos, frases adjetivas, descripciones. Uno no puede dejar de asociar en esto la manera del escritor García Márquez y el pintor Botero. En su modo extremo, esta reiteración se muestra en las trescientas cincuenta páginas del libro dedicadas a una descripción reiterativa, sin conexión, a modo de crónicas de prensa, de los numerosos y atroces asesinatos de mujeres ocurridos en Méjico en los años noventa. Se trata de buscar una conexión en la sucesión de estos crímenes, pero pareciera más bien que no la hay, igual como no la hay entre las cinco partes de este libro por más que se trate de buscarla.

Sobre lo que llamo reiteración retórica en Bolaño, más me parece una figura de sátira que otra cosa. A veces, mientras voy leyéndolo no puedo evitar sonreír con este recurso que me hace sentir el libro entero como una crítica general a las letras hispanoamericanas. Cosa que a mí me parece muy bien, aunque no estoy seguro de interpretar correctamente.

Al contrario, me llama la atención la inserción brusca, antojadiza e irrelevante de historias que en sí mismas dicen algo, pero que, como esas novelas insertas en “Don Quijote”, desafían la paciencia del lector. En esto, la inserción de los mitos griegos, que más que nada parecen adornos de flirteo cultural “a la alemana”. Voy a ensayar una ilustración de todas estas impresiones con algunos párrafos.

”…También cabía la posibilidad, pensó Bulis, de que fueran amantes, pues es bien sabido que a menudo los amantes adoptaban los gestos del otro, generalmente, las sonrisas, las opiniones, los puntos de vista, en fin, la parafernalia superficial que todo ser humano está obligado a cargar hasta su muerte, como la piedra de Sísifo considerado el más listo de los hombres, Sisifo, sí, Sísifo, el hijo de Eolo y Enarera, el fundador de la ciudad de Éfira, que es el nombre antiguo de Corinto, una ciudad que el buen Sísifo convirtió en guarida de sus alegres fechorías, pues con esa soltura de cuerpo que lo caracterizaba y con esa disposición intelectual que en todo giro del destino ve un problema de ajedrez o una trama policíaca a clarificar y con esa querencia por la risa y la broma y la chanza y la chacota y la chunga y el ludibrio y el pitorreo y la chuscada y la chirigota y el choteo y la pulla y el remedo y la ingeniosidad y la burla y la cuchufleta, se dedicó a robar, es decir, a despojar de sus bienes a cuantos viajeros pasaban por allí, llegando incluso a robar a su vecino, Autólico, que también robaba, tal vez con la improbable esperanza de que quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón, y de cuya hija, Anticlea, se sintió prendado, pues Anticlea era muy hermosa, un bombón, pero la tal Anticlea tenía un novio formal, es decir, estaba comprometida con un tal Laertes, posteriormente famoso, lo que no hizo retroceder a Sísifo, el cual contaba además con la complicidad del padre de la muchacha, el ladrón Áulico, cuya admiración por Sísifo había crecido como crece la estima que un artista objetivo y honrado siente por otro artista de dotes superiores…”.

Y sigue y sigue sin parar como en una enciclopedia hasta terminar en que: ”…los visajes que hacía que hacía Junge no tenían nada que ver con Sísifo, pensó Bubis, sino más bien con un tic facial desagradable, bueno, no ”muy” desagradable, pero tampoco, evidentemente, agradable y que él, Bubis, ya había visto en otros intelectuales alemanes, como si tras la guerra algunos de estos intelectuales hubieran sufrido un shock que se manifestaba de esta manera, o como si durante la guerra hubieran estado sometidos a un tensión insoportable que, una vez acabada la contienda, dejaba esta curiosa e inofensiva secuela.” (págs. 1027-9).

Leyendo, llego al capítulo de las mujeres torturadas, violadas, ahorcadas y estranguladas y luego botadas en los bordes de los caminos, en los baldíos, en los campos de los basurales. No avanza uno un poco cuando repara en que no se trata más que de notas de crónica, una después de la otra. Busca la página final del capítulo y descubre que tiene por delante la lectura de unas trescientas cincuenta páginas de lo mismo en monotonía implacable. ¿Tendrá que cruzar paso a paso este infierno de horrores? Se trata de mujeres, muchachas, obreras explotadas en las usinas multinacionales que cercan la metrópolis rodeadas de barriadas miserables que son asaltadas, violadas y ahorcadas, cuyos cadáveres se descubren muchas veces podridos ya y que van llenando de año en año las páginas sensacionalistas sin que la policía pueda atinar ni se moleste mucho en hacerlo. Y eso sería todo.

Pero no: el tema se puede abarcar en comprensión o en extensión. Bolaño opta por la extensión y sin piedad nos echa encima uno por uno cientos de cadáveres de desdichadas mujeres y pequeñas asesinadas en el despoblado y la indiferencia. ¿Qué resulta de proceder así? Lo más probable es que el lector se salte más de trescientas páginas del libro. Pena grande, pero al parecer inevitable: el fracaso literario de la reiteración tan bien conocido por los Stalin, los Hitler, los Mao.

Entre las numerosas historias que llenan este libro, hay una a la que quiero referirme aquí y a la que alude Ulf Erikson en su nota bibliográfica. Quizás es la sola poderosa razón que me llevó a interesarme por leer este libro. Leyendo, ansiaba llegar a esta historia un poco soportando páginas y páginas de lectura. Finalmente, la encuentro. A partir de la página 938.

Trata de un oficial nazi, Leo Sammer, destacado en un pueblo de Polonia, subdirector de un organismo encargado de suministrar trabajadores al Reich. Este hombre, Sammer, cuenta la historia a otro alemán, Hans Reiter, que es el personaje en torno al cual se trata de hacer girar todo el libro de Bolaño con el nombre adoptivo de de Benno von Archimboldi. Como Sammer, Reiter aguarda en un campo de concentración americano el interrogatorio por el que pasan todos los prisioneros alemanes. Aguardando este día de peligrosa prueba, Lammer le cuenta una noche a Reiter la historia a la que me refiero y que fue la razón de que buscara este libro, ”2666”, por cielo y tierra.

Al pueblo polaco en que Lammer se desempeña como oficial de distribución de trabajo forzado, llega desviado (no se sabe si por accidente o malicia, aunque seguramente es lo último) un tren con quinientos judíos embarcado desde Grecia. Lammer llama a Berlín pidiendo instrucciones. Le responden que el tren iba con destino a Auschwitz, que ya no tienen cómo trasladarlos allí y que se encargue él como pueda y a discreción. Reiter enrola una banda de alcohólicos y juliganes y con la explicación de trabajo de aseo nocturno va sacando quince judíos cada noche hasta eliminarlos a todos. El epílogo de esta historia es la estrangulación de Lammer por Reiter. En el campo americano.

Si esta historia es fingida, no importa, porque es superada por cientos como ella que se produjeron realmente durante los largos años de masacre nazi. A lo que habría que agregar las miles siguieron y siguen produciéndose en Biafra, Sudáfrica, Vietnam, Cambodia, Rusia, China, Bosnia, Ruanda, Congo, Chad.

Tiempo atrás, vi en la televisión a un grupo de judíos turistas entrando en Auschwitz. Un viejo entre ellos levantó la voz: “¡Auschwitz, aquí murió el humanismo!”.

También me toca un contraste entre estos quinientos judíos masacrados en Polonia y las mujeres asesinadas en Méjico. El primer hecho se narra en un par de páginas; el segundo ocupa más de la tercera parte de todo el libro. Me viene a la memoria un dicho (creo que de Stalin) para quien un asesinato es un crimen, mientras que seis millones son pura estadística. Heiddeger en una conferencia suya que cito en otra parte dice lo mismo: que se trata de algo industrial. Me da la impresión que Bolaño vivió en Méjico en la época de los crímenes. Como nació en 1950, su perspectiva sobre los horrores nazis debe ser algo muy de su época y que a mí me cuesta imaginar.

¿Qué más? Tenemos un escritor chileno navegando en aguas altas. Algún idiota diría: las de la Historia, las del mármol puro. No es mi caso. Sólo que me da enorme satisfacción un escritor de mi siglo y mi país con músculos para las cosas que importan. Me sabe a Günther Grass, a Solyenitsin, a Camus. Pero también, y más, a Rabelais, Swift, Voltaire.

Todavía un tanto. El golpe militar ocurrido en mi país en Septiembre de 1973 trajo por consecuencia la salida al extranjero de cientos de miles de chilenos. Pena grandísima. Pero, también, educación superior para tantos o (que se puede mejor decir así) desalienación superior. Un botón de muestra: Roberto Bolaño.