jueves, 1 de mayo de 2008

2666

por Vladimir Vera















Roberto Bolaño declaró una vez que para reconocer una obra de arte, la misma tenía que ser traducida a algo capaz de hablar a todos los seres humanos. Bolaño, el último escritor maldito de Latinoamérica, dejó antes de su muerte en Barcelona, en el año 2003, un testimonio salvaje, donde muestra su visión de la muerte, el amor y el desarraigo que experimenta el inmigrante. Hablo de la novela póstuma, inacabada, de más de mil páginas, 2666. Esta obra literaria fue (en una odisea titánica) adaptada al teatro por Pablo Ley y Álex Rigola, en una pieza dividida en cinco partes y presentada en el Teatre Lliure de Barcelona.

La obra nos muestra a un coloso teatral de casi 5 horas de duración, o 5 piezas llevadas con maestría por el veterano director Álex Rigola.

La primera parte llamada “La Parte de los críticos”, recuerda los montajes de Peter Brook, por el bien llevado uso del espacio vacío, dándole importancia primordial a la palabra; es una clase magistral de literatura y el público se sumerge en la búsqueda incansable de un escritor creado por Bolaño (recordándonos su gran novela Los detectives salvajes), esperando descubrir el paradero del escritor Benno von Archimboldi, gran hilo conductor de la historia.

Luego Rigola nos transporta a la segunda parte: “La parte de Amalfitano”, ubicándonos en Santa Teresa, un pequeño poblado de México. Transitamos por varias historias desde el patio trasero de una casa mexicana, y se nos revelan los horribles asesinatos del estado de Sonora, donde cientos de mujeres han muerto y aún se desconoce su asesino.

Tercera parte: “La parte de Fate”. En una puesta escénica casi claustrofóbica, vamos de la mano de un periodista afro-americano de New York, por la vida mexicana y sus excesos, y vemos cómo, dentro del caos, puede florecer el amor como una flor en el desierto.

Cuarta parte: “La parte de los crímenes”. A mi juicio Rigola llega al cénit de la obra en este instante. Vemos la muerte riéndose en nuestra cara, apretándonos de manera inclemente al cuello, sin poder hacer absolutamente nada, paseándonos de manera descarnada por la insensibilidad del hombre, mientras el sufrimiento de las víctimas de los asesinatos de Sonora se mete por cada poro de nuestra piel. El clímax de la obra florece en esta parte, y el director se pasea de manera tímida por el teatro de la crueldad. Las cruces se quedan tatuadas en nuestra memoria.

Quinta y última parte: “La parte de Archimboldi”. Un hermoso y poético epílogo. Cerramos la obra y la búsqueda incesante con imágenes salpicadas de belleza.

Las actuaciones son uniformes. Cada actor brilla y se destaca de manera creíble y fascinante. Cabe destacar de manera positiva el trabajo escenográfico de Castells Planas de Cardedeu, que nos transporta a cinco realidades diferentes del universo de Bolaño. 2666 se presenta como un trabajo del Teatre Lliure, donde se da esa traducción de la obra de arte enunciada por Bolaño que apuntaba al principio de este texto, reconciliándonos con el hecho teatral, y dejándonos con ganas de conocer el siguiente trabajo de Rigola.