miércoles, 21 de octubre de 2009

Visiones o el virtuoso engendro de Bolaño

por Patricia Espinosa
Revista Rocinante (nº 52). 02.2003









No necesita justificarse. Sin embargo, toda regla tiene su excepción. Amberes es el primero de sus libros que contiene una nota introductoria o prólogo que muestra una especie de pudor pero también el descaro justo y necesario para introducir esta narrativa: definitivamente el texto más loco de Bolaño y tal vez el más complejo, algo así como un virtuoso engendro drogo-metafísico. “Anarquía total: veintidós años después” es el título del pequeño segmento en el que se remonta a sus duros años ochenta. Zigzagueando por la rabia y el orgullo, Bolaño escupe rencor sobre el oficialismo, los escritores cortesanos y los nacionalismos trasnochados. “No creía que iba a vivir mas allá de los treintaicinco años. Era feliz. Luego llegó 1981 y, sin que yo me diera cuenta, todo cambió”. Amberes es sin duda el germen, la precuela, el grado cero, lo más febrilmente rizomático de lo que hasta ahora constituye toda su obra. Una exquisita, impecable y confusa escritura que asume la fragmentación como único sitio posible.

Amberes se niega, en cada uno de los 56 fragmentos, a establecer coordenadas referenciales, asumiendo la sucesividad del fragmento numerado y los destellos intermitentes de ciertos fantasmales personajes, como las únicas líneas de fuerza disparadas hacia el infinito. El jorobadito o el policía o un sudamericano indocumentado o el pálido tipo de veintisiete que ha dejado atrás toda la mierda literaria y que solo viaja o la pelijorra sodomizada o un cadáver en las afueras del pueblo o el inglés que proyecta una película en medio del bosque cuya sinopsis se encuentra recién en el fragmento Nº 20. Partiendo siempre de lugares o situaciones que de algún extraño modo se van recuperando unos a otros, cada relato nos ubica siempre en la potencialidad continua del inicio. Se destruye la trama, el máximo paradigma del ideario estético anarquista de Bolaño en aquel período, en tanto no hay coherencia lógica en el planteamiento del relato y en los trayectos que los personajes realizan. Sin principio ni finalidad, sin anécdota, sin un hecho detonante, sin un culpable ni un protagonista: solamente contamos con el trayecto del narrar y el post scriptum donde el autor nos lleva a sospechar demoledoramente que la realidad se articula mediante la forma de una escritura “a lo humano y a lo divino”. Es por ello que la metaficción ocupa un sitio tan importante en este libro. Se trata de un estar en alerta continuo respecto al acto creativo: “De lo perdido, de lo irremediablemente perdido, sólo deseo recuperar la disponibilidad cotidiana de mi escritura, líneas capaces de cogerme del pelo y levantarme cuando mi cuerpo ya no quiera aguantar más”. Es casi la descripción del éxtasis místico o alucinógeno que consigue desasirse del cuerpo como lastre mediante una escritura que se niega a la descomposición y que permite acceder a la revelación. Amberes nos enfrenta a la presencia de ese cuerpo gastado, cansado, al cual las palabras de los otros resultan ininteligibles y que solo la adopción del porno logra hacer más real lo real: “los dedos entraban y salían sin ningún adorno, sin ninguna figura literaria que les diera otra dimensión distinta que un par de dedos gruesos incrustados en el culo de una desconocida”. La pornografía aparece en este volumen como el deseo por el exceso de realidad, o por una hiperrealidad siempre asumible a pedazos: “Sólo me salen palabras sueltas, le dijo, tal vez porque la realidad me parece un enjambre de frases sueltas. Algo así debe ser el desamparo”. Desoyendo el principio de causalidad, contigüidad, organicidad que la literatura y la crítica tienden enfermizamente a imponer, solo queda el desamparo de cualquier ley o paradigma: “Toda escritura en el límite esconde una máscara blanca. Eso es todo. Siempre hay una jodida máscara”. Adoptar una escritura que opere en la frontera y que pueda desafiar cualquier “dentro oculto” mediante la misma escritura. Bolaño juega con la fragilidad, ¿todo riesgo no sería una forma de romper con la propia fragilidad?, y la vuelve un reto extraordinariamente expuesto en Amberes; un texto presagio, prefiguración de todas las páginas posteriores, actualidad y anuncio a la vez del enorme y raro talento de este autor.