martes, 15 de junio de 2010

“Siempre quise ser un escritor político”. Entrevista a Roberto Bolaño

por Demian Orosz
La Voz del Interior, Argentina. 26.12.2001




Roberto Bolaño tenía 43 años cuando publicó su primera novela. La crítica española se rindió sin condiciones a la fuerza extraña de La literatura nazi en América (1996), y desde entonces el nombre de su autor no ha dejado de propagarse en un sistema de ecos que se resumen en la palabra consagración. La euforia podría parecer excesiva, si no fuera porque Bolaño se ha encargado de responder a la provocación de cada elogio con libros cada vez más audaces y más sólidos. En 1999 publicó Tres (poemas) y su novela Los detectives salvajes se llevó los premios Herralde y Rómulo Gallegos. En el 2000 el escritor chileno volvió a iluminarse con Nocturno de Chile, y este año su narrativa se cierra con la aparición de Putas asesinas, recién editado por Anagrama. En su casa de Blanes, un pueblito de la Costa Brava a una hora de tren de Barcelona, el autor de Llamadas telefónicas levanta el tubo, escucha, hace un silencio y luego dice que prefiere evitar la charla “en vivo y en directo, en la que me arriesgo a decir demasiadas estupideces”. Realizar la entrevista a través del correo electrónico aparece como la salida natural. Ya es tarde, hemos caído en la trampa de un interlocutor tan lúcido como resbaladizo, experto en deshacer, en un abrir y cerrar de ojos, las preguntas demasiado alambicadas o pretensiosas. Veamos.



En Putas asesinas nos encontrarnos nuevamente con su propia vida. ¿En este trabajo con la autobiografía hay un intento de diálogo con su destino?
Nunca me he planteado “trabajar” con mi autobiografía. Vivir sin trabajar para mí es algo que se parece a la felicidad. Así que procuro, cada vez que puedo, evitarme ése y cualquier esfuerzo. No trabajar con mi autobiografía (la palabra autobiografía me pone los pelos de punta), no trabajar con la escritura, no lavar los platos, dejar que mis hijos hagan lo que quieran y permanecer sentado delante de la tele viendo programas basura y refunfuñando o riéndome. Creo, por otra parte, que las únicas autobiografías interesantes, en realidad las únicas biografías interesantes, son las de los grandes policías o la de los grandes asesinos (éstas últimas, por supuesto, publicadas bajo seudónimo o anónimamente, o publicadas post-mortem), porque de alguna manera rompen ese molde deprimente y real de que el destino de los seres humanos es respirar y un día dejar de hacerlo. El policía y el detective parecen ajenos a esa mecánica. En sus biografías o autobiografías siempre hay otra cosa: una propuesta, un juego, un crucigrama que te dice acércate al espejo y mira.

¿Su nuevo libro incorpora elementos novedosos a eso que la crítica ya denomina como “el planeta Bolaño”?
No, no, lamentablemente hay muy pocas cosas novedosas. En realidad, ninguna. Ya lo dijo Borges, a quien Wojtila debería santificar antes de ser, a su vez, santificado, desde los griegos los temas, al menos en Occidente, son cuatro, con suerte cinco. El planeta Bolaño, suena muy divertido. Pero no es un planeta. Sólo un aerolito, y además bastante inofensivo, de esos aerolitos que caen a la Tierra y nadie se da cuenta de que han caído, a menos que le perforen el cráneo a una vaca, y entonces el dueño de la vaca sí que se da cuenta.

Una porción de infierno

Bolaño nació en 1953 en Santiago de Chile. A los 15 años se trasladó a México, donde vivió del periodismo y empezó a escribir poesía. Desde 1977 vive en España. Tanto por sus declaraciones como por sus libros, en los que propone un perpetuo ajuste de cuentas con su país natal, sus relaciones con el ambiente literario de Chile siempre han sido por lo menos tensas. Más de una vez Bolaño se ha referido a la literatura chilena como una entelequia, como un planeta vacío que gira en torno de un sol muerto llamado Neruda.

¿Qué representa Chile para usted? Parece que su país fuera un lugar que sólo le interesa visitar en su escritura, y eso más que nada para señalar zonas oscuras, esa porción de infierno que persiste allí.
Bueno, la porción de infierno chilena es mi infancia y mi adolescencia. Y luego el Golpe de Estado. Pero me gusta la comida chilena. No sé si tú la has probado: es una comida bastante buena. Las empanadas, el pastel de choclo, las humitas, la cazuela chilena, los mariscos, que tal vez son los mejores que he comido jamás, esa salsa que allí llaman pebre y que es muy sencilla pero también muy eficaz, el charquicán, que es un plato que viene de antes de la Guerra de Independencia y que dicen que era el plato preferido de Manuel Rodríguez...

Cuando se publicó “Nocturno de Chile”, usted afirmó que si aún viviera en su país natal nadie le hubiera perdonado esa novela...
Supongo que hay gente para la cual la literatura no es una cuestión de perdonar o no perdonar. En la derecha chilena, pacata y clerical, no creo que haya caído muy bien Nocturno de Chile.

En el cuento “Días de 1978”, el personaje narra la película “Andrei Rublev” de Tarkovski. ¿Le interesa que este tipo de metáfora oculta funcione como clave?
No sé si lo dijo Borges. Tal vez fue Platón. O tal vez fue Georges Perec. Toda historia remite a otra historia que a su vez remite a otra historia que a su vez remite a otra historia. Hay historias que son los manes tutelares de una historia, hay historias que son las llaves de una historia y hay historias que nos llevan al borde del vacío y que nos obligan a plantearnos las grandes preguntas. Yo sólo conozco una de las preguntas. ¿Cómo construir un puente? Y por descontado desconozco la respuesta.

Hay en sus cuentos una violencia que nunca termina de desatarse, como si estuviera diseminada por el texto, pero cuya manifestación plena queda más allá del punto y aparte, fuera de la página...
Es que eso es lo peor de la violencia. Una presencia que se acerca. Después ya no hay violencia. Hay dolor, hay vejación, hay valor o hay muerte o todo junto, incluso en ocasiones hay liberación, pero ya no violencia.

Sus textos hablan frecuentemente de ese “Vietnam secreto que durante mucho tiempo fue Latinoamérica”, con lo cual su literatura adquiere una nota política...
Siempre quise ser un escritor político, de izquierdas, claro está, pero los escritores políticos de la izquierda me parecían infames. Si yo hubiera sido Robespierre, o no, mejor Danton, en una de esas los envío a la guillotina. Latinoamérica, entre sus muchas desgracias, también ha contado con un plantel de escritores de izquierda verdaderamente miserables. Quiero decir, miserables como escritores. Y yo ahora tiendo a pensar que también fueron miserables como hombres. Y probablemente miserables como amantes y como esposos y como padres. Una desgracia. Trozos de mierda esparcidos por el destino para probar nuestro temple, supongo, porque si podíamos vivir y resistir esos libros seguramente éramos capaces de resistirlo todo. En fin, no exageremos. El siglo veinte fue pródigo en escritores de izquierda más que malos, perversos.
Por lo general hay también una especie de erotismo fétido, una comprensión del sexo según la cual casi nunca aparece como fiesta de los cuerpos o goce sino como suciedad o elemento oscuro...
No lo creo. Muy a mi pesar mi naturaleza tiende a lo apolíneo, no a lo dionisíaco. Y esto lo digo sinceramente: muy a mi pesar, muy a mi pesar.

Pese a los viajes y a los cambios de escenarios, hay un no sé qué de claustrofóbico en estos relatos. ¿Quizá por ese ir y venir permanente entre el ridículo y la desolación, o tal vez porque los personajes suicidas le dan al conjunto esa sensación de callejón sin salida?
Descreo por principio de los callejones sin salida. No existen los callejones sin salida. El suicidio es una salida. Y además es una salida, si bien extrema, muy civilizada. El asesino en masa o el asesino serial o el asesino pasional plantean básicamente un problema de salud pública. Un suicida, sea o no sea discreto, lo único que plantea son unas pocas (pero interesantes) preguntas, y en algunos casos hasta alguna respuesta. El problema es que muy poca gente sabe leer la escritura de los suicidas y en cambio mucha gente está convencida, entusiasmadamente convencida, de conocer la escritura de los asesinos. Sobre la claustrofobia no sé qué decir. Me gustaría vivir en otro planeta. Pero me aguanto.

Más de una vez señaló que viene de la poesía. ¿Bolaño es en el fondo un poeta y un narrador a pesar de sí mismo?
No sé si a pesar de mí mismo. Si hubiera podido escoger, probablemente ahora sería un caballero rural belga, de salud de hierro, solterón, asiduo a burdeles de Bruselas (en donde están las mujeres más hermosas de Europa), lector de novelas policiales y que derrocharía, con sentido común, una riqueza acumulada durante generaciones. Pero soy chileno, de clase media baja y vida bastante nómade, y probablemente lo único que podía hacer era convertirme en escritor, acceder como escritor y sobre todo como lector a una riqueza imaginaria, ingresar como escritor y como lector en una orden de caballería que creía llena de jóvenes, digamos, temerarios, y en la que finalmente, a los 48 años, me encuentro solo. Pero estas palabras no son más que retórica. Mis libros están allí y yo estoy aquí, y aquí lo más importante, mucho más importante que la literatura, son mis hijos, mi hijo Lautaro, de once años y mi hija Alexandra, de ocho meses.

¿Cree que puede hablarse de un nuevo boom de la literatura latinoamericana?
Mi religión no me permite contestar esta pregunta.

Bien, pero ¿qué opina cuando el suplemento “Babelia” afirma que la “nueva literatura del Cono Sur” sustituye “el fantaseo lírico del realismo mágico por un surrealismo mucho más subversivo, atraído por una imaginería de lo grotesco...”?
En modo alguno puedo suscribir esa definición. La imaginería surrealista está tan extendida como la televisión. Una de las cosas que me gusta de Patricia Highsmith, a quien estoy releyendo estos días con sumo placer, es su aparente carencia de imaginería lírica, de realismo mágico, de fantasía surreal. Para las navidades, nada mejor que una literatura objetiva, aunque tampoco Highsmith es demasiado objetiva. Tampoco se puede decir que el grotesco sea una de las señales de diferenciación con la narrativa del boom. Onetti, Donoso, el mismo García Márquez ahondaron en el grotesco como ninguno de los escritores de mi generación lo ha hecho. En realidad la obra de esos escritores, digamos de Borges a Puig y Arenas, es tremendamente sólida y rica. Hay muy pocos novelistas actuales que posean la ambición de Fernando del Paso, por ejemplo, o el humor y la exactitud de Cortázar. En fin, ya se verá. En una generación, por otra parte, caben escritores de 25 años y también de 50. Supongo que más entrado el siglo 21 se podrá hacer un balance, cuando la mayoría de nosotros hayamos muerto, y se podrá ver si nuestra literatura ha valido o no ha valido la pena.

“Pablo Neruda fue el gran poeta equivocado”

En Putas asesinas, quien se lleva las palmas de su ironía es Neruda. ¿Le disgusta en general como poeta o su malestar tiene más que ver con su influencia en el sistema literario chileno?
A mí Neruda me gusta bastante, tal como lo digo en ese cuentito. Un gran poeta americano. Muy equivocado, por otra parte, claro, como casi todos los poetas. No era el sucesor de Whitman, en muchos de sus poemas, en la estructura de esos poemas, sólo podemos ver ahora a un plagiario de Whitman. Pero la literatura es así, es una selva un poco pesadillesca en donde la gran mayoría, la inmensa mayoría de escritores son plagiarios. Hay algunos jóvenes con voz propia, pero no saben escribir, lo que es un desastre. Entonces esos jóvenes van a los talleres literarios o a la universidad para aprender a escribir y cuando ya saben escribir no tienen voz propia. En fin, qué le vamos a hacer. Neruda, en algún momento de su vida, pensó que él era el paradigma del poeta, y se equivocó. Pero la verdad es que todos los poetas, en algún momento de sus vidas, se creen la muerte.