jueves, 1 de julio de 2010

Roberto Bolaño. Cómo se forjó el mito

por Marcelo Soto
Capital.cl. 12.2009




La fama, como diría Borges, es siempre una falsificación. Y Roberto Bolaño lo sabía bien. Convertido en el escritor latinoamericano más importante desde Gabriel García Márquez, el chileno es hoy un mito pop, una leyenda que inspira portadas y ensayos en las que abunda una mirada hacia su biografía que destaca aspectos como la rebeldía, la pobreza, el uso de drogas, el exilio y la incomprensión de sus contemporáneos.

Muchas de estas apreciaciones carecen de un sustento real, pero han ayudado a levantar la imagen de un héroe trágico. El último artista maldito. El James Dean o el Kurt Cobain de las letras. ¿Qué diría Bolaño de todo el auge que despierta su figura a 25 años de la publicación de su primer libro? De seguro, estaría sonriendo.

Para empezar, hay que decir que el autor pensaba que la literatura era una batalla campal contra el olvido, donde todo puede permitirse salvo la falta de talento: “tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: esa es la literatura”, dijo alguna vez. Una contienda, la de la posteridad, en la que las verdades y el mito se cruzan.

Quizá por lo mismo le gustaba contar historias descabelladas, imposibles de confirmar, como aquella que decía que siendo niño le atajó un penal a Vavá, jugador de Brasil en el Mundial de 1962: “en ese tiempo –contó el escritor en una entrevista de 1997– vivía en Quilpué, a 50 metros de donde estaba alojada la selección brasileña; conocí a Pelé, a Garrincha, a Vavá. Recuerdo por ejemplo que Vavá me tiró un penalti y se lo atajé. Y para mí es la mayor hazaña que he hecho. ¡Le atajé un penal a Vavá!”.

Incluso cuando él estaba vivo comenzó la mistificación de su biografía. Uno de los aspectos que se han exagerado, sin ir más lejos, es su detención en Santiago en 1973, poco después del 11 de septiembre: un hecho que ha sido puesto en duda por algunos medios, aunque hasta donde se sabe es real.

En una conversación inédita realizada en 1998, Bolaño habló detalladamente sobre su estadía en la cárcel, de la que fue liberado fortuitamente gracias a que uno de los policías que lo vigilaban había sido su compañero de colegio. Todo porque días después del golpe, se había juntado con un grupo de leales a Allende en un lugar de Santiago, pensando que defenderían al depuesto presidente a punta de armas. Pero nadie portaba ni una piedra. Apenas estuvo ocho días preso; sin embargo, en muchas crónicas y reseñas de la prensa europea se afirmó que pasó medio año entre rejas y que fue capturado por sus vínculos con la lucha armada contra Pinochet, algo que –como el mismo confidenció– estuvo lejos de ser cierto.

En una entrevista publicada póstumamente en la revista cultural Turia, el autor reconoció: “Estuve detenido por 8 días, aunque hace poco en Italia me preguntaron: ¿cómo fue su experiencia de pasar medio año en prisión? Se debe a un error de una edición alemana, donde pusieron que había estado seis meses en la cárcel… Es el típico tango latinoamericano. En el primer libro mío publicado en alemán pusieron que había estado un mes; en el segundo –viendo que el primero no había vendido mucho– lo elevaron a tres meses; en el tercero subí a cuatro y en el cuarto fueron cinco meses. Así como va el asunto, debería estar prisionero hasta el día de hoy”.


Un ascenso fulgurante

A 25 años del primer libro publicado por Bolaño (el juvenil Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, escrito junto a Antoni García Porta), el prestigio del novelista chileno casi no tiene parangón en el mundo de las letras hispanoamericanas y su impacto ha sido comparado con el que produjo García Márquez con Cien años de soledad.

Así sostiene la académica neoyorquina Sarah Pollack: “editores, críticos y lectores norteamericanos parecían estar esperando la aparición del sucesor de García Márquez, una nueva figura-autor alrededor de cuya persona y obra pudiesen establecerse los términos de una nueva clase de ficción Latino Americana…. El mercado literario actual busca nombres que puedan convertirse en marcas y cuyas vidas sean de igual o mayor interés que las obras que producen. Yo podría aventurar que en 2007, con la edición inglesa de Los detectives salvajes, todas las apuestas apuntaban a Roberto Bolaño”.

Pollack ha escrito un notable ensayo (recién publicado en la revista Comparative Literature de la Universidad de Duke) sobre la recepción en Estados Unidos de la obra de Bolaño y sobre la forma en que los norteamericanos “leen” a los autores que escriben en español. Para comprender la manera en que los medios contribuyen a crear autores que a la vez son figuras universales, compara los casos de Bolaño y García Márquez y su análisis parte con dos hitos –a su juicio claves– ocurridos en 2007: en octubre, Oprah Winfrey anunció que El amor en los tiempos del cólera, del narrador colombiano, se integraba a su popular club de lectura (de inmediato se imprimieron 750 mil copias del libro), mientras que en diciembre The New York Times elegía a Los detectives salvajes como una de las 5 mejores novelas del año, algo insólito para un autor de habla castellana. La propia Winfrey recomendaría más adelante otra novela de Bolaño, 2666. De esta manera, la bandera de la literatura latinoamericana pasaba del Nobel caribeño al chileno fallecido en 2003. El hombre que criticó a las estrellas del boom se convertía, de forma póstuma, en su nuevo estandarte. Un proceso que, como dice Pollack, ha sido “impresionante pero no inexplicable”. “De hecho –agrega– una cantidad apreciable de fuerzas económicas y estrategias de marketing se han combinado y fusionado… El genio creativo de Bolaño, su atrayente biografía, la experiencia personal durante el golpe de Pinochet, y finalmente la muerte por una insuficiencia hepática a los 50 años, el 15 de julio de 2003, así como la categorización de algunos de sus trabajos como novelas sobre dictaduras del Cono Sur, todo eso ha contribuido a producir un Bolaño bien situado para la recepción y el consumo en EE. UU. y de cierta forma anticipó la lectura de su obra que se ha propagado en ese país”.

Sin desmerecer el talento de Bolaño, Pollack establece las pautas con las que el autor chileno ha sido interpretado en Norteamérica, partiendo de la base que en la nación de Melville se estima que apenas un 3 por ciento de todos los libros publicados corresponden a traducciones. Por lo mismo, la irrupción del autor de 2666 en EE. UU. es una hazaña de proporciones. Siguiendo la tesis de Pollack, el destacado narrador salvadoreño Horacio Castellanos Moya –quien fuera amigo del escritor chileno– publicó una crónica en La Nación de Argentina, ampliamente comentada y replicada en The Guardian, en la que sentenció: “detrás de la construcción del mito Bolaño, no sólo hubo un operativo de marketing editorial sino también una redefinición de la imagen de la cultura y la literatura latinoamericanas que el establishment cultural estadounidense ahora le está vendiendo a su público”.

A la discusión se sumó también el mexicano Jorge Volpi, quien en una conferencia sobre el futuro de la ficción latinoamericana entregó algunos matices: “mientras leía los artículos y reseñas publicados en los medios literarios norteamericanos sobre Bolaño, continuamente me sorprendía que la lectura de los estadounidenses, especialmente la reinvención de su biografía, no tenía casi nada en común con la recepción que tuvo en el mundo hispano. No creo, como dicen algunos críticos y algunos de sus amigos, que el Bolaño de EE. UU. sea una falsificación, un producto de marketing, o un simple malentendido: al contrario, quizá el poder de sus textos radica en las diversas interpretaciones, a veces contrastantes u opuestas, que es posible extraer de sus libros”.


Historias falsas

Entre los aspectos más controvertidos que han explotado los medios anglosajones sobre la vida de Bolaño está su supuesto consumo de heroína, que incluso llevó a decir al escritor Jonathan Lethem en un artículo sobre 2666 publicado en New York Times que el chileno había muerto “de una enfermedad del hígado atribuible al uso de la heroína en años anteriores”. Como cuenta el crítico estadounidense Scott Esposito, fue Daniel Zalewski, escribiendo para The New Yorker, quien afirmó que Bolaño había sido adicto a la heroína, un dato que luego apareció en medios como The Nation, N+1 y The Millions (aparte de la nota ya mencionada en el New York Times), y que sirvió para explicar desde los problemas dentales del narrador hasta su afección hepática. El asunto fue desmentido en forma tajante por su viuda, Carolina López, y por su amigo, el español Enrique Vila Matas. Además de haber escrito un relato sobre un yonqui, que algunos leyeron como autobiográfico, la confusión nació probablemente debido a declaraciones de Bolaño en que aseguró que “a los 20 años, para mí ser poeta significaba ser revolucionario, y estar completamente abierto a todas las manifestaciones culturales, sexuales, y a experimentar todas las drogas”.

Jorge Volpi, por su parte, contrasta el enfoque que le han dado a Bolaño los críticos norteamericanos, que destacan su aura maldita, con el que le dedicaron en su momento los medios hispanos. Incluso, algunas reseñas de diarios estadounidenses han desarrollado la idea bastante errada de que el chileno nunca fue comprendido por sus contemporáneos y que murió luchando contra la pobreza. “Más allá de las discusión sobre el supuesto consumo de heroína, ninguno de los críticos hispanos hizo un punto enfocándose en su vida, como la de un “rebelde, exiliado y adicto”. Si esto no fuera suficiente, durante su última década Bolaño nunca vivió la urgencia de la pobreza, sino la modesta vida de la clase media suburbana, una vida infinitamente más plácida que la de otros inmigrantes latinos en Cataluña. Sin duda, la relación entre vida y obra produce mayor atractivo en los EE. UU. que en ninguna otra parte del mundo… El énfasis en su supuesta o real penuria ha jugado un rol clave en interpretar –y obviamente, en vender– sus libros”, afirma el autor mexicano. Y concluye: “el mundo literario norteamericano ha construido un rebelde radical a partir de un simple malentendido: confundir al narrador en primera persona con su autor. Bolaño, que durante los últimos años tuvo una vida más o menos normal, no llena de lujos, pero arropada por una casi simultánea fama… ha sido transformado en una de esos furiosos escritores que, enfrentando el desdén de sus contemporáneos y a través de una fiera lucha personal, llegan a convertirse en artistas trágicos, héroes póstumos: un nuevo ejemplo del mito del self-made man. Bolaño como el último revolucionario o el heredero de Salinger o de los beats: no es coincidencia que la otra figura latina exaltada en los EE. UU. de ese modo sea el azucarado Che Guevara de Benicio del Toro y Steven Soderbergh. Ambos han llegado a ser, en sus versiones estadounidenses, bastiones de la ferocidad y la rebeldía, profetas equipados con una fe ciega en sus respectivas causas; en uno, el arte, en el otro, la política”.