martes, 4 de enero de 2011

Catalejo 20x o a siete leguas de Roberto

por Juan Malebrán
Los tiempos.com. 14.11.2010









Intentar abordar la figura y la obra de Roberto a siete años de su muerte sin repetir lo que ya se ha dicho en centenares de textos, resulta un asunto muy parecido a la acción de extender un mapa y comenzar a tachar ciertos sitios que sabemos son los preferidos por los aficionados al lonelyplanet. Y es que Bolaño ha terminado por convertirse en un centro de visita referencial y por qué no decirlo, común, en el alargado panorama de autores latinoamericanos de las últimas generaciones.

En Chile, por ejemplo, es un comodín utilizable, tanto en salones de exposiciones, en reuniones sociales o cuando falta alguna excusa para armar una feria o un encuentro de jóvenes estudiantes de literatura, todo esto independientemente los interesados hayan pasado o no, la segunda página de alguno de sus libros.

De ahí que sea del todo válido preguntarse sobre lo que se conoce realmente de este escritor aquí en Bolivia, sobre lo que motiva a leerlo en un país más cercano a las formas convencionales de escritura que a los excesos, porque bien sabemos que acomoda más la bohemia de Jaime Sáenz, que la insobornabilidad de Vizcarra, por ejemplo.

Pensemos, ahora, en Bolaño leyendo a ambos y citemos un fragmento del manifiesto Infrarrealista, escrito por él mismo el año 1974, en México: “Un nuevo lirismo, que en América Latina comienza a crecer, a sustentarse en modos que no dejan de maravillarnos. La entrada en materia es ya la entrada en aventura: el poema como un viaje y el poeta como un héroe develador de héroes. La ternura como un ejercicio de velocidad. Respiración y calor. La experiencia disparada, estructuras que se van devorando a sí mismas, contradicciones locas. Si el poeta está inmiscuido, el lector tendrá que inmiscuirse”.

Si tomáramos en cuenta este fragmento o el manifiesto en toda su extensión, más la fijación de nuestro autor, por el error antes que la certeza académica, podríamos hacernos una idea sobre el lado que éste preferiría: “Los burgueses y los pequeños burgueses se la pasan en fiesta. Todos los fines de semana tienen una. El proletariado no tiene fiesta. Sólo funerales con ritmo”.

Pues bien, adentrarse entonces en las cartografías íntimas de este autor, que buscaba un descuartizamiento de la lógica tradicional, mientras pedía a gritos que Arthur Rimbaud volviera a casa, es aproximarse a las monstruosidades de un océano imposiblemente navegable, es animarse a la realización de un viaje que se valida no por la intención de llegar a destino, sino por el simple hecho de ejecutarse, sabiendo que todo regreso, de antemano, se encuentra vetado. Nada nuevo podrían argumentar sus detractores, si esto no hubiese sido dicho antes por el propio viajero.

De ahí que valentía, odio y movimiento, sean palabras claves en las que se sostiene una vida y una obra llena de los temores propios de alguien dispuesto al enfrentamiento. Teniendo en cuenta que Roberto dejó de ser, como quien apunta la cabeza de un taxista a medianoche exigiendo un cambio radical en la ruta, uno más de los tantos jóvenes nacidos en un continente plagado de una mixtura colorida y violenta, para transformarse en alguien que se convence que la única salida posible es darle ambas caras a una realidad, tan fascinante como espantosa: la literatura.

La imagen del escritor, lo que entendemos por ella, comienza a definirse, entonces, desde una óptica que el mismo autor prefiere asociar a la extrañeza, fijaciones y patologías de individuos cuyas vidas se entrecruzan a lo largo de un proyecto de obra que recibe influencias, tanto de la cultura netamente literaria, como de elementos más cercanos al pop: cine, discos, zombies, pornógrafos, adictos, vagabundos, poetas, más poetas que al modo de salvajes atraviesan grandes distancias en busca de una identidad referencial, en fin.

Bolaño es un autor que de lejos logró fusionar vida y obra en una propuesta literaria de gran aliento, un aliento cargado de amor y desencanto o, al decir de él mismo: “siempre consciente de la sombra de la muerte”. Una muerte que éste sentía próxima desde mucho antes de los sucesos finales.

En su obra la extranjería aparece como una condicionante que hace que sus personajes se encuentren siempre abandonando sus relaciones, encontrándose en alguna esquina y viviendo alguna extraña situación que luego se ve reducida a una despedida concluyente. Ahora bien, mucha de la literatura más espesa, menos digerible y aún mucho menos leída de este escritor, se encuentra en su propuesta poética, ya que es en ella donde es posible dar con sus bases temáticas, que luego encontramos en sus relatos, cuentos y extensas novelas; pero en su poesía las podemos reconocer en un estado cercano a la visceralidad, al ensayo y al error. En Perros Románticos por ejemplo, libro que recopila textos escritos durante 1980 a 1998, uno se encuentra, apenas abrir el libro, con una declarada primera persona que sin aspavientos ni piruetas lingüísticas nos dice en el poema que da título al libro: “En aquel tiempo yo tenía veinte años y estaba loco. Había perdido un país pero había ganado un sueño. Y si tenía ese sueño lo demás no importaba. Ni trabajar ni rezar ni estudiar en la madrugada”.

Resulta, entonces, que el lado A del escritor en este caso es su cara menos reconocible, o sea: “la poesía”, que fue la que lo puso en alineamiento frente a esta batalla, comenzada a fuerza, tanto de experiencias como de lecturas, porque es precisamente aquí donde Roberto se nos escapa, dónde genera la admiración con la que actualmente lidia su fantasma: el acto de exponer vida como una irremediable fractura.

Sin embargo, limitar al autor a un salvajismo juvenil indomable, sería caer en una postal, reduciéndolo por completo a un personaje de corte sediciosamente aventurero, cuando en realidad nos enfrentamos a un hombre arriesgado, pero extremadamente lúcido, desconfiado siempre de las categorías, de los circuitos literarios y de todos los egos hinchados que acostumbran a pulular en ellos.

Despreocupado por completo de los arrebatos de quienes se instalan en el lugar que sea con tal de ganar algún reconocimiento que les permita seguir ensanchando sus panzas. Intentó siempre sacar las cosas del sitio que estos señores desde su intocabilidad les habían atribuido, cuestión que fue generando el aislamiento y desprestigio que se le imputó en un primer momento a su trabajo. Recordemos que Roberto comienza bastante tarde a hacer pública su obra, luego de años de ejercer los más variados oficios, ya es todo un clásico mencionar morbosamente que fue recolector de basura, lavador de platos, cuidador de camping, etc., no sin agregar de paso, lo dicho una noche a Villorio: "Soy un marine; donde me pongas, resisto".

Esta actitud desencantada, pero vital, le permitió ponerse en contra de las élites con una claridad que sin lugar a dudas se debió a las relaciones sostenidas con el movimiento peruano Hora Zero, que en los años 70 manifestaba una renovación de la literatura a nivel continente, una limpieza de adormilados y una acción concreta sobre las variantes, no sólo estéticas que posee la palabra a la hora de manifestar descontento y proponer rupturas en pro de un ordenamiento social que supere las limitantes con que nos minimizan quienes ofertan los distintos modos del poder:

Su crítica al sistema poético de su tiempo, perfectamente extrapolable a la situación actual de muchos países del continente, fue otra constante dentro de su obra, en la que la pasión, no estuvo regida por la cobardía que se nos viene encima cada vez que nos queremos enfrentar a los otros o a nosotros mismos.

Entonces, si volviéramos a la inquietud inicial: ¿Quién terminará siendo Roberto en los próximos años para este país? ¿Se llegará a transformar en un personaje al cual citar en las fiestas o los salones de “las grandes” galerías, conociendo apenas unos cuantos pasajes de su obra? ¿Será un referente al cuál recurrir cuando se quiera tener una idea sobre la vuelta de tuerca dada a la narrativa latinoamericana de los últimos años?

Y aquí debería regirme por las normas de la rigurosidad literaria y decir que espero sean sus obras, antes que su figura lo que prime, pero sería mentir, sería alimentar este doble estándar con que nos defendemos para parecer más preocupados por la salud de los libros, que por la actitud con que se enfrenta al mundo, cuando sabemos que en el fondo es por esta última que se llega a desarrollar una propuesta como la que logró el autor que hoy nos reúne, que el valor que tiene saber acomodar bien las palabras no se compara en absoluto a ese otro, que al decir del propio Bolaño y para terminar, copio: "Muchas pueden ser las patrias de un escritor, se me ocurre ahora, pero uno solo el pasaporte, y ese pasaporte evidentemente es el de la calidad de la escritura (…) Que no significa escribir bien, porque eso lo puede hacer cualquiera, sino escribir maravillosamente bien, y ni siquiera eso, pues escribir maravillosamente bien también lo puede hacer cualquiera. ¿Entonces qué es una escritura de calidad? Pues lo que siempre ha sido: saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura básicamente es un oficio peligroso".