martes, 17 de mayo de 2011

Sexta novela pótuma de Roberto Bolaño

por Sebastián Antezana
LosTiempos.com. 06.03.2011






En líneas generales, la posteridad, y la posteridad literaria, se alimentan del mito. En días de comunicaciones digitales, sin embargo, de una rápida pérdida general de vigencia, en tiempos en que todo producto y discurso es perecedero y es reproducido hasta el cansancio en multitud de formatos, el mito quizás no sea suficiente para que una obra de arte, un libro o un autor alcancen la posteridad. La sabiduría editorial, por otra parte, la sabiduría o la sed de sangre editorial, quizás sí lo sean. Y no hay caso más representativo de éstas actualmente que el de Roberto Bolaño que, siempre desde la tumba, sin dejarse intimidar por algo tan trivial como la muerte, acaba de presentar su sexto libro póstumo, ésta vez una novela, Los sinsabores del verdadero policía.

Desde que murió a los 50 años en 2003, ya famoso pero no en la magnitud que hoy ha alcanzado mundialmente, el chileno comenzó a acrecentar su figura, la leyenda del último escritor maldito, el ganador incansable de premios literarios, el hombre de los mil oficios y mil países de residencia, un verdadero original. Respetando el cliché al pie de la letra, la vida lo hizo más relevante en la muerte, cuando ya no podía hacer nada para detener el circo mediático que se fue acrecentando alrededor suyo. No todo fue malo, claro. El edificio conjunto de sus libros se fue haciendo más leído, cada vez más visitado, sólidamente cimentado en la piedra fundamental que incluso hoy significa Los detectives salvajes, sin duda alguna una de las mejores novelas escritas en español en lo que va del siglo, pese a haber sido publicada en 1998. A pesar de todo, incluso cuando las cosas estaban dadas para hacer del chileno un dinosaurio de las letras latinoamericanas, tal vez Bolaño no hubiera alcanzado la estatura mítica que tiene, esa tan elusiva posteridad, sin que aunada a la explotación de su figura se hubiera desplegado un sistemático e innecesariamente dogmático ejercicio de investigación editorial. En claro, del chileno sólo falta publicar una que otra nota manuscrita en pequeñas libretas de apuntes. Todo lo demás, como se ve, ha sido ya llevado a los ojos del mundo.

Ignacio Echevarría, español, uno de los críticos literarios más importantes en lengua hispana, curador de la obra póstuma de Bolaño, recuerda la célebre respuesta que el chileno le dio a Mónica Maristain cuando ésta, en la última entrevista concedida por el escritor, le preguntó: “¿Qué le despierta la palabra póstumo?”. “Suena a nombre de gladiador romano. Un gladiador invicto. O al menos eso quiere ser el pobre Póstumo para darse valor”. Es clara la posición que el mismo Bolaño tenía respecto de la posteridad.

Previsiblemente, el editor Jorge Herralde —¿héroe?, ¿villano?, ¿discípulo de Andrew “El Chacal” Wylie (agente editorial de bolaño en inglés)?—, máxima cabeza de Anagrama, en que reside actualmente la obra de Bolaño, asegura que “la lectura de Los sinsabores del verdadero policía nos convence de que estamos ante una obra de una calidad literaria extraordinaria, en el territorio de 2666 y Los detectives salvajes, es decir, del Bolaño en su mejor forma”. Un territorio literario en el que, como puntualiza Herralde, ya aparece “el gran Bolaño de la madurez” y aún persiste “el joven Bolaño poeta”. En el prólogo de la obra, el crítico Juan Antonio Masoliver Ródenas señala que Los sinsabores del verdadero policía, como 2666, es “una novela inacabada, pero no una novela incompleta, porque lo importante para su autor no ha sido completarla sino desarrollarla”. La gran aportación de Bolaño a la literatura es la “provisionalidad”, sostiene Masoliver, “una escritura visionaria, onírica, delirante, fragmentaria y provisional” que rompe con la realidad tal como se había entendido hasta el siglo XIX. Y en relación con el título, “el menos bolañano de sus títulos”, anota que el autor optó, de manera “definitiva”, por uno “descriptivo, largo, sin el ritmo a que nos tiene acostumbrados y sin la mínima provocación o extrañeza” que tenían “Detectives salvajes” o “Putas asesinas”. Pero, claro, todo esto se espera de ellos. Después de 2666 (2004), La Universidad Desconocida (2007) —poesía completa reordenada por el autor, que incluye el contenido íntegro de sus poemarios anteriores y de Amberes (texto en prosa poética publicado también como novela), además de gran cantidad de inéditos— y El Tercer Reich (2010), Los sinsabores del verdadero policía (2011) podría parecer un exceso. Aunque, por otra parte, Bolaño es siempre Bolaño, incluso cuando no escribe bien —¿llega a no escribir bien en algún momento?—, así que también habrá que leer necesariamente esta nueva novela.

En una carta de 1995, el propio Bolaño ya la esbozaba: “Desde hace años trabajo en una (novela) que se titula Los sinsabores del verdadero policía y que es MI NOVELA. El protagonista es un viudo, 50 años, profesor universitario, (con una) hija de 17, que se va a vivir a Santa Teresa, ciudad cercana a la frontera con los USA. Ochocientas mil páginas, un enredo demencial que no hay quien lo entienda”. Tipos, personajes y escenarios familiares se nos presentan en sus páginas. Así, la contratapa indica: “Los sinsabores del verdadero policía es una novela que Bolaño comenzó a escribir en los años 80 y continuó redactando hasta su muerte. Sus historias y personajes transitan por Estrella distante, Llamadas telefónicas, Los detectives salvajes y 2666, cuyo centro oculto podría estar constituido, para un lector avezado, por esta novela. Un Bolaño que ya ha encontrado su estilo, trazado su territorio literario y desarrollado la mitología única que imbrica toda su obra. Amalfitano, exiliado chileno, profesor universitario, viudo con una hija adolescente, descubre al lector, a través de la narración, el desencanto político, su amor a la poesía, que como en una paradoja del destino le obliga a abandonar Barcelona tras un escándalo y le llevan a la lejana Santa Teresa. En este lugar mítico y fronterizo habitan oscuras historias de mujeres asesinadas, y también Pancho Monje, hijo de la dinastía de las Expósito, y otro joven, Castillo, falsificador de las pinturas de Larry Rivers para venderlas a ricos tejanos. En Santa Teresa, Amalfitano entablará una enardecida relación epistolar con su amigo Padilla y también se encontrará con un mago, Arcimboldi, que es asimismo un escritor francés y cuya obra narrativa, minuciosamente descrita en uno de los capítulos, despliega la complejidad de otra asombrosa literatura”. El sida, el desencanto de la izquierda, un partido de básquet entre Barça-Madrid, una clasificación de poetas, una loa al tabaco o un capítulo en el que un supuesto biopic de Leopardi sería interpretado, “por amor al arte”, por escritores como Vargas Llosa, Vila Matas, Martín Gaite, Muñoz Molina y Juan Goytisolo son algunos pasajes y escenas de esta nueva novela del chileno.

La viuda del chileno, Carolina López, en una nota editorial al final del libro, informa que la novela está integrada por tres escritos: “Los sinsabores del verdadero policía” y “Asesinos de Sonora”, de 50 y 100 páginas respectivamente, localizados en el ordenador del escritor. Además, hay un texto, en parte mecanografiado con una máquina de escribir. Este último texto mecanografiado, cuyo título es también “Los sinsabores del verdadero policía”, es, dice, “una novela completa de 283 páginas, clasificada en siete carpetas, cinco de las cuales se encontraban en la mesa de trabajo del autor, junto con otros materiales relativos a 2666, en tanto que las otras dos partes se descubrieron al organizar su legado”.

Hace un par de días, en Radar Libros, Ignacio Echevarría, ese monstruo de la crítica literaria para este lado del mundo, indicaba sobre el libro: “El germen de Los sinsabores del verdadero policía es con toda seguridad anterior a la redacción de Los detectives salvajes. Quizá Bolaño retomara estos materiales al concluir esta novela, pero a partir de cierto momento (y me atrevería a especular sobre cuál es ese momento, muy ligado al abismo que se fue abriendo a los pies mismos de Roberto conforme se metió de lleno en el filón de los crímenes de Ciudad Juárez) se desvió por los derroteros que, sin apartarse del todo de personajes y motivos ya apuntados, lo conducirían finalmente a 2666. El extravagante título de Los sinsabores del verdadero policía lo acarició Bolaño durante años. Estuvo siempre asociado al proyecto de una novela sobre un joven policía que en estas páginas sólo asoma lateralmente. Lo que ahora nos cabe leer tiene que ver sobre todo con Amalfitano, un Amalfitano bastante distinto al que da nombre a una de las partes —la más enigmática, ahora intuimos por qué— de 2666.

Bastante menos con un embrionario J.M.G. Arcimboldi que para nada coincide con el Beno von Archimboldi (con ch) que protagoniza esa novela.

En el camino que lleva de Los detectives salvajes a 2666, Los sinsabores del verdadero policía viene a ser una vía muerta.

Sólo parcialmente hubiera podido reintegrarse en la cadena de la que se desprendió. Tal y como se ofrece es un eslabón partido, que no por eso deja de arrojar destellos deslumbrantes, verdaderamente deslumbrantes por su audacia, por su comicidad, por su misterio, por su lirismo. La publicación de un libro así está justificada, sin lugar a dudas, por numerosos que sean los equívocos que suscita la tendenciosa presentación del texto. No sólo documenta la forma en que nació 2666: testimonia además la altura vertiginosa a la que, en los últimos años de su vida, escribía Bolaño, dueño de unos recursos variadísimos que aquí se lo ve emplear con estremecedora libertad”.

Más allá de la mecánica implacable de un sistema editorial cada vez más asustado —arrinconado casi, y que se defiende a manotazos—, más allá del análisis obligado de unas publicaciones que, evidentemente, Bolaño no realizó en vida porque, en la mayoría de los casos, consideraba que no debían hacerse, una cosa queda clara, al enterarnos de esta nueva propuesta: para el lector queda la responsabilidad de juzgar si la posteridad que ha alcanzado ya Roberto Bolaño, ese gran escritor que casi en solitario puso en un primer plano internacional —sí, Estados Unidos incluido— a unas letras latinoamericanas cada vez más tristemente reducidas a los últimos reflujos del realismo mágico, es merecida, es alcanzada otra vez, ahora de la mano de Los sinsabores del verdadero policía.