lunes, 14 de enero de 2013

El Ojo Silva: Anotación en torno a un párrafo

por Kato Ramone
Septiembre 2009




A Andrés Braithwaite



“Ignoro cuánto rato estuvimos en silencio. Sé que hacía frío pues yo en algún momento me puse a temblar. A mi lado oí sollozar al Ojo un par de veces, pero preferí no mirarlo. Vi los faros de un coche que pasaba por una de las calles laterales de la plaza. A través del follaje vi encenderse una ventana.” Éstas son, para mí, las mejores líneas del Bolaño cuentista. Pertenecen a El Ojo Silva. Es un párrafo muy técnico, pero, a diferencia de muchos textos ahítos de técnica, es además exquisito. Bolaño consigue revelar lo no visto; vemos al Ojo Silva por lo que oímos y lo vemos con toda la nitidez de la fragilidad más grande del mundo: es la foto perfecta tomada por un ciego vidente; es en realidad la flecha Zen haciendo fama, pero en el exacto centro del blanco. Y el centro está, en esas pocas líneas, todo el tiempo esparcido, pues lo que reina allí es la periferia, interior y exterior.

Primero, el narrador (¿Arturo Belano?) ignora la duración del silencio. Luego, sabe del frío no por el frío, sino porque en algún momento empieza a temblar. Luego, oye sollozar al Ojo Silva, a su lado, y lo cumple dos veces, dos veces lo oye sollozar (este acento de Bolaño es sutil y al mismo tiempo terrible), pero prefiere no mirarlo. No ve un coche, lo que ve son sólo los faros de un coche que pasa y que, además, lo hace por una de las calles laterales. No ve encenderse, a través de una ventana, la luz de una casa: ve que una ventana se enciende, y la ve a través del follaje.

Se que he leído muchas veces El Ojo Silva y sé que he leído muchas más el párrafo de marras. Sé que lo emprenderé otras tantas y sé, por supuesto, que no me dejará de asombrar la dimensión narrativa de numerosos párrafos de Roberto Bolaño, pero sobre todo de ése. Lo remarco, pocos, muy pocos escritores —defiendo la validez de este énfasis— tienen un dominio tal de la imaginación y de los recursos técnicos como para permitirse esos lujos narrativos. La maestría para exponer la extrema vulnerabilidad de un par de hombres deducidos del infierno, pero mostrando aquello que no se ve o lo que es apenas vislumbrado. Hay un verbo morando en toda la escena: Estar.




Ref.: “El Ojo Silva”, en Putas asesinas, 2001