miércoles, 18 de octubre de 2017

Roberto Bolaño: algunas precisiones biográficas

Por Hernán Ortega Parada


Actual estado de la casa de El Retiro. Hay una placa. Ella, la poeta Annabella Brüning.


La bolañomanía es cierta en lengua inglesa y en español. Su obra es ineludible para los que leen y para los que escriben; al final, un considerable porcentaje se rinde ante el arte del narrador. Dicho sea de paso, me parece críticamente que su poesía es epígona de su prosa y, por lo tanto, forma parte del total de una obra. En “La Belleza de Pensar” (programa de televisión conducido por Cristián Warnken), Roberto Bolaño expresa: “La poesía es un gesto de adolescente”, dicho ambiguo que acepta varios sentidos. Uno: que su poesía fue un peldaño importante. Dos: que la poesía es un elemento primigenio en todo arte. Y él recuerda a Van Gogh y a Lautréamont. También declara que la gran poesía está en la escritura de Proust y de Joyce, como si pudiera aplicarse esta ley a su trabajo personal para que nosotros nos expliquemos a qué se debe, grosso modo, el encanto de su prosa.

Para los que entendemos que la creación literaria es inseparable de la biografía del creador, ponemos mucha atención en las informaciones que circulan principalmente en la web y en algunos artículos de prensa. Aparte del placer de la simple lectura de los poderosos textos de Rimbaud, llegamos a la posesión total cuando investigamos en su formación como adolescente fuera del hogar y como artista; a partir de lo cual, cuando sabemos que él se leyó la totalidad de la poesía ubicable en la Francia de su tiempo, y escribió poemas en latín para varios de sus compañeros de colegio sin que el profesor atinara a sospechar que tras ellos había una sola mano, un solo cerebro, comprendemos por qué se atrevió a exigir que “el arte precisa de formas nuevas”.

¿Tiene Roberto Bolaño Ávalos algo de Arthur Rimbaud? La pasión por la lectura, a tempranísima edad, sí los une. En lo que además es cierto, Roberto también bajó a los infiernos en su vida; refiriéndome, por cierto, a los años y al trabajo intelectual que él devoró antes de asomar su rostro a los cielos.

Hablemos de precisiones novísimas para el caso: Roberto Bolaño nació en Santiago de Chile el 28 de abril de 1953. Muy niño, comenzó a leer y a jugar fútbol en las calles de El Retiro, Quilpué, lugar que conozco como un viejo paraíso que ya no existe (ese edén sombreado  y tranquilo).  Su madre, Filia María Victoria Ávalos Flores, que en efecto era profesora (todavía no sé si de primaria o de secundaria), nació en Tacna el 31.07.27; es chilena por cuanto el dominio de esa plaza se dilucidó recién en 1929 (Tratado de Lima). Ella casó con León Bolaño Carne, de familia establecida en la región del Bío Bío, un año mayor, transportista y boxeador aficionado, el 10 de marzo de 1953, en El Almendral, Valparaíso. María Victoria falleció el 2008, en México. De esa información sólo deduzco razonablemente que Roberto vio la luz en la capital por circunstancias ocasionales y que su existencia adquiere memoria y experiencias recién en Valparaíso y en Quilpué. La cercanía a la costa se produce en parte porque una abuela vivía en Viña del Mar.


¿Robertito, cobrador de 7-8 años en esta góndola? Mito creado por él mismo o alguna vez lo sentaron junto al chofer de una góndola. (Según Wikipedia, Roberto Bolaño realizó su primer trabajo a los diez años como boletero de una línea de buses entre Valparaíso y Quilpué. Nota de Archivo Bolaño).


El circuito temprano y cronológico de nuestro personaje, es, en definitiva, Santiago, Cerro Placeres de Valparaíso, Quilpué (El Retiro), Cauquenes, Mulchén, Los Ángeles (allí cursa primeros años de la secundaria). Alguien asegura que en este último lugar está apareciendo el escritor. El mismo escritor que salta a Ciudad de México para hacer algunos cursos y terminando de graduarse en la bohemia literaria, con los “detectives salvajes”, allá mismo.

La última vez que yo había paseado por El Retiro, fue en 1958. Por supuesto que en bicicleta, restaurando una afición que me venía de muchos años antes por esas calles polvorientas. Y con prontor tomé una foto al pie de un estanque elevado de agua. Casi sesenta años después, en febrero del 2013, me animaban otras inquietudes pues siempre pienso que los amores de antaño no deben ser revividos. Por supuesto: ahora, calles pavimentadas, casas y más casas, una plaza enorme con canchas deportivas y maquinaria surtida para ejercicios.

Los motivos del lobo: la Junta de Vecinos El Retiro, con su presidente Gustavo Rojo, y rastrear in situ huellas de mi admirado escritor. Así conocí a Guillermo Bravo Cortez (nacido en 1950), que fue amigo del personaje, que vivió también su segunda infancia en ese barrio. Encendí la grabadora ante don Guillermo, pues las emociones y la memoria suelen tergiversar los testimonios verbales:

“Lo conocí  más o menos el 58 o el 59, pues mi familia vivía en calle Independencia 390, casa que mucho después se quemó. Los Bolaño estaban en la esquina del frente, Roosevelt 829, en una  quinta grande con una casa que tampoco existe ahora, pues hay cuatro casas”. (El lugar exacto corresponde en nuestros días a San Enrique nº 1890, donde la casa primitiva ha estado sometida a cambios). “La familia de Roberto estaba constituida por León y Victoria, sus padres, y por su hermana María Salomé. Los mayores trabajaban, lo que no era común en esos tiempos: él como camionero y ella como profesora, por lo tanto nunca estaban en casa durante el día. Los niños eran cuidados por Mariana, una muy buena nana. Todos ellos trataban muy bien a los amiguitos de Roberto, que éramos muchos. Don León, ex-boxeador, era alto, fornido, crespo, con bigote. Como en esa esquina terminaba el pavimento, más allá seguía La Rinconada, teníamos allí nuestra cancha para jugar: fútbol, las bolitas, trompos, a los pistoleros, a los indios. Íbamos a los cerros cercanos, un día Roberto se cayó ladera abajo y quedó todo rasmillado. En otra ocasión, ya oscuro, se cayó de cabeza a una alcantarilla sin tapas. Roberto tenía buena salud, no usaba anteojos. Íbamos al fundo San Jorge a robar uva. A veces nos metíamos a otras quintas pues nos gustaba la fruta. En la suya, cogíamos unas tunas rojas muy ricas, que vendíamos para tener monedas para comprar dulces. Había diferencias entre esa familia y la mía: yo tenía un caballito de palo y él un caballo de verdad llamado Zafarrancho, el cual montábamos dentro del sitio; yo tenía un autito de madera y él (su padre) tenía un camión grande; además, un perro, Duque. Jugábamos mucho fútbol, con toda la pandilla: él se creía Lev Yashin, y también se vestía de negro para ese puesto; gustaba siempre del arco y le decíamos el Araña Negra, igual que al otro, pues se creía el cuento. Y nosotros lo agarrábamos a pelotazos. Conoció a su ídolo en el Balneario El Retiro, en 1962, que estaba a una cuadra de distancia; allí íbamos siempre. También estuvo la selección brasileña, con Pelé. Era el Mundial del 62 y su mayor orgullo era el penal que Yashin le atajó a Pelé. Además pasábamos jugando en la cancha de tenis de ese club de El Retiro, donde llegaban muchas delegaciones de fútbol, como el Wanderers, Colo Colo, la U, la selección chilena, la brasileña... Era un niño introvertido, muy inteligente, llevado de sus ideas. La señora Victoria nos decía los domingos: Guillermo, Ricardo, Alejandro, vayan a mi casa a tomar onces. Roberto tenía en su dormitorio una gran biblioteca, leía mucho y nos pasaba libros para que leyéramos; él se destacaba en el grupo por su vocabulario educado para tratar a todas las personas y nosotros éramos, por decirlo así, la parte malula, porque usábamos palabras diferentes. Me siento orgulloso de haberlo conocido a él y a su familia, pues nos invitaban con frecuencia a tomar onces. Otros amigos: los Ahumada, los Silva, los Pizarro, que vivían cerca; y todavía nos vemos, porque somos la Comunidad del Chavo. La profesora que tuvo en la escuelita, dice que Roberto era disléxico. Eso no es cierto, hablaba muy bien, aun cuando era introvertido cuando no jugábamos. Estuvo sólo un año en esa escuela y después se fue al Colegio Alemán de Quilpué. Tampoco es cierto que anduvo de cobrador en góndolas porteñas; a lo mejor fue una broma de él y nada más. La familia vivía muy bien económicamente. Siempre hablaba de Angol o de Mulchén. Lo dejé de ver en 1965, cuando se fueron a Cauquenes; nunca más nos encontramos”.

Veamos el tema de la “dislexia”, citado en todas las biografías: es posible que, en la mini-escuela de El Retiro, Roberto se haya sentido desubicado, incomprendido. El establecimiento educacional era un pasillo lateral a la entrada de una casa antigua, con amplias ventanas y nada más. Tengo la foto con la profesora. El testimonio del señor Bravo es contundente. A Roberto se le recuerda también como un niño nervioso, hiperactivo. La dislexia es un trastorno del aprendizaje especialmente ante  la lectoescritura. ¿No era ya el niño Bolaño un formidable lector en su hogar de El Retiro? ¿El paso por la escuelita local tiene importancia en la vida de Bolaño? Las debilidades y fortalezas de nuestra niñez ocasionan conductas posteriores muy poco mecánicas; es decir, las debilidades pueden ser transitorias y generar después lo contrario, ciertos caracteres desafiantes. Por lo tanto, citar con insistencia morbosa aquel “defecto”, es ya una desmesura, algo impropio.


Calle Granada 1072, Escuelita Nº 98. Esta fue la primera “sala de clases” que recibió al pequeño genio. Testigos: doña Eliana Honores, ex Directora y don Gustavo Rojo, en esta visita.


Ahora bien, esta pequeña historia me estremece aun consciente de las tremendas distancias que cubrió Roberto y de los escasos metros de mi currículo. He estado revisando anotaciones y cuadernos desguañangados que guardo desde 1945, con miserias y sueños también de niño lector. Y vuelvo a recordar al poeta lárico Jorge Teillier que, después de leer a Rimbaud, le dijo a su mentor literario, Claudio Nostradamus Solar (en Victoria): “Yo quiero ser Rimbaud”, y nadie puede discutir que cumplió la orden de su espíritu. Roberto Bolaño hace fe de igual pasión al decidir ser escritor, en México, también a los quince años de edad. Si yo hice la misma promesa –está escrita-, ¿por qué hice tantos cambios de intereses (elección, en el fondo) justamente postergando una y otra vez los deberes de un escritor? Y aquí estoy, tarde pero divertido. No, no oso compararme, sino que marco las diferencias cuando existe una vocación y ésta se lleva adelante a todo riesgo. Esta es la lección profunda de Bolaño para nosotros, escritores chilenos y quizás de todo el mundo, cuando ha señalado con el dedo de que hay infinidad de poetas mal iniciados (incluso en sentido hermético). La literatura, como otras carreras, es exclusivista hasta el delirio y produce el abandono de muchos deberes o convenciones sociales. Ved la biografía de Neruda. Y es válido este decreto de la naturaleza para comprender el destino de un artista como Bolaño: primero, tuvo el deseo; segundo, adoptó una elección; tercero: se ató a un compromiso. Las fracciones o resultados totales exhibidos por cada poeta o artista corroboran el aserto.

Repitamos la secuencia vital de nuestro escritor: Santiago, Valparaíso, Quilpué, El Retiro, Deutsche Schule, Cauquenes…  ¡qué coincidencias –autocomplacientes- con mi carreteo de vida!  Sólo un cambio: dicho circuito comienza para mí en Cauquenes, mi ciudad natal y un viñedo que todavía existe. Mi primera memoria es de Santa Filomena, en la capital; después, intensamente,  Quilpué, el liceo de Viña, el mar y lo demás.

En mayo de 1962 Robertito pichangueaba con Pelé, Garrincha y Vavá en la íntima cancha del Hotel y Balneario Banco del Estado, en El Retiro. Días después yo presencié cómo Brasil vapuleaba al equipo de Chile en el Estadio Nacional. Así es la vida.

Al 28 de abril del 2017, Roberto Bolaño pudo haber tenido 64 años. Acordémonos de él. Releámoslo. Vale la pena.
 


Refugio Huelén, Olmué, junio 2017