Mi amigo Óscar Fuentes se aprestaba a emprender viaje de placer por Cataluña, y como buen lector de Roberto Bolaño, tenía incorporado en su itinerario Blanes, esa ciudad costera impregnada del sudor literario del escritor.
Pasaron los días, Óscar fue a Barcelona, y en esos diálogos por Whatsapp de pronto sale a colación un hecho que nunca notamos, simplemente pasó desapercibido: “Estoy en Barcelona y visité donde vivió Bolaño... Ahora reviso la biografía y dice que estudió en Cauquenes... Cauquenes de no sé dónde, porque no creo que sea el de la séptima región, como el link dirige Wikipedia. Por lo que yo sé, hay un Cauquenes también en la octava región, lo cual me hace más lógica ya que vivió una vida más al sur... ¿A qué Cauquenes se referirá este artículo, crees tú? ¿Sabías que había otro Cauquenes?”.
Me picó la guía el asunto y me puse a chequear si existía ese supuesto “otro Cauquenes” en el mapa. Apurando la memoria, lo único que se acercaba a la ciudad maulina eran las Termas de Cauquenes en la región de O’Higgins, pero otra localidad con el mismo nombre no la hallé.
Después de aclarar esa duda, todo se tornó más evidente cuando me puse a indagar en biografías y en la propia obra de Bolaño alusiones a la ciudad en cuestión.
A mediados de la década de los setenta, se publicó en la revista mexicana Punto de Partida, perteneciente a la UNAM, un poema del escritor chileno bajo el seudónimo de Galvarino titulado “Overol blanco y otros poemas”, que obtuvo el tercer lugar de un concurso literario en 1976. En su estrofa VIII dice: “Tierra de Chillán aquí estoy de nuevo pisándote quien ha dicho / que soy ángel Tierra de Cauquenes aquí estoy de nuevo”.
En el relato “Carnet de baile” del libro Putas Asesinas, página 207, relata: “1. Mi madre nos leía a Neruda en Quilpué, en Cauquenes, en Los Ángeles”.
También hay referencia en la última entrevista que dio a Mónica Maristain para la revista Playboy, en julio de 2003; ante la pregunta de cuál de todos los paisajes de Latinoamérica que recorrió le viene primero a la memoria, sostuvo: “Los labios de Lisa en 1974. El camión de mi padre averiado en una carretera del desierto. El pabellón de tuberculosos de un hospital de Cauquenes y mi madre que nos dice a mi hermana y a mí que aguantemos la respiración”.
Finalmente, aparecen los fragmentos de una entrevista que concedió Roberto a fines de 1999, y que fue publicada en la Revista de Libros de El mercurio, en octubre de 2003: “Yo nací en Santiago, pero nunca viví en Santiago. Viví en Valparaíso, luego en Quilpué; en Viña; en Cauquenes, una zona llena de alcohólicos y de espiritistas”.
Más claro, echarle agua…
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Roberto Bolaño había vivido en la ciudad, pero había un vacío inexorable de información respecto a esos años. Google, aparte de las referencias ya comentadas, dice poco y nada.
La experiencia me sugiere que en los grupos de Facebook hay muchas historias que circulan en un limbo nostálgico que pareciera relevante solo para sus integrantes. ¡Nada más errado!
La búsqueda en dicha red social me llevó al grupo “Cauquenes, mi música, tu música”. Allí, el músico, profesor y gestor cultural Alejandro Morales compartió un poema de Bolaño, y agregó en el posteo: “un poeta y escritor que vivió algunos años en Cauquenes”.
Me puse a revisar en los comentarios, y el propio Morales relató que “siempre tuve la duda si era el mismo. Héctor Torres, un compañero común, escribió una vez ‘creo que estoy loco, le cuento a mis hijos que fui compañero de Bolaño y se ríen de mí’. Hasta que conversando con mi amigo y compañero Jorge Córdova, que fue más cercano a él, ratificó que era el mismo, y recordó a sus padres, tal como lo hacíamos nosotros. Vivía muy cerca de los Barrios, en Carrera Pinto (…) Vivió en Cauquenes y fuimos compañeros en el Instituto Cauquenes”.
Había un par de pistas a seguir, pero el instinto me dijo que mi amigo René Abarza Yáñez, cauquenino de tomo y lomo, me podría ayudar a seguir la hebra. Y no me equivoqué.
En paralelo, descubrí que el Instituto Cauquenes estuvo en dos locaciones: Catedral con Yungay y luego en Maipú con Chacabuco, y que durante un tiempo lo dirigieron unos padres canadienses. Con esos datos, le pregunté a René si sabía algo de ese colegio.
Mi amigo recordó que su padre había estudiado en el Instituto, y me preguntó el porqué de mis consultas. Fue una sorpresa para él que Roberto Bolaño haya vivido en su ciudad, y se comprometió a preguntar a don René padre. A las horas me comentó que su progenitor recordaba un alumno de apellido Bolaño, difícil de olvidar “porque el apellido le parecía poco común”, pero no recordaba haber interactuado con él.
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El nombre de Jorge Córdova asomó a la postre como la pista más directa a la historia. Logré dar con él en Facebook, y mostró una gran disposición a compartir los recuerdos de esos años, a pesar de la forma poco ortodoxa de abordarlo virtualmente en su perfil. Me dio su número de teléfono un fin de semana, y un par de días después lo llamé. Coincidió que por esos días este testigo privilegiado estuvo de paso por Cauquenes, incluso se acercó al barrio de infancia para tratar de tomar alguna fotografía de las casas, pero para nuestro pesar ya no existían, todo estaba reconstruido.
A partir de lo relatado por don Jorge, él fue vecino de Roberto Bolaño entre 1963 y 1964, en la calle Carrera Pinto, entre Chacabuco y Antonio Varas. Solían jugar al fútbol en el pequeño patio frontal que daba a la calle, y siempre Roberto elegía ser el arquero. Durante esas jornadas supo de la anécdota en ese tiempo reciente -y bien conocida por quienes han seguido la vida de Bolaño- de haberle atajado un penal a Vavá durante los entrenamientos de la selección brasileña en Quilpué durante el mundial de fútbol de 1962.
Según Córdova, cuando doña Victoria Ávalos no quería cocinar, la familia de Roberto solía almorzar en una residencial a la vuelta de la esquina, en Antonio Varas 680, lugar donde asegura que también tuvo la oportunidad de compartir una comida con el padre del escritor, León, quien animosamente bajo un parrón se jactaba de que Roberto había dejado callados a uno de sus amigos adultos en una discusión. “Ya era un genio, muy agudo”, agregó don Jorge a la hora de recordar el temperamento de su vecino como colofón de la anécdota de León Bolaño.
Aunque la madre de Roberto, Victoria, era profesora, ella habría trabajado en el hospital de Cauquenes, dato que le aportó el profesor Alejandro Morales, y que adquiere mucho sentido al recordar una de las citas antes mencionadas, alusiva a un pabellón de tuberculosos. Un tema a dilucidar es qué labor ejercía en el mencionado hospital.
Respecto al colegio, Córdova confirmó que Roberto Bolaño estudió en el Instituto Cauquenes en su ubicación de Maipú con Chacabuco. También corroboró el dato del profesor Morales, relativo a que Héctor Torres fue su compañero de curso, y añadió que solían hacer la ruta de regreso desde el instituto por calle Chacabuco.
En uno de los últimos puntos de la conversación, don Jorge reveló que recién se enteró que Roberto era un escritor famoso cuando murió, al ver el titular del diario La Segunda. De hecho, recordó que en esa edición del vespertino se rescató una entrevista que había sido publicada originalmente por la revista El Sábado, el 18 de abril de 2003, meses antes de fallecer. Allí Bolaño hacía un autodiagnóstico postrero y poético de su enfermedad a propósito de un evento vivido en Cauquenes, en ese mismo patio que tantas veces fue testigo de las pichangas de dos amigos de provincia.
El fragmento de la entrevista decía lo siguiente: “- ¿Cuándo supo que estaba enfermo? – Hace más de diez años. Aunque en realidad me di cuenta de que estaba enfermo a los 11 o tal vez a los 10 años, en Cauquenes. Yo estaba solo, en el patio de mi casa, y un tipo muy alto y flaco me preguntó, desde el otro lado de la barda, por una calle. Le dije que no sabía dónde estaba esa calle y el tipo se alejó. Yo me asomé a la barda (era una barda no de ladrillos ni de cemento, sino de adobes hechos con barro y paja) y lo vi alejarse. Parecía un zancudo. Y entonces me di cuenta de que, de la misma forma que él se alejaba, yo también, en cierto modo, me alejaba, ambos nos alejábamos mutuamente de nuestras respectivas conciencias. Me di cuenta de que yo pensaba y que él también pensaba y que ambos pensamientos no sólo no eran parte de un juego, sino que eran dos pensamientos distintos, destinados a encontrarse una sola vez en la vida y por espacio de pocos segundos. Que yo tenía mi vida y que él también tenía su vida. Y esa toma de conciencia para mí fue el primer atisbo concreto de la muerte, pese a que ya por entonces había visto a dos muertos (en dos velorios, naturalmente)”.
Fotografías: Plaza de Armas de Cauquenes, en 1945,
y la iglesia San Alfonso.