Algo se ha escrito
acerca de lo mexicano en Bolaño, por
lo general, a fin de remarcar una especie curiosa de subdivisión basada en las
nacionalidades camaleónicas del escritor. (Hay quienes han llegado a diagnosticar
en lectores no-mexicanos un déficit constitutivo para la lectura de Los detectives salvajes, con lo cual se
liquida de entrada cualquier estudio extranjero y de paso la misma contratapa
marketera de la primera edición de Anagrama). Su obra, entonces, se dividiría en territorios
mexicanos, chilenos y españoles. En el mexicano cabrían, pues, Los detectives salvajes, Amuleto,
2666, muchos cuentos (incluyendo los
inconclusos) y bastantes poemas. Principalmente debido a una cuestión
biográfica o a una lectura biograficista, el hilo entre México y Bolaño se
tiende gracias a la importancia dada a su juventud o a la continua evocación de
una juventud “iniciática”, mitificada por sus propios personajes, por quienes
lo conocieron en México (véase El hijo de
míster playa, de Mónica Maristain) y por ese Bolaño polemista, sentencioso y
antojadizo de las entrevistas; y no mucho más: el libro dedicado a este tema, México en la obra de Roberto Bolaño, de
Fernando Saucedo Lastra, pese a su análisis exhaustivo, insiste en subrayar las
“menciones” a México en Bolaño, junto a elucubraciones de carácter geográfico
más o menos evidentes (Ciudad Juárez como frontera cultural, el desierto de
Sonora como espacio de la “pérdida”, etcétera). Pero, ¿dónde están, a qué distancia
se sitúan los textos de Bolaño al considerarlos entre los de la multitud de
escritoras y escritores que por algún motivo recalaron e hicieron obra en
México, es decir, de aquellos y aquellas que ya traían una literatura a cuestas
(como Malcolm Lowry, para hablar de un escritor imposible de desvincular de
México y de cuya novela más emblemática, Bajo
el volcán, Bolaño extrajo el epígrafe para Los detectives salvajes)? Y, para dar una respuesta: ¿solo basta
con insistir en su iniciación mexicana? Si, más allá de tus lecturas
exquisitas, creces en el país de las parodias y los simulacros, ¿tu literatura
lo resentirá? Con esas preguntas, la particularidad territorial de Bolaño, si
se quiere, logra asomar con mayor densidad: eso llamado cultura mexicana —no solo
la literaria, e incluso: contra esa
cultura literaria—, que en otros escritores y escritoras no aparecería o
aparecería casi como un puro exotismo, en Bolaño tiene una presencia
sustancial, desde el argot callejero —siempre inactual— y ciertas fórmulas
impostadas del lenguaje formal, hasta citas de toda índole, como las provenientes
del humor. El humor es clave en esa relación, en esa lengua mexicana de Bolaño;
en varios poemas y pasajes de narrativa se hallarán no solo referencias
explícitas —por ejemplo, a Tin-Tán, Calambres, Resortes y a algunos humoristas
involuntarios como Pedro Infante y Tony Aguilar—,
sino además al desarrollo imparable de la cábula misógina, efectista, presente
en la larga serie de chistes entre policías de “La parte de los crímenes”. Lo mexicano en Bolaño, visto así,
resulta más bien un tono poblado de
lenguas o una manera desfigurada de hablar; pero su forma de leer y reescribir
la “cultura mexicana” se definirá mejor en la visión del recepcionista del
hotel donde duerme Fate: “todo México era un collage de homenajes diversos y
variadísimos… Cada cosa de este país es un homenaje a todas las cosas del
mundo, incluso a las que aún no han sucedido”.
México DF, mayo 2020