El País, España. 16.10.2015
Escritor mayor aconsejando a uno más joven: “Lea a
Cervantes”.
Escritor joven: “Me da lata. Prefiero a Bolaño”.
Escritor mayor: “Bueno, algo es algo. Al menos está
leyendo a Bolantes”.
Escritor joven: “¿A quién?”.
En la obra de los buenos autores siempre encontramos a
los grandes que vinieron antes. En Bolaño podemos leer a Cervantes. A
diferencia de muchos de sus discípulos, el chileno seguramente lo sabía porque escribió:
“Cervantes, que en vida fue menospreciado y tenido por menos, es nuestro más
alto novelista”.
Esa adhesión no fue un mero peaje al Parnaso. El
cervantismo de Bolaño lo hallamos confirmado en sus novelas mayores. Los detectives salvajes y 2666 son obras tan episódicas como el Quijote. En ambas conocemos una sucesión
de aventuras que se justifican en sí mismas, sin que avance un argumento o
trama progresiva. Además, tal como en el libro de Cervantes, en los de Bolaño
también encontramos novelitas intercaladas e historias muy ajenas a la acción
principal. La obra del manco de Lepanto y éstas del hepático de Blanes (Blanes
es el pueblo donde en sus últimos años vivió y murió del hígado, Bolaño) son
novelas “en mosaico”, construidas con fragmentos de los que siempre faltan
muchos.
Como en el Quijote
las aventuras de los personajes bolañescos transcurren con autonomía. Sólo las
hilvana una meta o ideal: la búsqueda de una escritora o escritor desaparecido,
Cesárea Tinajero o Benno von Arcimboldi. Para realizar esa búsqueda los
personajes de Bolaño hacen “salidas” similares a las de Don Quijote. Viajes
urbanos, cercanos pero profundos, o largas travesías por países y desiertos
lejanos. Tantos viajes conllevan la aparición de innumerables personajes
secundarios y la ramificación de historias independientes. Esto incide en que
tales salidas terminen con resultados casi siempre inútiles, absurdos o
desastrosos. Los detectives-poetas-quijotes de Bolaño nunca encuentran al
escritor desaparecido, probablemente porque él o ella es sólo la
personificación de un sueño: el de unir poesía y vida. O, mejor aún, el sueño
de encarnar la poesía en la vida.
Algo no muy diferente le ocurre a Don Quijote. Su ideal
de restaurar la caballería andante —o de devolver la poesía al mundo— se aleja
cada vez que intenta realizarlo. Esa distancia viaja con él personificada en su
escudero, el buen Sancho que se esmera en desmentir las maravillas que ve su
amo, desnudando a los molinos de sus apariencias de gigantes.
Pero es en Sancho, precisamente, donde se rompe este
paralelo entre el manco de Lepanto y el hepático de Blanes. En el elenco de
Bolaño hay pocos, poquísimos sanchos que con su sensatez compensen la locura
poética de sus jóvenes detectives-quijotes.
Los personajes bolañescos son en su mayoría escritores.
Autores realizados o frustrados pero obsesionados con la literatura. Mientras
que en Cervantes ese lector enloquecido que es Don Quijote recibe los
constantes avisos de un Sancho analfabeto —pero sabio— que a cada paso lo llama
a levantar los ojos de sus libros para fijarlos en el mundo real. Esa dualidad
Don Quijote lector-Sancho analfabeto amplía el universo de Cervantes. Su héroe
no se limita a buscar un ideal literario. Su experiencia se concreta en el duro
aprendizaje de una realidad más grande que los libros. Alonso Quijano, que no
siempre estuvo loco, sabe bastante de esa realidad; pero en esta enseñanza el
gran maestro es Sancho. En tanto que los héroes poetas de Bolaño no tienen —ni
desean tener— quien les enseñe un camino que los llevaría fuera de la
literatura.
Por esa carencia de Sancho la obra bolañesca sólo se
asemeja al Quijote, sin llegar a equipararse con ella. En el chileno también
falta que uno o dos de sus personajes principales se vuelvan “tipos”,
caracteres cuya personalidad evoquemos fácilmente al recordarlos o al
encontrarnos con personas reales semejantes. En las obras mayores de Bolaño los
personajes principales no se constituyen en arquetipos, como lo son Don Quijote
y Sancho.
Con todo, pese a esa falta de sanchos y otras
diferencias, sigue siendo cierto que el hepático de Blanes fue un distante pero
aprovechado discípulo del manco de Lepanto. Una de las influencias más patentes
y potentes de Cervantes en la narrativa contemporánea se halla en la obra de
Roberto Bolaño. Y a su turno, a través de Bolaño, esa influencia cervantina se
proyecta sobre buena parte de la narrativa joven en español.
Muchos que hoy sólo leen a Bolaño no saben que leen a
Bolantes.