martes, 10 de mayo de 2016

Bolantes

Carlos Franz
El País, España. 16.10.2015




Escritor mayor aconsejando a uno más joven: “Lea a Cervantes”.
Escritor joven: “Me da lata. Prefiero a Bolaño”.
Escritor mayor: “Bueno, algo es algo. Al menos está leyendo a Bolantes”.
Escritor joven: “¿A quién?”.

En la obra de los buenos autores siempre encontramos a los grandes que vinieron antes. En Bolaño podemos leer a Cervantes. A diferencia de muchos de sus discípulos, el chileno seguramente lo sabía porque escribió: “Cervantes, que en vida fue menospreciado y tenido por menos, es nuestro más alto novelista”.

Esa adhesión no fue un mero peaje al Parnaso. El cervantismo de Bolaño lo hallamos confirmado en sus novelas mayores. Los detectives salvajes y 2666 son obras tan episódicas como el Quijote. En ambas conocemos una sucesión de aventuras que se justifican en sí mismas, sin que avance un argumento o trama progresiva. Además, tal como en el libro de Cervantes, en los de Bolaño también encontramos novelitas intercaladas e historias muy ajenas a la acción principal. La obra del manco de Lepanto y éstas del hepático de Blanes (Blanes es el pueblo donde en sus últimos años vivió y murió del hígado, Bolaño) son novelas “en mosaico”, construidas con fragmentos de los que siempre faltan muchos.

Como en el Quijote las aventuras de los personajes bolañescos transcurren con autonomía. Sólo las hilvana una meta o ideal: la búsqueda de una escritora o escritor desaparecido, Cesárea Tinajero o Benno von Arcimboldi. Para realizar esa búsqueda los personajes de Bolaño hacen “salidas” similares a las de Don Quijote. Viajes urbanos, cercanos pero profundos, o largas travesías por países y desiertos lejanos. Tantos viajes conllevan la aparición de innumerables personajes secundarios y la ramificación de historias independientes. Esto incide en que tales salidas terminen con resultados casi siempre inútiles, absurdos o desastrosos. Los detectives-poetas-quijotes de Bolaño nunca encuentran al escritor desaparecido, probablemente porque él o ella es sólo la personificación de un sueño: el de unir poesía y vida. O, mejor aún, el sueño de encarnar la poesía en la vida.

Algo no muy diferente le ocurre a Don Quijote. Su ideal de restaurar la caballería andante —o de devolver la poesía al mundo— se aleja cada vez que intenta realizarlo. Esa distancia viaja con él personificada en su escudero, el buen Sancho que se esmera en desmentir las maravillas que ve su amo, desnudando a los molinos de sus apariencias de gigantes.

Pero es en Sancho, precisamente, donde se rompe este paralelo entre el manco de Lepanto y el hepático de Blanes. En el elenco de Bolaño hay pocos, poquísimos sanchos que con su sensatez compensen la locura poética de sus jóvenes detectives-quijotes.

Los personajes bolañescos son en su mayoría escritores. Autores realizados o frustrados pero obsesionados con la literatura. Mientras que en Cervantes ese lector enloquecido que es Don Quijote recibe los constantes avisos de un Sancho analfabeto —pero sabio— que a cada paso lo llama a levantar los ojos de sus libros para fijarlos en el mundo real. Esa dualidad Don Quijote lector-Sancho analfabeto amplía el universo de Cervantes. Su héroe no se limita a buscar un ideal literario. Su experiencia se concreta en el duro aprendizaje de una realidad más grande que los libros. Alonso Quijano, que no siempre estuvo loco, sabe bastante de esa realidad; pero en esta enseñanza el gran maestro es Sancho. En tanto que los héroes poetas de Bolaño no tienen —ni desean tener— quien les enseñe un camino que los llevaría fuera de la literatura.

Por esa carencia de Sancho la obra bolañesca sólo se asemeja al Quijote, sin llegar a equipararse con ella. En el chileno también falta que uno o dos de sus personajes principales se vuelvan “tipos”, caracteres cuya personalidad evoquemos fácilmente al recordarlos o al encontrarnos con personas reales semejantes. En las obras mayores de Bolaño los personajes principales no se constituyen en arquetipos, como lo son Don Quijote y Sancho.

Con todo, pese a esa falta de sanchos y otras diferencias, sigue siendo cierto que el hepático de Blanes fue un distante pero aprovechado discípulo del manco de Lepanto. Una de las influencias más patentes y potentes de Cervantes en la narrativa contemporánea se halla en la obra de Roberto Bolaño. Y a su turno, a través de Bolaño, esa influencia cervantina se proyecta sobre buena parte de la narrativa joven en español.

Muchos que hoy sólo leen a Bolaño no saben que leen a Bolantes.