jueves, 5 de julio de 2007

La figura del poeta ausente en Estrella distante

Carlos Almonte













En Estrella distante, Bolaño describe la figura ausente de un poeta (o de la poesía, a secas), que en este caso toma corporeidad en una extraña mezcla de fascismo (un tópico recurrente en Bolaño), violencia y frialdad. Wieder (que según la época, el contexto, el tiempo o la conjugación, significa: otra vez, de nuevo, nuevamente, por segunda vez, de vuelta, una y otra vez, la próxima vez, contra, frente a, para con), es un poeta ligado a la dictadura chilena; una figura inquietante (casi tanto como Tinajero o Raiter, aunque con menos desarrollo), tenebrosa y sanguinaria, que no duda en torturar y/o asesinar, incluso a sus amistades, en pilotear un pequeño avión en las peores condiciones para estampar sus poemas en el cielo (un evidente tufillo a Raúl Zurita se adivina acá), en exponer, con detalles, el horror ante las mismas fauces de sus causantes militares, o en desaparecer del mundo para siempre (como ocurre también con Tinajero y Raiter).

Wieder se transforma en una figura mítica no porque lo busque; su actuar apunta en dirección contraria, hacia la insensibilidad, hacia la desaparición. Más bien son sus compañeros de taller literario (los mismos que lo odiaron por su éxito con las mujeres o por su singular talento, arrojo y valentía), los encargados de elevar sus dotes hasta llegar a convertirlo en personaje.

Tal vez Bibiano, amigo ya lejano del sujeto narrador (alter ego innegable de Bolaño), es el que desenmascara una de las claves más interesantes en la narrativa del autor chileno, cual es la figura del poeta (o narrador, en el caso de Raiter) al que es necesario buscar, ya que se ha escondido o alejado entre las montañas, el desierto o un balneario en época no estival. Bibiano le dedica un capítulo entero a Carlos Wieder, en su texto El nuevo retorno de los brujos, y su amigo, el narrador-Bolaño, avecindado ya en España, comenta así la escritura de Bibiano: “intenta no parpadear para que su personaje (el pìloto Carlos Wieder, el autodidacta Ruiz-Tagle) no se le pierda en la línea del horizonte, pero nadie, y menos en literatura, es capaz de no parpadear durante un tiempo prolongado, y Wieder siempre se pierde”.

Wieder ha desaparecido. Luego de sus piruetas en el aire, de su poesía fragmentada, de las muertes provocadas y del fiero enrostre que realiza ante sus superiores jerárquicos, desaparece. Es buscado en Chile y en el extranjero. Su pista aparece, débilmente, en Italia, Alemania o Sudáfrica. Muchos lo buscan, pero nadie lo encuentra. Tiene seguidores y detractores. Sin embargo, al cabo de un tiempo, la mayoría termina olvidándolo. El creador poético (aunque acá propulsor sería más adecuado) se ha esfumado para siempre. Algunos llegan a la conclusión de que ha muerto y, latidos más o latidos menos, son éstos los que tienen la razón. El narrador-Bolaño demuestra su obsesión y, a partir de un trabajo por encargo, busca a Wieder (sus huellas, sus señales) en revistas de literatura de toda Europa y de las tendencias más variadas: satanismo, nacionalsocialismo, fascismo y literatura de vanguardia, entre otras. Hasta que encuentra una pista, un pequeño destello que indica el estilo (apenas inconfundible) del poeta-fascista chileno Carlos Wieder.

La escena del balneario revela un profundo dramatismo. El peso de la carga histórica presente aquella tarde, en aquel café de la costa mediterránea, podría hundir un barco. El pueblo casi deshabitado. Algunos pescadores en el mar. Los reflejos en el vidrio. La obra completa de Bruno Schulz sobre la mesa (no olvidar, como referencia, el asesinato que pone fin a la vida del escritor polaco Bruno Schulz en 1942, así como su novela desaparecida supuestamente en manos de la KGB). La llegada de Wieder, el poeta fascista. La extraña pareja que camina por el balneario al atardecer. Un ajuste de cuentas (incluso con la historia de Chile). La separación. La despedida. El silencio.

Wieder traicionó a los integrantes del taller, a sus compañeros de armas, e incluso a sus amigas, las hermanas Garmendia, a quienes las embauca con sonrisas y encantos sociales. Por otra parte, el sujeto-narrador acepta rastrear a Wieder a cambio de dinero y jamás, sino hasta muy al final, siente remordimiento de la entrega de su ex compañero de letras. El narrador encuentra a Wieder, viaja hasta el pueblo, lo reconoce visualmente, y le confirma al policía su identidad. Su participación es terrible y efectiva, y su categoría es única e incontrarrestable: él es quien entrega a Wieder, configurando la doble traición. Wieder en su calidad de colaborador-desertor a la dictadura; el sujeto-narrador en su calidad de justiciero. Los soportes valóricos y éticos, que sustentan una u otra acción, son discutibles y relativos. Tal vez Bolaño haya querido expresar el supremo estado de delirio, presión, asco y podredumbre existencial al que nos conduce el habitar bajo un estado opresor. Y lo consigue.

“Carlitos Wieder veía el mundo como desde un volcán, señor, los veía a todos ustedes y se veía a sí mismo como desde muy lejos, y todos, disculpe la franqueza, le parecíamos unos bichos miserables”. Y en estas palabras, de un compañero de Wieder en la Fuerza Aérea, que reflejan su profunda inhumanidad, nos reflejamos finalmente todos, dictadores y vencidos, policías y escritores, locos y presidiarios. Nadie escapa al horror cuando es poder de Estado, parece ser la conclusión. Y sólo es posible la justicia a medias, en un acto demencial y traicionero por esencia, que enferma y revela el lado más perverso, incluso de quienes parecieron mantenerse a salvo, a flote, limpios.