Colombia
Marzo, 2007
A pesar del boom comercial de las últimas décadas, la literatura latinoamericana está aún lejos de alcanzar pleno desarrollo y madurez y, muy seguramente, ya no los alcanzará nunca porque la globalización está acabando con las fronteras y con las identidades culturales que crecían al resguardo de esas mismas fronteras. Pero si hay un libro donde se puede decir que la literatura latinoamericana ha alcanzado la adultez y se ha integrado por completo a la historia de la literatura universal, ese libro se llama Los detectives salvajes. Como toda obra maestra, Los detectives salvajes es heredera y al mismo tiempo se aleja de la tradición que la precede; en el libro se da por superada la obsesión de la literatura anterior por fundar el imaginario mítico del continente y se entra en un territorio plenamente humano donde el tema central es la soledad, o sea, la incapacidad de amar y el exilio tanto interior como exterior que está soledad genera.
Escrita también sin el afán de producir vanguardias estéticas, la novela recrea los viajes y las peripecias de dos poetas sin rumbo y, más que narrar una época, cuenta cómo los personajes intentan evadir los tiempos que les tocó vivir. Ha pasado la efervescencia de las revoluciones y no queda más que darse por vencido, acomodarse o irse al exilio. Los personajes de la novela, románticos incorregibles, intentan el exilio para terminar dándose cuenta de que lo único que han conseguido con tanta huida es acomodarse. Armado mediante una infinidad de primeras personas y también mediante innumerables escenarios, historias y personajes, el libro recrea unos seres perdidos en la geografía del planeta, perdidos en sus ilusiones insatisfechas y, sobre todo, perdidos en un mundo donde ya no hay certezas y donde ya sólo se puede vivir de recuerdos falseados y de ilusiones siempre a punto de desaparecer.
Sin embargo, a pesar de ese halo desencantado y triste, no hay libro más vital y divertido que Los detectives salvajes. Cada una de sus páginas rebosa un humor negro y una ansiedad por vivir que hacen imposible alejarse de la lectura. Tal vez, porque perdida la utopía, sólo quedan los pequeños detalles, los diálogos entrecortados, las miradas perdidas en busca de un abrazo o los polvos echados más por consuelo que por amor. Las peripecias de los personajes, muy lejos ya de la realidad mágica de Carpentier y García Márquez o de la angustia histórica o social de Vargas Llosa, son adictivas y si algo espera el lector es que esos centenares de personajes sigan hablando, sigan contándole historias: historias íntimas así sucedan en la calle, historias donde cada uno es dueño de su propia desgracia y aun así sigue buscando un poco de compañía en los otros.
Leer Los detectives salvajes es esencial porque más que mostrar el fracaso económico, político y social de América Latina, sirve para ver las consecuencias humanas de este resonante fracaso. Los detectives es un libro absoluto y desgarrador, un libro escrito contra la mediocridad no sólo del continente, sino contra la mediocridad de sus escritores; una novela llena de poesía y talento que aunque nos enfrenta a nuestros vicios, consigue darnos aliento y alegría para seguir soñando. Con Los detectives salvajes, Roberto Bolaño dejó atrás las palabras demagógicas con las que se suele escribir la mayoría de literatura en estas tierras y puso sobre la mesa un lenguaje menos pretencioso, pero más vital y cotidiano. Nos enseñó que a pesar del servilismo y la propensión a la traición que ha sido y sigue siendo la peor epidemia padecida en la América hispana, hay siempre un pequeño reducto de rebeldía por el que se pueden colar las historias y los personajes con los que necesitamos tropezar a diario para mantener vivos un poco de amor, un poco de fe y un poco de esperanza.