por Vicente Lastra
La aparición de Roberto Bolaño (1953-2003) en la literatura en lengua castellana, divide en un antes y un después, la forma de escribir novelas en Hispanoamérica. Esto puede sonar exagerado a los oídos de entendimientos poco habituados a escuchar sentencias, pero es una verdad de proporciones desmesuradas. Desde la publicación de La literatura nazi en América (1996), hasta la edición de la monumental 2666 el año pasado, y entremedio Los detectives salvajes (1998) y Estrella distante (1996), nuevas e inexploradas perspectivas se abrieron para los creadores en español. Tal y como sucedió después de concluida la obra de los argentinos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar y Leopoldo Marechal, y el peruano Mario Vargas Llosa, entre otros.
El libro que comentamos en estas líneas –de aparición póstuma- abarca una serie de artículos, ensayos y discursos, escritos por Bolaño entre los años 1998 y el final de su muerte. Reunidos y presentados por su amigo, el crítico español Ignacio Echevarría, quien, afirma, “es lo que más se acerca, entre todo cuanto escribió, a una especie de autobiografía fragmentada, una cartografía personal”. De ahí su importancia para acercarnos y lograr entender en parte sus creaciones.
De esta manera, da inicio el volumen un breve “Autorretrato”; de tintes humorísticos e ingeniosos, aquí van unas letras: “Nací en 1953, el año en que murió Stalin y Dylan Thomas. En mi vida he vivido en tres países: Chile, México y España. He ejercido casi todos los oficios del mundo, salvo los tres o cuatro que alguien con cierto decoro se negará siempre a ejercer. Mi mujer se llama Carolina López y mi hijo Lautaro Bolaño. Ambos son catalanes. En Cataluña, también aprendí el difícil arte de la tolerancia. Soy mucho más feliz leyendo que escribiendo”. Posteriormente, le siguen “Tres discursos insufribles”, donde destaca el pronunciado a raíz de haber obtenido el Premio Rómulo Gallegos por su novela Los detectives salvajes, en Caracas, Venezuela. Se titula Discurso de Caracas. Clave resulta otro llamado Literatura y exilio.
A continuación, nos encontramos con “Fragmentos de un regreso al país natal”. Textos escritos por Bolaño tras volver a Chile después de veinticinco años de ausencia. Quizás los mayores para observar la relación del escritor con su país natal y de grandes enseñanzas para los jóvenes escritores. Dejemos, que se refiera, por ejemplo, a La literatura chilena, opinión contenida en la narración que otorga su nombre a esta sección: “Esto es lo que aprendí de la literatura chilena. Nada pidas que nada se te dará. No te enfermes que nadie te ayudará. No pidas entrar en ninguna antología que tu nombre siempre se ocultará. No luches que siempre serás vencido. No le des la espalda al poder porque el poder lo es todo. No escatimes halagos a los imbéciles, a los dogmáticos, a los mediocres, si no quieres vivir una temporada en el infierno. La vida sigue, aquí, más o menos igual”. En esta misma estirpe hallamos el ensayo El pasillo sin salida aparente. Su lectura es recomendable para vislumbrar el cinismo y cobardía de los funcionarios(as) de la literatura, esos que son agregados(as) culturales -a veces embajadores en Alemania- y tienen de novios a ministros de estado, retirados o en ejercicio.
Concluye “Fragmentos de un regreso al país natal” con Sobre la literatura, el Premio Nacional de Literatura y los raros consuelos del oficio. Publicado como crónica suelta en un diario santiaguino, el día 27 de agosto de 2002. Ahí dispara, “la literatura chilena no sé con qué tiene que ver. Tampoco, francamente, me interesa. Eso lo tendrán que dilucidar los poetas, los narradores, los dramaturgos, los críticos literarios que trabajan a la intemperie, en la oscuridad; ellos, los que ahora no son nada o son poca cosa al lado de los pavos hinchados, se enfrentarán al reto de hacer de esa posible literatura chilena algo más decente, más radical, más libre de componendas”. Recordemos que ese año el Premio Nacional lo obtuvo el cortesano del poder por excelencia del siglo veinte chileno junto a Pablo Neruda: Volodia Teitelboim.
La tercera parte de este libro, es el apartado que bautiza el total del conjunto, “Entre paréntesis”. Columnas aparecidas en el catalán Diari de Girona y el chileno Las Últimas Noticias. Consideraremos, en esta ocasión, “Unas pocas palabras para Enrique Lihn”. Allí, Bolaño dedica estos juicios al autor de Diario de muerte: “Fue, sin duda, el mejor poeta de su generación, la llamada generación del cincuenta, y uno de los tres o cuatro mejores poetas latinoamericanos nacidos entre 1925 y 1935”. “En el ejercicio de la poesía, a la que siempre fue fiel, sólo hay un poeta en lengua española que se le pueda comparar, Jaime Gil de Biedma. En el ejercicio del ensayo, de la reseña, del manifiesto e incluso del libelo, no hubo en Chile escritor más certero ni más libre”. “De hecho, hay dos prosistas en la generación el cincuenta que están por descubrir: Lihn y Giaconi”. El cuarto apartado recibe el nombre de “Escenarios”; distintas proclamas y breves ideas redactadas por Bolaño en inauguraciones de eventos o para suplementos de viaje.
Le sigue “El bibliotecario valiente”, en su mayoría prólogos para títulos de una amplia y variada gama de autores. Reseñamos Las palabras y los gestos, artículo escrito dos días después de la muerte de Camilo José Cela, en manifiesta oposición a las numerosas necrológicas que glosaban su figura en términos muy admirativos; El último libro de Enrique Vila-Matas y Bomarzo, buen prólogo a la notable novela de Manuel Mujica Lainez. Rápidamente, nos enfrentamos a “Un narrador en la intimidad”, revelador tríptico que nos informa sobre sus gustos y las lecturas que han influenciado en sus ficciones, además de entregar prácticos consejos a la hora de enfrentarse a la tarea de escribir. En Consejos sobre el arte de escribir cuentos, una vez más, da rienda suelta a su inteligencia y singularísimo sentido del humor: “Hay que leer a Horacio Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo y a Monterroso. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y Umbral”. “Lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado el siglo”.
Y finaliza el volumen, una entrevista realizada al autor de Los detectives salvajes por Mónica Maristain: “Estrella Distante”.
Preñado de pasión, arrebatos, sentencias y conclusiones tajantes, Entre paréntesis es un libro de culto. Rebosante de sabiduría y de lecturas; para tenerlo ubicable y consultarlo siempre. Leerlo permite acercarnos, en la medida de lo posible –riendo y gozando-, al mayor narrador chileno de la historia. Lo decimos con todas nuestras fuerzas, y que no queden dudas.