Octubre, 2001
La medida de la grandeza de un escritor está, entre otras cosas, en los estímulos que invitan a reflexionar sobre la obra literaria. Y los estímulos que encontramos en la escritura de Roberto Bolaño son múltiples. En primer lugar, la presencia del autor en su obra. Hay escritores con una coherente visión de la sociedad, con exigencias éticas, a veces obsesivas, que se proyectan y objetivan en la narración. Cada novela puede ser distinta aunque su "mensaje" sea parecido. Es el caso, por ejemplo, de Antonio Muñoz Molina. En otros escritores, la presencia del autor es determinante: incluso cuando aparece como personaje, lo que importa es su propia biografía. Tras el personaje se esconde, si es que llega a esconderse, la persona. Este es el caso, cada vez más acentuado, de Juan Goytisolo o, de manera casi descontrolada, de Miguel Sánchez Ostiz.
En otros escritores hay una simbiosis entre ficción y autobiografía, persona y personaje se confunden en un guiño de complicidad y, partiendo de una realidad marcadamente autobiográfica, crean un mundo ficticio que parece integrarse en dicha realidad, como ocurre en Javier Marías, o dan a la realidad una calidad irreal, fantasmagórica, como ocurre en Enrique Vila-Matas o en Bolaño. Puede ocurrir también que el elemento autobiográfico sea sólo aparente y que el personaje real que creemos vislumbrar forme parte del espejismo para acentuar la dimensión irreal, puesto que la misma realidad autobiográfica es ficticia, como ocurre en la narrativa de Juan Villoro.
Esto nos lleva a un nuevo punto. Si el concepto de generación es una falacia que permite a los académicos montar el tablero sobre el que jugar su torpe o tramposa partida de ajedrez, sí es cierto que hay lo que se podría llamar una contemporaneidad. Las mejores propuestas artísticas no se agotan, porque la calidad no se agota nunca, pero sí agotan sus posibilidades de seguir desarrollándose. Cada nueva oleada de contemporaneidad remueve y reestructura nuestra visión del arte. Esto es lo que ha ocurrido con los escritores que tras el auge del realismo social, del experimentalismo y del realismo mágico han partido de la realidad circundante vivida por ellos y a través de un recorrido interior y exterior nos han llevado más allá del horizonte, allí donde la realidad se confunde con el sueño, la vida con la muerte, lo cotidiano con lo excepcional, lo familiar con lo extraño. Y es aquí donde podemos encontrar la nueva contemporaneidad que une a escritores como Javier Marías, Juan Villoro, Enrique Vila-Matas y Roberto Bolaño.
Estos escritores han cultivado tanto el cuento como la novela. Es más: en sus novelas hay un tratamiento parecido al del relato. El caso más obvio es el de Roberto Bolaño. Como ya ocurrió en Cortázar con Rayuela, su libro más celebrado ha sido Los detectives salvajes, una novela esencialmente fragmentaria en el sentido de que lo que nos va cautivando son las distintas escenas que en su sucesión contribuyen a acentuar la estrecha relación entre la crónica, la autobiografía y el absurdo para crear una sensación de extrañeza que nos permite ver la realidad, y la escritura, como una aventura.
Lo cual nos lleva a una última reflexión: la escritura de Bolaño es esencialmente pesimista. Hay referencias a la infancia, pero es siempre una infancia tan lejana que parece haberse borrado en el pasado. No cabe ni siquiera el placer de la morbosa nostalgia. El pasado inmediato está marcado por la cruel realidad política chilena, la fidelidad a la memoria de Allende y el desencanto ante la izquierda latinoamericana: queda el vacío y la condición de exiliado, un exilio que se convierte también en exilio interior. Por eso la relación con el padre no responde al típico sentimiento de unidad familiar, hay más encuentros que amistad, los encuentros con las mujeres son siempre misteriosos pero no dejan más huella que la de una relación carnal y las personas admiradas han muerto e incluso esa admiración está empañada por la conciencia de que también los grandes hombres están hechos de la misma sustancia que la de los personajes humildes que pueblan sus novelas y sus relatos.
Sin embargo, precisamente porque todo encierra un misterio y a la vez todo es precario, los encuentros fortuitos están cargados de una especial intensidad y los recorridos y las sorpresas que en ellos encontramos están cargados de una especial vitalidad y de un profundo humor. Humor profundo porque en estos personajes de un extraño sentimentalismo y de un extraño instinto moral no hay frivolidad. De la misma forma que no hay frivolidad en una prosa sin concesiones retóricas.
Todo esto y mucho más hallamos en Putas asesinas, donde de nuevo nos encontramos con perdedores que lloran y sufren pero no piden compasión, seres del mundo cotidiano a los cuales la vida ha convertido en excepcionales no por sus grandes hechos sino porque les ha tocado vivir en situaciones excepcionales que asumen como parte de la condición humana. No hay resignación rulfiana sino aceptación.
De la misma manera que no hay linealidad en Los detectives salvajes, en la mayoría de los cuentos de Putas asesinas una situación nos lleva a otra, para crear una multiplicidad de relatos dentro del relato. Situaciones que surgen de la imaginación del narrador y de su capacidad para ir dando nuevas vueltas de tuerca. Abundan las referencias políticas que marcan la vida del narrador, su visión del mundo y la de los personajes. Abundan asimismo los relatos marcados por la sexualidad, como "El Ojo Silva", "Vagabundo en Francia y Bélgica" o "Prefiguración de Lalo Cura". Los relatos con extraños encuentros, como los espléndidos "Gómez Palacio", "Días de 1978", "Últimos atardeceres en la tierra" o "Dentista". El mayor encanto de los relatos literarios (los mencionados "Últimos atardeceres en la tierra" y "Vagabundo en Francia y Bélgica", así como "Fotos", "Carnet de baile" y "Encuentro con Enrique Lihn") es la capacidad de rendir homenaje a autores cercanos al escritor y al mismo tiempo mostrar su densidad humana y su calidad de personajes ficticios en lo que la vida tiene de absurda e irreal. Una irrealidad que nos permite penetrar en el territorio de los sueños y en el de la muerte.
No hay morbosidad retórica en la desolación de estos cuentos, ni exquisitez literaria en sus referencias a la literatura, ni voluntad de sorprender en las sorprendentes situaciones que viven sus personajes, ni humor gratuito en las divertidas peripecias, ni lirismo en la intensidad poética de las emociones y de la geografía. Y esta realidad desconcertante y desoladora se apoya en una imaginación que le permite todo tipo de sorpresas y desplazamientos para apuntar siempre a lo verdadero, al arte limpio de todo artificio.