Proa, 20.07.2003
En las últimas semanas, la pluma del recién fallecido escritor Roberto Bolaño, ha dado bastante que hablar. A pesar de que hasta antes de su muerte, poco se hablaba en Chile de él y de sus obras en los términos que se habla hoy. Tenemos que admitir que es un lugar común en nuestro país hablar bien de los muertos, aunque sus declaraciones en vida hayan estado lejos de la santidad. Bolaño se caracterizó por emitir mensajes descalificadores dirigidos al noventa por ciento de los escritores chilenos. No dejó títere con cabeza. Anteponiendo siempre su literatura por sobre la de sus pares, sin esperar a que el tiempo -viejo aliado de la estética para valorar las obras artísticas- hiciera su obra. Sin embargo, tenemos que admitir que sólo escritores transgresores como Bolaño, son los que consiguen remover y sacudir los parásitos que abundan en la literatura y en el campo intelectual, usurpando, las más de la veces, el lugar de otros, al estilo de los senadores vitalicios de nuestra... democracia. Bolaño, y ahora tras su muerte repentina resulta comprensible, no tenía tiempo para sentarse a esperar, se las ingenió sin más para ocupar el sitial que le correspondía dentro de la literatura, no digamos chilena -pues sería muy poco decir- sino en el marco de la literatura universal. El legado de su obra nos dirá mañana cuán cerca o lejos andaba en sus juicios. Por lo pronto, sólo nos resta comentar sus obras, con la mirada miope, por cierto, de la inmediatez temporal.
Conocí la literatura de Roberto Bolaño en la biblioteca pública de la Municipalidad de Providencia. En ese entonces, en los anaqueles sólo existían dos de sus novelas: La pista de hielo (1993) y Estrella Distante (1996), es posible que a la fecha se encuentre su obra completa. Recuerdo que leí ambas novelas con voracidad. Su estilo desenfadado invitaba a la lectura veloz y a querer seguir leyendo más, a pesar de haber alcanzado ya la última página. Narrador incansable, capaz de seducir al lector mediante el artificio de una buena anécdota, contada con lujos y detalles, como los viejos trovadores de la edad media, pero envueltas bajo el velo de una ironía nueva en nuestros círculos.
En La pista de hielo, funcionan tres narradores protagonistas. Gaspar Heredia, Remo Morán y Enric Rosquelles que nos cuentan cada uno su propia historia y que juntas van cercando una historia común. Gaspar Heredia, el chileno y vigilante del camping Stella Maris, donde veranean personas provenientes de todos los rincones de Europa, y de donde se desprenderá el personaje que tomará prestado después Javier Cercas para su novela Soldados de Salamina, con un éxito de ventas impresionante para el escritor español. La pista de hielo se caracteriza por el tipo de narrador protagonista, tomado del thriller o de la novela negra que se impone en la novela europea de los últimos tiempos, y, por una estructura formal, ajustada al canon de la novela tradicional, rasgo que irán perdiendo en adelante las novelas de Bolaño, acercándose a lo que ayer llamábamos novela experimental. Se trasluce también en La pista de hielo la vida errática que sabemos que ha llevado hasta entonces el escritor, pasando de oficio en oficio durante sus primeros años en Europa.
Estrella distante, me parece una novela de mayor peso desde el punto de vista del desarrollo de la ironía en sordina, como estrategia fundamental de este escritor. No así la estructura de la novela, donde se aprecian ciertos quiebres que debilitan la tensión propia del género, pero que pone en evidencia tal vez su interés por quebrar dicha unidad establecida hasta hoy. La mordacidad del autor se palpa muy madura para enhebrar un relato que comienza en Chile, poco antes del Golpe, y termina en Europa. Destaca en ella el poder de conexión de historias que se van desgajando y ligando en torno a un tal Carlos Wieder (Alberto Ruiz-Tagle primero), chileno descendiente de alemanes, quien fuera tallerista también, como el propio narrador personaje, de un taller literario de la Universidad de Concepción. La novela da cuenta en parte, de las atrocidades cometidas por la dictadura militar, pero mediante el uso de una retórica distanciada y ambigua, desde una perspectiva que insinúa más que proyecta o focaliza de manera directa la realidad, consiguiendo un efecto inigualable para mostrar la demencia y ferocidad de los torturadores. Bolaño, sin el encono a flor de piel que caracteriza y traiciona a los escritores chilenos frente al tema, en Estrella Distante nos entrega la visión que caracteriza a un novelista por sobre la del historiador.
La Literatura Nazi en América (1996), confieso que es un libro que no me entusiasmó, a pesar que fue uno de los que compré motivados por la lectura de los dos anteriores, la encontré sino una copia de Historia Universal de la Infamia de Borges, algo bastante parecido, pero de menor calidad. La comicidad intelectual a la que invitan las historias, no tocan las fibras intelectuales aludidas y suenan como notas falsas, postizas. Un libro bastante pretencioso en su género.
Amuleto (1999). Esta novela de Bolaño si bien repite el narrador en primera persona usado en las anteriores, aunque ahora encarnado en una voz femenina, presenta una estructura diferente. Los acontecimientos no caminan hacia un clímax como en la novela tradicional y más bien giran en torno a sí mismos, llevados por un lenguaje dubitativo y complaciente por parte de Auxilio Lacoutore, la protagonista narradora, de origen uruguayo, radicada en México a partir de 1965 y encerrada en el baño de la universidad tomada por los militares desde donde cuenta su historia. Su voz da cuenta de un hecho singular, y nos pone al corriente del alter ego del escritor nominado como Arturo Belano. La novela informa acerca de un sinnúmero de autores, ya chilenos como mexicanos y también europeos, que no aportan al interés novelístico, sino más bien dan cuenta del universo intelectual de la época referida, haciendo un homenaje a esa generación que se sacrificó en pro de la revolución. La ironía continúa siendo en Amuleto el arma fundamental de trabajo del escritor, una ironía cada vez más desatada, pero hábilmente disfrazada.
Nocturno de Chile (2000) Es un relato que nadie, sin la bilis y la ironía de Bolaño, se habría tentado a escribir. Las referencias directas a ciertos personajes del ambiente literario nacional, resultan un aporte interesante para la literatura chilena, siempre sesgado por la censura secular de cierto sector todopoderoso del medio. El narrador, otra vez en primera persona singular, focalizado ahora en la persona de Sebastián Urrutia Lacroix, sacerdote y crítico literario de un diario chileno, nos cuenta sus primeros pasos hasta convertirse en crítico literario, ayudado por Farewell, quien a su vez representa al crítico literario de mayor prestigio en Chile hasta entonces. El sacerdote Lacroix nos cuenta como Farewell lo pone en contacto con los señores Odeim y Oído (que interpretamos DINA), para llevar a cabo ciertas misiones encomendadas expresamente por estos señores, como la de hacerle clases de marxismo a la plana mayor de la Junta Militar, incluido el Capitán General, etc. También nos pone al corriente de ciertas tertulias literarias a las que asiste en la casa de la escritora María Canales y su espeso Jimmy Thompson. La presencia constante de un joven anciano merodeando la conciencia del personaje principal. En fin. Todas historias que nos remiten a una realidad concreta por todos los chilenos conocida.
La estructura narrativa se parece en mucho a la de Amuleto y confirma el estilo definitivo tomado por el escritor, donde la ironía en sordina es protagonista de sus obras. Nocturno de Chile es una alegoría perfecta de la realidad literaria chilena, donde se mueven como fantasmas los intereses de la clase dominante.
En fin. Hasta aquí una primera aproximación a la obra de Roberto Bolaño. Quedan pendientes Los detectives salvajes y Putas Asesinas. Por lo pronto cabe destacar su precisión y suspicacia para contar cualquier cosa, desde una perspectiva cargada de ironía, pero hábilmente solapada, sin caer en la tentación de convertir a sus personajes en caricaturas, como lo venían haciendo los escritores de la llamada Generación del 50, sino conservando hasta último momento su condición de personajes literarios, y dejando el trabajo de la caricatura para la propia imaginación del lector. Aunque, Bolaño no trepida en nombrar las cosas por su nombre, sin los retruécanos rebuscados que caracterizan la novelística de la llamada Nueva Narrativa Chilena, llevándola las más de las veces a la nada. Bolaño, en cambio, va directo al hueso, configurando un universo narrativo cargado de voces comprometedoras que aluden a una realidad conocida, especialmente a un Chile bajo la Dictadura. Sus personajes literarios, absolutamente, aman lo mismo que odian, sin dobleces ni culpas de ninguna especie. No cabe la menor duda que fue un escritor sin temor a emitir opiniones personales en sus relatos, untando su pluma con sangre, pero sin salirse por un solo instante del plano literario, respetando y separando así la realidad de la ficción. Su literatura resulta de esta manera en una constante provocación, y allí radica su originalidad y su aporte a las Letras chilenas.