jueves, 14 de agosto de 2008

Intimidad

por Álvaro Bisama
El Mercurio, Blogs. 22.06.2008














Tal vez los mejores momentos que emanan de “Bolaño Cercano”, el documental de Eric Haasnoot (que viene como bonus o rosebud de Bolaño salvaje, la compilatoria de ensayos sobre el chileno de Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón), son tan opacos como secretos. Nada estalla ahí. No hay confesiones abrasadoras ni secretos de familia ocultos; pero, a pesar de eso, el espectador termina pensando en Roberto Bolaño en términos de un crimen de cuarto cerrado, un enigma elegante, un misterio tan grande como el mundo. Mi momento preferido de la cinta: cuando Carolina López, su ex mujer, muestra las libretas que Bolaño utilizaba. Ahí se ve cómo su letra cambiaba mientras modificaba y tarjaba lo escrito. Aparecía ahí una imagen inquietante que no alcanzaba a resolverse nunca en pantalla y radicaba en el hecho de que esas correcciones se habían vuelto palimpsestos o enigmas. No en vano, aquellas imágenes de esos cuadernos tarjados lucían inquietantes al modo de pistas que hablaban tanto del control obseso del autor con su obra como de un acto físico tan doloroso como alegre: el de corregirse, intentando comprender y aprender del pasado. Porque el documental remite a una de las principales contradicciones del autor: la de cómo un héroe romántico se sostiene —más allá de cualquier autodestrucción, de cualquier mitología de la enfermedad— también por la concentración y rigor, por el método, por el conocimiento desquiciado de los valores de la biblioteca como herramienta. Lector de Borges, Bolaño restableció los libros como una vía revolucionaria o peligrosa, pero también sugirió que ese hecho no era azaroso ni espontáneo, sino que correspondía a un plan esbozado de antemano, que él identificó con una peculiar forma de destino o de solitaria vanguardia. “Bolaño cercano” da los indicios de ese plan y, de manera melancólica y forense, intenta explicar a Bolaño como un vidente de sí mismo, como el hombre que reelabora una y otra vez sus propias anotaciones y en ese juego de tachaduras, hace aparecer la literatura. De este modo, Bolaño no aparece demasiado en el documental (brillan ahí los fragmentos de una entrevista de “La belleza del pensar” sobre la destrucción de la novela como género), de la misma forma que en su literatura lo esencial siempre está oculto o es espectral: no conoceremos jamás las voces de Belano y Lima en Los detectives salvajes, a no ser que estén mediadas por los otros, los testigos, las víctimas, los amigos, los deudos. Lo mismo que en “Bolaño cercano”, donde queda aquella sensación de contemplar una imposibilidad, una carretera que se oscurece lentamente. Así, más allá de las confesiones de los amigos (Vila-Matas, García Porta, Fresán, Villoro) lo que más conmueve o inquieta son los paseos por una intimidad hecha de materiales que quedaron abandonados. En ellos está el misterio que ahora es Bolaño, aquel abandono anticipado, esa imposibilidad de resolver jamás el secreto de su literatura. Están ahí —acumulados en la pantalla— los libros de Lihn, Parra y James Ellroy; los estantes de una biblioteca conservada como un mausoleo; las imágenes de un balneario vacío; los archivos ordenados en estantes que intentan aglutinar el pasado previendo quizás qué catástrofe; el dedo de Carolina López abriendo y cerrando cuadernos, sorprendida por la sensación de contemplar un plan tan extraño como maniático; la mirada de Lautaro Bolaño, el hijo, sonriéndole de modo transparente a la cámara; las fotos de juventud de una vanguardia literaria secreta donde todos miran inocentes a la cámara en la mitad de la fiesta o saltan en el aire o lucen como turistas imposibles de su propio pasado: una película de ciencia ficción filmada en un blanco y negro que apenas se entiende, que se deshace en el vacío.