jueves, 7 de agosto de 2008

Una bocanada de frescura

por Matías Rivas
Página/12. 08.04.2007











La instalación definitiva de la figura y de la obra de Roberto Bolaño en la literatura chilena aconteció en el año 1998, con la publicación de Los detectives salvajes. Fue, por supuesto, el mismo año en que Bolaño se hizo conocido y respetado en la literatura en español por su prosa vertiginosa, elocuente y única. Ganó el Premio Rómulo Gallegos y se despachó un discurso impresionante por su franqueza y sutileza para referirse a sus comienzos como escritor y a su generación política.

La instalación en Chile de Bolaño vino, además, acompañada de cierto escándalo: Bolaño escribió un artículo, feroz y divertido, donde relataba la intimidad de una cena en la casa de Diamela Eltit. Este artículo fue publicado por la revista Ajo Blanco y causó escozor en el tímido ambiente cultural de los años de la transición democrática. Luego las emprendió contra el fallecido José Donoso, descartando la mayoría de sus novelas sin piedad; al poco tiempo, desestimó a la entonces triunfante “nueva narrativa” chilena compuesta por Arturo Fontaine Talavera, Carlos Franz, Gonzalo Contreras y Jaime Collyer, entre otros.

La actitud combativa de Bolaño hacia los narradores chilenos motivó el odio de una caterva de enemigos literarios insignificantes que hicieron lo posible por minimizar la calidad de su obra. Entre ellos hay que nombrar al crítico literario del diario El Mercurio, José Miguel Ibáñez, alias Ignacio Valente, sujeto que le sirvió de inspiración a Bolaño para el personaje central de Nocturno de Chile, sin duda su libro más polémico, donde ajusta cuentas con la derecha católica que gobernó las letras chilenas en los años de la dictadura.

Pero Bolaño no sólo criticó cuando volvió a Chile. También escribió y habló elogiosamente de dos poetas claves para él: Nicanor Parra y Enrique Lihn. Les dedicó agudos artículos. Y fue el mismo Bolaño quien empujó la publicación de las Obras Completas de Parra en España. La razón para su filiación con estos autores: Parra y Lihn poseen obras contundentes, escritas con ironía, inteligencia y libertad. Las mismas características de las que hace gala Bolaño en sus mejores textos.

Para entender cómo se lee a Bolaño desde Chile hay que pensar en que sus libros pueden ser comprendidos desde la antipoesía de Parra. Así como sus discursos, despiadados y lúcidos, dirigidos al establishment literario local e internacional, pueden compararse a los furiosos ensayos de Lihn redactados en plena dictadura contra los poderes omnipotentes de un Estado asesino. Bolaño, al vincularse con estos escritores, declara a qué parte de la tradición literaria chilena pertenece y a cuál no. Se sitúa cerca de la poesía radical, y lejos de la narrativa. Si se leen atentamente sus cuentos y novelas, es fácil percatarse de que Bolaño es un prosista avezado, que conoce de ritmos, de precisión, de soltura y de adjetivos exactos. Siempre fue un poeta dedicado a la prosa con el mismo rigor que piden los versos.

Bolaño, asimismo, fue para los lectores y escritores que descreían de las novelas locales, una sorpresa. Muchos chilenos sólo leen a Bolaño y se saltan con brutalidad a todos los demás narradores porque se aburren con ellos. Eso significa que los libros de Bolaño marcan un hito en la literatura chilena. Para muchos jóvenes su lectura fue una bocanada de frescura en un ambiente cultural sofocante. La velocidad deslumbrante de su escritura liberó definitivamente a la narrativa chilena de sus ínfulas decimonónicas. El imaginario que Bolaño impuso aún es una patada certera al realismo bruto y al surrealismo trasnochado.

¿Cómo leemos a Bolaño desde Chile? Con fascinación, gratitud y humor. Bolaño tiene la virtud de inspirar a otros escritores. Su descendencia podría ser generosa.