El País. España. 22.03.2009
A Roberto Bolaño no le cambió el éxito. No le llegó a tiempo. Cuando murió, a los 50 años, víctima de una cirrosis hepática, el 15 de julio de 2003, tenía una decena de obras de culto, que le permitían, todo lo más, vivir con holgura de la literatura. Ahora, seis años después de su muerte, su nombre de escritor está en boca de todos. Se reeditan sus libros, se le dedican ensayos y artículos, se adaptan sus novelas para el teatro, se estudian como guiones de posibles filmes. Es el éxito con mayúsculas. Un vendaval que lo ha trastocado todo, aunque a su principal responsable no puede ya afectarle.
Lo que saboreó antes de morir, apreciado por la crítica, consagrado, incluso, como el mejor escritor latinoamericano de su generación, fue una celebridad a escala humana, por decirlo así. Su novela Los detectives salvajes, tejida con los mimbres de su experiencia juvenil en México, había sido la clave de ese ascenso, a partir de 1998, que se tradujo en dos premios importantes, el Herralde y el Rómulo Gallegos. Eso le proporcionó muchos más lectores y una cuenta bancaria saneada, después de una década de penuria económica, y mil oficios de sudaca que diría él.
El éxito con mayúsculas, su inscripción en una liga superior de autores, en la que sólo caben nombres como el de Gabriel García Márquez o Jorge Luis Borges, entre los latinoamericanos, le llegaría con una obra póstuma, 2666. O, mejor dicho, con su edición norteamericana, que llegó a las librerías el año pasado. Una obra monumental, la más ambiciosa y compleja, según los críticos, que le ha abierto las puertas de la celebridad.
Su traductora, Natasha Wimmer, tardó años en verterla al inglés. Preguntada por la dificultad del lenguaje de Bolaño, crecido en México, Wimmer, respondía al magazine del New York Times: “Vivió veintitantos años en España, y se aprecia muy bien la influencia del español castellano, al menos tanto como la del español de México”.
Novela del año para la revista Time, ponderada por la archifamosa Oprah Winfrey, 2666 ha sido elegida mejor libro de ficción por el prestigioso Círculo Nacional de Críticos Literarios de Estados Unidos.
Juan Villoro escribe en el prefacio de un libro de entrevistas sobre el autor, publicado en Chile: “Como tantos grandes, Roberto Bolaño corre el albur de convertirse en mito pop. De lo que no hay duda es de que es un fenómeno literario generador de millones de dólares. Una mina de oro susceptible de ser explotada”. Porque si el éxito no pudo cambiar a Bolaño, ha cambiado al menos el mundo que rodeó al escritor, nacido el 28 de abril de 1953 en Santiago de Chile, y afincado en España a partir de 1977.
Su legado literario, en manos de su viuda, Carolina López, ha pasado a ser gestionado por el todopoderoso Andrew Wylie, el agente más famoso, y más temido, del panorama literario mundial. Wylie está inventariando el archivo del escritor, en busca de nuevas joyas. De momento, se ha anunciado ya la publicación de un libro, El Tercer Reich, y se habla de otras dos nuevas, Diorama y Los sinsabores del verdadero policía o Asesinos de Sonora.
Su albacea oficioso, el crítico Ignacio Echevarría, amigo íntimo de Bolaño, cree, sin embargo, que las obras en papel, el material que está siendo examinado ahora por la viuda del escritor y por Wylie, es una parte arqueológica de su obra. “Nada de lo nuevo que se publique va a sumar al escritor que es ya”, dice. Obviamente, no opina lo mismo su viuda, que vive todavía en Blanes, con los dos hijos de la pareja, Lautaro, de 18 años, y Alexandra, de 8. López declina, amablemente, hablar con este periódico. En un correo electrónico explica que necesita preservar la intimidad de sus hijos. No quiere entrar en cuestiones personales. ¿A quién puede importarle que antes de morir Bolaño la pareja estuviera prácticamente separada? Y, sin embargo, interesa.
La vida y la obra de Bolaño apasionan a un público cada vez más amplio, a medida que su obra escala en la lista de superventas. Y sus novelas son fuente de nueva inspiración. El Teatro Lliure presentó el año pasado una versión dramatizada de 2666. Y se habla de una posible adaptación al cine. 2666, un relato dividido en cinco partes, donde se mezcla el humor con la fantasía desbordante, y el inventario pormenorizado de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, contiene todos los ingredientes necesarios para interesar al séptimo arte. Si Los detectives salvajes cambió el paradigma del escritor latinoamericano, según Echevarría, 2666, la novela del mal, ha provocado una verdadera deflagración en la sociedad lectora estadounidense.
Jorge Herralde, director y fundador de Anagrama, la editorial que ha publicado sistemáticamente la obra de Bolaño a partir de 1996, se explica el éxito del autor por un conjunto de factores. Susan Sontag descubrió Estrella distante, editada por New Directions, en 2004, y no cesó de alabarla. Sontag era una entusiasta de la literatura y una propiciadora de grandes triunfos, dice el editor. Ahí empezó la “onda Bolaño”, que con Los detectives... dio un salto enorme, porque fue designada novela del año, y con 2666 llegó al máximo, a la apoteosis, editada por Farrar, Straus & Giroux. La fuerza, la profundidad de Bolaño, su prosa adictiva, y su mordaz examen del mal, según la crítica estadounidense, han hecho el resto. La fascinación de Bolaño por la relación entre crimen y arte, su interés por la investigación detectivesca, su curiosidad de forense ante el horror y el mal, ha llevado a los críticos a compararle con Cormac McCarthy.
Pero si ese era el Bolaño escritor, el Bolaño real, nieto de gallego, era, en cambio, una persona tímida, que creía en la bondad del buen escritor. Apasionado lector, devorador de cine y de programas de televisión: “siempre mejor la tele que un best seller”, solía decir, cultivador de un cierto talante rebelde. En más de una entrevista, Bolaño recomendaba a sus lectores jóvenes que robaran los libros, sin más.
Sobre sus años en México, adonde la familia se trasladó desde Chile, cuando él apenas tenía 15 años, creó casi una leyenda. Los elementos más vívidos de aquella etapa, han quedado atrapados en Los detectives salvajes, una novela por la que deambula el autor, convertido en Arturo Belano, y su amigo Mario Santiago, transmutado en Ulises Lima. Bolaño reconoció siempre una deuda profunda con México, donde sintió la llamada de la escritura, y se hizo poeta.
Bruno Montané Krebs lo conoció en ese país, en 1974, y se hicieron amigos. Montané aparece en Los detectives…, convertido en Felipe Müller. En la obra de Roberto no habrá más de un 30% de material real, el resto es pura invención. “Conviene tenerlo en cuenta”, dice el poeta chileno, afincado en Barcelona. “A Roberto lo frecuenté en Barcelona. Cuando se trasladó a Blanes (a comienzos de los años ochenta), ya nos veíamos menos. Pero hablábamos mucho por teléfono. Roberto era excelente conversador por teléfono, sobre todo cuando llamaba él”.
Herralde y Echevarría lo recuerdan como un tipo con gran sentido del humor, muy divertido. Trabajaba en un estudio bastante modesto, en Blanes, en la Costa Brava. En horario nocturno. Con un paquete de cigarrillos a mano e ingiriendo litros de infusiones con miel, porque no podía beber otra cosa. A Bolaño le inspiraba la música, pero nada de autores clásicos. Solía escuchar rock duro a través de los auriculares.
Roberto Bolaño pertenecía a una generación que creció esperanzada con la revolución cubana y como chileno, vio un horizonte de cambio en el Gobierno de Salvador Allende. En 1973 atravesó América, de México a Santiago, en autobús y en autoestop, mochila al hombro, para contribuir con su granito de arena a aquella revolución pacífica. Pero en Santiago le pilló el golpe de Pinochet y fue detenido. Un encuentro con dos viejos compañeros de estudios convertidos en policías le permitió ser liberado ocho días después. Y regresar a México en avión. Allí reemprendió su carrera y fundó el Infrarrealismo. Un experimento de rebeldía literaria, inspirado en el dadaísmo, radicalmente contrario a los grandes escritores institucionales, a los santones del régimen. “Detestábamos a Octavio Paz”, declaraba Bolaño en una entrevista a la televisión chilena, en 1999, “pero es un gran poeta, y un ensayista de los más lúcidos”.
Aquella etapa le sirvió a Bolaño para construir su propio mito. “La mayor parte de lo que cuenta es verdad, aunque no está claro cuánto tiempo estuvo detenido en Chile”, corrobora Montané. Después de todo, Bolaño adoraba a Borges, un maestro de la recreación inventada. Había leído dos veces toda su obra, y casi todos los libros publicados sobre él. Pero distinguía los trucos y las trampas en su personalidad. Adoraba el malditismo de poetas adolescentes como Rimbaud y Lautreamont, pero tenía claro que eran vidas extremas que no quería para su hijo.
De la fauna literaria no tenía buena opinión. “La escritura es un oficio poblado de canallas y de tontos, que no se dan cuenta de lo efímero que es”, declara en la misma entrevista de la televisión chilena, realizada en su primer viaje a la patria, tras 25 años de ausencia.
Fue una ocasión perfecta para opinar de todo, especialmente de literatura, y de autores chilenos. Bolaño, que admiraba a Nicanor Parra, fue bastante duro con sus compatriotas. Se despachó a gusto contra algunos de los más destacados. Ya lo había hecho con los autores del famoso boom y, sobre todo, con la larga secuela de los que transitaron esos caminos trillados con enorme fortuna. Sus declaraciones despreciativas no fueron pasadas por alto. “Es curioso que salvo Jorge Edwards y, mucho más tarde, Vargas Llosa, ninguno de los autores del boom haya dicho una palabra de Bolaño”, comenta Herralde.
Enrique Vila-Matas, que frecuentó al chileno a partir de 1995, dice que se dio cuenta de la grandeza de Bolaño, “cuando leí Estrella distante y Los detectives salvajes. Junto a Jorge Edwards, presenté este último libro en Barcelona, en 1999, y allí ya expuse por escrito mi percepción de estar ante un genio de la literatura”. Por eso no oculta su extrañeza ante otro fenómeno ligado al autor chileno. “Siempre me ha llamado la atención el poco interés que ha despertado Bolaño entre una gran parte de los escritores españoles. Es una indiferencia que hay que encuadrarla dentro de esa falta de interés que sienten normalmente los escritores españoles hacia sus propios colegas, y más aún si son latinoamericanos”.
Puede ser. Tampoco Roberto Bolaño se anduvo con muchas diplomacias. Criticó a muchos autores consagrados sin importarle lo más mínimo hacerse enemigos. ¿Qué pensaría ahora de esta consagración global? ¿Cómo juzgaría las nuevas obras que tiene en cartera su agente norteamericano? Seguramente con satisfacción, pensando al fin y al cabo en la seguridad económica de sus hijos.
Lo que saboreó antes de morir, apreciado por la crítica, consagrado, incluso, como el mejor escritor latinoamericano de su generación, fue una celebridad a escala humana, por decirlo así. Su novela Los detectives salvajes, tejida con los mimbres de su experiencia juvenil en México, había sido la clave de ese ascenso, a partir de 1998, que se tradujo en dos premios importantes, el Herralde y el Rómulo Gallegos. Eso le proporcionó muchos más lectores y una cuenta bancaria saneada, después de una década de penuria económica, y mil oficios de sudaca que diría él.
El éxito con mayúsculas, su inscripción en una liga superior de autores, en la que sólo caben nombres como el de Gabriel García Márquez o Jorge Luis Borges, entre los latinoamericanos, le llegaría con una obra póstuma, 2666. O, mejor dicho, con su edición norteamericana, que llegó a las librerías el año pasado. Una obra monumental, la más ambiciosa y compleja, según los críticos, que le ha abierto las puertas de la celebridad.
Su traductora, Natasha Wimmer, tardó años en verterla al inglés. Preguntada por la dificultad del lenguaje de Bolaño, crecido en México, Wimmer, respondía al magazine del New York Times: “Vivió veintitantos años en España, y se aprecia muy bien la influencia del español castellano, al menos tanto como la del español de México”.
Novela del año para la revista Time, ponderada por la archifamosa Oprah Winfrey, 2666 ha sido elegida mejor libro de ficción por el prestigioso Círculo Nacional de Críticos Literarios de Estados Unidos.
Juan Villoro escribe en el prefacio de un libro de entrevistas sobre el autor, publicado en Chile: “Como tantos grandes, Roberto Bolaño corre el albur de convertirse en mito pop. De lo que no hay duda es de que es un fenómeno literario generador de millones de dólares. Una mina de oro susceptible de ser explotada”. Porque si el éxito no pudo cambiar a Bolaño, ha cambiado al menos el mundo que rodeó al escritor, nacido el 28 de abril de 1953 en Santiago de Chile, y afincado en España a partir de 1977.
Su legado literario, en manos de su viuda, Carolina López, ha pasado a ser gestionado por el todopoderoso Andrew Wylie, el agente más famoso, y más temido, del panorama literario mundial. Wylie está inventariando el archivo del escritor, en busca de nuevas joyas. De momento, se ha anunciado ya la publicación de un libro, El Tercer Reich, y se habla de otras dos nuevas, Diorama y Los sinsabores del verdadero policía o Asesinos de Sonora.
Su albacea oficioso, el crítico Ignacio Echevarría, amigo íntimo de Bolaño, cree, sin embargo, que las obras en papel, el material que está siendo examinado ahora por la viuda del escritor y por Wylie, es una parte arqueológica de su obra. “Nada de lo nuevo que se publique va a sumar al escritor que es ya”, dice. Obviamente, no opina lo mismo su viuda, que vive todavía en Blanes, con los dos hijos de la pareja, Lautaro, de 18 años, y Alexandra, de 8. López declina, amablemente, hablar con este periódico. En un correo electrónico explica que necesita preservar la intimidad de sus hijos. No quiere entrar en cuestiones personales. ¿A quién puede importarle que antes de morir Bolaño la pareja estuviera prácticamente separada? Y, sin embargo, interesa.
La vida y la obra de Bolaño apasionan a un público cada vez más amplio, a medida que su obra escala en la lista de superventas. Y sus novelas son fuente de nueva inspiración. El Teatro Lliure presentó el año pasado una versión dramatizada de 2666. Y se habla de una posible adaptación al cine. 2666, un relato dividido en cinco partes, donde se mezcla el humor con la fantasía desbordante, y el inventario pormenorizado de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, contiene todos los ingredientes necesarios para interesar al séptimo arte. Si Los detectives salvajes cambió el paradigma del escritor latinoamericano, según Echevarría, 2666, la novela del mal, ha provocado una verdadera deflagración en la sociedad lectora estadounidense.
Jorge Herralde, director y fundador de Anagrama, la editorial que ha publicado sistemáticamente la obra de Bolaño a partir de 1996, se explica el éxito del autor por un conjunto de factores. Susan Sontag descubrió Estrella distante, editada por New Directions, en 2004, y no cesó de alabarla. Sontag era una entusiasta de la literatura y una propiciadora de grandes triunfos, dice el editor. Ahí empezó la “onda Bolaño”, que con Los detectives... dio un salto enorme, porque fue designada novela del año, y con 2666 llegó al máximo, a la apoteosis, editada por Farrar, Straus & Giroux. La fuerza, la profundidad de Bolaño, su prosa adictiva, y su mordaz examen del mal, según la crítica estadounidense, han hecho el resto. La fascinación de Bolaño por la relación entre crimen y arte, su interés por la investigación detectivesca, su curiosidad de forense ante el horror y el mal, ha llevado a los críticos a compararle con Cormac McCarthy.
Pero si ese era el Bolaño escritor, el Bolaño real, nieto de gallego, era, en cambio, una persona tímida, que creía en la bondad del buen escritor. Apasionado lector, devorador de cine y de programas de televisión: “siempre mejor la tele que un best seller”, solía decir, cultivador de un cierto talante rebelde. En más de una entrevista, Bolaño recomendaba a sus lectores jóvenes que robaran los libros, sin más.
Sobre sus años en México, adonde la familia se trasladó desde Chile, cuando él apenas tenía 15 años, creó casi una leyenda. Los elementos más vívidos de aquella etapa, han quedado atrapados en Los detectives salvajes, una novela por la que deambula el autor, convertido en Arturo Belano, y su amigo Mario Santiago, transmutado en Ulises Lima. Bolaño reconoció siempre una deuda profunda con México, donde sintió la llamada de la escritura, y se hizo poeta.
Bruno Montané Krebs lo conoció en ese país, en 1974, y se hicieron amigos. Montané aparece en Los detectives…, convertido en Felipe Müller. En la obra de Roberto no habrá más de un 30% de material real, el resto es pura invención. “Conviene tenerlo en cuenta”, dice el poeta chileno, afincado en Barcelona. “A Roberto lo frecuenté en Barcelona. Cuando se trasladó a Blanes (a comienzos de los años ochenta), ya nos veíamos menos. Pero hablábamos mucho por teléfono. Roberto era excelente conversador por teléfono, sobre todo cuando llamaba él”.
Herralde y Echevarría lo recuerdan como un tipo con gran sentido del humor, muy divertido. Trabajaba en un estudio bastante modesto, en Blanes, en la Costa Brava. En horario nocturno. Con un paquete de cigarrillos a mano e ingiriendo litros de infusiones con miel, porque no podía beber otra cosa. A Bolaño le inspiraba la música, pero nada de autores clásicos. Solía escuchar rock duro a través de los auriculares.
Roberto Bolaño pertenecía a una generación que creció esperanzada con la revolución cubana y como chileno, vio un horizonte de cambio en el Gobierno de Salvador Allende. En 1973 atravesó América, de México a Santiago, en autobús y en autoestop, mochila al hombro, para contribuir con su granito de arena a aquella revolución pacífica. Pero en Santiago le pilló el golpe de Pinochet y fue detenido. Un encuentro con dos viejos compañeros de estudios convertidos en policías le permitió ser liberado ocho días después. Y regresar a México en avión. Allí reemprendió su carrera y fundó el Infrarrealismo. Un experimento de rebeldía literaria, inspirado en el dadaísmo, radicalmente contrario a los grandes escritores institucionales, a los santones del régimen. “Detestábamos a Octavio Paz”, declaraba Bolaño en una entrevista a la televisión chilena, en 1999, “pero es un gran poeta, y un ensayista de los más lúcidos”.
Aquella etapa le sirvió a Bolaño para construir su propio mito. “La mayor parte de lo que cuenta es verdad, aunque no está claro cuánto tiempo estuvo detenido en Chile”, corrobora Montané. Después de todo, Bolaño adoraba a Borges, un maestro de la recreación inventada. Había leído dos veces toda su obra, y casi todos los libros publicados sobre él. Pero distinguía los trucos y las trampas en su personalidad. Adoraba el malditismo de poetas adolescentes como Rimbaud y Lautreamont, pero tenía claro que eran vidas extremas que no quería para su hijo.
De la fauna literaria no tenía buena opinión. “La escritura es un oficio poblado de canallas y de tontos, que no se dan cuenta de lo efímero que es”, declara en la misma entrevista de la televisión chilena, realizada en su primer viaje a la patria, tras 25 años de ausencia.
Fue una ocasión perfecta para opinar de todo, especialmente de literatura, y de autores chilenos. Bolaño, que admiraba a Nicanor Parra, fue bastante duro con sus compatriotas. Se despachó a gusto contra algunos de los más destacados. Ya lo había hecho con los autores del famoso boom y, sobre todo, con la larga secuela de los que transitaron esos caminos trillados con enorme fortuna. Sus declaraciones despreciativas no fueron pasadas por alto. “Es curioso que salvo Jorge Edwards y, mucho más tarde, Vargas Llosa, ninguno de los autores del boom haya dicho una palabra de Bolaño”, comenta Herralde.
Enrique Vila-Matas, que frecuentó al chileno a partir de 1995, dice que se dio cuenta de la grandeza de Bolaño, “cuando leí Estrella distante y Los detectives salvajes. Junto a Jorge Edwards, presenté este último libro en Barcelona, en 1999, y allí ya expuse por escrito mi percepción de estar ante un genio de la literatura”. Por eso no oculta su extrañeza ante otro fenómeno ligado al autor chileno. “Siempre me ha llamado la atención el poco interés que ha despertado Bolaño entre una gran parte de los escritores españoles. Es una indiferencia que hay que encuadrarla dentro de esa falta de interés que sienten normalmente los escritores españoles hacia sus propios colegas, y más aún si son latinoamericanos”.
Puede ser. Tampoco Roberto Bolaño se anduvo con muchas diplomacias. Criticó a muchos autores consagrados sin importarle lo más mínimo hacerse enemigos. ¿Qué pensaría ahora de esta consagración global? ¿Cómo juzgaría las nuevas obras que tiene en cartera su agente norteamericano? Seguramente con satisfacción, pensando al fin y al cabo en la seguridad económica de sus hijos.