martes, 12 de enero de 2010

Tristes tigres

por Marcelo Soto
La Tercera, Chile. 29.09.2009



A principios de los 8o un desconocido Roberto Bolaño, padeciendo su vida catalana, intercambió cartas con Enrique Lihn. El epistolario fue vital para el futuro novelista, quien encontró en el poeta una voz crítica que lo ayudó a emerger del abismo.



¿Habrá algo más gris que ser un poeta chileno y vivir en Santiago, a principios de los 8o? Quizá sí: haber sido, por la misma época, un aprendiz chileno de escritor, desconocido y hambriento, en una ciudad catalana "de espaldas al culo del mundo". El encomillado pertenece a Roberto Bolaño, quien entonces vivía en Girona, cerca de Barcelona, y está contenida en una carta que envió a Enrique Lihn en 1984. La misiva forma parte de los archivos del autor de La pieza oscura que hoy se encuentran en el Instituto Getty de Los Angeles, Estados Unidos.

La correspondencia entre Lihn (1929-1988) y Bolaño (1953-2003) representa, en cierta forma, la conexión secreta del nuevo canon de la literatura chilena. Pese a las distancias y a que no se conocían, en las cartas que intercambiaron hace más de 20 años se alcanza a percibir el hálito de una amistad frágil pero imborrable. "No te queridizo ni te estimizo", le responde Lihn a un desesperado Bolaño el 16 de junio de 1981. El futuro autor de Los detectives salvajes vivía al tres y al cuatro, y estaba a punto de claudicar. Necesitaba, a como diera lugar, una voz de aliento y por eso manda un SOS al maestro.

La respuesta de Lihn fue, sin embargo, de una honestidad brutal. "Por de pronto no puedo dar curso a ninguna de las peticiones... porque no preparo antologías ni otorgo becas, como no sea por un milagro en que conozca el santo". Bolaño había incluido un poema en su carta anterior y esperaba ansioso el veredicto de Lihn, quien sentencia: "Me gustó bastante en algunos versos, y en otros lo encontré desmadejado... el surrealismo ortodoxo ya no se soporta. Hay algo que está bien y algo que no anda".

Junto a las críticas, van noticias locales. "Del joven Zurita se ha hecho demasiado caudal: se ha visto en él a un profeta del peladero; siempre los cabros chicos andan detrás de alguien en quien creer, eso da en las pelotas".

En septiembre de 1982, un año después de la carta en que tachaba los versos bolañianos de un surrealismo añejo, el poeta rectifica. "Por tu carta infiero que puedo haber escrito, previamente, en un tono antipático, puedo haber estado bajo los efectos de una mala racha, me excuso. Acabo de releer tus poemas. Los textos que tengo son muy buenos, pero no sé por qué, algunos de ellos, guardan la ficción visual del verso".

Entusiasmado, Bolaño le envía al mes siguiente nuevos textos. "Espero que no se erijan en una ofensa a la literatura, aunque en ocasiones me temo que poco les falta". El narrador pasaba una época miserable que lo tenía por las cuerdas. Había probado diversos oficios, en tanto que su carrera literaria no despegaba. Así describe su estado en 1982: "Aquí en Girona ha llegado el invierno y la paranoia. Mi situación económica es desesperada. Eso trae neuras y rollos. Pierde uno la paciencia... Sigo viviendo solo, sin chimenea ni cualquier tipo de calefacción y los vientos del Pirineo se meten por todos los huecos de mi casa". Pese a todo, hay espacio para el humor. Y para comentarios cariñosos sobre mascotas: "Población: un hombre, una perra, un montón de gatos. ¡Y llega un virus y me mata a la mitad de los gatos! ¡He tenido que inyectarles suero y antibióticos! ¡El Tono me ha mordido, pobrecito! Absolutamente negro y bellísimo. Se llama Tono, de tonalidad. Tono musical y jamás diminutivo de Antonio".

No se crea que el autor en ciernes era de los que viven quejándose. "De vez en cuando suben amigas. Soy escritor, les digo, y no me creen, por supuesto. Hacen bien". Y agrega, sin falsa modestia: "De Chile no sé nada, nada. Completamente fuera de la literatura chilena, y horror, dentro de seis meses cumpliré 30 años. ¿Qué será de mí? ¿Es que seré un Braulio Anguita (sic) del año 2000? Dios no lo permita".

Como en las caricaturas, Bolaño se parece al cachorro que salta de admiración ante la proezas del perro más guapo de la cuadra y quizá eso explica que las cartas del poeta de Diario de Muerte sean más breves y espaciadas que las de su impaciente discípulo. Pero Lihn siempre tiene una palabra de aliento, una frase amable, ajena a toda impostura. En febrero de 1983 le cuenta: "He recibido y leído, otrora, cada uno de tus envíos -fragmentos en prosa, versos y desalentadas menciones de tu vida literaria. Tú ya sabes todo lo que te puedo decir al respecto: eres un poeta y un escritor combinados y no te espera nada que te satisfaga plenamente en materia de respuesta a un trabajo que es la soledad misma, a menos que tengas una buena suerte o un sentido de la oportunidad del carajo".

Lihn es un sabueso y avanza donde otros se pierden. "El tiempo y/o factores imprevisibles resuelven por ti en una zona que no ves nunca, situada más allá de tus narices escriturales". Le desea suerte, antes de lanzar una advertencia, que todavía resuena en la provincia de nuestras letras. "Este país, como sabes, está en el ostracismo cultural".


Defendiendo a Neruda

En sus cartas Bolaño entrega flechazos del sentido del humor, el sarcasmo y el don narrativo que lo harían famoso. En una misiva del 13 de septiembre de 1983 cuenta una historia sobre Alejandro Jodorowsky, amigo de Lihn. "Lo conocí en México DF en 1970 ó 71. Yo tenía 17 años y quería ser director de cine". El narrador era entonces "un joven nietzscheano y virgen, que amaba a Jim Morrison". Sin ser invitado, se presenta un día en la casa de Jodorowsky y aunque era difícil encontrar a dos tipos más diferentes, se inicia una extraña amistad. "A partir de entonces lo acompañé a algunas partes y hablábamos, o más bien hablaba él. (...) Fue la primera persona que me dijo que yo era, ja, ja, 'un típico intelectual chileno', crítica que a mis oídos de 17 años sonó a elogio desmedido".

Pero una tarde la relación se rompió, cuando el cineasta y escritor "atacó a Neruda y defendió a Parra y yo defendí a Neruda y de paso -sin haberlo leído- ataqué a Para". Fue una pelea absurda. "El caso es que me puse a llorar y el cabrón de Jodorowsky siguió atacándome. Por supuesto no volví nunca más". Después Bolaño leyó a Parra. Y el resto es historia.