viernes, 9 de julio de 2010

Para Roberto Bolaño

por Jorge Herralde
Texto leído en el homenaje a Roberto Bolaño en la FILSA, 2003





La muerte de Roberto Bolaño causó una extraordinaria conmoción en nuestro país, una explosión de pesar y de rabia con muy escasos precedentes. Muchos de los más destacados escritores y críticos lo valoraron como el mejor escritor latinoamericano de su generación. Tan sólo unas pocas semanas antes, en una reunión de escritores latinoamericanos en Sevilla, la generación más joven, la de Fresán, Volpi o Gamboa, lo eligió como su líder indiscutible, su faro, su tótem, en palabras de Rodrigo Fresán. Y no sólo en España, en toda América Latina, en especial en Chile y en México, se sucedieron cataratas de elogios y se expresó el dolor de la pérdida de un artista en su apogeo. También tuvo gran repercusión su muerte en otros países europeos, donde la obra de Bolaño se estaba traduciendo de forma cada vez más acelerada. Cuando murió se habían firmado 37 contratos en países, destacando Italia, Francia, Holanda y el Reino Unido. Su desaparición se lamentó incluso en varios periódicos de Estados Unidos, pese a que era un autor inédito en dicho país, aunque ahora, desde septiembre, ya no lo es. En la contraportada de la edición de Nocturno de Chile, en New Directions, entre cinco citas de críticos y escritores brilla gloriosamente esta frase de Susan Sontag: "Nocturno de Chile es lo más auténtico y singular: una novela contemporánea destinada a tener un lugar permanente en la literatura mundial". Y la propia Sontag, el 25 de octubre, en una rueda de prensa en Oviedo, con ocasión de recibir el Premio Príncipe de Asturias, arremetió contra los falsos escritores, los "escritores mercenarios ", y por el contrario alabó a su admirado Bolaño: "De lo que he leído en los últimos años, me gusta mucho Roberto Bolaño. Es una pena que haya muerto tan joven. Escribió mucho y estaba empezando a ser traducido al inglés, pero le quedaba tanto por escribir...".

En Francia, donde se han publicado aceleradamente cinco de sus libros en los dos últimos años, Bolaño había sido adoptado como uno de los grandes. Así lo muestra, por usar sólo una cita, lo que escribió Fabrice Gabriel en Les Inrockuptibles con el título "Un hermano ha muerto": "Largo tiempo hemos vivido sin saber que existía un chileno perfecto para nosotros: barroco pero breve, erudito sin ser pedante, trágicamente metafísico y auténticamente bromista, loco por la poesía pero dotado de una eficacia narrativa sin falla alguna... Una especie de fenómeno entre Woody Allen y Lautréamont, Tarantino y Borges", un autor que conseguía que "su lector se convirtiera en un frenético proselitista", y terminaba: "Bolaño no amaba el pathos superfluo ni los discursos grandilocuentes. El único homenaje será leerle de ahora en adelante y reírnos todavía con él". Una síntesis excelente, pero convendría hacer una matización: no sólo los lectores franceses no sabían que existía, también lo desconocían muchos lectores en español. A pesar de su enorme prestigio, con la excepción de Los detectives salvajes, Bolaño seguía siendo un autor minoritario. Ahora, tras la explosión de su muerte, muchos lectores lo están descubriendo entusiasmados. Así como se habla del frecuente purgatorio de los escritores después de su muerte, en este caso apunta paradójicamente lo contrario.


Los detectives salvajes

Después de muchísimos años de consagración fanática a la escritura, Bolaño emerge a mediados de los noventa. Publica tres libros consecutivos, tres revelaciones: La literatura nazi en América, Estrella distante y Llamadas telefónicas, que alertan a los críticos más sagaces, a los lectores más inquietos. Pero la explosión incontenible ocurrió con Los detectives salvajes, publicado en noviembre del 98, en pocos meses ganó nuestro premio de novela y el Rómulo Gallegos y de inmediato la unanimidad de los mejores críticos, como Ignacio Echevarría o Masoliver Ródenas en España, Celina Manzoni en Argentina, Elvio Gandolfo en Uruguay, Christopher Domínguez-Michael en México, o Rodrigo Pinto y Patricia Espinosa en Chile. Y también el instantáneo apoyo incondicional de escritores como Enrique Vila-Matas, Juan Villoro o, en Chile, Jorge Edwards, Jaime Collyer, Roberto Brodsky.

La lista de elogios sería interminable y un leitmotiv sería que Los detectives salvajes es la mejor novela mexicana desde La región más transparente, o la mejor novela sobre México desde Bajo el volcán (lo que recuerda un dictamen sobre Lolita: la Gran Novela Americana fue escrita por un ruso), pero alejándonos ya de México, territorio que le queda demasiado estrecho, otro leitmotiv sería que Los detectives salvajes es la nueva Rayuela, una novela que marcó a su generación con la misma fuerza con que la novela de Roberto marcó a la suya.

Citaré dos afirmaciones que me parecen especialmente afortunadas. Una de Elvio Gandolfo: "Los detectives salvajes se inscribía en un subgénero latinoamericano: la Gran Novela Despeinada iniciada en Argentina por Adán Buenosayres de Marechal y sobre todo Rayuela de Cortázar". Y la otra de Ignacio Echevarría: "El tipo de novela que Borges hubiera aceptado escribir". Y recuerdo haber leído en algún sitio un comentario sobre la parte central de la novela que la equiparaba al río Mississippi de Huckleberry Finn, potente generador de historias.


Bolaño, poeta y perro romántico, rabioso y apaleado

Roberto Bolaño se consideró siempre un poeta. Sólo empezó a escribir narrativa a raíz del nacimiento de su hijo Lautaro, a quien idolatraba, hacia 1990. Pensó que, obviamente, sólo con la poesía no podía soñar con alimentar a su familia, y apenas con la prosa. Sus acrobacias de supervivencia en los primeros 90, presentándose a toda suerte de premios municipales, "premios búfalo" imprescindibles para el escritor piel roja, son el tema de su cuento "Sensini" dedicado al escritor argentino Antonio Di Benedetto, exiliado en España, quien le enseñó las tretas de ese arte menor.

Conocía de Roberto los libros de poesía publicados en España—Los perros románticos (Lumen) y Tres (Acantilado)—, cuando Carolina me pasó, en julio pasado, tras la muerte de Roberto, un volumen muy significativo, editado en 1979 en México: Muchachos desnudos bajo el arcoiris de fuego (11 jóvenes poetas latinoamericanos), con una dedicatoria: "A las muchachas desnudas bajo el arcoiris de fuego", y una advertencia preliminar: "Este libro debe leerse / de frente y de perfil / que los lectores parezcan platillos voladores".

En dicha antología, a cargo de Roberto Bolaño, figuran tres infrarrealistas: el propio Bolaño y Mario Santiago—es decir, el Arturo Belano y el Ulises Lima de Los detectives salvajes—y también Bruno Montané, el aún más joven poeta chileno—que aparece en la novela como Felipe Müller—. El origen de la palabra infrarrealismo proviene, claro está, de Francia. Emmanuel Berl la atribuye al surrealista (sobrerrealista) Philippe Soupault: él y sus amigos "habían fundado un club de la desesperanza, una literatura de la desesperanza". El Infrarrealismo (o real visceralismo en la novela) fue un movimiento sin manifiesto, una especie de "Dadá a la mexicana" (en palabras de Bolaño), cuyos componentes irrumpían en los actos literarios boicoteándolos, incluso los del mismísimo Octavio Paz. En una conversación con Roberto, Carmen Boullosa le cuenta su pavor, antes de dar una lectura poética, de que aparecieran los temibles "infras": "Eran el terror del mundo literario", afirma Boullosa. Temibles pero desesperados, marginados. En uno de los poemas, Bolaño escribe: "Los verdaderos poetas tiernísimos / metiéndose siempre en los cataclismos más atroces, / más maravillosos / sin importarles / quemar su inspiración / sino donándola / sino regalándola / como quien tira piedras y flores. / Oye, poeta, le dicen, / enchufa el amanecer".

Y en otro poema: "Algo inevitable, / como enamorarse veces de la misma / muchacha". Y finalmente en otro: "La certeza de una muerte esbelta y temprana". O sea, en esas estrofas, un concentrado, una píldora de la vida y muerte de Roberto Bolaño. En la antología brilla el talento de Mario Santiago, quien, después de Bolaño, es el mejor poeta. Cabe subrayar un poema titulado "Consejos de un discípulo de Marx a un fanático de Heidegger", un título que Bolaño parafraseará en su primera novela, escrita con Antonio G. Porta, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce. En dicho poema, dedicado a "Roberto Bolaño y Kyra Galván camaradas & poetas", Mario Santiago escribe: "el Azar: ese otro antipoeta & vago insobornable" y también constata "unas ganas despeinadas de morder & ser mordido".

En ambos poetas ya figura, pues, un homenaje al maestro Nicanor Parra y su vocación de perros románticos, a menudo perros rabiosos, y desde luego perros apaleados.


Bolaño imprecador (Bajo el signo de Rimbaud, Dadá, Debord)

Roberto Bolaño, como demuestra en sus libros, estaba empapado de literatura francesa. Así, en el relato "Fotos", de Putas asesinas, su álter ego Arturo Belano, perdido en África, piensa: "Para poetas, los franceses". (Acotación obvia: Arturo Belano, Arthur Rimbaud). Y si admira en Francia la cúspide de su literatura, la poesía, tampoco parece ignorar un género más lateral pero muy practicado en dicho país: el arte de la injuria.

Como ejemplos eminentes del arte del insulto figuran desde Baudelaire y Alfred Jarry hasta Arthur Cravan y su revista Maintenant, y naturalmente los dadaístas, empezando por Tristan Tzara: "Maurice Barrès es el mayor cerdo que me he encontrado en mi carrera política; el mayor canalla que ha visto Europa desde Napoleón". Y añade, sarcástico: "No tengo ninguna confianza en la justicia, incluso si Dadá dicta esa justicia. Convendrá conmigo, Sr. Presidente, que sólo somos una banda de cabrones y que por consiguiente las pequeñas diferencias, cabrones más grandes o cabrones más pequeños, no tienen ninguna importancia". O, entre los surrealistas, la gélida pregunta de Louis Aragon: "¿Ya has abofeteado a un muerto?". Aunque quizá los más temibles polemistas estuvieron en la Internacional Situacionista, cuyo último número de su revista acababa con un demoledor cruce de cartas con Claude Gallimard, tan brutalmente insultado como su padre Gaston y su hijo Antoine. Ya antes la Internacional Letrista, en 1952, de la que salieron los situacionistas, ante la visita de Charlie Chaplin a Francia, en olor de multitudes, lo había saludado de la forma más descalificadora: "Go home, Mr. Chaplin, estafador de los sentimientos, chantajista del sufrimiento". Y las colecciones de cartas de insultos más belicosas son los dos tomos de la Correspondencia de la editorial Champ Libre, tan fuertemente inspirada por Guy Debord. Éste, por cierto, en Consideraciones sobre el asesinato de Gérard Lebovici escribió: "La carta de injurias es una suerte de género literario que ha ocupado un gran lugar en nuestro siglo y no sin razón. Creo que nadie puede dudar que yo mismo, a este respecto, he aprendido mucho de los surrealistas y, por encima de todo, de Arthur Cravan. La dificultad en la carta de injurias no puede ser estilística, la única cosa difícil es tener la seguridad de que uno está en su derecho en escribirlas respecto a ciertos corresponsales precisos. Nunca deben ser injustas".

Bolaño no escribió, creo, cartas de injurias—aunque su última conferencia, "Los mitos de Cthulhu", es un panfleto brutal en el que Bolaño reivindicó la herencia de Nicanor Parra: "la idea del ataque gratuito y de joder la paciencia"—, sino que lanzó durísimos juicios lapidarios: pienso que, con razón o sin ella, nunca creyó ser injusto. Se atuvo, pues, a la ley acuñada por Debord. Fin del excursus.

Como es bien sabido, el Bolaño más polémico, el Bolaño lector más intransigente, operó en Chile, donde opinó con virulencia o desdén respecto a componentes de la nueva narrativa chilena de los 90, a los que apodó los "donositos", y también respecto a algunos de los autores chilenos más leídos.

Tomemos el significativo caso de Isabel Allende, indiscutible bestseller internacional, a quien Bolaño tildó de "escribidora". Allende, en una entrevista en El País (3 de septiembre de 2003), contraatacó así: "No me dolió mayormente, porque él hablaba mal de todo el mundo. Es una persona que nunca dijo nada bueno de nadie. El hecho que está muerto no lo hace a mi juicio mejor persona. Era un señor bien desagradable". Es bien comprensible la irritación de Isabel Allende: llamar "escribidora" a una escritora es algo así como una enmienda a la totalidad. Pero Bolaño la ataca como escritora mientras que Allende ataca a la persona, faltando objetivamente a la verdad.


Bolaño, lector incansable, severo y generoso

La afirmación de Isabel Allende nos invita a hacer una lista (a Bolaño, como a su admirado Perec, le encantaban las listas) de los autores de los que Bolaño dijo mucho bueno. Así, Borges y Bioy y Bustos Domecq, Silvina Ocampo, Rodolfo Wilcock, Cortázar, Manuel Puig, Copi, Nicanor Parra, Enrique Lihn, Gonzalo Rojas, Jorge Edwards, a ratos José Donoso, Juan Rulfo, Sergio Pitol, Carlos Monsiváis, Juan Marsé, Álvaro Pombo, Ricardo Piglia. Nombre obvios, sí, pero que dibujan una cartografía precisa, de incluidos y excluidos: de una parte, el fervor de la literatura, de otra, para decirlo con Martin Amis, la guerra contra el cliché.

Pero es probablemente más significativa su lectura apasionada y generosa de tantos autores de su generación y aun de escritores más jóvenes, aquellos que conforman lo que Bolaño llamaba la voluntad de ruptura en lengua española de la generación de los 90. Veamos unos nombres: Fernando Vallejo; César Aira, Alan Pauls y Rodrigo Fresán; Rodrigo Rey Rosa; Juan Villoro, Daniel Sada, Carmen Boullosa y Jorge Volpi; Enrique Vila-Matas y Javier Marías; Pedro Lemebel y Roberto Brodsky. El dibujo ya es bien nítido. Ante esta lista de entusiasmos, de lectura sistemática de escritores jóvenes (lo que no es precisamente muy usual por parte de tantos autores), una lista cuyos posibles aciertos decidirá la posterioridad (pero que no parece desencaminada), las polémicas despertadas por las opiniones contundentes de Bolaño parecen, como él afirmó, "polémicas totalmente gratuitas, estornudos".

También merece destacarse que tampoco escaparon a su crítica notorias vacas sagradas españolas, desde la parte central de Los detectives salvajes, de forma algo enmascarada pero evidente, siguiendo en varias entrevistas y acabando en "Los mitos de Cthulhu", la conferencia que cierra su último libro. Unas andanadas que a Bolaño, que no tenía posiciones que escalar ni tenía que vengarse de nadie, en nada podían beneficiarle. Es obviamente mucho más peligroso despellejar en público que hacerlo en privado, un deporte que los escritores (y no escritores) practican (practicamos) con suma asiduidad. Daba la impresión de que Bolaño escribía como Kafka dijo, creo, que debería hacerse: "escribir como si se estuviera muerto". Y esto me recuerda la forma cómo Jacques Rigaut apostrofaba a sus amigos dadaístas menos radicales: "Vous êtes tous des poètes et moi je suis du côté de la mort". Y a los muertos, si no otra cosa, la sinceridad se les supone.


Bolaño en su leyenda

Pero olvidemos ya los estornudos y sus miasmas y leamos o releamos a Roberto Bolaño. Un autor del que Vila-Matas dijo: "Con la muerte de Bolaño empieza una leyenda". Una leyenda que sería plenamente merecida tan sólo con Los detectives salvajes calificada por Masoliver Ródenas, perfilando el leitmotiv, como "una de las mejores novelas mexicanas contemporáneas, escrita por un chileno que reside en Cataluña". Un escritor chileno cuyo único pasaporte fue chileno, aunque Bolaño, siempre incómodo, siempre a contrapié, matizaba: "Muchas pueden ser las patrias pero uno solo el pasaporte, y este pasaporte, evidentemente, es la calidad de la escritura".

Roberto Bolaño, un perro romántico, un perro rabioso, un perro apaleado, que nunca renunció a su "deseo de quemar el mundo", y también "un príncipe dulcísimo", según el epitafio de su querido Nicanor Parra. Roberto Bolaño, que escribió a modo de epitafio propio: "El mundo está vivo y nada vivo tiene remedio y esa es nuestra suerte". Una frase desesperada, lúcida y sarcástica, la marca de fábrica de un escritor chileno llamado a perdurar, un orgullo de la literatura universal.