viernes, 12 de noviembre de 2010

Bolaño en Turín

por Raul Schenardi
Traducción del italiano de Jaime Riera Rehren




Fotografía: Carmen Pérez de Vega




En mayo de 2003, pocos meses antes de morir, Roberto Bolaño vino a la Feria Internacional del libro de Turín para presentar Los detectives salvajes. En aquella ocasión lo entrevisté para la revista “Pulp” y aprovechando su exquisita disponibilidad seguimos conversando un buen rato tras terminar la entrevista. Por motivos de espacio tuve que eliminar una parte del texto registrado y ahora, con cierta melancolía, me parece interesante recuperar lo omitido. Me presenté a Bolaño como un admirador, pidiéndole que me firmara un maltratado ejemplar de la edición española, y creo que esto lo dispuso favorablemente hacia mí. En medio de la confusión reinante en el lugar, las interrupciones de los lectores que le pedían autógrafos y el evidente cansancio de Roberto, acosado por la sed (una de las primeras cosas que me dijo fue que no se encontraba bien, yo pensé en un malestar pasajero producido por la agitación de la Feria y el viaje), consiguió concentrarse para responder con amplias digresiones cuando el tema le parecía lo suficientemente interesante. Porque el Bolaño conversador, como el escritor, era torrencial, elíptico, aseverador en las afirmaciones y en las negaciones.

Al comienzo de la entrevista, hablando del paralelo que muchos críticos han establecido entre Los detectives salvajes y Rayuela de Cortázar y de quienes contraponían el Cortázar autor de cuentos al Cortázar novelista, presuntamente inferior, Bolaño desarrolló un agudo análisis de El Aleph, el célebre cuento de Borges.


Como todos los cuentos de Borges, está construido de un modo ejemplar. Quiero decir que cuenta una historia, o dos historias, pero cuenta además cómo se construye una historia, cualquier historia. En El Aleph tenemos la historia de amor entre Borges y Beatriz Viterbo, luego está la muerte de Beatriz en la flor de su juventud, apasionada, soberbia, fascinante, que además muere dejando a Borges con un palmo de narices, porque él no logra nunca poseerla, en ningún modo. La primera parte es purísima, en la segunda hay frustración, muerte, agonía, y hay un amor no correspondido. Luego está la tercera historia: Borges intenta hacer revivir en los gestos cotidianos el recuerdo de Beatriz, y lo logra visitando su casa una vez al año; cuarta historia: la aparición de Carlos Argentino Daneri, primo de Beatriz, y su amistad con Borges. Después viene la quinta historia, y ahora ya no se trata de Borges ni de Beatriz Viterbo, sino de Daneri y de sus tentativas de escribir poesía. Sexta historia secreta subyacente: Carlos Daneri como una sátira de Pablo Neruda y de sus intenciones de crear una obra de arte totalizante (en aquel período Neruda estaba escribiendo el Canto general). Digamos que Daneri es el retrato especular y absolutamente infernal de Neruda. Séptima historia: la realización de Daneri en el Aleph. Borges baja y contempla el Aleph y digamos que esta historia es el núcleo principal del cuento. Octava historia: la venganza del enamorado despechado, ergo Borges, contra el primo, que probablemente había tenido una relación carnal con Beatriz Viterbo. Última historia: destrucción de la casa, que conlleva la destrucción del Aleph, y una nota final sobre los destinos literarios de Borges y de Carlos Daneri, quien gana un segundo premio en un concurso de poesía, mientras Borges no gana nada. O sea que en un cuento de diez páginas ya hay diez historias, ¿me explicas cómo carajo se puede escribir una novela de más de 600 páginas contando una sola historia? Es absolutamente imposible, quien piense algo así es un idiota. Toda novela es una sucesión de historias que se van entrelazando. Stendhal ya lo había visto con una claridad solar: la literatura, un libro, es un espejo que no se está quieto, que se mueve a lo largo de un camino, y en el espejo se van reflejando las cosas que suceden durante el recorrido, y cada cosa puede quedar suspendida, con un punto interrogativo, o bien puede terminar. En este sentido, Rayuela de Cortázar, que narra muchísimas historias, no hace más que seguir la ley natural de la novela. Ni siquiera el escritor más monótono podría escribir una novela donde haya una sola historia. La novela, en este sentido, sería una sucesión de cuentos, porque la vida es una sucesión de cuentos. De hecho, un año es la sucesión de cuatro estaciones, en rigor un año no es un año, son cuatro estaciones, y un día no es un día, es la mañana, la tarde, el atardecer, la noche.¿Y qué es lo que hace un novelista? Una sucesión de cuentos. Claro, luego podemos discutir de la estructura, de la forma que se da esta sucesión, pero en un plano absoluto no se trata más que de una sucesión de cuentos.
Cuando le pregunté con cuáles escritores latinoamericanos sentía afinidad, o apreciaba en todo caso como autores, Bolaño respondió:

El argentino Rodrigo Fresán, que es amigo mío, está escribiendo cosas interesantes, lo siento muy cercano; otro argentino, Alan Pauls, luego están los mexicanos Daniel Sada, Carmen Boullosa, el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, quizá el mejor autor de cuentos, el estilista más refinado de mi generación. Guatemala es un país extremo, hay una miseria y una violencia que te hacen erizar el pelo...allí nadie debería escribir, deberían ser todos analfabetos, parece un callejón sin salida...Y sin embargo cada treinta o cuarenta años saca un escritor extraordinario, antes Miguel Angel Asturias, después Monterroso, y hoy Rodrigo Rey Rosa.

Roberto, a propósito de la cita de “Bajo el volcán” de Malcolm Lowry abriendo tu novela. ¿Estás de acuerdo en que se trata de una gran “novela mexicana” a pesar de estar escrita en inglés, y en que anticipa el boom latinoamericano de los sesenta?
Absolutamente sí. La cita está allí por eso. Lowry escribió la gran novela mexicana, sin duda.

También Los detectives salvajes en el fondo es una novela mexicana. Muchos la han comparado con Rayuela, y en efecto hay resonancias no solo formales. ¿Acaso te propusiste escribir la Rayuela de los años noventa?Mi admiración por Cortázar es enorme, pertenezco a una generación que creció leyendo a Cortázar a los diecisiete años, y en un momento determinado encarnó la cima más alta a la que se podía llegar. De manera algo irracional, porque no existe “la cima más alta” y no es siquiera necesario llegar al punto más alto, pero como éramos jóvenes y a los jóvenes se les permite este tipo de exageraciones, Cortázar representava lo máximo a lo que podíamos aspirar. Con el tiempo mi autor favorito en lengua española ha llegado a ser Borges. Digamos que ahora Cortázar es el segundo, sigo leyéndolo con mucho placer. Nunca he estado de acuerdo con la falsa dicotomía entre el Cortázar autor de relatos y el Cortázar novelista. Creo que si ha habido alguien en el mundo que sabía estructurar un libro desde el punto de vista teórico, ése era Cortázar. Sabía mucho más que García Márquez, quien escribe casi intuitivamente, sobre todo si lo comparamos con Cortázar, y sabía mucho más que Donoso. Vargas Llosa en algún momento tuvo un sentido más o menos claro de la estructura, pero nadie lo tenía al nivel de Cortázar. Por lo demás, nunca podrá un escritor intentar escribir una novela “a la manera de”, sobre todo porque de algún modo ello implica un parricidio, y yo nunca he visto a Cortázar como un padre, sino al máximo como una especie de hermano mayor, pese a la enorme diferencia de edad. Él poseía la virtud de la juventud permanente, de la energía permanente, y también de la ingenuidad permanente. Lo conocí cuando tenía 22 años, en México, y ya en aquel entonces no estaba de acuerdo con muchas de sus posiciones políticas, especialmente en lo relativo a Cuba, o frente a lo que Cortázar consideraba que tenía que ser la postura en relación a compañeros de una determinada lucha. Yo creo que el escritor no tiene que pedirle permiso a nadie para escribir, mucho menos a los militantes, quienes normalmente son los que menos entienden de estas cosas. Pero él estaba muy comprometido con la lucha política y con una gran lealtad a este compromiso – lo que me parece digno de elogio-, y por lo tanto tenía este tipo de problemas, que yo en cambio no he tenido nunca, entre otras cosas porque siempre me han echado de los pocos grupos políticos en que he militado.

Por suerte para ti...
Por suerte, sí. Volviendo a la obra a imitar o a superar..., no, nunca. Soy sumamente modesto respecto a mi obra y me cuesta mucho pensar que Los detectives salvajes pueda ser comparado con Rayuela. Por mi parte, estaría feliz de llegarle a las rodillas, pero creo que no le llego ni a los talones. Los Detectives es una novela (creo que se nota) muy autobiográfica. En la práctica lo que hago es contar mi biografía y la de un queridísimo amigo a una edad en la que hemos dejado de ser jóvenes, los veinte años, lo suficiente para dejar de serlo. Y es una reflexión, o intenta una reflexión, sobre una generación de latinoamericanos – y no sólo – que creyó en la revolución...y probablemente si la revolución en la que creía hubiese triunfado habría terminado en un gulag. Lo que no es nada simpático [ríe]. En resumidas cuentas, se trata de hechos reales novelados, algunos para obtener una mayor verosimiltud, otros simplemente por motivos de orden estético. El único que no existió en la realidad es García Madero, un personaje simbólico que para mí representa la pureza con que un muchacho entra en el mundo de la literatura. Y que sea simbólico está claramente demostrado – o se da el indicio - por el hecho de que en la parte central de la novela desaparece del todo. ¿Cómo es posible que nadie recuerde al único poeta realvisceralista que acompaña a Belano y Lima en el viaje a Sonora? ¿Cómo es posible que absolutamente nadie hable de él? Es un símbolo, es el “joven poeta”. En cambio Lupe existió de verdad, y también las hermanas Font, en fin, casi todos. Es uno de los motivos por los que prefiero no volver a México [ríe].

Un personaje dice en un momento determinado: “He dejado de escribir poesía y desde aquel momento todo se ha vuelto mucho más gris”.La poesía en Los Detectives es fundamentalmente la metáfora de la fragilidad y de la portatilidad de la literatura. No hay arte más fácil – sólo al comienzo, después se convierte en el más difícil – que la poesía, que hacer poesía. Recuerdo que en aquella época y en esos ambientes circulaba incluso la idea de que podían escribir poesía también los que no sabían escribir, porque bastava soltar palabras en libertad. Estaba muy de moda la poesía de vanguardia, que se asociaba a menudo con la idea de cambiar la vida, o de cambiar vida, y para mí en el fondo la poesía – por lo menos como la veía yo en la época en que escribí los Detectives, ha pasado el tiempo, – es una metáfora de la fragilidad. Una fragilidad absoluta. Gente que no solo desde un punto de vista literario, sino además desde el punto de vista económico, no tenía ningún futuro y se aferraba a la poesía, y estaba bien que lo hiciera, pero aferrarse a la poesía durante un naufragio es como aferrarse a la tapa de una botella de champán: no te permitirá flotar. Además, la poesía es un arte portátil: para leer una novela se requiere tiempo y unas comodidades mínimas, mientras que un soneto lo puedes leer en medio minuto. Otra cosa es entenderlo. De manera que para mí la poesía, mientras escribía Los Detectives, era la puerta de entrada en lo desconocido, y en esa materia desconocida probablemente estaba esperando la verdadera poesía, pero también la puerta de entrada era poesía, una poesía bastarda, poco rigurosa, exagerada.

Aun teniendo en cuenta tus profundas raíces en la tradición literaria latinoamericana, tengo la impresión de que sabes dialogar con otras, especialmente la norteamericana...Para ser franco, yo, modestamente, como decía Vittorio Gassman, he leído muchísimo, y de muchas lecturas he sacado provecho. En este sentido, me siento en deuda con varias literaturas. No creo que haya una influencia directa de la norteamericana, pero de hecho en todos los escritores latinoamericanos hay una influencia que procede de dos líneas fundamentales de la novela norteamericana, Melville y Twain. Los Detectives debe sin duda mucho a Mark Twain. Belano y Lima son una transposición de Huckleberry Finn y Tom Sawyer. Es una novela que sigue el movimiento constante del Missisippi. Claro, mi deuda con Twain es enorme, es un autor que me gusta muchísimo. También he leído mucho a Melville, que me fascina. En efecto, por coquetería preferiría creer que tengo una mayor deuda con Melville que con Twain, pero desgraciadamente debo más a Mark Twain. Melville es un autor apocalíptico. Twain es el día, Melville la noche, y siempre la noche impresiona mucho más. En lo que concierne a la literatura norteamericana moderna, la conozco poco y mal. La conozco bastante hasta la generación precedente a Bellow. He leído bastante a Updike, pero no sé por qué lo hacía, seguramente era un acto masoquista, ya que cada página de Updike me lleva al borde de la histeria. Mailer me gusta más que Updike, aunque considero que como escritor, como prosista, Updike es más sólido. Los últimos escritores norteamericanos que he leído a fondo y que conozco bien son los de la “generación perdida”, Hemingway, Faulkner, Scott Fitzgerald, Thomas Wolff. Pero en alguna medida me siento mucho más en deuda con los europeos, en el sentido de que mis primeras lecturas fueron de poesía y yo leía sobre todo a poetas europeos, y pasar de la poesía europea a la narrativa europea fue muy fácil.

Tú eres chileno, vives desde hace tiempo en España, te mueves a tus anchas en lo que un tiempo se llamaba “Patria grande”, pero te diferencias de aquellos intelectuales latinoamericanos que buscan un estatuto de “escritor nacional”, especies de “Papas laicos”, siempre dispuestos a asumir funciones oficiales, institucionales...Yo creo que es sobre todo por miedo que García Márquez se ve como el más grande escritor colombiano de todos los tiempos. Los escritores latinoamericanos, y pienso también en los españoles, en el fondo tienen mucho miedo y tratan de asegurarse el panteón post-mortem. Yo nunca le he tenido miedo a la muerte, y además no creo en el panteón. Mira, cuando se acaba se acaba, y no queda nada. Por eso estoy de acuerdo con Borges cuando dijo: después de la muerte vendrá el olvido, y muchos tarados le decían: No, maestro, después de su muerte quedarán sus libros. Él los escuchaba y debía de pensar: mira que manga de imbéciles. Porque él aludía al olvido en el sentido más amplio del término, es decir: la Tierra se acabará, el Sol se acabará, todo terminará, el olvido es un destino común a todo, no solo a los seres humanos. En este sentido los escritores latinoamericanos que se plantean siempre este objetivo, que se ubica entre el clericalismo y la cobardía, bueno, intentan asegurarse un lugar en el panteón post-mortem, y la mejor manera para hacerlo es convertirse en el escritor nacional de un país. En cambio yo creo en la pobreza intrínseca del ser humano. Un animal como nosotros, provisto de visceras y músculos, pocos huesos muy débiles sin un verdadero esqueleto...tener el esqueleto adentro en vez de afuera me parece una gilipollada absoluta. Mira, nos morimos y se acabó, a tomar por culo, no creo en el panteón de los hombres ilustres y no quiero ser el escritor nacional de ningún lugar, y por eso nunca me han preocupado las nacionalidades o cosas de ese tipo. De lo único que me preocupo cuando escribo es de salvaguardar una cierta verosimiltud en las formas del idioma que empleo. Quiero decir, cuando habla un peruano debe ser un peruano el que habla y cuando habla un mexicano o un centroamericano debe ser un mexicano o un centroamericano.

Otro aspecto que impresiona en Los Detectives es la polifonía, que inmediatamente me ha hecho pensar en los Tres tristes tigres de Cabrera Infante, entre otras cosas porque en ambas novelas prevalece una atmósfera de suspenso, de espera...Gran libro. Me gusta mucho Cabrera Infante, y sobre todo esa novela, su obra maestra. No te equivocas, si hay una novela polifónica de la generación del boom es Tres tristes tigres. Ahí está la lengua hablada en La Habana, pero no sólo. No sé si recuerdas aquel larguísimo capítulo sobre la muerte de Trotzky contada por diversos escritores cubanos, grandes escritores cubanos a quienes él debía mucho, pero con un sentido del humor y un sentido de desacralización de la escritura magníficos. Hay un estar, un vivir las cosas que están ocurriendo en La Habana. Es muy sensual, deja que las cosas sucedan y goza del momento. Carpe diem.

¿Y que harás en el futuro con tu alter ego Belano? Una vez amenazaste con que se suicidaría...¿Aparece en la novela que estás escribiendo?
En la nueva novela, no. Esta en un cuento en Putas asesinas, se encuentra en África, cinco o seis días después de desaparecer en la selva junto a un fotógrafo madrileño que buscaba la muerte y la encuentra, mientras que Belano está vivo. Solo, enfermo, pero vivo. Y tengo la mitad de un cuento en el que Belano viaja a México, algún tiempo después, para visitar la tumba de Ulises Lima. La persona a la que doy este nombre en la novela era un poeta, Mario Santiago, mi mejor amigo.




2003