El cultural.es. 21.01.2011
Todos mis libros están relacionados.
Hablar de esto, sin embargo, es aburrido.
Roberto Bolaño
Recuerdo que a comienzos de los años noventa en varias ocasiones Roberto Bolaño me contó por teléfono que estaba enfrascado en el proceso de escritura de una novela que se titulaba Los sinsabores del verdadero policía. En aquellas llamadas telefónicas me explicaba que el libro tenía que ser largo y contener todo aquello que hasta entonces no había conseguido escribir. Roberto aclaraba que el apremio y la voluntad de escritura reclamaban salir de la reflexiva contención de la poesía y adentrarse en el dinámico fluir del discurso narrativo, ese lugar donde la proyección de la versificación habría de expandirse, crear historias, escenas imborrables y luminosas. En esos momentos su voz adquiría un tono de urgencia melancólica, de extraño y omnipresente imperativo. Es necesario escribir algo nuevo, parecía decir, historias que surjan del fondo más velado y oscuro de nuestra experiencia, y para ello hemos de dejar atrás la ingenuidad borreguil a la que creemos que nos someten los géneros y sumergirnos en el magma, en los latidos de la gran poesía, que no es otra cosa que la rara y lúcida complicidad de la vida y la literatura.
Ahora, años después, y viendo cómo la deriva de la obra de Bolaño, así como la lectura de ésta, han configurado un panorama que se hace cada vez más diverso, y en ocasiones también equívoco, podemos decir que sus textos consiguieron buscar y fundar espacios en los cuales la experiencia de la escritura nunca antes parecía haber indagado. Su obra establece activas e inquietantes relaciones entre una tradición culta y, al mismo tiempo, la cultura popular. Su voluntad de escritor integral, así como sus intuiciones vitales, convivieron con el viaje, la dificultad económica a ratos omnipresente, la hipnotizante tranquilidad de las interminables vigilias nocturnas dedicadas a la escritura, la capacidad de reír y compadecerse ante los más leves y tiernos gestos, la justificada ira y la contradicción frente a temas polémicos que encaraba como auténticos nutrientes para su escritura; todo ello marcó su modo de escribir y tener amistades, alentadas y liberadas por la ética y la soberanía de su escritura.
Hoy se sabe públicamente que buena parte de su obra fue realizada bajo el peso de la enfermedad, de la posible y particular noción del tiempo que ésta -pero no tanto- le marcaba; sin embargo, no parece tenerse en cuenta que el aliento de fondo de su obra se había conformado mucho antes y le llevaría irremisiblemente a la carrera final. La lectura de sus poemas puede arrojar una intensa luz sobre esos primeros años, así como la trayectoria de sus primeras novelas (Diorama, Las tribulaciones de monsieur Pain, La pista de hielo, La estrategia mediterránea luego titulada El Tercer Reich y Estrella distante) permite sospechar, o deducir, con qué natural inteligencia, y elegancia, supo hacer y forjar un estilo claro y diverso para el cual entiéndase la figura parecía estar poco menos que predestinado.
Los sinsabores del verdadero policía, el libro o magnífica colección de textos que hoy nos preocupa, es parte del juego de espejos y simultáneas mutaciones escriturales que Bolaño sabía encarnar con singular lucidez, aunque no siempre su inquebrantable tesón le permitiera darles una forma final. Recuerdo que este título, en el fondo tan suyo, en tanto que apunta a una suerte de imperativo a la vez dramático y ético, Roberto lo barajó a la manera de una radical inflexión en la nutrida y segura deriva que su escritura estaba experimentando. La convivencia de escrituras paralelas, en cierto modo arbóreas o irradiadas, generará a partir de ese punto textos radicalmente ricos en historias que pongan en juego la apuesta por la narratividad total.
Cito una carta de 1986: “Mi penitencia va por un caminito bordeado por 5 novelas”. A propósito de esta cita, arrimo esta otra generosa ascua a este texto. Una postal de finales de los ochenta: “Sin noticias de México, como es habitual. En realidad, sin noticias de nadie, exceptuando a los enanitos de mi propio cerebro que a veces montan orgías, otras veces aburridos simposios sobre la Nada, algunas veces, pero menos, excursiones parecidas a la felicidad, a la libertad. Simulacros”. Para acabar, aun a riesgo de parecer algo enfático, actitud que Roberto procuraba detestar, se me ocurre que aquellos intensos simulacros de la imaginación salvaron a Roberto de la implacable, tediosa y cotidiana soledad que siempre amenaza al escritor, el escritor que pasa y salva sus días sólo deseando escribir, sí, pero sobre todo vivir.