Las Provincias.es. 29.01.2011
Decía Cyril Connolly que un lector avezado debía ser capaz de evaluar la calidad de un escritor leyendo uno solo de sus párrafos, igual que un experto en telas es capaz de diagnosticar la calidad de una pieza analizando solo un pequeño trozo. Si hacemos caso a Connolly, basta con abrir al azar Los sinsabores del verdadero policía y leer unas pocas páginas para darnos cuenta de la enorme calidad literaria de Roberto Bolaño. Todo está en esas páginas: su mirada inquietante, su tremenda pegada, su arrogante inteligencia, su innegable lirismo.
Los problemas comienzan cuando leemos el libro en su totalidad y terminamos convencidos de que Bolaño era un gran escritor, pero también de que Los sinsabores del verdadero policía no es una gran novela. Probablemente ni siquiera es una novela, sino más bien un cuaderno de autor, una sala de ensayos, un proyecto desarrollado a medias que sirvió para llenar de contenidos algunos de los mejores libros del autor. Los detectives salvajes, por ejemplo. O 2666.
La novela cuenta la historia de Óscar Amalfitano, un profesor universitario chileno, viudo, padre de una hija, homosexual, experto en autores sudamericanos de escaso relumbrón y en el bolañiano Arcimboldi, ese espectro. La novela comienza detallando la relación entre Amalfitano y Padilla, uno de los arquetípicos jóvenes trágicos y letraheridos que pueblan la literatura de Bolaño. Por ser exactos, la novela comienza con el modo en que Padilla divide a los poetas entre «maricones, maricas, mariquitas, locas, vejarrones, mariposas, ninfos y filenos». Es la misma taxonomía agresiva que exponía el 'realvisceralista' Ernesto San Epifanio en la primera parte de Los detectives salvajes.
Bolaño cuenta después los problemas que Amalfitano tiene en Barcelona y su regreso a Sudamérica. El comienzo de la novela -quizá incluso su primera mitad- es rotundo, magnífico por momentos y suena muy conocido: grupos literarios que funcionan como bandas callejeras, oscuros profesores de literatura, falsas biobibliografías, escritores fantasma, marginación, pesadillas, exiliados, supervivientes de las revoluciones americanas. Los elementos que componen el universo del autor condensados y expuestos en una sucesión que tiene algo de 'dèjá vu' inducido.
A medida que avanza, el texto va disgregándose y perdiendo solidez. De pronto se incluyen en él fragmentos que tienen la urgencia y el carácter de una nota adhesiva colocada en un manuscrito ajeno. Hay momentos en los que nos da la sensación de que lo tenemos entre las manos es la carpeta en la que Bolaño guardaba documentación para la composición posterior del personaje de Amalfitano. En su última parte, la novela adquiere -de un modo casi arbitrario- el tono criminal y pesadillesco que el lector encontrará, sonando a todo volumen, en 2666.
¿Quiero esto decir que Los sinsabores del verdadero policía es un mala novela? Más bien quiere decir que es otra cosa: una visita al cuarto de trabajo de un escritor de primer nivel. La visita interesará al lector que conozca la obra de Bolaño y sea capaz de identificar y valorar lo que va encontrando en los cajones. Los lectores que en cambio quieran tomar un primer contacto con la obra del chileno harían bien en comenzar por otros de sus libros.
Los problemas comienzan cuando leemos el libro en su totalidad y terminamos convencidos de que Bolaño era un gran escritor, pero también de que Los sinsabores del verdadero policía no es una gran novela. Probablemente ni siquiera es una novela, sino más bien un cuaderno de autor, una sala de ensayos, un proyecto desarrollado a medias que sirvió para llenar de contenidos algunos de los mejores libros del autor. Los detectives salvajes, por ejemplo. O 2666.
La novela cuenta la historia de Óscar Amalfitano, un profesor universitario chileno, viudo, padre de una hija, homosexual, experto en autores sudamericanos de escaso relumbrón y en el bolañiano Arcimboldi, ese espectro. La novela comienza detallando la relación entre Amalfitano y Padilla, uno de los arquetípicos jóvenes trágicos y letraheridos que pueblan la literatura de Bolaño. Por ser exactos, la novela comienza con el modo en que Padilla divide a los poetas entre «maricones, maricas, mariquitas, locas, vejarrones, mariposas, ninfos y filenos». Es la misma taxonomía agresiva que exponía el 'realvisceralista' Ernesto San Epifanio en la primera parte de Los detectives salvajes.
Bolaño cuenta después los problemas que Amalfitano tiene en Barcelona y su regreso a Sudamérica. El comienzo de la novela -quizá incluso su primera mitad- es rotundo, magnífico por momentos y suena muy conocido: grupos literarios que funcionan como bandas callejeras, oscuros profesores de literatura, falsas biobibliografías, escritores fantasma, marginación, pesadillas, exiliados, supervivientes de las revoluciones americanas. Los elementos que componen el universo del autor condensados y expuestos en una sucesión que tiene algo de 'dèjá vu' inducido.
A medida que avanza, el texto va disgregándose y perdiendo solidez. De pronto se incluyen en él fragmentos que tienen la urgencia y el carácter de una nota adhesiva colocada en un manuscrito ajeno. Hay momentos en los que nos da la sensación de que lo tenemos entre las manos es la carpeta en la que Bolaño guardaba documentación para la composición posterior del personaje de Amalfitano. En su última parte, la novela adquiere -de un modo casi arbitrario- el tono criminal y pesadillesco que el lector encontrará, sonando a todo volumen, en 2666.
¿Quiero esto decir que Los sinsabores del verdadero policía es un mala novela? Más bien quiere decir que es otra cosa: una visita al cuarto de trabajo de un escritor de primer nivel. La visita interesará al lector que conozca la obra de Bolaño y sea capaz de identificar y valorar lo que va encontrando en los cajones. Los lectores que en cambio quieran tomar un primer contacto con la obra del chileno harían bien en comenzar por otros de sus libros.