Culturamas.es. 30.01.2012
Lo que han hecho los críticos americanos con el cuerpo
de Roberto Bolaño (con el corpus literario, se entiende) puede
interpretarse como una prueba más de su gusto por la necrofilia o, por el
contrario, como un nuevo ejemplo de profanación. A los gringos les encantan los
escritores cuando han ingresado ya en la morgue, pero a veces tienen también la
fea costumbre de mancillar sus cadáveres. Y no me refiero sólo al hecho de que
su agente póstumo, Andrew Wylie, esté haciendo honor a su apodo, el Chacal,
y se esté dando un banquete a costa de los restos del escritor chileno, sino
también a que los críticos norteamericanos hayan adulterado la biografía del
escritor para que entre en el molde de un insulso guión de Hollywood: chico
malo ex-heroinómano consigue redimirse y reinsertarse en la sociedad por amor,
no sin antes cumplir condena por sus pecados de juventud a través de una larga
enfermedad que culminará en su muerte. El
Tercer Reich acaba de ser publicado en Estados Unidos, y, como ya
ocurriera con 2666, Bolaño
ha sido recibido con honores de héroe. Por alguna razón, el ex-pecador ha sido
elevado a la categoría de mártir y ahora es venerado como escritor de culto. La
crítica de habla hispana está dividida con respecto al llamado “fenómeno
Bolaño”. Algunos ven en esta versión americana del escritor una falsificación
del original, un mero producto de marketing manufacturado de forma similar a
los productos de la marca GOYA: los americanos adquieren la materia prima a
bajo coste, cambian el envoltorio, encarecen el precio y, ¡voilá!, éxito asegurado… Otros, como el escritor Jorge Volpi,
defienden en cambio que el éxito mundial del chileno es sólo consecuencia del
inmenso poder de sus textos, que dan pie a diversas interpretaciones, algunas
de ellas universales. No sabemos qué pensaría Roberto de su versión gringa,
pero podemos hacer un estudio post-mortem de algunas de sus obras con la
esperanza de que la autopsia nos dé algunas pistas. A priori, la literatura de
Bolaño no encaja bien con lo que triunfa en Estados Unidos. A los americanos no
les gustan los perdedores, y las novelas de Bolaño están llenas de fracasados
(heroicos, sí, pero fracasados al fin y al cabo). Aunque le han comparado con
David Foster Wallace, otro muerto ilustre, por su estilo fragmentario, Bolaño
se asemeja más a Hubert Selby Jr. o a John Fante, ambos ignorados en su país
hasta que murieron (de hecho, si no fuera porque Charles Bukowski, otro
escritor maldito, rescató las cenizas de John Fante, lo más seguro es que éstas
estuvieran todavía hoy entremezcladas con el polvo). Los personajes de estos
tres escritores viven en una realidad periférica, marginal, parecen salidos de
una alcantarilla, es decir, de la infrarrealidad. En cierto modo,
Hubert Selby Jr. y John Fante podrían haber sido personajes de Bolaño,
concretamente, integrantes del movimiento realvisceralista, ya que escribían
con las entrañas. Es curioso que, a pesar de su afición por la casquería (como
demuestran las pelis que consumen), a los americanos no les interese demasiado
la literatura escrita desde las vísceras… Pero las similitudes entre los tres
escritores se encuentran también en su modus vivendi: los tres estuvieron
siempre menos preocupados por ganarse la vida que por vivirla, y entendieron la
literatura como modo de vida, no como medio. Como diría Bolaño, los tres vivieron escritores. Esta fusión
entre el artista y su arte es una constante tanto en la vida como en la obra
del chileno. Así, en 2666 se
incluye la historia del pintor Edwin Johns, que se corta la mano con la que
pinta, la enmarca y la convierte en una obra de arte titulada Uncommon Ground. Es curioso que ya desde
el Primer Manifiesto Infrarrealista, promulgado en 1976, Bolaño abogara por “un
proceso de museificación individual”. No está de más recordar este manifiesto
porque el chileno permaneció fiel a esos principios hasta el final. En dicho
manifiesto se hacía referencia también a un aspecto que con frecuencia se
olvida y que los americanos parecen ignorar: Roberto Bolaño era un
revolucionario cultural. Para él, los poetas tienen un compromiso político y
tienen el deber de levantar su voz contra las injusticias sociales. Un ejemplo
de ello es la poeta uruguaya Alcira Soust Scaffo, a quien rinde homenaje
en Amuleto y Los detectives salvajes, que “se le
había zafado la chaveta” y recita poemas de León Felipe por megafonía mientras
el ejército ocupa la Facultad de Filosofía de la UNAM. Es cierto que los
revolucionarios, como el Che, han tenido siempre mucho éxito en Estados Unidos
(siempre y cuando las revoluciones que lideran tengan lugar en otros
países), pero da la casualidad de que, en obras como Estrella distante o Nocturno
de Chile, el chileno denuncia barbaries cometidas en su país con el apoyo
de los americanos. Estados Unidos apoyó el golpe de estado de Pinochet y la
posterior dictadura, así que el éxito de Bolaño en ese país resulta, cuando
menos, paradójico.
Roberto Bolaño es, sin ningún lugar a dudas, un
escritor de éxito, pero no por lo que vende, sino por no haberse vendido. En Nocturno de Chile, Bolaño denuncia
la existencia de una burocracia cultural al servicio del dictador. La
complicidad silenciosa de los intelectuales se muestra, por ejemplo, en la
escena en que los intelectuales debaten sobre literatura en las tertulias de
María Canales mientras en el sótano de la casa se practica la tortura. Bolaño
jamás escribió al servicio del establishment,
nunca formó parte de la “maquinaria cultural a la que lo mismo le da servir de
conciencia o de culo de la clase dominante”. Parece que todavía no se tiene la
menor idea de quién fue Roberto Bolaño, ni en Estados Unidos ni en gran parte
del mercado hispanoparlante. Esto, por supuesto, da lo mismo, ya que el propio
escritor admitió que ni sabía quién era ni le importaba, pero conviene no
perder de vista los principios éticos y estéticos que defendía. Está muy bien
que la gente compre sus libros, porque pasear con un libro de Bolaño bajo el
brazo, como hacen muchos jóvenes en los metros de medio mundo, es cool… Pero tampoco estaría de más que
los leyeran.