miércoles, 25 de septiembre de 2013

Los años mexicanos de Roberto Bolaño

Juan Carlos Pérez Salazar
BBC Mundo, Ciudad de México. 15.07.2013



El Café la Habana está situado en la esquina de la calle Morelos con Bucarelli, en Ciudad de México. Allí, según la leyenda, se reunían en los años 50 Fidel Castro y el Che Guevara a planear su desembarco en Cuba.





En la década de los años 70, otro tipo de revolucionarios -más jóvenes, igual de beligerantes- también se encontraban ahí para complotar: los infrarrealistas, encabezados por un joven chileno de gafas, pelo largo y un eterno vaso de café con leche en las manos. Roberto Bolaño. "Era donde nos reuníamos y bebíamos. Llegaban los infrarrealistas, los amigos del infrarrealismo, los medio infrarrealistas... A veces de ahí se partía en vagancia, en los recorridos por las calles de México que era la otra parte: café y la cosa deambulatoria". Así lo recuerda el poeta peruano José Rosas Ribeyro, integrante de los infras, un movimiento furiosamente contestatario y marginal.

"Éramos gentes con un estado de espíritu común. ¿Frente a qué? Frente a una cultura completamente encadenada y encerrada en una clase social y un grupo mafioso que dirigía un tipo de gran valor, Octavio Paz. Él cómo poeta y ensayista es extraordinario, pero estaba rodeado de una banda de mediocres que eran su corte y esa corte tenía encerrada la cultura mexicana con cuatro llaves", le dice a BBC Mundo.

"Roberto era un tipo gracioso, medio pesado, hay que decirlo. Tenía un ladito medio arrogante. Siempre creyó en sí mismo. Si bien estaba dentro de la marginalidad, su marginalidad no era la de Mario Santiago. La de Mario era autodestructiva. Llevaba hacia la nada. Hacia lo que terminó".

Allí, en sus años mexicanos, en su trasegar por la calles del DF y en las interminables conversaciones sobre poesía y vida, poesía y muerte, se gestaría el Roberto Bolaño que después sorprendería al mundo con una obra fulminante, escrita en poco más de diez años.


La parte de México

El Infrarrealismo -como el Nadaísmo en Colombia, o el Techo de la Ballena en Venezuela- fue un eco tardío pero muy latinoamericano de los movimientos vanguardistas europeos, como el dadaísmo y el surrealismo. Es probable que su fama no hubiera pasado de capillas de iniciados y círculos académicos, pero la publicación en 1998 de la novela de Roberto Bolaño Los detectives salvajes cambió todo.

En la primera parte de la novela se retrata vida y milagros de un movimiento poético marginal en la capital mexicana: los Visceral Realistas. Un trasunto de sus experiencias de los 70.

"Cuando sale Los Detectives Salvajes, aquello explota. Y dicen, bueno ¿qué es esto? ¿De dónde sale esta novela? ¿Existe este grupo? Yo estoy en Chile y ni saben que realmente existe el infrarrealismo, creen que Roberto se lo inventó todo", rememora Rubén Medina, otro cuate infrarrealista de Bolaño, hoy un respetado profesor de literatura en la Universidad de Wisconsin-Madison, Estados Unidos.

Medina (quien en otoño publicará en México una monumental antología de los infrarrealistas) conoció a Roberto Bolaño en el tercero de los ejes -con cafés y caminatas- del grupo: los talleres literarios. "Lo conocí a través de Mario Santiago, en el otoño del 75. Solía asistir a talleres literarios, básicamente a buscar nuevos poetas y dar a los escritores jóvenes otra visión", le cuenta a BBC Mundo. "En esos momentos ya estaban empezando a organizar un grupo. A partir de ese día empezamos a vernos casi a diario. A caminar, escribir poemas colectivos, hablar sobre poesía mexicana, latinoamericana. Poesía en general".

Ya en ese entonces la armazón de disciplina, beligerancia y profundo conocimiento literario estaba casi formada en Roberto Bolaño. Con trabajo de galeote adquirió una prosa hipnotizante que se nutría de lugares tan disímiles como poesía, ciencia ficción o novela negra. "Roberto era una persona muy enfocada, que desde temprano sabía lo que quería. Dedicadísimo a la literatura, leyendo diario, tomando notas. Vivía para la literatura y tenía un conocimiento bastante amplio de lecturas, de movimientos. Era una persona súper inteligente y con una habilidad para presentar ideas, para debatirte, para cuestionar", dice Medina.

Fue también en esa época que lo conoció Verónica Volkow, nieta de León Trosky, poeta por derecho propio, traductora y en la actualidad profesora de literatura del siglo XVII en la UNAM. "Lo ubico dentro del grupo y recuerdo este carácter extremadamente desafiante, arrojándote a la cara que para escribir poesía tenías que llevar una vida tipo Rimbaud: ir en contra de todos los valores establecidos, desafiar los valores burgueses, sin concesiones. Una praxis muy sustentada en el impulso del instinto", le dice a BBC Mundo. Y agrega: "A mí lo que más me gusta -aunque no soy especialista en su obra- es la poesía. Y la parte de la narrativa que más me gusta es la recuperación de atmósfera, de cómo era la poesía en esa época, de cómo eran los talleres literarios, de las dinámicas, de los sentimientos que teníamos todos al acercarnos a la poesía en esa generación. Es de una fidelidad maravillosa. Una máquina del tiempo".


La parte de Europa

Luego, entre 1977-78, como si alguien hubiera dado una orden silenciosa, empezó la diáspora. "El 77 es el año de la estampida. De repente se fue Roberto, me fui yo, se fue Bruno Montané y se fue Mario Santiago. En diferentes momentos, sin coordinarnos. Quizá porque el ambiente mexicano, que habíamos tratado de agitar era demasiado fuerte y cerrado". Así lo rememora ante BBC Mundo José Rosas Ribeyro, quien durante los últimos 35 años ha vivido en París, donde trabajó como periodista en Radio France International.

Rubén Medina se marchó en 1978 para Estados Unidos, donde aún reside. "En Barcelona, Roberto y Bruno sacan una revistica que se llama 'Rimbaud vuelve a casa'. Y ahí siguen con los mismos postulados éticos. Cada quien, a su propia manera, sigue manteniendo los principios éticos del infrarrealismo. Con una diferencia muy notable: Mario regresa a finales del 78 a México y vuelve a retomar todo el movimiento".

Muchos de los antiguos camaradas siguen viendo a Bolaño como un poeta. O no hacen distinción entre poesía y prosa. "La idea de escribir narrativa es básicamente para ampliar sus horizontes de subsistencia a través de los concursos literarios, pero ya en 92 deja de trabajar y se dedica a la literatura. Porque en los 80 trabaja y escribe. Pero desde el 77, que llega a Barcelona, hasta el 92, son 15 años de marginalidad, de vivir en España como vivió en México", reflexiona Rubén Medina.

Bolaño empezó a darse a conocer a un público más amplio con La literatura nazi de América, un juego de espejos con Historia universal de la infamia, de su amado Borges, a quien llamaba "Dios".

Luego, todos lo volvieron a ver alguna vez. Rosas Ribeyro en París cuando fue a presentar su primera novela traducida al francés. Verónica Volkow en Caracas, en 1998 cuando Roberto Bolaño fue a recoger el premio Rómulo Gallegos por Los detectives salvajes. "Lo que me sorprendió cuando lo volví a encontrar es que era un hombre extremadamente radical, de una radicalidad política sin ningún tipo de concesión. Por otro lado, era muy tierno. Eso es interesante. Y esa parte es la que se manifiesta en sus poemas, que son muy bellos".

Es algo en lo que están de acuerdo todos los que lo conocían: Roberto Bolaño asumió desde muy joven una actitud ética a rajatabla con la literatura y sus convicciones. Así lo piensa también la periodista Mónica Maristain, quien hizo la última entrevista que dio Bolaño y que acaba de publicar El hijo de Míster Playa, un primer acercamiento biográfico al escritor. "Era muy generoso y muy buena persona, con un corazón muy noble. Bolaño era un tipo muy sincero en sus aproximaciones a la gente". "Lo creo un gran compañero de ruta, alguien que hubiera cambiado mucho el sistema tan perverso en el que se mueve nuestra literatura, esa cosa de premios y este delirio de homenajes y palmadas en la espalda, cuando en realidad la gente lo que tiene que hacer es escribir".


Donde se habla del último recuerdo

Mónica Maristain, Ciudad de México. "Siento una gran tristeza en estos días, recuerdo los días previos a su muerte, me acuerdo haberle escrito un correo una semana antes, muy enojada porque no me escribía y era que ya estaba muy enfermo... Su muerte fue muy trágica porque realmente tenía mucho por escribir. Su obra, como él mismo lo dijo, es una batalla futura y nos corresponde velar por ella. Bolaño, además de estar en manos de los académicos, está en manos de los jóvenes. Yo creo que ellos nos van a enseñar a leerlo".

José Rosas Ribeyro, París, Francia. "El último recuerdo... me encontré con Roberto en París el día que se presentaba el primer libro en francés, en la Maison de l'Amerique Latine. Llego yo allí y me dicen, oye, Roberto está acá atrás y preguntó por ti. Llevábamos muchos años sin vernos. Había mucha gente, pero dejó a todo el mundo y se puso a conversar conmigo".

Rubén Medina, Wisconsin, Estados Unidos. "Tengo muchos recuerdos de Bolaño. No tengo uno fijo. Las cartas que me mandó. Lo recuerdo como alguien dedicado a la literatura como forma de vida, no como profesión. Una persona muy culta, ávido lector. Siempre recuerdo su voz cuando leía poemas".

Verónica Volkow, Ciudad de México. "Recuerdo la ternura, sobre todo en su trato... Y como tuve la fortuna de leer poesía con él, en su poesía es donde miré esa capacidad de ternura hasta para con los seres más desamparados, me recordaba a Rimbaud recogiendo borrachos como si fuera una madre tierna. Ya lo último que supe fue cuando ya estaba enfermo y que estaban pidiendo un trasplante de hígado. Fue un golpe la noticia. Y luego me enteré del fallecimiento".


Coda

Entrando al Café La Habana, a la derecha, hay una placa de bronce con todos los nombres de los famosos que allí se reunían. Están, claro, Fidel Castro y el Che Guevara. También Octavio Paz. El último nombre de la lista es el de Roberto Bolaño, después, sólo tres puntos suspensivos...