BBC Mundo, Ciudad de México. 15.07.2013
El Café la Habana está situado en la esquina de la
calle Morelos con Bucarelli, en Ciudad de México. Allí, según la leyenda, se
reunían en los años 50 Fidel Castro y el Che Guevara a planear su desembarco en
Cuba.
En la década de los años 70, otro tipo de
revolucionarios -más jóvenes, igual de beligerantes- también se encontraban ahí
para complotar: los infrarrealistas, encabezados por un joven chileno de gafas,
pelo largo y un eterno vaso de café con leche en las manos. Roberto Bolaño. "Era
donde nos reuníamos y bebíamos. Llegaban los infrarrealistas, los amigos del
infrarrealismo, los medio infrarrealistas... A veces de ahí se partía en vagancia,
en los recorridos por las calles de México que era la otra parte: café y la
cosa deambulatoria". Así lo recuerda el poeta peruano José Rosas Ribeyro,
integrante de los infras, un movimiento furiosamente contestatario y marginal.
"Éramos gentes con un estado de espíritu común.
¿Frente a qué? Frente a una cultura completamente encadenada y encerrada en una
clase social y un grupo mafioso que dirigía un tipo de gran valor, Octavio Paz.
Él cómo poeta y ensayista es extraordinario, pero estaba rodeado de una banda
de mediocres que eran su corte y esa corte tenía encerrada la cultura mexicana
con cuatro llaves", le dice a BBC Mundo.
"Roberto era un tipo gracioso, medio pesado, hay
que decirlo. Tenía un ladito medio arrogante. Siempre creyó en sí mismo. Si
bien estaba dentro de la marginalidad, su marginalidad no era la de Mario
Santiago. La de Mario era autodestructiva. Llevaba hacia la nada. Hacia lo que
terminó".
Allí, en sus años mexicanos, en su trasegar por la
calles del DF y en las interminables conversaciones sobre poesía y vida, poesía
y muerte, se gestaría el Roberto Bolaño que después sorprendería al mundo con
una obra fulminante, escrita en poco más de diez años.
La parte de México
El Infrarrealismo -como el Nadaísmo en Colombia, o el Techo
de la Ballena en Venezuela- fue un eco tardío pero muy latinoamericano de los
movimientos vanguardistas europeos, como el dadaísmo y el surrealismo. Es
probable que su fama no hubiera pasado de capillas de iniciados y círculos
académicos, pero la publicación en 1998 de la novela de Roberto Bolaño Los detectives salvajes cambió todo.
En la primera parte de la novela se retrata vida y
milagros de un movimiento poético marginal en la capital mexicana: los Visceral
Realistas. Un trasunto de sus experiencias de los 70.
"Cuando sale Los
Detectives Salvajes, aquello explota. Y dicen, bueno ¿qué es esto? ¿De
dónde sale esta novela? ¿Existe este grupo? Yo estoy en Chile y ni saben que
realmente existe el infrarrealismo, creen que Roberto se lo inventó todo",
rememora Rubén Medina, otro cuate infrarrealista de Bolaño, hoy un respetado
profesor de literatura en la Universidad de Wisconsin-Madison, Estados Unidos.
Medina (quien en otoño publicará en México una
monumental antología de los infrarrealistas) conoció a Roberto Bolaño en el
tercero de los ejes -con cafés y caminatas- del grupo: los talleres literarios.
"Lo conocí a través de Mario Santiago, en el otoño del 75. Solía asistir a
talleres literarios, básicamente a buscar nuevos poetas y dar a los escritores
jóvenes otra visión", le cuenta a BBC Mundo. "En esos momentos ya
estaban empezando a organizar un grupo. A partir de ese día empezamos a vernos
casi a diario. A caminar, escribir poemas colectivos, hablar sobre poesía
mexicana, latinoamericana. Poesía en general".
Ya en ese entonces la armazón de disciplina,
beligerancia y profundo conocimiento literario estaba casi formada en Roberto
Bolaño. Con trabajo de galeote adquirió una prosa hipnotizante que se nutría de
lugares tan disímiles como poesía, ciencia ficción o novela negra. "Roberto
era una persona muy enfocada, que desde temprano sabía lo que quería.
Dedicadísimo a la literatura, leyendo diario, tomando notas. Vivía para la
literatura y tenía un conocimiento bastante amplio de lecturas, de movimientos.
Era una persona súper inteligente y con una habilidad para presentar ideas,
para debatirte, para cuestionar", dice Medina.
Fue también en esa época que lo conoció Verónica
Volkow, nieta de León Trosky, poeta por derecho propio, traductora y en la
actualidad profesora de literatura del siglo XVII en la UNAM. "Lo ubico
dentro del grupo y recuerdo este carácter extremadamente desafiante,
arrojándote a la cara que para escribir poesía tenías que llevar una vida tipo
Rimbaud: ir en contra de todos los valores establecidos, desafiar los valores
burgueses, sin concesiones. Una praxis muy sustentada en el impulso del
instinto", le dice a BBC Mundo. Y agrega: "A mí lo que más me gusta
-aunque no soy especialista en su obra- es la poesía. Y la parte de la
narrativa que más me gusta es la recuperación de atmósfera, de cómo era la
poesía en esa época, de cómo eran los talleres literarios, de las dinámicas, de
los sentimientos que teníamos todos al acercarnos a la poesía en esa
generación. Es de una fidelidad maravillosa. Una máquina del tiempo".
La parte de Europa
Luego, entre 1977-78, como si alguien hubiera dado una
orden silenciosa, empezó la diáspora. "El 77 es el año de la estampida. De
repente se fue Roberto, me fui yo, se fue Bruno Montané y se fue Mario
Santiago. En diferentes momentos, sin coordinarnos. Quizá porque el ambiente
mexicano, que habíamos tratado de agitar era demasiado fuerte y cerrado". Así
lo rememora ante BBC Mundo José Rosas Ribeyro, quien durante los últimos 35 años
ha vivido en París, donde trabajó como periodista en Radio France
International.
Rubén Medina se marchó en 1978 para Estados Unidos,
donde aún reside. "En Barcelona, Roberto y Bruno sacan una revistica que se
llama 'Rimbaud vuelve a casa'. Y ahí siguen con los mismos postulados éticos.
Cada quien, a su propia manera, sigue manteniendo los principios éticos del
infrarrealismo. Con una diferencia muy notable: Mario regresa a finales del 78
a México y vuelve a retomar todo el movimiento".
Muchos de los antiguos camaradas siguen viendo a Bolaño
como un poeta. O no hacen distinción entre poesía y prosa. "La idea de
escribir narrativa es básicamente para ampliar sus horizontes de subsistencia a
través de los concursos literarios, pero ya en 92 deja de trabajar y se dedica
a la literatura. Porque en los 80 trabaja y escribe. Pero desde el 77, que
llega a Barcelona, hasta el 92, son 15 años de marginalidad, de vivir en España
como vivió en México", reflexiona Rubén Medina.
Bolaño empezó a darse a conocer a un público más amplio
con La literatura nazi de América, un
juego de espejos con Historia universal
de la infamia, de su amado Borges, a quien llamaba "Dios".
Luego, todos lo volvieron a ver alguna vez. Rosas
Ribeyro en París cuando fue a presentar su primera novela traducida al francés.
Verónica Volkow en Caracas, en 1998 cuando Roberto Bolaño fue a recoger el
premio Rómulo Gallegos por Los detectives
salvajes. "Lo que me sorprendió cuando lo volví a encontrar es que era
un hombre extremadamente radical, de una radicalidad política sin ningún tipo
de concesión. Por otro lado, era muy tierno. Eso es interesante. Y esa parte es
la que se manifiesta en sus poemas, que son muy bellos".
Es algo en lo que están de acuerdo todos los que lo
conocían: Roberto Bolaño asumió desde muy joven una actitud ética a rajatabla
con la literatura y sus convicciones. Así lo piensa también la periodista
Mónica Maristain, quien hizo la última entrevista que dio Bolaño y que acaba de
publicar El hijo de Míster Playa, un
primer acercamiento biográfico al escritor. "Era muy generoso y muy buena
persona, con un corazón muy noble. Bolaño era un tipo muy sincero en sus
aproximaciones a la gente". "Lo creo un gran compañero de ruta,
alguien que hubiera cambiado mucho el sistema tan perverso en el que se mueve
nuestra literatura, esa cosa de premios y este delirio de homenajes y palmadas
en la espalda, cuando en realidad la gente lo que tiene que hacer es
escribir".
Donde se habla del
último recuerdo
Mónica
Maristain, Ciudad de México.
"Siento una gran tristeza en estos días, recuerdo los días previos a su
muerte, me acuerdo haberle escrito un correo una semana antes, muy enojada
porque no me escribía y era que ya estaba muy enfermo... Su muerte fue muy
trágica porque realmente tenía mucho por escribir. Su obra, como él mismo lo
dijo, es una batalla futura y nos corresponde velar por ella. Bolaño, además de
estar en manos de los académicos, está en manos de los jóvenes. Yo creo que
ellos nos van a enseñar a leerlo".
José
Rosas Ribeyro, París, Francia.
"El último recuerdo... me encontré con Roberto en París el día que se
presentaba el primer libro en francés, en la Maison de l'Amerique Latine. Llego
yo allí y me dicen, oye, Roberto está acá atrás y preguntó por ti. Llevábamos
muchos años sin vernos. Había mucha gente, pero dejó a todo el mundo y se puso
a conversar conmigo".
Rubén
Medina, Wisconsin, Estados Unidos.
"Tengo muchos recuerdos de Bolaño. No tengo uno fijo. Las cartas que me
mandó. Lo recuerdo como alguien dedicado a la literatura como forma de vida, no
como profesión. Una persona muy culta, ávido lector. Siempre recuerdo su voz
cuando leía poemas".
Verónica
Volkow, Ciudad de México.
"Recuerdo la ternura, sobre todo en su trato... Y como tuve la fortuna de
leer poesía con él, en su poesía es donde miré esa capacidad de ternura hasta
para con los seres más desamparados, me recordaba a Rimbaud recogiendo
borrachos como si fuera una madre tierna. Ya lo último que supe fue cuando ya
estaba enfermo y que estaban pidiendo un trasplante de hígado. Fue un golpe la
noticia. Y luego me enteré del fallecimiento".
Coda
Entrando al Café La Habana, a la derecha, hay una placa
de bronce con todos los nombres de los famosos que allí se reunían. Están,
claro, Fidel Castro y el Che Guevara. También Octavio Paz. El último nombre de
la lista es el de Roberto Bolaño, después, sólo tres puntos suspensivos...