Revista Intemperie. 07.2013
Una novelita lumpen fue tal vez la primera novela de
Bolaño que leí, no lo recuerdo bien. Ahora, viendo la película de Alicia
Scherson “El futuro”, me doy cuenta de que es uno de mis textos favoritos
suyos, tal vez precisamente por no ser su obra más importante o más
característica (la propia directora ha comentado que sus textos más extensos y
más conocidos serían imposibles de adaptar al cine). Algo después de leerla,
escribí una pequeña nota sobre la extrañeza soterrada, la
melancolía en sordina y la irrealidad sutil de tres novelas de Bolaño, entre
ellas Una novelita lumpen, y ahora
viendo la película me vuelven a dar vuelta algunos de esos temas.
Las críticas locales a la película no han sido
demasiado entusiastas: Daniel Villalobos, en La Tercera, la considera “sin duda, inferior”
a “Turistas”, por su carencia de “sugerencia” y “ecos emotivos”. Ernesto Ayala,
en El Mercurio, le reprocha estar filmada con una
“curiosidad contenida y clínica”, a causa de la cual “todo lo cálido,
entrañable o interesante [de la historia de la relación entre dos hermanos] se
diluye en la indiferencia de los personajes por su destino, en la imposibilidad
de poner en escena emociones de ningún orden y en una luz fría que parece
insistir en que vivimos en una sociedad donde los hombres no conocemos la piedad,
la compasión ni el amor”. Es precisamente esa contención la que a mí me parece
el mérito mayor de la película: contención al filmar Roma, una ciudad que en la
película aparece como una extraña combinación de departamentos de clase media,
sitios eriazos y ruinas grandiosas venidas a menos (niveles obviamente legibles
como alegorías de los diversos tipos de personajes que pueblan la pantalla);
contención en la manera de filmar los numerosos desnudos de Manuela Martelli
(que la cámara registra con la misma falta de deslumbramiento estetizante con
la que observa Roma, lo que en este caso les confiere una belleza fría y no
sexualizada, pero curiosamente no desprovista tampoco de ternura –se nota en
esto algo que podría ser una mirada femenina-); contención en la dirección de
los actores, que no llegan nunca a ser parodias de sí mismos, lo que habría
sido fácil en el caso de los turbios fisicoculturistas que se instalan en la
casa de Bianca y su hermano Tomás o en el de Maciste, el viejo Míster Universo
cuya confianza la protagonista intenta ganarse con el fin de robarle;
contención, finalmente, en la manera de adaptar la novela de Bolaño sin
pretender hacerse cargo de todos sus aspectos pero intentando ser fiel a su
atmósfera sabiendo que ello exigirá una transposición que la transforme en otra
cosa.
Gracias a esa contención, Scherson consigue captar de
manera precisa la apatía total que define a la protagonista, la violencia a
punto de estallar que la rodea, y la tenue pero tenaz esperanza con la que
atraviesa la trama del libro. Casi toda la película está hablada en italiano y
en inglés, excepto por un par de frases en castellano que intercambian Bianca y
su hermano (en la película, huérfanos de padres chilenos). Según Ernesto Ayala,
en la misma reseña, por esa razón la película tampoco califica como cine
chileno, “por mucho que su directora y su protagonista sean chilenas. Más bien,
tiene ese aroma impersonal de las coproducciones hechas entre varios países”,
que para el autor es un defecto compartido con las películas de Raúl Ruiz. Algo
parecido se ha dicho de Bolaño, un escritor difícilmente encasillable en
categorías nacionales o en el mapa de la “narrativa chilena”. Digamos sólo que
si esta película es tan “no chilena” como el cine de Ruiz y la narrativa de
Bolaño, no está en mala compañía. Y puede ser una ocasión de preguntarse qué
entendemos por cine o literatura chilenos, y si tiene sentido todavía hacerse
una pregunta así.
Se ha dicho que buena parte de la literatura chilena y
latinoamericana está marcada por la búsqueda de una figura paterna que falta
(pensemos en Pedro Páramo, de Juan
Rulfo). Algo curioso que sucede tanto en la película como en la novela es que
la orfandad de los hermanos no parece ser motivo de angustia o de desasosiego.
Es simplemente un dato que constatan con la misma indiferencia con la que
aceptan que en el dormitorio que era de sus padres se instalen el libio y el
boloñés que los convencen de ser cómplices de su plan de robo. No deja de ser
curioso el título “El futuro” para una película en que los personajes parecen
precisamente carecer de toda proyección existencial (aunque, como en toda
imagen cinematográfica, literalmente lo sean). Tal vez la película sabe que siempre
el futuro, una vez que ha llegado, es en cierto modo desilusionante, o no se
parece en todo caso a la imagen que teníamos de él.
En un texto precioso sobre Roma, el poeta renacentista
Joachim Du Bellay se dirige a un recién llegado que, buscando Roma en Roma, no
la encuentra (“Nouveau venu, qui cherches Rome en Rome / Et rien de Rome en
Rome n’aperçois”) y le advierte que la legendaria ciudad son precisamente esas
ruinas que no parecen ser dignas del gran nombre “Roma” (“Ces vieux palais, ces
vieux arcs que tu vois, / Et ces vieux murs, c’est ce que Rome on nomme.”). Lo
firme es lo que destruye el tiempo, concluye el poema, y sólo el río Tíber, que
huye del tiempo, le resiste. “Yo levanto mi copa”, escribió Nicanor Parra, por
el mañana, “Por ese día que no llega nunca / Pero que es lo único / De lo que
realmente disponemos”. Creo que la película de Scherson se hace cargo de esas
paradojas, y de algunas otras. Por mucho que a ciertos críticos les parezca
fría, carente de emociones, o de apego al suelo patrio (reproches que dicen más
acerca de las preferencias de los críticos que de la película), plantearse esas
preguntas y proponer una respuesta no es poco.
En algún momento de la novela, mirando una película que
hizo el ahora viejo y ciego Maciste cuando joven, la protagonista se dice que
él “mientras filmaba esa película, estaba en el presente”, mientras que ella
“que veía la película, o que soñaba que veía la película, estaba en el futuro,
en el futuro de Maciste, es decir en la nada”. (114) En la última escena del
libro, la protagonista está inquieta, a la espera de una mala noticia, con la
sensación de que sobre su cabeza se cierne una tormenta, “una tormenta sin
ruido y sin ojos que venía de otro mundo, un mundo que ni los satélites que
giran alrededor de la Tierra pueden captar, y donde existía un hueco que era mi
hueco, una sombra que era mi sombra”. (150-151) El futuro arroja un haz de luz
sobre esa sombra sin que disminuya el espesor de su silueta.