lunes, 5 de enero de 2015

Roberto Bolaño, o el eterno retorno al desierto de Sonora

por Mario Spachiaro
La voz del Sur, Valdivia, Chile. 05.04.2014







Nota de lectura sobre Los detectives salvajes
 

...esas cosas que se dicen cuando uno está muy borracho y la noche no sólo es extranjera sino grande, muy grande, tan grande que como te descuides un poco te traga, a ti y a todos los que estén a tu lado.

Roberto Bolaño


El hombre es un ser de costumbres, pensé hoy, luego de dormir unas cuatro horas, y antes de eso haber bebido por casi treinta horas continuadas. Pensé, no sé por qué, que podría vivir así durante mucho tiempo. También pensé que uno termina por acostumbrarse a todo, y recordé al Perro, amigo de alguna noche anterior, a quien su madre lo botó a la calle cuando tenía tres años. Habíamos, junto a mi amigo Jaime, estado tomando pisco con él y nos había relatado parte de su historia. Lloró un par de veces y yo estuve a un tris de acompañarlo en una de las ocasiones. “Hay vidas tristes y la mía es la más triste”, dijo sin ningún asomo de exigir lástima. “Me ha tocado una vida cabrona, una vida muy puta”, decía entre trago y trago, mientras la botella deambulaba de mano en mano. En pocos minutos relató su última Navidad, con veinticinco perros rodeándolo (nos recitó los nombres de todos), lamiéndole la cara y él llorando, por la soledad, por la pobreza, por el hambre, pero sobre todo por la soledad.


I


Y yo pienso que podría vivir así, como un poeta real visceralista, aunque ellos son mexicanos (también hay un chileno, o dos), y escriben poesía todo el tiempo y las chicas del bar ése al que van se los quieren coger a todos, y... En las novelas el tiempo transcurre más rápido, y más interesante-mente. Finalmente la vida del ser más aburrido puede ser escrita y novelada de manera interesante y hasta entretenida para algunos (Kafka y Dostoievski ya lo hicieron, y más de una vez).

Acabo de revisar mi billetera, y no tengo ni un miserable peso, lo que también me acerca al Real visceralismo. De hecho ya vivo como un poeta real visceralista. Los hermanos Rodríguez viven de a tres por habitación, y deben sacar algunos muebles para poner otros, según sea el día o la noche. Yo vivo de allegado, y aunque tengo una habitación para mí solo, he sentido el hacinamiento y las ganas de estar aún más lejos que la playa. “Yo quiero ser como tu madre, cuidarte, quiero estar ahí cuando seas famoso”, le dice Rosario a García Madero, y él piensa que está loca. En fin, es 23 de enero, y debo apurarme si quiero conseguir la atemporalidad.



Me sigue gustando María Font, más que Rosario, Lupe y Angélica

Ya pasé a la segunda parte, y me parece que la estructura por fechas es bastante mejor que la estructura por personajes. El que lea, entienda. Aunque Bolaño no use esa coma ahí. Ya no me parece tan entretenido el ser real visceralista. Ni siquiera sé muy bien de qué se trata el movimiento. Una poesía muy ligada a las vanguardias (odio las vanguardias, odio la “sorpresa” que, tantas y tantas veces, ronda la impostura), al estridentismo, al insulto, a la concatenación significante, sonora o “infantil”, como el mismo texto dice. La novela tiene pocas sorpresas, tal vez la forma en que está escrita induce a pensar en una atemporalidad que finalmente no es tal. Todo está debidamente documentado, fechado y anotado. Autores y títulos (cientos, tal vez miles de ellos), amistades, lugares y sucesos. Acaso lo más sorprendente sea el que todos beben café con leche. Real visceralistas, poetas comunes, gente aledaña, putas y cabrones. Todos beben café con leche. ¿Será una costumbre mexicana? Tal vez por eso es que vomitan tanto. Deberían probar con café negro.


II


La nueva disposición es una mierda. Todos los locales nocturnos del Gran Santiago deben cerrar sus puertas a las cuatro de la mañana. Una diputada de extrema derecha, conservadora, con actitud de haber estudiado con las monjas y de no haber cogido con más de dos tipos en su vida, es la que lleva la voz cantante de la medida. Y yo me pregunto, lo sé, retóricamente, cómo es que alguien así puede normar mi vida, cómo es que un ser fascistoide y tendencioso puede decir a qué hora tomo alcohol y a qué hora no. Es una vulgar estupidez, una falta de respeto, una inmoralidad, una bofetada en la cara a la alta bohemia, a la noche, a los trasnochadores, a la inteligencia, a la libertad individual, a la poesía (lo sé, la cursilería es inevitable).

En alguna entrevista, esta diputada, dijo que era mentira que con la medida fuera a aumentar el número de locales clandestinos. Y yo pensaba en dos cosas, en la posibilidad, lejana pero excitante, de tenerla en cuatro patas y darle por el culo (no es nada fea, hay que decirlo), y en lo poco informado de sus declaraciones. La misma noche anterior había estado bebiendo en un local clandestino hasta casi las nueve de la mañana.

Habíamos estado conversando con Gonzalo de todo un poco y, de paso, también de literatura. Le había pedido que corrigiera un texto mío, y me estuvo haciendo comentarios. Estuvimos hablando de Los detectives salvajes, y le expuse mi clásico resquemor de que a toda novela de seiscientas páginas le sobran por lo menos doscientas. Perdón, es lo que pienso, le dije, aunque agregué que me parecía una novela con muy buenas historias. El narrador del viejo Font me sigue pareciendo notable, o la historia de la revuelta guerrillera en Liberia (el punto más alto de la novela, en mi opinión), por nombrar sólo dos. Algo de Kurtz, de Coppola o de Conrad se adivina en esa historia, tal vez de los tres.

Gonzalo dijo que la literatura no debía ser autobiográfica, y le dije que estaba loco, que la mejor literatura siempre tiene algo o mucho de autobiográfico. (Gonzalo ya estaba muy ebrio y era difícil sostener el hilo de la conversación). Belano es un heterónimo, una representación, un otro yo, de Bolaño, representación viva de la biografía –ficcional, real, probable- del segundo. Es evidente la presencia suya, del autor, en la novela. Belano dejó de beber y tenía graves problemas físicos, relacionados con pancreatitis, hígados perforados, etcétera. Ambos son escritores, chilenos, solitarios, fuman tabaco desde que despiertan y van por la vida como sin sentido, pero van. Gonzalo no dijo nada. Al contrario, acomodó sus codos y se quedó dormido sobre la mesa.


III


A estas alturas los poetas real visceralistas dan lo mismo. La importancia, aquí y allá, radica en vivir, en sobrevivir, en matarse o en buscar la muerte. Belano busca a veces morir, otras vivir. Supongo que las ganas de no estar, vienen cuando se pierde algo. Así lo deja traslucir la novela, en una conclusión que no por lo poco original deja de ser cierta. La vida sin amor vale una chingada, por ejemplo. Es por eso que la diferencia entre vivir o morir se difumina.

Hay un algo malo en las novelas largas. El que uno se acostumbra. Ya tengo elegida la próxima lectura y estoy casi seguro de que no me va a gustar (“Junkie”, de William Burroughs). Tal vez porque, como me decía un amigo hoy por mail, nos estamos poniendo viejos. Viejos y nostálgicos, diría yo, y la vida sin amor me sigue pareciendo una chingada. Por eso escribo lo que veo, ya sin tantas claves, ya sin tanta “inteligencia”, sobre lo que han hecho mis amigos, mi padre, mis amores, o la gente que admiro o quiero, por uno u otro motivo.


Final


Después de todo, el final es algo inevitable, en todo orden de cosas y situaciones. En este caso esperaba algo más. Es cierto, la escena anterior al final (¿matemático? ¿Esquemático? ¿Enigmático?), es al más puro estilo mejicano, con balazos, muertos y carreteras polvorientas y solitarias. Pero no sé. Es el otro problema de las novelas largas, que uno espera un final digno de la cantidad de páginas que ha leído y, por lo general, ésta no es la excepción, el final se esconde en un no final, como si el mismo autor no tuviera los cojones de terminar tal como empezó. Cortázar lo hizo separando las maneras de leer, o creando una estructura “lúdica”, como dicen algunas personas.

Bolaño se va por las ramas y elude un estilo al que fue fiel durante quinientas noventa y ocho páginas. Así y todo el final no es malo, sólo hubiera esperado menos cabos sueltos, un estilo coherente, un poema de Cesárea del texto encontrado por García Madero, una buena frase final, qué sé yo, algo así.


Salida del bar clandestino


Y me quedo con esa sensación amarga de salir en la mañana, desde un bar rumbo a la casa. Anoche hablé con Pedro Peirano y le recordé su participación en un gran programa de televisión: “Plan Z”. Sólo le hice un comentario al pasar y él me contestó recordando todo aquel capítulo, con ojos brillosos, supongo que debido a una mezcla de remedios, sueño y ganas de pasar a otra cosa. Luego de aquello me instalé de espaldas a un ventilador gigante y me quedé ahí por largos minutos, sintiendo el aire frío en mi cabeza y haciéndome a la idea de recorrer el largo camino de regreso a casa. Al salir miré la cordillera y sentí la tristeza de la ausencia. De la ausencia del amor, de los amigos, de la poesía. Aquella hora infame en que uno está más verdadera y putamente solo que nunca.

En fin, “sólo queda caminar”, dijo Bart, el gran Bart, alguna vez. Sólo queda caminar… hasta que mis pies pidieron el descanso. Sólo entonces abrí la puerta de mi casa, abrí la última cerveza y me instalé frente al computador.



Santiago de Chile, 2005