La Nación, Argentina. 19.10.2015
Nació en Chile, se hizo adulto en México, fue padre en
España, escribió y amó en todos lados, todo el tiempo. Se llamó Roberto Bolaño
y murió en 2003, a los 50 años, muy enfermo y esperando un hígado de reemplazo,
que no llegó. Su literatura -copiosa, refulgente, abrumadora- sigue ahí,
iluminando almas que buscan tesoros en letra escrita. El de Bolaño fue y es un
mundo original, con lengua y reglas propias, y sostenido por personajes que van
y vienen por sus relatos y espacios físicos e íntimos que se reproducen y
amplifican. Ingresar al mundo Bolaño es, también, fascinarse con una frase
hallada en uno de sus infinitos cuadernos y exhibido en un documental por su
esposa, escuchar la anécdota risueña de alguno de sus amigos contando alguna de
sus bromas de humor negro, ver una foto o dos o diez del hombre miope y delgado
con sus anteojos enormes y el cigarrillo eterno o revolver entre las frases
textuales de la que fue su última entrevista -en donde dejó grandes claves
acerca de su filosofía de vida- en busca de pistas que, además, consigan dar
nueva luz a la obra del autor de Los
detectives salvajes.
Una curiosidad: aquella última entrevista no llegó a
partir de la insistencia de nadie, sino que fue una propuesta, casi un encargo
final en forma de mail a Mónica Maristain, una periodista argentina radicada en
México. Decía el correo enviado desde Blanes, en la Costa Brava, seguramente de
madrugada.
Ay, Maristain: Aún respiro. Ya soy el segundo de la
cola. Besos, Bolaño.
PD: ¿Por qué no hacemos una entrevista, ligera,
levísima, frívola incluso -son las que más me gustan- casi póstuma?
La entrevista se publicó en Playboy el mismo mes de la muerte de Bolaño. De sus entrañas
salieron muchas frases que hoy identifican al escritor, como que fue feliz
"todos los días, al menos un ratito", que "casi nunca"
pensaba en los lectores, que Borges, Bioy y Bustos Domecq eran algunas de las
cosas que más lo divertían, que se sentía un escritor latinoamericano o que su
única patria eran sus dos hijos. También en esa entrevista volvió a las declaraciones
estridentes, como la diferencia "años luz" entre una escritora
(Silvina Ocampo) y una escribidora (Marcela Serrano) y su renovado desprecio
por la literatura de Isabel Allende o Paulo Coelho. "Ni en mis peores
borracheras he perdido cierta lucidez mínima, un sentido de la prosodia y del
ritmo, un cierto rechazo ante el plagio, la mediocridad o el silencio",
sentenció al mejor estilo punk el escritor que sostenía que el tiempo de las
novelas basadas en un argumento y en las formas lineales y archiconocidas de
contar ese argumento ya había pasado.
Años después, la propia Maristain escribió Bolaño. El hijo de Míster Playa. No es
un libro de crítica literaria, sino una biografía periodística, un retrato del
escritor elaborado a partir de testimonios de personas que estuvieron cerca;
familiares, amigos, vecinos y amores que, a través de recuerdos y anécdotas,
permiten reconstruir diferentes épocas de su recorrido literario, hoja de ruta
que va desde los tiempos en que Bolaño era el poeta revoltoso fundador del movimiento
del Infrarrealismo en el DF mexicano al momento en que se convirtió en el
premiado autor de culto que se aferraba a la literatura como tabla de
salvación, mientras criaba en un pueblo de la playa a sus pequeños hijos y daba
las puntadas finales a su legado. En la tapa del libro, hay una foto obtenida
por el agudo ojo de Daniel Mordzinski, en donde se ve a un Bolaño mimetizado
entre las hojas y mirando hacia un horizonte que se percibía cada vez más
corto. "De Bolaño, lo mejor son sus libros. Sus personajes son compañeros
de viaje de nuestras propias vidas", escribe hoy Maristain, también por mail,
desde México, buscando separar el mito de la obra. "Es imposible no
recordar la última entrevista, sus chistes, sus llamadas telefónicas y sobre
todo su afán de robarte el corazón, y estar siempre presente: era como un
niñito molesto que quería toda la atención", concluye.
Ese niñito molesto que hoy es leyenda alguna vez fue
disléxico, escribió su primer cuento a los siete años y leía tanto que el
médico le había recomendado dejar los libros para acabar con su obsesión. Pero
el doctor no lo consiguió y hay lectores en todo el mundo que agradecen su
fracaso. El testamento literario de Bolaño es 2666, voluminosa odisea en la que cuatro profesores de literatura
van tras los pasos de un escritor alemán desaparecido y en donde, gracias a la
audacia de un autor, temas como la Segunda Guerra, las migraciones y los
femicidios de Ciudad Juárez (Santa Teresa, en la ficción) hacen estallar el
género narrativo.
La palabra final de la novela es "México",
país congelado en su memoria. País en donde la literatura se le había
convertido en sangre y al que Bolaño, como una suerte de conjuro, nunca quiso
volver.