Por Emilio Contreras
Biobio.cl. 11.07.2017
Exposición:
4.07.2017/1.09.2017
Biblioteca
Nicanor Parra, UDP
Si algo tuvo claro siempre Roberto Bolaño era que quería
convertirse en escritor, costase lo que costase. Así lo pone de manifiesto la
correspondencia que mantuvo durante casi veinte años con la crítica literaria
chilena Soledad Bianchi. Cartas, la mayoría manuscritas, poesías y hasta
borradores de novelas que intercambió con esta crítica literaria y editora de revistas
que acaba de vender este material a la Universidad Diego Portales de Chile y
que desde la semana pasada se expone en la Biblioteca Nicanor Parra, uno de los
referentes del escritor chileno.
“(De) lo que nunca quedó duda, de carta en carta, es su porfía
y pasión por la literatura“, dice Bianchi en un aula de la cátedra consagrada a
Bolaño, hoy encumbrado al altar de los mejores exponentes de la literatura
latinoamericana. “Él quiere ser escritor y sabe que lo será, aunque deba
dejarse el pellejo”, agrega. “Con modestia, verdadera o falsa, Bolaño aclaró
que, mientras los españoles escribían bien pero no tenían historias que
relatar, a él no le faltaban asuntos para contar y esa era su gran ventaja”,
dijo en noviembre de 1998, cuando la novela Los
detectives salvajes, que le elevaría al panteón de las letras en español,
estaba ya a punto de salir.
A través de estas cartas, nos enteramos de cómo Bolaño gestó su
consagración literaria, que casi no pudo disfrutar debido a su muerte temprana
en 2003, a los 50 años. La exposición: “El escritor joven y la crítica:
muestras del epistolario Bianchi/Bolaño”, da fe de esta relación epistolar
entre 1979 y 1997, durante su afincamiento en Girona (España), tras vivir antes
en México. Una relación reducida al correo, puesto que en casi veinte años
escritor y crítica, que vivía exiliada en Francia, solo hablaron un par de
veces por teléfono. Se conocieron en 1998, en Chile, tras el fin de la
dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Sus cartas, con una letra clara y
ordenada, reflejan la evolución de la creación literaria del escritor todavía
en ciernes. Por ejemplo, el esbozo argumental de Monsieur Pain, que se convertiría en La senda de los elefantes, en 1984. También hay referencias a El espíritu de la ciencia ficción, que
se publicó de manera póstuma en 2016. Pero sobre todo nos permiten enterarnos
de cómo vive en Girona, “un pueblo miserable pero con bonitas ruinas medievales“,
de su vieja estufa eléctrica, de que baila para soportar el invierno, de la música
que escucha, de su revista “Berthe Trepat”, que cierra al tercer número porque
ya no encuentra poemas para publicar. Bolaño también está interesado en que lo lea Antonio Skármeta,
escritor y paisano, y nos enteramos de que vive solo “desde hace varios años en
un departamento a pocos metros del de mi mujer” en la misma calle, el carrer
del Lloro de la ciudad catalana.
Vida de penurias
En casi todas, el hilo conductor son las penurias, aunque eso
no le hace perder el humor: “Desde 1993, vivo únicamente de la literatura, es
decir: vivo pobremente (ahora que lo pienso, como siempre)“.
“Para subsistir se había presentado una y otra vez a
innumerables concursos convocados por ayuntamientos e instituciones”, explica
Bianchi. En las cartas manuscritas, suele firmar con una gran “R”. “Al parecer
fui yo quien contactó a Bolaño el 17 de agosto de 1979, fecha de la carta más
antigua que encontré”, explica Bianchi en la cátedra en homenaje al escritor. Le
escribió para solicitarle colaboraciones poéticas para la revista cultural “Araucaria
de Chile“, la revista de referencia del exilio chileno, ligada al Partido
Comunista, de la que Bianchi era una de las editoras. Por aquel entonces,
Bianchi, exiliada en Francia, había leído algunos de los escritos de Bolaño y
de su amigo Bruno Montané, también chileno.
Obsesivo
Según la editora, Bolaño era bastante obsesivo en sus
preocupaciones e intereses y hay asuntos sobre los que vuelve una y otra vez a
riesgo de ser “majadero”, como él mismo reconoce. A partir de sus cartas podría
hacerse un listado de ocupaciones y preocupaciones propias y de su entorno: lecturas,
futbolistas, cosas curiosas, cantantes, adición a los juegos de guerra, dice
Bianchi.
Esta correspondencia se va interrumpiendo y espaciando al
regreso de Bianchi a Chile en 1987, año en que por fin se vieron las caras.
Después llegó el éxito, con títulos como Los
detectives salvajes, ganadora del Premio Herralde en 1998 y el premio Rómulo
Gallegos en 1999, y la póstuma 2666,
hasta convertirse, después de su muerte en uno de los escritores más
influyentes de la literatura en español.