Pablo
Retamal N.
La
Tercera, Culto. 19.12.2019
Como
un equipo de fútbol que busca agónicamente el gol para salvarse del descenso,
el reloj corría con una malvada velocidad turbo para Roberto Bolaño en el año
2003. Estaba bastante mal de salud debido a una enfermedad hepática que lo
tenía en lista de espera para un transplante de hígado. En rigor, llevaba mucho
tiempo así, “más de diez años” según él mismo señaló en una entrevista
publicada el 18 de abril de ese año (poco menos de cuatro meses antes de su
deceso) recogida en el volumen Bolaño por
sí mismo, de Andrés Braithwaite (Ediciones UDP, 2011).
En la
citada conversación le preguntan: ¿Cuál es, exactamente, su estado de salud? Y
Bolaño responde: “Bueno, la respuesta más cercana a la realidad sería: aquí
estamos. Mi salud mental no está muy afectada, lo que no es poco para los
tiempos que corren, y aunque ahora me canso mucho más que antes, en verdad
muchísimo más que antes, mi salud física, por llamarla de algún modo, tampoco
ha caído en picada. En realidad, cuando uno habla de la salud, sobre todo de la
propia salud, debe ir con mucho cuidado, sobre todo si lo que uno intenta es no
hacer pornografía”.
¿Cómo lo afecta su enfermedad en su vida
cotidiana?
Bueno,
me suelo desmayar en las plazas públicas, lo que resulta muy poético y, además,
me recuerda un poema de Parra. Eso es magnífico: vivir como un turista en el
interior de un poema de Parra. Otra cosa es cuando me desmayo en los trenes.
Allí el despertar es distinto, siempre te encuentras rodeado por una multitud
que te echa aire, que te recomienda bajarte en la próxima estación, que
invariablemente no es tu estación, etcétera. Por lo demás, no me afecta en
nada.
Cinco partes, cinco novelas
Pero
aunque Bolaño dijese “no me afecta en nada”, lo cierto es que para esa fecha ya
la cosa se le hacía insostenible, aunque hacía por lo menos un par de años que
el autor de Estrella distante había
tomado conciencia de que su tiempo se agotaba. Así, como Raymond Carver
escribiendo cuentos mientras luchaba contra un cáncer, Bolaño se abocó a
terminar una idea que venía trabajando al menos desde 1998.
En
enero de 2001, concedió una entrevista para Antonio Lozano de la revista “Qué
leer”, de Barcelona, donde ya daba cuenta de la existencia de su próxima gran
novela: “2666, es una obra tan
bestial, que puede acabar con mi salud, que ya es de por sí delicada. Y eso que
al terminar Los detectives salvajes
me juré no hacer nunca más una novela río: llegué a tener la tentación de
destruirla toda, ya que la veía como un monstruo que me devoraba”.
Por
su parte, en la nota a la primera edición del libro, el crítico literario
Ignacio Echevarría -y amigo de Bolaño- señaló: “La escritura de 2666 ocupó a Bolaño los últimos años de
su vida. Pero la concepción y el diseño de la novela son muy anteriores, y
retrospectivamente cabe reconocer sus latidos en este y aquel libro de Bolaño,
más en particular entre los que fue publicando a partir de la conclusión de Los detectives salvajes (1998), que no
por casualidad concluye en el desierto de Sonora”.
En su
artículo para el diario La Vanguardia,
“El archivo de Roberto Bolaño contiene dos novelas inéditas”, el periodista
Josep Massot aporta otro antecedente a los orígenes de la novela. “La primera
vez que Roberto Bolaño escribió el nombre de Benno von Archimboldi fue en 1988,
en Blanes, donde vivía como escritor inédito, a la edad de 35 años. Es el
inicio de la trama de la novela 2666,
publicada tras su muerte, pero el escritor chileno tenía en la cabeza un
universo narrativo en el que más que de títulos individuales puede hablarse de
una obra total. Una obra que ahora se recibe con entusiasmo febril en EE.UU.,
Gran Bretaña, Francia, Alemania o Italia, y que le ha convertido en nueva
referencia internacional de las letras hispanas”. Así, Bolaño siempre pensó que
2666, sería su acto final. Un
monumental telón de cierre.
Meticuloso,
el autor de Amuleto fue a tratar con
su editor en Anagrama, Jorge Herralde, los términos en que pensaba la
publicación de esta novela. “La idea original de Bolaño fue, naturalmente, publicarla
en un volumen, pero en los últimos tiempos, obsesionado como siempre por el
bienestar económico de sus amadísimos hijos, decidió que se publicara en cinco
volúmenes en varios años”, cuenta el mismo Herralde en su autobiografía Un día en la vida de un editor
(Anagrama, 2019). Incluso, Bolaño dejó estipulados el orden y la periodicidad
en que debían publicarse los cinco libros (uno por año), y hasta el precio a
negociar con Herralde.
La parte de los críticos
Fundamentalmente,
2666 se divide en cinco partes (La
parte de los críticos, La parte de Amalfitano, La parte de Fate, La parte de
los crímenes y La parte de Archimboldi), y arranca con unos críticos literarios
en busca de un escritor cuasi legendario -aunque vivo- llamado Benno von
Archimboldi. Cada una de las cinco partes de la novela convergen en un punto
común, la ficticia ciudad de Santa Teresa, un guiño a Ciudad Juárez, en México.
Donde, entre otras cosas, ocurre una serie de crímenes contra mujeres.
Pero
esa centralidad es solo aparente. Para el profesor de literatura Chris Andrews,
la fragmentación del libro es la clave. “En 2666
la tensión aumenta por medio de la fragmentación y la alternancia, y, al igual
que la parte II de Los detectives
salvajes, está descentralizada o transferida, dependiendo más de las
historias brevemente narradas de los personajes marginales que de la respuesta
a una pregunta primordial”, explica en su obra Roberto Bolaño: un universo en expansión (Ediciones UDP, 2018).
Sin
embargo, no es casualidad, tiene que ver con la forma muy particular en que el
autor de Amuleto trabajaba sus
relatos. “Los textos narrativos de Bolaño no dividen ordenadamente su universo
ficticio en secuencias de eventos separadas, cada una con inicio, mitad y
final. Su “poética de la inconclusión” es una poética tanto de continuidad como
de fragmentación, y la deriva de sus historias conspira en contra de cualquier
noción de desenlace definitivo”, apunta Andrews en su citado trabajo.
Pero,
¿será tan así? ¿Será que efectivamente la tensión de la novela se ve aumentada
debido a la fragmentación? La crítica literaria Lorena Amaro señala: “Es una
pregunta extraña. La estructura fragmentaria, o más bien episódica, permite ir
dejando cabos abiertos, cuestiones sin hilvanar. Esos pozos supongo que van conformando
en los lectores el lado siniestro de la historia, con y sin mayúsculas”.
Por
su parte, la crítica literaria y académica de la PUC, Patricia Espinosa, piensa
de otro modo. “Hay una tensión posterior al acto de lectura, pero también hay
una tensión interna en el proceso mismo de ir leyendo la novela, cada una de
las partes están tensionadas en sí mismas”.
¿Qué
caracteriza a esta novela? Para Amaro, hay una palabra clave: “Sublimidad. 2666 provoca en el lector la sensación
de un mal absoluto, inabarcable, una incomodidad que se construye en virtud de
la acumulación de historias, de fragmentos, de escenas que evocan algo ausente
y terrible, incluso cuando no son violentas, incluso cuando las imágenes surgen
de lo cotidiano o de conversaciones aparentemente banales”.
Para
Espinosa, la novela tiene una cualidad: “Está el recurso de la polifonía, la
multiplicidad de voces, o la multiplicidad de focos. Cada una de las partes
está centrada en una temática y en un personaje, no son capítulos son partes.
Un problema analítico es decir ¿qué conecta cada una de las partes? En la
superficie aparecen desconectadas, pero en la profundidad hay una conexión de
cada una de las partes con otras. Entonces, lo que desarrolla Bolaño en ese
libro es un modelo de estructura fragmentaria, que requiere que el lector se
esfuerce en términos de buscar de qué manera las partes se van unificando unas
con otras para conformar una unidad”.
Sobre
esto mismo, Patricia Espinosa recalca la importancia de la forma. “En Bolaño
siempre está la preocupación de cómo estructurar un libro, cómo hacer una
novela estructurando, pero también desestructurando. Hace este trabajo de jugar
con las partes. Hay una idea de romper con el canon, las partes tienen que ver
con un todo, cada vez que uno escucha la palabra ‘parte’, en cualquier
contexto, es porque es un trozo de algo mayor. Acá hay partes que quedan
autónomas, eso significa que Bolaño lleva el fragmentarismo a su máxima
expresión, estaría desacreditando el modelo narrativo aristotélico y de la
novela unitaria. Es un fragmentarismo posmoderno, que no tiene la idea de
unidad de la obra, pero sí va a jugar con eso”. Además, agrega otro rasgo
fundamental. “En todo el libro no podemos leer una línea escrita por Archimboldi.
Jamás. Eso lo oculta, lo mismo con Los
detectives salvajes cuando nunca podemos leer un poema de Belano y Lima,
nunca hay un verso. Podemos saber hasta los títulos de los libros que
Archimboldi publicó pero no sabemos cómo escribe. Ni siquiera un fragmento, dos
líneas. Eso se constituye como un secreto, entonces, Bolaño opta por la figura
de autor”.
Pero
Patricia Espinosa también cree que 2666
es, en cierta medida, “una alegoría latinoamericana”. ¿Por qué? “Porque Bolaño
elige especialmente la muerte de las mujeres, y que no es una muerte porque sí
-es asesinato de mujeres-, como símbolo de esta ciudad apocalípitca, de este
continente apocalíptico, casi como una distopía donde hay cadáveres y nombres y
documentos que nunca van a ser investigados. En ese sentido hay una conexión
con las demandas feministas del día de hoy, con todo lo que ha sido lo de
Lastesis y lo que significa poner el ojo en el hecho de que a las mujeres las
estén matando y que hay una indiferencia política al respecto, y eso también se
ve en el libro de Bolaño. Hay una cantidad infinita de cuerpos, nombres, un
trabajo policial pero que no sirve de nada porque la posibilidad de identificar
quién asesinó a esas mujeres, es algo que no se realiza. Ahí hay un guiño a
Kafka, porque ve a la justicia como algo inoperante y definitivamente no puede
hacer más que clasificar”.
*
Finalmente,
2666 salió al mercado en octubre de
2004, más de un año después de la muerte de Bolaño. Fue su segunda obra
póstuma, tras el volumen de cuentos El
gaucho insufrible (2003). Pese al deseo de su autor, la obra salió
compilada en un solo tomo, ¿por qué? Responde Jorge Herralde en su citada
autobiografía: “Nos pareció, y creo que con razón, que con esos cinco libros de
características tan variadas, y además con ediciones tan separadas en el
tiempo, la visión de conjunto de la importancia del libro se vería muy mermada,
con graves perjuicios no solo literarios, indiscutiblemente, sino incluso
económicos”.
Sobre
lo mismo, Ignacio Echevarría, en la citada nota, aseguró: “Aunque toleran una
lectura independiente, las cinco partes que integran 2666, aparte los muchos elementos que comparten (un tejido sutil de
motivos recurrentes), participan inequívocamente de un designio común. No vale
la pena empeñarse en justificar la estrucutura relativamente “abierta” que las
abarca, tanto menos cuando se cuenta con el precedente de Los detectives salvajes. Si esta novela se hubiera publicado
póstumamente, ¿no hubiera dado pie a todo tipo de especulaciones acerca de su
inacabamiento?”.
Asimismo,
Echevarría indica que la decisión de un solo cuerpo siempre fue la idea inicial
del autor. “Bolaño, él mismo excelente cuentista y autor de varias nouvelles magistrales, se jactó siempre,
una vez embarcado en la redacción de 2666,
de habérselas con un proyecto de dimensiones colosales, que dejaba muy atrás,
en ambición tanto como en extensión, a Los
detectives salvajes. La envergadura de 2666
es indisociable de la concepción de original de todas sus partes, también de la
voluntad de riesgo que la anima, y de su insensata aspiración de totalidad”.
Recientemente,
el diario español El País colocó a 2666 en el primer lugar de su ránking de
los mejores 50 libros del siglo XXI. “2666
es lo mejor de una producción literaria prematuramente interrumpida”, escribió
Ana María Moix en Babelia en 2004. Asimismo lo hizo LA Tercera Culto, con una
selección de las 10 mejores obras literarias de lo que va del siglo, y
nuevamente, lidera 2666.
¿Es
la mejor obra de Bolaño? Responde Lorena Amaro: “Se proyecta claramente como un
texto mayor, muy abarcador, muy erudito, una novela de largo aliento. Por lo
mismo su calidad no es pareja (atributo de muchas “obras maestras”: su extraña
imperfección). Destaco sobre todo “La parte de los críticos” y “La parte de
Archimboldi”. Una de las dos es, en sí misma, una “obra maestra” (y mi
favorita). En todo caso, con Bolaño es difícil decir cuál es su mejor trabajo.
Yo tengo un especial cariño por dos libros “menores”, que se desprenden de
textos mayores: Estrella distante (de
La literatura nazi en América) y Amuleto (de Los detectives salvajes)”.
Por su parte, Patricia Espinosa, si bien reconoce el valor de
esta novela, va por otro camino. “Creo que esta es una tremenda obra,
grandísima, excepcional, pero me quedo con Los
detectives salvajes, ¿por qué? por lo vanguardista, creo que es una novela
que arrasa con el concepto de vanguardia y por la forma de novela, destruye los
centros y es imposible decodificar los acertijos. Es más rupturista, más
fresca, menos oscura. 2666 es más
política, con el tema de los femicidios, y Los
detectives salvajes es más literaria, es una poética intraliteraria”.