lunes, 17 de abril de 2023

Cuchicheos en torno a la zona invisible: las cartas entre Roberto Bolaño y Enrique Lihn

Por Martín Cinzano
Carcaj.cl, 24.01.2023




Carta a un joven poeta. O, mejor, telegrama: No escriba. Stop.

Escríbase. Siempre que tenga algo que perder. 

Stop. O siembre papas en su aldea.

Enrique Lihn

 


En 1981 Roberto Bolaño tiene veintiocho años y está instalado en Gerona, donde intenta sobrevivir y perfilarse como escritor. Mientras tanto, el poeta de larga trayectoria que ya para aquel entonces es Enrique Lihn, pese a sus intentos de autoexilio y a sus estadías en Barcelona y Nueva York, permanece y permanecerá hasta su muerte en el “horroroso Chile” de la dictadura de Pinochet, desde donde mantendrá una nutrida correspondencia con editores, universidades, amistades y poetas residentes en el exterior. Entonces Bolaño le escribe una carta y Lihn se la contesta, iniciándose un intercambio que se extenderá hasta 1984. [1]


       A primera vista, se trata de una relación franca y más o menos común entre un escritor en ciernes, ansioso por exhibir sus textos, y un poeta más bien reticente y seco, en algún momento de tono admonitorio, que carga con una sólida obra a cuestas, además de un galardón importante en aquel entonces: el Premio de Poesía Casa de las Américas de 1966. Así, será Bolaño quien lleve la voz cantante: sus cartas y postales, la mayoría escritas a mano, serán notoriamente más extensas que las de su interlocutor, escritas a máquina, abundando en diversos temas y sucesos, desde una gata a punto de parir hasta recuerdos de infancia y juventud, pasando por intentos y planes de novelas, poemas y sabrosos “cuchicheos”. Entre estos últimos, destacan los referidos a la famosa carta que Lihn enviara al Primer Encuentro de Poesía Chilena en Rotterdam, realizado bajo el patrocinio del Centro Salvador Allende en abril de 1983.


        “Cuchicheos”, escribe Bolaño en noviembre de ese mismo año: “que tu carta-ponencia del Encuentro de Rotterdam dividió al personal. Yo no fui pero me contaron que había más de 50 poetas jóvenes chilenos, ¡horror!”. La exclamación debió sacar sonrisas a Lihn, quien ya en una carta de junio de 1981 enviada a Gerona, a propósito de otro encuentro de poetas “en la penosa Sociedad de Escritores” de Chile, había caracterizado dicha reunión como la de “una serie de huevones de ambos sexos, para llorar a los exiliados y pedir repatriaciones, etc. Gestiones políticas necesarias, pero obvias y estúpidas que se resuelven, generalmente, cantando loas a los genios que tenemos en el exilio, y silenciando los nombres de quienes hemos vivido en esta mierda durante todos estos años”.


      No sobra recordar que en la mentada carta enviada al encuentro en Rotterdam (donde estuvieron presentes Cecilia Vicuña, Gonzalo Millán, Omar Lara y Antonio Skármeta, entre otros y otras), Lihn había zanjado de entrada: “no puedo decirme amigo de ustedes”, y todavía más: “desconfío de algunos de los invitados”. También al mismo Bolaño, en la citada carta de 1981, le había advertido: “No te queridizo ni te estimizo, porque la verdad esos o son formalismos anglosajones o resultan cuando uno estima y/o quiere a alguien, previo conocimiento de persona y causa”. Las advertencias hoscas tal vez pueden perturbar, pero si se observan a la luz de la trayectoria poética y política de Enrique Lihn y su lucha permanente por demarcar un lugar ajeno a fórmulas protocolarias, no parece muy extraña; antes bien, forman parte de su acervo beligerante y antidiplomático.


        Esto a Bolaño por supuesto le fascina; en su narrativa, en sus poemas y en las mismas cartas a Lihn no dejará pasar la oportunidad para avivar la cueca de este resentimiento que a fin de cuentas comparte con su antimaestro. En una postal de agosto de 1983, al comunicarle a Lihn la pronta publicación de la “Carta a los poetas en Rotterdam” en el segundo número de la revista Berthe Trépat (editada en Barcelona junto al poeta Bruno Montané), con humor lanzará algo más de leña al fuego, al pormenorizar las circunstancias en que la consiguió, gracias uno de “los insignes y ubérrimos mil poetas jóvenes chilenos que recorren este viejo continente (acerca de esto, yo me pregunto, ¿de dónde salen tantos? —porque son muchísimos—, ¿no será una maniobra de Pinochet para desacreditar para siempre a la literatura chilena?”).


      De esta manera, preguntas socarronas mediante, Bolaño intentará hacerse espacio en el estrecho territorio del poeta chileno que esté donde esté, dentro o fuera del país, discurrirá por un sendero distinto al del circuito más o menos establecido, más o menos oficial, de la cultura de resistencia a la dictadura. Podría decirse: con Lihn, Bolaño reafirma su interés por quienes, como él, viven un destierro en los bordes del destierro, al modo de El Ojo Silva, personaje aparecido posteriormente en el libro Putas asesinas (2001): “No era como la mayoría de los chilenos que por entonces vivían en el DF: no se vanagloriaba de haber participado en una resistencia más fantasmal que real, no frecuentaba los círculos de exiliados”.


        “No frecuentaba los círculos de exiliados” quiere decir, en el contexto de Lihn: no frecuentaba los círculos culturales de la resistencia —que sí conocía—, ni supeditaba su quehacer crítico, poético y político a los debates de una red intelectual comprometida con el derrocamiento de la dictadura. Sin embargo, pese a dicha posición periférica, o junto con ella, hay también una constatación ineludible e “irremediable”, la de la pertenencia; en otro de los relatos de Putas asesinas, el narrador dirá: “B detesta a los chilenos residentes en Barcelona, aunque él, irremediablemente, es un chileno residente en Barcelona. El más pobre de los chilenos residentes en Barcelona y también, probablemente, el más solitario. O eso cree él”. Lo decisivo de esta creencia, en ambos, es que conlleva también una actitud de desplazado, de ninguneado, expresada en una permanente y cada vez más aguda molestia que por su parte Bolaño blandirá con cierto orgullo derrotista en las mismas cartas y en poemas-manifiestos como “La poesía latinoamericana” u “Horda” (en el cual, por ejemplo, se ponen en boca de “Poetas de España y Latinoamérica, lo más infame / De la literatura”, estas palabras: “No te preocupes, Roberto, dijeron, nosotros nos encargaremos / De hacerte desaparecer”). 


        En lo que a la literatura chilena respecta, en una carta de octubre de 1982 Bolaño le escribe a Lihn con tono irónico: “Completamente fuera de la literatura chilena y, horror, dentro de 6 meses cumpliré 30 años. ¿Qué será de mí?”. Aunque esta exclusión ciertamente se relativice al hallar a Bolaño en una antología de poesía política chilena publicada en 1977 [2], es pues esta invocación a la soledad propia de un estar-fuera (como un lugar desde el que, sin embargo, se escribe) la que en cierto modo los unirá en la correspondencia y los llevará a establecer una especie de red entre Gerona y Santiago.


        Pero como la literatura no conforma una orgánica política (pese a que en ocasiones sus representantes hagan todo lo posible para afirmar lo contrario), a la par de los intereses comunes también se presentarán divergencias; en paralelo a su correspondencia con Bolaño, esto es lo que Lihn, a su vez, le “cuchichea” al peruano Edgar O’Hara en una carta de julio de 1981: “hay otro poeta más joven al que no conozco personalmente, que me envía sus trabajos desde un pueblucho de España (?), de nombre Roberto Bolaños [sic]; hizo una mala antología para la Editorial Extemporáneos (México) con un vergonzante prólogo-poema de Efraín Huerta”. Sin duda, la presencia de Huerta en su antología (hablamos de Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego: once jóvenes poetas latinoamericanos, de 1979) significó para Bolaño un verdadero espaldarazo de legitimación asegurada, y en eso, al menos, no se distingue de ningún o ninguna poeta joven (o no tan joven) de estas tierras. Ahora bien: tanto la factura de la antología como la “gauchada” de Infraín, tal cual se ve, no dejó muy bien parado al joven “Bolaños” ante los ojos de su implacable destinatario.





Lihn a esas alturas necesitaba otro tipo de espaldarazo, mucho más urgente. Al leer sus cartas y ensayos de aquel tiempo, la política interviene con una frecuencia que lo convierte en un descarnado analista, en clave íntima, de las consecuencias culturales arrastradas por la Guerra Fría. Quién publica a quién, dónde está el problema, cómo se excluyen y autoexcluyen ciertas escrituras: hay un mapa político en esas cartas como trasfondo de una desesperación creciente por huir algún día de Chile. Y será dicha desesperación la que le hará solicitar recomendaciones a personalidades literarias de poder en ciertos circuitos culturales; así, el 16 de octubre de 1982 le escribirá a Octavio Paz (quien en 1977 lo había invitado a colaborar en Vuelta), con el fin de obtener por segunda vez la famosa Beca Guggenheim: “uso o abuso, una vez más, de su buena voluntad: usted sabe que los chilenos somos, por situación, ligeramente minusválidos, aun los que como yo se mueven como ardillas. Necesito, otra vez, salir de este país a respirar”.


Ni en sus peores pesadillas, Bolaño, el Bolaño de México DF, Gerona y Blanes, le solicitaría apoyo a Octavio Paz con el fin de obtener una beca. Para la ardilla Lihn, en cambio, dado el contexto opresivo de la dictadura, casi cualquier opción le ofrecía una posibilidad para algún día lograr “salir de este país a respirar”. Pero, al menos en el papel, sabemos que nunca pudo hacerlo, incluso viajando: “mis viajes que no son imaginarios / tardíos sí -momentos de un momento- / no me desarraigaron del eriazo / remoto y presuntuoso”, había sentenciado en “Nunca salí del horroroso Chile”, poema ya célebre publicado en el libro A partir de Manhattan, de 1979.


Por otra parte, se diría que en esas cartas Bolaño ya explora en un estilo y además perfila relatos que más tarde trabajará y publicará; en su correspondencia se instala una especie de taller para sus proyectos futuros como narrador y poeta. “Una carta es literatura”, escribió Paul Valèry; vale decir: no sólo se trata de enviar textos con vistas al examen crítico de un gran lector, sino más bien de considerar el cuerpo mismo de esas cartas y postales acaso como los primeros esbozos de relatos incluidos en libros posteriores. Y si bien Lihn le advierte en junio de 1981: “No me bombardees con ‘poemas elefantiásicos’, mándame algo que me interese”, las cartas de Bolaño se harán más extensas al incorporar detalladas narraciones de algunos sucesos propios tanto de su vida cotidiana en Gerona como de recuerdos de su pasado chileno y mexicano, entre los que sobresalen un penalti atajado ni más ni menos que a Vavá en 1962 y la referencia a su accidentada relación con Alejandro Jodorowski en México, incluida después en el cuento “Carnet de baile” de Putas asesinas.

 

Es en esa extensión donde se va desarrollando una escritura deliberadamente digresiva que recupera la tradición epistolar como género literario, a un mismo tiempo performativo y ficcional: alguien que no sabe aún si es un escritor y cuyo nombre no se encuentra instituido como tal, confiesa sus temores y perspectivas ante quien admira, y con ellos, de paso, esboza una literatura. “Escríbame más a menudo”, reclama Bolaño en 1984, ya desde Blanes: “Sus cartas son un consuelo”.

 

Del otro lado, ¿cuál es la respuesta? ¿Qué se puede esperar de un destinatario capaz de declarar en una de sus primeras devoluciones (junio de 1981): “Las paternidades/maternidades con la gente joven tampoco me placen”? Lihn entonces tenía claro que una lectura crítica de los y las poetas jóvenes se hallaba lejos de una complacencia protectora a cambio de favores; Bolaño bien lo supo, por ejemplo, cuando en carta de junio de 1981 su “Literatura para enamorados” se califica con mala nota, al evaluarse como un texto “demasiado desmadejado”: “no prepara o no propone un contexto en que las imágenes (…) digan algo más de lo que lo harían en un viejo poema surrealista —y el surrealismo ortodoxo ya no se soporta”.

 

La generosidad sin concesiones aparece de esta manera como una lección a la hora de tender redes (de escritura y sobrevivencia) en medio del entramado de la literatura latinoamericana, donde abundan los elogios automáticos entre amistades de pantalla. Pero las exclusiones, golpes de suerte y asociaciones lícitas e ilícitas también conforman ese entramado, como claramente lo había aprendido Bolaño en la mejor escuela para hacerlo: México. Incluso bastante tiempo después de concluida la correspondencia con Lihn, su “carrera literaria”, si hemos de creerle a un poema póstumo, aún se componía mayormente de rechazos editoriales; y al evocar, años más tarde, la época de esas cartas que “en cierta forma me habían ayudado”, el narrador del cuento “Encuentro con Enrique Lihn” insistirá en su pretérita condición de excluido, cuando “la literatura”, para él, “era un vasto campo minado en donde todos eran mis enemigos”. 

 

De ahí también la importancia publicitaria del intercambio para Bolaño; la inclusión de sus poemas, gestiones de Lihn mediante, “en una especie de recital de poesía joven” efectuado en Santiago, será mencionada, en el mismo relato, al modo de un modesto premio. Se trata del “Ciclo de Poesía Joven Actual” organizado en mayo de 1983 por el Instituto Chileno-Norteamericano de Cultura, donde además Lihn, maestro de ceremonias, presentaría a los poetas Claudio Bertoni, Diego Maquieira y Gonzalo Muñoz. Según una nota de la revista Pluma y Pincel de junio de ese año —para continuar cuchicheando—, en aquella reunión Lihn caracterizaría al tal “Bolaños” como “un adolescente un poco malandra, medio desaforado, obsceno y perplejo”, autor de “versos que parecen emisiones de música estroboscópica”.

 

Si no fuera por los arranques de pesimismo causados por sus proyectos truncos, por las negativas de publicación cuya inmediata consecuencia será la falta de dinero, las cartas y postales de aquel adolescente podrían ser hasta festivas. “¡Mi situación económica es pésima y mi situación mental casi un albur! De todas maneras, es triste”, escribe en carta de octubre de 1982. En respuesta, una de las últimas cartas halladas de Lihn, de febrero del siguiente año, además de resumir la correspondencia entre ambos, expone con sensatez, es decir, con la voz de la experiencia, de maestro outsider a discípulo outsider, las reglas del juego que después de todo funcionan para cualquiera que un buen o mal día haya tenido la ocurrencia de ponerse escribir:  

 

Roberto: he recibido y releído, otrora, cada uno de tus envíos —fragmento en prosa, versos y desalentadas menciones de tu vida literaria, creo—. Tú ya sabes todo lo que te puedo decir al respecto: eres un poeta, un escritor combinados y no te espera nada que te satisfaga planamente en materia de respuesta a un trabajo que es la soledad misma, para no llamarlo solitario, a menos que tengas una buena suerte o un sentido de la oportunidad del carajo. El tiempo y/o factores imprevisibles resuelven por ti en una zona que no ves nunca, situada más allá de tus narices escriturales. 

 

Ser escritor o poeta —ambos lo decían— no es gran cosa; pero para alguien ubicado en una posición incierta como la del Bolaño de principios de los años ochenta, esa sola designación por parte de Lihn —“eres un poeta, un escritor”— resulta un acicate para cualquiera, de esa serie de elogios inolvidables como el que, según Ricardo Piglia, William Burroughs recibió de Samuel Beckett: “usted es un escritor”. Después, en artículos, poemas y ficciones, Bolaño se encargaría de interrumpir el espeso silencio chileno en torno al trabajo de quien lo conminara a seguir; Bibiano, uno de los personajes de Estrella distante (1996), por ejemplo, sentenciará: “La poesía chilena va a cambiar el día que leamos correctamente a Enrique Lihn, no antes. O sea, dentro de mucho tiempo”.

 

Esa “zona” invisible, sin embargo, resuelve por ti sin preguntar cómo, cuándo y dónde cambiará (o no) el rumbo de las literaturas. Roberto Bolaño tuvo noticias de ella a través de ese amigo intratable y tan desesperado como él, y con quien, cosa curiosa, quizá afortunada, nunca llegó a encontrarse sino en el conmovedor plano de los sueños de una página: “Soñé que una tarde golpeaban la puerta de mi casa. Estaba nevando. Yo no tenía estufa ni dinero. Creo que hasta la luz me iban a cortar. ¿Y quién estaba al otro lado de la puerta? Enrique Lihn con una botella de vino, un paquete de comida y un cheque de la Universidad Desconocida”.

 

 

 

Notas

[1] Parte de la correspondencia entre Bolaño y Lihn se encuentra en The Enrique Lihn Papers, en la Getty Research Library de Los Ángeles, California. Fue consultada gracias al apoyo de la UNAM y del personal del Getty en diciembre de 2019.

[2] Se trata del volumen Los poetas chilenos luchan contra el fascismo, antología de Sergio Macías publicada en 1977 en la RDA, en la que aparecen, al lado de Mistral, Neruda y Víctor Jara, dos poemas de Bolaño escritos junto a Bruno Montané, “Carta” y “En el pueblo”. (Vid. Sergio Macías(comp.), Los poetas chilenos luchan contra el fascismo. Berlín, Comité Chile Antifascista, 1977, pp.268-271).