Por Patricia Espinosa
Revista Qué Pasa, Chile. 18.07.2003
Cualquier ranking en literatura es estúpido y falaz, lo sé, no hay primeros lugares, solo constelaciones que se forman. Entonces rescato nuevamente mis propios mitos y ubico a Bolaño a la altura de Borges, Cortázar, Parra, Emar. Solo los grandes, los que han ido más allá del límite de lo posible, pueden instalar un paradigma estético tan radical que sea capaz de conmocionar como lo ha hecho Roberto Bolaño. El mejor de los narradores que haya tenido este país. Su obra es la revelación de un pensamiento enloquecido y racionalista, frenético, desesperado y contemplativo, que abre muchos pliegues sobre la superficie de la lengua oficial. Se trata de una literatura de resistencia, de sobrevivencia, habitada por individuos perdidos en las grandes capitales europeas y latinoamericanas, adscritos a una condición de nacionalidad hibridizada. España, México o Santiago de Chile. Territorios multiculturales abordados a partir de una táctica que valoriza lo local/individual. Putas, niños tristes, poetas, asesinos y conversos habitan el territorio Bolaño. Una y otra vez surge la continua presencia de un personaje que actúa a partir de sucesivas fugas del orden lineal, causalista. Se forman así, una multiplicidad de trayectorias que van construyendo y deshaciendo mapas de intensidades “real visceralistas”: es el deseo lo que nos mantiene pegados a la historia, a la vida. De tal modo, no hay un norte posible, porque continuamente los planos se cruzan, permitiendo que todo recorrido pueda cambiar sin previo aviso. Bolaño recupera de la tradición oral el relato en torno al viaje mítico, al tiempo donde “Todos los tiempos conviven”, que permitirá dejar atrás el logos, el pensamiento racionalista, e ingresar al mundo de la “pura inspiración y nada de método”. El viaje, la nomadía, ocupa de tal modo el sitio privilegiado de conocimiento, nos instruye, vincula con lo nuevo, con un fuera definitivo. La narración y el hacer poético, Bolaño es un tremendo y aún desconocido poeta, reproduce la ruta, instala el territorio-vía-camino de sentido donde la epifanía opera a partir de experienciar lo pequeño, la miseria y el fracaso continuo de los peregrinos sudamericanos. El horror del abandono, la soledad, la pobreza, la muerte, son tematizados en sus obras sin asco, tal vez como la única posibilidad de subvertirlos. “El resto es silencio” como ha dicho Nicanor Parra en este terrible momento. A lo cual me atrevería a agregar: estamos perdidos, como en las peores pesadillas, pero aún nos queda leer y releer, tan desesperadamente como el mismo Bolaño supo hacerlo.