sábado, 11 de agosto de 2007

Las primeras escaramuzas literarias de Bolaño: 1968-1977

Felipe Ossandón
Revista de Libros, “El Mercurio”
16 de julio de 2004



Los amigos son tan
pero tan espeluznantemente
bellos que yo les gritaría Bienvenidos gozoso, lleno de lágrimas
así vinieran del Infierno

Robert Lowell





Bolaño vivió a la velocidad del rayo. Nació en Santiago de Chile en 1953, pero al poco tiempo de nacer ya se estaba moviendo. O más bien sus padres, de quienes heredó una historia trashumante. Vivió en Santiago, en Cauquenes, en Valparaíso, en Los Ángeles. La familia Bolaño Ávalos no alcanzaba a ordenar el clóset, cuando ya estaba empacando para partir otra vez, casi sin motivo aparente, como si estuviera huyendo de una epidemia invisible y feroz.


Fue en 1968, después de una bucólica temporada en el sur de Chile, que partieron a México. Más específicamente al Distrito Federal. En esa ciudad enorme Roberto Bolaño comprendió que iba a ser escritor y desde ese momento trabajó incansablemente hasta conseguirlo. A los quince años dejó para siempre el colegio. De ahí en adelante se dedicó a vagar por las calles, a robar libros y a leer. Y fue durante esa travesía urbana que Bolaño se empapó del DF. Tan intensamente, que buena parte de su obra se ha inspirado en esa experiencia. Y buena parte de esa experiencia (si es que no toda) está basada en la amistad, en el amor que aglutinó a esa pandilla de poetas con quienes Bolaño formó el infrarrealismo a mediados de los setenta, movimiento contracultural cuyas alocadas correrías servirían de inspiración, años más tarde, para Los detectives salvajes, la obra que lo instaló en el cielo de las tragedias.

"Es un aire dionisíaco cruzado por una intensa vocación de ser libres. Estos jóvenes nos enseñan a ser libres desde sus propias, a veces, cárceles". Así se refiere a los infrarrealistas el poeta español Juan Cervera, en el breve prólogo que le hiciera a “Pájaro de Calor”, la primera antología de poetas infras que apareció publicada en México bajo sello Asunción Sanchís, en 1976. José Vicente Anaya, Mara Larrosa, Cuauhtemoc Méndez, Bruno Montané, Rubén Medina, José Peguero, Mario Santiago y, por cierto, Roberto Bolaño, firmaron en ese libro. "Ocho voluntades y ocho sentimientos que nos hablan con fe y entusiasmo de la vida con una hermosa y enorme carga de sensualidad liberada", se explaya Cervera en el mismo prólogo.


De entre ellos, Bolaño y Santiago se alzaban como los inspiradores naturales del movimiento: "la madrugada es de los sobrevivientes, un guerrero que siempre ha sido pobre, que nunca ha dejado de amar. Nuestras chaquetas blancas de escarcha y suspiros, nuestros besos más bien la certeza de sabernos acorralados por el beso, nuevo y peligroso" (Roberto Bolaño: "Estos patios parecen playas"). "Dejábamos de ser el sótano del Kosmos las venas nos parpadeaban como submarinos en el fondo de mares revueltos/ mi esperma en tus manos relampagueante vía láctea/ y a dúo al nihilismo harakiri le dijimos No" (Mario Santiago, "Simphonie D-Sang"). Viscerales, rabiosos, insaciables, ególatras. Pero sobre todo, amigos. Ambos tenían 23 años. Los dos estaban publicando sus propios libros. Bolaño: “Reinventar el amor”; Santiago: “Los últimos dinosaurios y algunos cambios en la atmósfera”.


La energía desbordante de estos dos jóvenes poetas contagió con violencia al resto de la tribu e influyó de manera determinante el destino de los infras: "Tengo la idea de que Roberto se enamoraba de sus amigos. Su entusiasmo para nosotros era tan notorio que nos inspiraba, y eso nos llevaba a hacer cosas más geniales que las que hubiéramos hecho sin su intervención". La que habla es Carla Rippey, artista estadounidense radicada en México, quien ayudó a Bolaño a publicar “Reinventar el amor” (1976). Carla formó parte del infrarrealismo sólo al principio: "Recuerdo que en la primera reunión en grande, elaboré una idea de los infrarrealistas como una agrupación de escritores y artistas visuales, con conciencia política, pero Roberto me transmitió la información después de que para algunos de los asistentes no fue del todo bienvenido que una gringa haya intervenido de forma tan contundente. En fin, no fueron muy políticos ni muy panamericanos hacia el norte. Eran simplemente los jóvenes prendidos y literatos que se agrupaban alrededor de Roberto".


Claro que no todos los que estuvieron ahí piensan lo mismo. José Peguero, quien fuera uno de los fundadores del infrarrealismo tiene una visión distinta: "Roberto no era un líder. El infrarrealismo se caracteriza porque todos sus miembros son personajes brillantes, hermosos. La palabra líder no aparece ni siquiera dibujada en Los detectives.... Ése no es el camino que hay que seguir. Compartir es más correcto. Ahí está el secreto que quieres descubrir del infrarrealismo".Más o menos la misma impresión comparte su mujer, Guadalupe Ochoa (Xóchitl García en Los detectives...): "En realidad, la primera vez que vi a los infras, todos formaban una constelación de estrellas (brillantes, formando un conjunto de individualidades, grupo de solitarios). No es que Roberto fuera alrededor de quien girara el grupo, pero sí el más entusiasta promotor: el más convencido de querer liderar un grupo; por eso escribió Los detectives salvajes: había que darle vida al personaje que él quería ser. Mario Santiago, como los otros: Bruno, Piel Divina, José, en cambio, fueron más consecuentes con su vocación por la marginalidad, por romper con los círculos literarios, por hacer de su vida un poema maldito. Roberto era un contador de cuentos y la mayor parte de sus personajes tienen algo de él (o precisamente algunos de sus personajes son él mismo asumiendo sus personajes). En ese sentido y sólo en ése, Roberto fue fiel a lo que quería ser, por lo menos en su novela (líder de un movimiento), y los demás a lo que éramos. Sólo Roberto le apostó al reconocimiento (algo rechazado por los infras desde los manifiestos de 1976)".


Por esa época los infras se reunían en la Casa del Lago y en los cafés de chinos del centro y en el café La Habana, de donde partían a recorrer las librerías y las galerías de arte del DF. Claro que no todas sus actividades tenían que ver con los libros: "Éramos campeones de boxeo. Ahí donde se ponía un cuadrilátero, aparecía un infra y boxeaba. Al final del día comentábamos la hazaña", recuerda Peguero.


Otra de las personas que tuvo un papel fundamental en esta historia fue Juan Esteban Harrington. Aunque él no lo acepta, un par de personas concluyen que Harrington habría inspirado a Juan García Madero, personaje central de Los detectives salvajes. Él lo niega: "Juan García Madero éramos todos", afirma este productor audiovisual chileno, quien en esa época vivía en México. Y desde su privilegiada posición de protagonista, comparte su recuerdo: "Bruno Montané (también chileno) y Roberto fueron a mi casa a reclutarme para un proyecto que pocas semanas después conocí como el Movimiento Infrarrealista. Yo entonces tenía 15 años, escribía poesía y estudiaba en el Liceo Luis Vives. Tengo entendido que se enteraron de que yo escribía porque mi madre secuestró unos textos míos y se los entregó a Helga Krebbs, mamá de Bruno, de quien era gran amiga. Me citaron para el día siguiente a un taller que consistía en un coordinador y unos diez poetas medio proletarios que leían por turno suspoemas. Luego se hacía una ronda de críticas y las poetisas se echaban a llorar y los poetas ofendidos ofrecían combos y mentadas de madre, agarraban sus escritos y se iban, o todo junto. Roberto me adoptó, me explicaba las reglas y el código de ética infrarrealista, me daba libros a leer y vigilaba mi progreso haciéndome leer mis nuevos poemas, de los que a veces aprobaba uno o dos versos. En esas primeras semanas de la tribu los miembros consistían en unos diez poetas fijos más otros que entraban y salían del grupo según el humor del día. Hubo algunos poetas que fueron y dejaron de ser infras varias veces. (...) Siento que lo que aglutinó todo fue, por un lado, la coherencia del discurso de Roberto Bolaño con la vehemencia del discurso estético vital de Mario Santiago. En pocas palabras: Si Roberto retrataba un corazón sangrante, Mario lo traía en la mano".


"Sobre la manera como se conocieron, Roberto lo escribió en su novela La pista de hielo. Fue en el Café La Habana. Estuvieron hablando junto a otros amigos. Después ellos siguieron hablando en la calle durante la noche. Mario le dio un fajo de poemas, Roberto pasó la madrugada leyéndolos, y al día siguiente después de esa conversación y lectura, Mario y Roberto continuaron un encuentro que todavía no los suelta". La que habla ahora es Rebeca López García, viuda de Mario Santiago, con quien el poeta tuvo dos hijos: Mowgli y Nadja.

A pesar de que Rebeca no conoció a Mario Santiago en el tiempo de la fragua y erupción de los infras, él la ayudó a revivir esa época: "Me platicaba una y otra vez de muchas cosas, como si lo hubiera vivido recién ayer, y así las fui viviendo yo también; Roberto, Bruno, Cuauhtémoc, Ramón, Mara, Juan Esteban, Piel Divina, son seres reales con quienes él compartió un tramo chingón de su vida. Quiero decir que es vida que sigue fluyendo".


Rebeca tampoco llegó a conocer a Bolaño, pero se enteró de él a través de su marido: "Siempre me hablaba de él, de la intensidad de su amistad, que en la distancia, y sin cartas, siempre continuó. Roberto le escribía cartas que llegaban a través de amigos o en los últimos años a nuestro buzón, cartas donde su letra, tan pequeña y nerviosa, decía tantas cosas y que Mario cargaba consigo hasta que amenazaban con romperse, y aunque no las respondía, escribía algún poema catapultado por alguna frase o pregunta de Roberto".


Roberto Bolaño dejó México en 1977. También por esa época partieron Mario Santiago, Bruno Montané, Juan Harrington quienes se cruzaron en Europa en diferentes períodos. Todos volvieron alguna vez. Todos menos Bolaño, quien, de todas formas, mantuvo contacto con México a través de cartas que le envió a varias de las personas que conoció en esa ciudad. Una de ellas era Juan Pascoe, editor y fundador del Taller Martín Pescador, sello donde Bolaño publicó “Reinventar el amor”: "Cualquiera que lea las cartas que me envió, lo entendería cabalmente: aquéllas no son cartas personales, son las cartas literarias de un joven escritor en la composición de una nueva obra, comunicaciones para el futuro. Todo el mundo era para él "carnada" para su sensibilidad literaria. Todos corríamos el peligro de aparecer luego en alguna obra suya (algunos sí aparecieron). Todos éramos actores en su escenario. La expresividad del modo que tenía de hablar, un acento y una musicalidad que venía de quién sabe dónde, era también el fraseo del escenario: no es que fuera distante y poco amistoso, porque al contrario, no era ninguno de los dos: sino que nuestras vidas, al lado de la suya, eran partes de su obra de arte. Despreciaba a mis demás amigos poetas, y a mí mismo, con certera agudeza, y con un canto de voz que sólo podía proceder de un poeta declamando versos ante el futuro que no se le iba a terminar jamás".


Carta de Bolaño a Juan Pascoe (Barcelona, primavera de 1977): "Querido Juan, hacía días que no cogía la máquina (me lo he pasado esta última semana escribiendo garabatitos muy pequeños en pedazos de papel rosado y grasiento) pero ahora tengo ganas de escribirte una carta muy larga, tremendamente efectista y elegante desde esta Barcelona La Loca -mañana nublada, ritos primaverales suspendidos- por donde se mueven los más bellos anarquistas del mundo. De Mario sin noticias últimas. Bruno estuvo viviendo con él hace cosa de un mes. Yo viví con él hace dos meses. Conoce París como si fuera la Colonia Portales. Es amigo de los poetas jóvenes de París. Sale con exiliados chilenos troskos. Es el poeta mex más joven de una antología que hicieron allá (creo que Deluy, que estuvo en el Df dando recitales en Bellas Artes). Según Bruno, Mario asola los mercados Potin. Iba a sacar una revista, TIKETURAID, dios andino, boleto para viajar, con gente chilena, peruana y francesa. La revista sería bilingüe. No sé qué habrá pasado".

Bolaño a ratos le perdía la pista a Mario Santiago, pero nunca dejaba de preocuparse por él. Carla Rippey puede dar fe de esta especie de obsesión que sentía el chileno por Santiago, y que incluso se alargó mucho tiempo después de que dejara México: "...Su dedicación a Mario Santiago era notoria, y duró toda su vida, y duró más que la vida de Mario. Recuerdo que cuando llegué a quejarme de Mario en una de las cartas que le envié a Barcelona, Roberto me respondió: 'Sé buena y comprensiva con Mario, aunque te llame a las tres de la mañana y te interrumpa un polvo. Cuélgale el teléfono, pero quiérelo. El día que Mario se muera se van a ir literalmente a la chingada un montón de cosas que harán mucho más pobres a los que viven en México y a los que hemos vivido en México".


Mario Santiago murió atropellado por un camión en el DF en enero de 1998, a los 45 años. Bolaño murió de una crisis hepática en Barcelona a los cincuenta, en el 2003.

Todos somos un poco más pobres desde entonces.




Fotografía: Mario Santiago, 1953-1998