lunes, 21 de julio de 2025

La grieta que abrió Roberto Bolaño en la literatura chilena

Por Roberto Careaga C.

Centro para las Humanidades UDP

 

 

Cuando la fiesta de los 90 todavía estaba encendida, el autor de Los detectives salvajes volvió a Chile para aguar las esperanzas. En dos viajes, en 1998 y 1999, desahució la Nueva Narrativa Chilena, le quitó el piso a José Donoso, elevó a Pedro Lemebel y abrió un camino nuevo para los narradores. Dio una batalla que modificó todo el campo cultural.  

 

 

A mediados de 1996, hasta la oficina en Chile de editorial Planeta llegó un manuscrito que venía desde Barcelona. Lo traía el poeta Jaime Quezada, que en España había estado con Roberto Bolaño, un muy desconocido escritor chileno que llevaba décadas fuera del país. Se habían conocido en México a inicios de los 70 y, más mal que bien, continuaron alguna relación. Cuando se reencontraron, Bolaño le pasó una novela que quería publicar y le pidió que la moviera entre editoriales chilenas y así fue como una copia apareció en el escritorio del editor Carlos Orellana, que había leído con interés su reciente libro La literatura nazi en América. Revisó con entusiasmo el manuscrito, pero las cosas se retrasaron y cuando quiso publicarlo, el libro ya estaba prácticamente en imprenta en España.

 

Se trataba de Estrella distante, una de esas novelas casi perfectas que pavimentaron la reputación de Bolaño, un poeta de 43 años que llevaba largo tiempo escribiendo, casi en el absoluto anonimato, libros que crecían sin pausa mirando el Mediterráneo desde Blanes. Fue publicada en octubre de 1996 por Anagrama, sello que en esos momentos representaba acaso el máximo gusto literario en todo el español. Quizá fue porque Quezada demoró demasiado en entregar el manuscrito a Planeta o porque Orellana tardó mucho en leerlo, pero en cualquier caso el atraso fue virtuoso: de la mano de la casa editorial de Jorge Herralde, Bolaño inició un despegue internacional que lo iba a terminar situando como el ícono del recambio de la narrativa latinoamericana de fin de siglo.

 

En cambio, de publicar en Chile Estrella distante, habría caído en el saco roto que ya empezaba a ser la Nueva Narrativa Chilena, esa movida entre literaria y comercial que en los 90 apareció de la mano de Planeta. Una movida exitosísima en Chile, pero que el mismo Bolaño miraba con una distancia radical. O no, mejor: los detestaba. “Chile es un país en donde ser escritor y ser cursi es casi lo mismo. Los escritores chilenos actuales que están en el hit parade. Los narradores y supongo que también los poetas, son muy malos y todo el mundo sabe que son muy malos”, dijo en una entrevista, en una de las visitas que hizo al país a fines de 1999. “Y además de malos: trepas, plagiarios, emboscados, tipos capaces de todo por conseguir un trozo de respetabilidad, cuando la verdadera literatura debe alejarse de la respetabilidad. Pero nadie lo dice. No sé por qué razón, pero nadie lo dice, al menos públicamente. Yo espero que los jóvenes que tomen el relevo cambien este panorama tan pacato y provinciano”, añadió.

 

Nacido en Santiago en 1953, Bolaño tuvo una infancia móvil entre Valparaíso, Quinteros, Cauquenes y Los Ángeles. Su formación literaria la vivió en México, donde llegó a los 15 años, en 1968. Siete años después formó junto al poeta Mario Santiago una verdadera guerrilla cultural bajo el nombre de Infrarrealismo, que avanzó como una bola de lava en la escena hasta que en 1977 se disolvió para siempre. Luego se hundió en la Costa Brava española y ahí trabajó lentamente en una obra tan enorme como genial hecha de poesía y narrativa. Lector total, en su retiro en los 80, además de escribir, estuvo atento con obsesión a los avatares de la literatura chilena, llegando a entablar correspondencias con Enrique Lihn, Waldo Rojas y la crítica Soledad Bianchi.

 

Aunque había publicado algunas cosas en los 80, fue a inicios de los 90 que Bolaño apareció en el mundo editorial con libros como La pista de hielo (1993) y La literatura nazi en América (1996). Luego de la novela Estrella distante (1996) y los cuentos de Llamadas telefónicas (1997) su nombre empezó a volverse un ineludible en la literatura hispanoamericana y en Chile empezó un ruido suave pero persistente. Hasta que en 1998 el escritor recibió un llamado de la Revista Paula para integrarlo al jurado de su concurso de cuentos. Primero lo recomendó el editor Andrés Braithwaite y luego fue decisiva la intervención que hizo Jorge Edwards. Entonces sucedió: después de 24 años fuera de Chile, Bolaño regresó a su país. Estuvo 20 días que iban a abrir una pequeña grieta en toda la escena literaria chilena.

 

Al inicio la grieta fue subterránea, porque en esa primera visita Bolaño fue recibido casi como una celebridad. Cuando llegó a Santiago su nueva novela, Los detectives salvajes, recién había recibido el Premio Herralde, que concede Anagrama, y aunque pocos la habían leído por acá, los comentarios eran definitivos: era la obra maestra que no había salido después de las grandes novelas del boom. Más tímido que combativo, el escritor dio numerosas entrevistas (“Bolaño está en Chile”, tituló El Mercurio) y se movió entre cenas y encuentros con personajes locales, visitando desde la casa de Diamela Eltit hasta la de Nicanor Parra en Las Cruces. Sus desaires fueron pocos, pero significativos: una noche fue invitado a comer a La Pérgola, en Lastarria, con autores locales, varios nombres claves de la Nueva Narrativa Chilena, como Carlos Franz y Arturo Fontaine, pero al poco rato le dijeron que no muy lejos, en otro bar, estaba Pedro Lemebel. Bolaño se levantó, conoció al cronista y no volvió más a La Pérgola.

 

“Lemebel no necesita escribir poesía para ser el mejor poeta de mi generación”, escribiría Bolaño en un artículo que publicó Paula en febrero de 1999. Mientras anotaba esas palabras, hacía una operación editorial: le recomendaba a su editor en Anagrama que lo publicara en España, lo que efectivamente sucedió unos años después. Volviendo a la crónica de su paso por Santiago, titulada “Fragmentos de un regreso al país natal”, se trata de un texto lleno de puntos altos, con menciones positivas al crítico Rodrigo Pinto, una narración emocionada de la visita a Parra y un fuerte elogio a “una generación de escritoras que promete comérselo todo”. Hablaba de Lina Meruane, Alejandra Costamagna y Nona Fernández.

 

Pero tres meses después, su tono cambió. En mayo de 1999 publicó en la revista española Ajo Blanco una columna casi legendaria, “El pasillo sin salida aparente”. El texto está hilado por la cena en la casa de Eltit; se refiere a la comida que sirvió, pero de su literatura no dice una palabra. Sobre todo habla de la pareja de Eltit, el por entonces ministro del Trabajo Jorge Arrate. Su tono es amargo y hasta paranoico: está aterrado de que Arrate no tenga guardaespaldas, sospecha que en cualquier momento pueda entrar una facción de Patria y Libertad disparando. Acaso Bolaño aún imaginaba el Chile que por última vez vio en 1973, cuando volvió desde México para sumarse a la Unidad Popular, pero llegó tan tarde que ya habían bombardeado La Moneda. Acaso en su cabeza flotaba una historia que Lemebel le contó y que conectaba el pasado de la dictadura con el presente de la narrativa chilena. Una historia real.

 

Lemebel le había contado de los talleres literarios en la casa de Mariana Callejas, a fines de los 70. Agente de la Dina y condenada junto a su esposo, Michael Townley, por el asesinato del general Carlos prats en Buenos Aires, Callejas prestaba su casa en Lo Curro para continuar las conversaciones que empezaban en el taller de Enrique Lafourcade. Por ahí pasaron, entre otros, Carlos Franz, Gonzalo Contreras y Carlos Iturra. Eran fiestas que tenían una contracara oscura: abajo, en el subterráneo, Townley tenía las oficinas donde planificaba los atentados y, quizá alguna vez, traía a algún detenido. “Y así se va construyendo la literatura de cada país”, terminaba su artículo Bolaño. Quizás fue en ese momento en que apareció públicamente el escritor salvaje y combativo, porque ya no tuvo compasión y sus elogios a la literatura chilena se volvieron dardos envenenados. La grieta se volvió un terremoto.

 

“En Chile me odian, sobre todo los escritores de la nueva narrativa chilena, porque se me ocurrió decir que José Donoso tenía un sistema de flotación más bien frágil. ¡Todos saltaron sobre mí como fieras! Ahí resulta imposible tocar a las vacas sagradas, siempre que no tengan el síndrome de las vacas locas”, diría en 1999 Bolaño en una de las entrevistas que dio en su segunda visita a Chile, esta vez invitado a la Feria Internacional del Libro de Santiago. Y es cierto, había tocado a las vacas sagradas y prácticamente a todos quienes se le pusieran por delante: desde Blanes o en columnas en Las Últimas Noticias, empezó a disparar: contra Luis Sepúlveda, Isabel Allende o Hernán Rivera Letelier, y también contra Donoso, de quien dijo que era un autor de “tres libros y algunos abominables”.

 

Pero más que a Donoso, contra quienes se lanzó fue contra sus discípulos, especialmente los que habían integrado su taller: “Sus seguidores, los que hoy portan la antorcha de Donoso, los donositos, pretenden escribir como Graham Greene, como Hemingway, como Conrad, como Vonnegut, como Douglas Coupland, con mayor o menor fortuna, con mayor o menor grado de abyección, y desde esas malas traducciones llevan a cabo la lectura de su maestro, la lectura pública del mayor novelista chileno”, dijo. “De los neostalinistas hasta los opudeístas, desde los matones de derecha hasta los matones de izquierda, desde las feministas hasta los tristes machitos de Santiago, en Chile todos, veladamente o no, se reclaman discípulos. Grave error. Mejor harían leyéndolo”, añadió.

 

Es posible que llegara al final de la fiesta de la Nueva Narrativa Chilena para apagar la luz, pero también Bolaño traía un viento fresco y estaba dispuesto a remover todo. Aferrado a Lemebel, a quien admiraba desde que supo que había sido parte de un colectivo llamado Las Yeguas del Apocalipsis, empezó a prodigar una suerte de nuevo canon hispanoamericano: cada vez que podía, mencionaba a Juan Villoro, enrique Vila-Matas, Ricardo Piglia, Jorge Volpi, César Aira, Rodrigo Fresán, Javier Cercas u Horacio Castellanos Moya. Había leído más que nadie y una vez, según Los detectives salvajes, se había jugado la vida por la poesía. En Chile, en ese paso en 1999, quiso seguir la ruta y otra vez fue donde Parra. Acompañado por el crítico español Ignacio Echevarría le propuso en Las Cruces al antipoeta publicar sus obras completas con la editorial Galaxia Gutenberg. No fue fácil convencerlo e incluso debió insistir una última vez en 2001, en Madrid.

 

 “Me interesan los poetas. Es un verdadero tesoro que hay en Chile, la vieja poesía chilena. Ayer, conversando con un amigo poeta, me contó cómo había muerto Alfonso Alcalde: se ahorcó en Penco. Me parece infame. Y luego están aquí estos niños cuicos bailando la conga y diciendo somos la nueva narrativa y Alfonso Alcalde se ahorca solo en Penco”, le dijo a Fernando Villagrán en el programa Off the Record. “Pero qué literatura más infame, hasta qué grado de podredumbre ha sido contaminada por la dictadura. Porque no hallo qué otra explicación darle. Es la dictadura que contaminó una literatura. O una especie de gripe del mercado. Además, qué mercado si sus libros circulan solo en Chile. Creo que esta abyección es producto de la dictadura. Cómo es posible que por un lado se baila la conga y se hagan las loas a la nueva narrativa… No me refiero solo a los del taller de José Donoso, que se han adjudicado este nombre, me refiero a todos los que escriben prosa y que están en una franja de edad como la mía. Mujeres, hombres, viejos verdes, etc.”, añadió.

 

Pero en esa visita, Bolaño melló también su relación personal con Lemebel. Invitado al programa radial que tenía el cronista en Radio Tierra, el novelista tuvo un áspero diálogo con la crítica Raquel Olea en que subió paulatinamente de tono hasta volverse una discusión. Empezaron hablando de la relación entre nacionalidad y literatura (“La obra de un escritor jamás está ceñida a su país”, sentenció Bolaño) y se enredaron en una disputa sobre las formas de la lectura desde la academia. El audio se puede escuchar en YouTube y hacerlo es oír a un Bolaño incómodo, al estilo de un gato de espaldas defendiendo cierta pureza de la literatura como si estuviera más allá de cualquier análisis teórico. Tras esa sesión, la relación entre el cronista y el novelista no fue la misma.

 

El ánimo de Bolaño tenía sus vaivenes, pero todos quienes lo trataron en contextos de amistad hablan de él con cariño y cercanía. Estaba lleno de historias, referencias literarias especiales y afecto muy concreto. Su pelea era contra el establishment literario, de punta a cabo. En la Feria del Libro de Santiago dio un taller literario para escritores jóvenes al que asistieron, entre otros, Nona Fernández, Pablo Simonetti, Marcelo Leonart, Larissa Contreras y Marcelo Cabrera. Todos ellos pasaron inmediatamente a un segundo plano solo por el hecho de haber publicado. Según recuerda Rodrigo Miranda, autor de los libros La expropiación o Satancumbia, en la primera sesión del taller Bolaño preguntó a sus alumnos quienes ya no eran inéditos, y cuando levantaron la mano les informó que no le interesaban. Fue gentil, pero sin medias tintas: no les pidió nunca que leyeran en el taller, como sí lo hizo con los inéditos.

 

En el recuerdo de Miranda, a Bolaño lo que le interesaba de la literatura chilena, especialmente de la narrativa, era lo que venía. El futuro. El presente le era esquivo y a veces derechamente hostil. En una entrevista Carlos Franz defendió a Donoso y dijo que el autor de Los detectives salvajes cultivaba “un solo registro y hasta se ha vuelto monótono”. La forma en que reaccionó Eltit fue más dura: “Patero y cortesano”, le dijo, y luego añadió: “No muy inteligente”. También se especuló que ella había notado, en esa cena en su casa, que a Bolaño le faltaba un diente. Luego, la escritora practicó la indiferencia: nunca ha hablado del impasse que mantuvo con el escritor y tampoco se ha referido a su obra. El problema es que el novelista ya estaba en modo combate y respondió como si hubiera una guerra de por medio.

 

“Dice un escritor en la prensa que lo que más le sorprendió de mí es que yo era cortesano y me faltaba un diente. Lo que más le divirtió. A mí me faltan muchas muelas, pero muchas, como a Gary Snyder. Supongo que esta mujer no debe tener idea de quién es Gary Snyder, pero espero que alguien lo sepa. Es como si viera al Quijote y dijera huy, le falta una mano, es manco. Ese es el nivel de discusión. Esas son las señoras que hacen la literatura en este país”, dijo Bolaño en el programa Off the Record. “Estos mismos que me han criticado, como yo no los he alabado… Yo no puedo alabar literaturas que no me gustan, libros que son plagios de Graham Greene, de cosas que ya están acabadas. Bueno, pues estos mismos que se murieron en alabanzas conmigo, ahora dicen solo tiene dos libros buenos, el resto es monótono. Los detectives salvajes debe ser monótono, puesto que ellos no conocían los detectives entonces. Es terrible. Además, es gente que me la voy encontrando... Es una película de terror. Y esto no es un desahogo”, añadió.

 

Bolaño volvería una tercera vez a Chile, después de 1998 y 1999, pero la última lo hizo sin publicidad. Viajó solo, sin su esposa ni su hijo. Vio a algunos amigos, evitó cualquier entrevista y se marchó con el mismo silencio que llegó. Los años de la transición se evaporaban, a la fiesta noventera se le terminaba el efectivo y, entre otras cosas, la narrativa chilena que había reinado por una década perdía conexión con los lectores. Es difícil que Bolaño haya venido a ver cómo se apagan las luces, pero seguro que vio que el campo empezaba a ser otro y en esa batalla antojadiza que dio por desenmascarar a los impostores él estuvo cerca de ganar. La generación de Alejandro Zambra y Álvaro Bisama lo leyó como un maestro que le dio las llaves para avanzar por otro camino. La grieta que abrió en sus visitas se transformó en una ruta de salida hacia algo nuevo.

 

Bolaño siguió escribiendo, corriendo detrás una enfermedad que le pisaba los talones. Su hígado fallaba desde inicios de los 90 y ya no le quedaba más tiempo. Sus amigos lo sabían perfectamente, pero él solo lo hizo oficialmente público en una entrevista que le dio a Rodrigo Pinto en abril de 2003. Para esa fecha estaba trabajando frenéticamente en la novela 2666, a la que no le pudo poner punto final. Murió el martes 15 de junio en el Hospital Valle de Hebrón, de Barcelona, después de 12 días sedado. Gigante en vida, después de muerto su leyenda cruzó fronteras y se convirtió en un mito en todo el mundo. Antes, cuando regresó a Chile después de vagabundear por México, España y todo el planeta, sacudió la literatura chilena.

 








lunes, 19 de agosto de 2024

Estudiante angelino propone bautizar espacio de Los Ángeles con el nombre de Roberto Bolaño

Por Nicolás Maureira

La Tribuna, 05.06.2024



Roberto Bolaño, a los 14 años, en el Liceo de Hombres de Los Ángeles, 

Región del Biobío, Chile (foto de 1967)

 

 

El joven estudiante de Derecho, José Tomás Perelló,

busca que el novelista sea reconocido

en la ciudad que lo acogió durante parte de su vida.

 

 

Roberto Bolaño fue un escritor chileno considerado como uno de los más importantes e influyentes de las últimas décadas en Hispanoamérica, según el consenso de los especialistas. Entre sus sus novelas más destacadas se encuentran Detectives Salvajes2666 y Estrella Distante, además de sus libros de cuentos Llamadas Telefónicas y Putas Asesinas.

 

Quien fuera también un reputado poeta, falleció a los 50 años el 15 de julio de 2003 por un fallo hepático. Desde esa fecha sus seguidores han tratado relevar su figura con actos y homenajes para que su obra se traspase a las futuras generaciones, como una forma de preservar su legado literario.

 

Si bien Bolaño nació en Santiago hace 71 años, hay otras ciudades de Chile donde marcó presencia y en las que se hacen esfuerzos para destacar su trayectoria, siendo una de esas Los Ángeles. El también autor de Amuleto vivió su adolescencia en esta capital provincial y, tras el Golpe de Estado en 1973, volvió a la ciudad por algunos meses. Además, su familia paterna tuvo en sus orígenes a los primeros Bolaño que vivieron Los Ángeles.

 

Sus parientes, amigos y conocidos coinciden en señalar que fue en esta capital provincial donde surgió el germen literario que dio origen a un destacado escritor. Por esta razón, no son poco los habitantes de esta ciudad que buscan homenajear a Roberto Bolaño por su paso en Los Ángeles. Esta vez fue un joven estudiante de Derecho y entusiasta del autor quien busca resaltar su imagen.

 

 

Estudiante de derecho propone que espacio lleve el nombre de Bolaño

 

José Tomás Perelló es un estudiante de Derecho de la ciudad de Los Ángeles, que es fanático de la literatura. Un día, en medio de su curiosidad por saber más sobre la vida de Bolaño, descubrió que el novelista había vivido en Los Ángeles. Entonces se interesó en poder corresponderle un justo reconocimiento al autor con un proyecto que viene gestionando desde hace un tiempo. "En febrero (de este año, 2024) estuvimos en el municipio para proponer dar un reconocimiento de la ciudad a esta figura, que es parte de nosotros y de nuestra comuna”, señaló Perelló en entrevista con el periodista Juvenal Rivera en Radio San Cristóbal.

 

 

¿En qué consiste el proyecto?

 

Según contó en la entrevista, el proyecto buscar bautizar un espacio de la ciudad de Los Ángeles con el nombre de Roberto Bolaño. “La idea es cambiar el nombre de un espacio público por el de Roberto Bolaño”, manifestó. Esto podría abarcar "una plaza, una calle, un parque como el Gabriela Mistral que está en Avenida Ricardo Vicuña (...) Asignarle un espacio de reconocimiento que muestre hacia afuera que Los Ángeles tiene historia, cultura y que la podamos reconocer internamente”, complementó Tomás.

 

El joven de veintidós años, además, reiteró por qué es importante reconocer a Bolaño en Los Ángeles. “Bolaño es una figura contemporánea, que tiene citas explícitas de Los Ángeles, que vivió acá, que tuvo su historia educacional en el Liceo de Hombres y con parientes suyos aún en la ciudad. Entonces, que no tengamos un reconocimiento mínimo, habla también de que nos ha faltado quizás un empujón cultural más fuerte en ese sentido", expresó.

 

 

¿Cuál fue la respuesta de los concejales?

 

“Quedamos de ver con una junta de vecinos que estuviera dispuesta a asumir este cambio de nombre. A mí me gustaría mucho que en julio podamos tener una instancia de conversación con los concejales para ver el tema del cambio de nombre. Sería muy lindo que fuera en julio, ya que sería la conmemoración 21 de su fallecimiento. Sería un reconocimiento póstumo, pero muy significativo", comentó Perelló.

 

 














miércoles, 15 de mayo de 2024

Esposas de Jack, por Martín Cinzano





En uno de sus textos críticos, el profesor universitario Leónidas Morales reconocía su inicial distanciamiento de la obra de Bolaño, cuyas novelas acabó admirando. La causa, típicamente académica: estaba de moda. A muchos, creo, nos pasó. Lo comercial despide ese tufillo sospechoso, especialmente en literatura. Aún me cuido de eso, y aún me parece bien, pese a la actual tendencia a sobrevalorar lo “popular”. Allá por los inicios de este siglo, asistí a un taller de crítica literaria donde Bolaño era ley. Yo me decantaba por las novelas de otro chileno desterrado, Mauricio Wacquez, que vivía en Calaceite, Teruel, a doscientos sesenta y nueve kilómetros de Blanes, según Wikipedia. Pero era Bolaño quien mandaba ahí. Una integrante del taller osó en criticar Llamadas telefónicas y le fue mal, la trataron de frívola y otras cosas más. Entonces yo seguí cuidándome de no asomarme a esos libros de títulos, eso sí, misteriosos. Había un puesto de libros viejos en la facultad donde se vendía la primera edición de La literatura nazi en América, libro que yo miraba de lejos pensando en una especie de monografía. No andaba tan perdido al final, creo, pero ese libro continuó ahí durante mucho tiempo y ahora lo lamento; era caro, pero podría venderlo, hoy, mil veces más caro. Porque estudié literatura en Chile, pero acabé haciéndome librero en México, leyendo por fragmentos. El itinerario Chile-México, debo aclararlo, no se debió a Bolaño. Mi reticencia a leerlo se prolongó lo suficiente como para que mi primer viaje al DF (o al DFiéndete, como dice una amiga) ocurriera sin haberlo devorado aún, lo cual, pienso, fue una suerte, para no andar por la colonia Juárez o por Bucareli o por Tepito haciendo turismo bolañesco, todo un género especialmente chileno y quizá un poco colombiano. Mi primer ejemplar de Los detectives salvajes llegó después, y era pirata. Fue adquirido a ras de piso, en pleno Paseo Ahumada, lo cual puede dar una idea de cómo iba creciendo el número de sus lectores. Esa copia de la colección Compactos de Anagrama se detenía en la página 371, cuando Xóchitl García está narrando una cena con el director de la revista Tamal y sus desvelos como escritora, madre y amante. En realidad, la novela no se detenía, más bien desde la página 371 todas las restantes páginas eran la 371, 371, 371... Debe ser por eso, quizá, que cuando pienso en Bolaño se me aparece de inmediato la imagen de Jack Torrance, es decir de Jack Nicholson en la película de Kubrick, escribiendo siempre la misma frase, la misma página 371. A veces los lectores de Bolaño, y claramente los escritores imbuidos de Bolaño, somos más o menos como Wendy, la esposa de Jack: intentamos escapar desesperadamente de ese hombre que nos va a destazar con un hacha pero que inevitablemente nos produce cierta fascinación. Después, sacrificando medio sueldo, compré un ejemplar nuevo, lo leí y se lo mandé a un amigo en Francia, quien desde entonces pasó a formar parte del club de esposas de Jack. Me quedé entonces sin Los detectives salvajes hasta unos diez años más tarde, en Ciudad de México, donde un desprevenido librero del tianguis del Chopo me vendió un buen lote de libros de Anagrama en el que venía la primera edición de la novela. Había por ese entonces una tal Red de Poetas Salvajes, conformada por chilenos y mexicanos y algún ecuatoriano, todos realmente salvajes a la hora de rastrear y adjudicarse cuanta beca de creación literaria emanara desde las instituciones estatales mexicanas. A veces algunos de sus integrantes caían en el pequeño local de libros en Balderas, donde yo trabajaba, y fue uno de ellos quien me invitó a una especie de encuentro entre narradores chilenos y mexicanos al que asistí encantado porque soy un morboso. Ahí pude escuchar al escritor Mario Bellatin decir, ante varias esposas de Jack, que por suerte él había comenzado a escribir antes del boom Bolaño, porque, de lo contrario, sucumbía. Hubo cierta incomodidad en la sala, silencio espeso, y yo recordé que alguna vez un amigo chileno me había contado que Pedro Lemebel, en una fiesta organizada en Santiago para homenajear al autor de Salón de belleza, le había arrebatado su prótesis y la había lanzado unas cuantas veces por los aires hasta que Bellatin se empezó a poner nervioso. Es una imagen para Los detectives salvajes, sin duda tiene ese humor macabro de sus narradores y narradoras, aunque Lemebel fue uno de los pocos que pudo sacar de quicio a Bolaño en una entrevista radial: en resumidas cuentas, lo subió al columpio y Bolaño se picó porque, por una vez, se las veía con alguien más bravo. Debió, en ese instante, regresar a su época infra y soltar un buen chiste negro, sinuoso, divertido y espeluznante, pero no lo hizo, se quedó más bien pasmado. El humor, decía él, es parte de la inteligencia, y por eso era fanático de Borges, Cortázar y Wilcock, y por eso, también, cuando le cantó unas cuantas rencorosas verdades a sus contemporáneos, no dudó en desenvainar a Macedonio Fernández, quien, por lo demás, decía ser el gerente de una Compañía de Fósforos Ya Raspados. “Al humorista incumbe no sólo poner las almas en risa sino ponerlas en esperanza”, decía también el Macedonio. En el terreno del discurso político, que es el que le interesaba parodiar a Bolaño, el humor interrumpe la continuidad del martirologio de la izquierda latinoamericana, pues quien ríe no sólo acaba riéndose de sí mismo y su situación, sino que además abre un espacio de apelación a la vida, y Bolaño exhibió cómo cierta izquierda estaba más bien del lado de la muerte. El humor, como los sueños y la práctica del arte, pueden incluirse entre los “trucos” de supervivencia a los que se recurre para desarrollar “el arte de vivir” en una situación de espanto, como lo planteó Viktor Frankl luego de permanecer cautivo en los campos de concentración nazis. Bolaño sin duda juega con eso, pero le da una vuelta más: pone el humor en boca de las instituciones. En Los detectives salvajes el humor, puede decirse, a grandes rasgos, está del lado de quienes impugnan la institucionalidad o luchan por mantenerse vivos sin ingresar en ella. Pero después no; después el humor, otro humor, emerge del lado de las instituciones culturales y policiales. El cura Ibacache, por ejemplo, es humorístico; los judiciales, los detectives de Santa Teresa cuentan chistes misóginos mientras ven desfilar, uno tras otro, los cadáveres de mujeres violadas. Entonces ante ese humor negro, ese humor practicado por dadaístas y surrealistas, por críticos literarios y pinochetistas, la lectura se enfrenta a un problema, porque la risa a veces viene desde un lugar oscuro y se larga sola, ¿no? Por eso la obra de Cortázar, más aún que la de Parra, es tan importante en Bolaño, creo yo, porque en los cuentos y novelas de Cortázar, donde no por nada aparece un grupo de agitación llamado La Joda, el humor se dispone sobre un trasfondo trágico. Y de aquí tal vez podríamos extraer una especie de certeza, no por antigua (y evidente) menos decisiva: sin humor (ni dolor) no hay arte, pero, además: el arte —el humor— se presenta en un momento límite para salvar una vida. Esto, que puede sonar dramático y tremendo, suena también como una música de fondo en la obra de Roberto Bolaño; sus digresiones, sus chistes, incluso los anuncios de chistes, se disponen como banderitas que señalan un camino justo ahí cuando la tensión amenaza con descoyuntar los cuerpos textuales y humanos, como ocurre con esa “palabra que amansa a las fieras” de “Otro cuento ruso”, un relato perfecto. Al final, como yo, el profesor universitario Leónidas Morales debió reconocer, pese a las modas, los grandes méritos de esa obra, y en el texto crítico que escribió se refirió a las lágrimas en Putas asesinas y hasta se dio el gusto de meter en el baile a Dostoievski. Quizá don Leónidas podría haber congeniado de alguna manera con Bolaño, sin necesidad de columpiarlo; quizá Wacquez también; pero eso jamás lo sabremos, entre otras razones porque los tres están muertos.

 

 

 

En ¿Qué hay detrás de la ventana?

Nibaldo Acero & Carvacho Alfaro (eds.).

Santiago, FCE, 2023





















martes, 3 de octubre de 2023

¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?, por Enrique Vila-Matas

Prólogo a “Adiós a Bolaño”, de Roberto Brodsky

Rialta Ediciones, 2019





Querido Brodsky:

 

Hace un rato, solo y en la noche muy lejana del barcelonés barrio del Coyote, donde vivo, he regresado por una vía impensada a esos últimos días del pasado siglo, de los que probablemente nunca salí. Y he vuelto a Chile, a Valparaíso, a aquel fin de milenio en la terraza inagotable del Brighton, ya sabes: donde la pólvora. He vuelto a aquella madrugada en la que hablamos hasta el amanecer del amigo común al que tanto admirábamos: Roberto Bolaño. Hacía sólo cuatro años que había publicado Estrella distante, un puntal imprescindible de su obra, pero de lo que en gran parte hablamos aquella madrugada fue sólo de una incógnita: nos preguntábamos si sus poemas, sus novelas, sus cuentos no surgían de vivir en un espacio que no era el suyo y que percibíamos duro, a pesar de los días gloriosos en los que el amigo se había sumergido.

 

Madrugada eterna del Brighton. Sólo hablamos de  Estrella distante  al final. Y no sé quién de nosotros se empeñó en evocar, a modo de letanía que lo puntuaba todo,  Impromptu de Ohio, de Beckett, donde dos individuos, frente a frente, se repetían de una forma obsesiva: “Queda poco por decir”.

 

No veo mejor forma que esta carta breve y urgente para ampliarte información sobre la misteriosa cita de Faulkner que se halla al frente de Estrella distante. Te imagino sorprendido. ¿Cómo suponer que en uno de nuestros tantos “últimos atardeceres en la tierra” acabaría teniendo yo algo más que decir sobre la cita? Pero así es. Incluso cabe la posibilidad de que podamos dejar de parecer unos seres resignados a pulsar siempre unas mismas notas sobre Valparaíso y nuestra amistad cuando en realidad somos instrumentos de muchas cuerdas.

 

Verás, todo empezó por algo aparentemente trivial oído en un fin de año reciente, en Palma de Mallorca, hace dos veranos. Todo se puso en marcha cuando a un amigo, en medio del estrépito de la pólvora isleña, se le ocurrió decir que le había llamado la atención en mi recién aparecida novela, Mac y su contratiempo, que la única cita que el narrador daba por verdadera fuera la que Roberto Bolaño, en su epígrafe de Estrella distante, había atribuido a William Faulkner: “¿Qué estrella cae sin que nadie la mire?”.

 

La cita, dijo el amigo, encajaba en aquella fiesta de fin de año, y hasta abría el juego para una pregunta desmesurada: ¿Podían existir personas que celebraran, por ejemplo, miles de fines de milenio sin que nadie las mirara? Por mucho que quisiera evitarlo, su pregunta sonó tan rara que hicimos bien en volver a lo que nos ocupaba: en Mac y su contratiempo el narrador decía que nadie había sabido localizar aquella frase en la obra de Faulkner, y acababa concluyendo que la cita podría ser inventada, aunque todo indicaba que era de Faulkner, porque Bolaño no solía inventarlas, y menos aún si eran para un epígrafe.

 

Y recordé que un crítico español, Javier Avilés, comentando aquel enigma, había dicho que, analizada y bien rastreada toda la narrativa de Faulkner y algunos de sus ensayos y alocuciones, la única referencia a las estrellas aparecía en La paga de los soldados, su primera novela: “Y las estrellas eran unicornios dorados pastando en silencio sobre praderas azules a las que horadaban con sus cascos agudos y centelleantes como el hielo”. Por tanto, decía Avilés, irremediablemente la frase de aquel epígrafe de Bolaño sólo podía encontrarse en algún poema de Faulkner.

 

Y no se equivocó. El otro día, Margaret Jull Costa, que estaba traduciendo Mac y su contratiempo al inglés, me escribió un correo para decirme que con Sophie Hughes, que le ayudaba en su trabajo, habían encontrado la cita en  The Marble Faun and A Green Bough, de Faulkner: “what star is there that falls, with none to watch it?”.

 

Podemos modificar la frase de tu novela, sugería Margaret, y traducirla así: “As far as I know, no one has yet been able to locate this line in Faulkner’s work…” (“Hasta donde yo sé, nadie ha sido capaz de localizar esta línea en la obra de Faulkner…”). De ese modo, venía a decir Margaret, el error recaería sobre mi narrador, por saber menos que ellas y que yo sobre ese verso de Faulkner.

 

Evidentemente, querido Brodsky, queda por averiguar en qué traducción española de The Marble Faun and A Green Bough encontró Bolaño la cita. Tras arduas indagaciones, me inclino por creer que pudo encontrar el verso en una edición bilingüe de 1997,  Si yo amaneciera otra vez: doce poemas de Faulkner, pertenecientes a A Green Bough, traducidos por Javier Marías, acompañados de un recorrido por el Mississippi de la mano de Rodríguez Rivero. Se da la circunstancia de que Margaret Jull Costa es la traductora de gran parte de la obra de Marías al inglés, por lo que quizás ahí se cierre un círculo, aunque sin duda para que se abran otros. Sin ir más lejos, hace un momento y por pura casualidad, me he cruzado con unos conocidos versos de John Donne entre los que se encontraba este: “¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?”. Juraría que Faulkner dialogó con ese poema de Donne cuando escribió el verso que luego Bolaño citaría para abrir su deslumbrante Estrella distante.

 

Dicho queda –directo hacia Nueva York, donde los Brodsky– y que por muchos milenios quede algo más por decir.

 















lunes, 21 de agosto de 2023

Roberto Bolaño, la política y el Golpe

Por Matías Rivas

La Tercera, 22 de julio de 2023





La voz de Roberto Bolaño -la que escuchamos al leerlo- no es ni aguda ni ronca, su tono es medio y claro. Es una voz que siempre va al grano, versátil y capaz de narrar a distintas velocidades. Consciente de sus recursos estilísticos, desea expresar sus repliegues sin aburrir. No es meditativa ni abstracta. Sí concreta y cruda, eficaz para el sarcasmo y la melancolía, que son temples que lo caracterizan. Se puede oír con nitidez en las crónicas y ensayos personales que se encuentran en el volumen A la intemperie; también hay señales en sus entrevistas reunidas bajo el título Bolaño por sí mismo. Y, por cierto, en su ficción.

 

Son escasos los escritores talentosos y temerarios. A 20 años de su muerte se extraña su franqueza y distancia crítica. Se conjetura que existen diarios de vida, pero aún no hay datos por parte de la familia. Espero que algún día se libere su legado completo. Necesitamos conocer a Bolaño en todas sus dimensiones. Su correspondencia es igual de importante. Me consta que redactaba correos a alta velocidad.

 

Tiene una marca que cruza toda su obra: la resistencia al poder. Lejos de ubicarse en el sitio de las víctimas o en la esfera de los jueces, ocupó distintos papeles menores en el exilio: fue testigo silencioso, intelectual solitario y un izquierdista perdido. No era un especulador, sino un prosista ejemplar que vivía en la incertidumbre. Adhirió a la ética de Enrique Lihn y de Nicanor Parra, que consistía en incomodar y ejercer la crítica sin piedad ni miedo. Consideraba a Rodrigo Lira como el poeta fundamental de su generación, por sus textos cáusticos y su actitud insobornable.

 

En el relato “Carné de baile” cuenta lo que vivió el día del Golpe. Se presentó como voluntario a la única célula operativa del barrio. Eran pocos. “El 11 de septiembre fue para mí, además de un espectáculo sangriento, un espectáculo humorístico. Vigilé una calle vacía. Olvidé mi contraseña. Mis compañeros tenían 15 años o eran jubilados o desempleados”. Bolaño fue detenido mientras viajaba en bus de Los Ángeles a Concepción. Lo sacaron de la cárcel dos detectives, excompañeros en el Liceo de Hombres de Los Ángeles. En enero de 1974 abandonó el país.

 

Antes de partir se dedicó a recorrer librerías de viejos, “como una forma barata de conjurar el aburrimiento y la locura”. En la crónica “Quién es el valiente” señala: “Compré la Obra gruesa y los Artefactos, de Nicanor Parra, y los libros de Enrique Lihn y Jorge Teillier que no tardaría en perder y cuya lectura resultaría crucial; aunque crucial no es la palabra: esos libros me ayudaron a respirar”. En el último local que visitó, Bolaño tuvo una experiencia siniestra. Un tipo alto y flaco le dijo de sopetón “si me parecía justo que un autor recomendara sus propias obras a un condenado a muerte”. El tipo agregó que hablaba de lectores desesperados. Y dejó flotando las preguntas: “¿Qué libros le gustan? ¿Cómo se imagina usted la sala de lecturas de un condenado a muerte?”.

 

Quizá los detectives, íconos de la literatura de Bolaño, provienen de su experiencia con el terror y no solo de sus lecturas. Están presentes en sus cuentos y novelas. Son policías que bordean la ley. No operan como una metáfora ni calzan con la realidad. Ambiguos y alienados se vinculan a poetas furiosos.

 

Cuando obtuvo el Premio Rómulo Gallegos pronunció el “Discurso de Caracas”. En unas pocas líneas sintetizó su relación con la política: “Todo lo que he escrito es una carta de amor o de despedida a mi propia generación, los que nacimos en la década del 50 y los que escogimos en un momento dado el ejercicio de la milicia, (…) a una causa que creímos la más generosa de las causas del mundo y que en cierta forma lo era, pero que en la realidad no lo era. De más está decir que luchamos a brazo partido, pero tuvimos jefes corruptos, líderes cobardes, un aparato de propaganda que era peor que una leprosería”.

 

¿Era Bolaño inocente al recordar las ideas revolucionarias de su época? No lo sé, pero suena nostálgico y rabioso. Hay un romanticismo anarquista indiscutible en su posición. El resentimiento es esencial en su poética. El exilio se convirtió en un asunto central. Fue una condición y un punto de vista. Desde ese lugar escribirá en la pobreza y la soledad. En México, junto a sus amigos poetas, emprendió campañas contra el poder y la sumisión de los artistas ante las prebendas del Estado. Una de sus obsesiones consistía en socavar la autoridad de figuras como Octavio Paz, Gabriel García Márquez y otros próceres.

 

En España, refugiado en el pueblo de Blanes, cerca de Barcelona, gestará sus obras cruciales. Dos de ellas abordan el tema de la dictadura. Estrella distante es la historia de un misterioso poeta, un asiduo a los talleres literarios durante el gobierno de la Unidad Popular, que después del Golpe muestra una nueva identidad: pasa a ser un piloto de la Fuerza Aérea que escribe en el cielo y que se empeña en crear una poesía relacionada con el crimen. En democracia desaparece y desata una intriga policial.

 

Nocturno de Chile está inspirado en la figura del crítico Ignacio Valente y su estrecha relación con personeros de la Junta de Gobierno. Su estructura es la de un monólogo delirante basado en hechos reales. En ella hace alusión al taller literario de Mariana Callejas y hay una escena de tortura. Susan Sontag le dedicó un texto a la versión en inglés: “Nocturno de Chile es lo más auténtico y singular: una novela contemporánea destinada a tener un lugar permanente en la literatura mundial”.

 

En ambos libros la política y la literatura están encarnadas en sujetos dobles, turbios. Son intelectuales zafados por el fascismo. El antecedente es La literatura nazi en América, su tercera novela, en la que asume a los sujetos infames en calidad de protagonistas.

 

La fama llegó tarde para Bolaño. Sin embargo, aprovechó esos años finales para trazar un mapa cultural de sus preferencias y desprecios. Armar su tradición fue uno de sus últimos empeños intelectuales, además de sacar adelante su obra monumental, 2666.

 

Estuvo atento a lo que pasaba con la democracia en Chile y era disconforme. Pero no dedicó demasiado espacio a su análisis. Se inclinaba por fenómenos puntuales. Comentó las grabaciones para ejecutar el bombardeo a La Moneda. Observa: “El humor del que hacen gala, es pese a todo, familiar”. Sostiene que pertenece ese registro al género de la pornografía. En “Una proposición modesta” se queja con desaliento del discurso político de los 90, pues según él tiende hacia “la penitencia incesante que sustituye el intercambio o la exposición de ideas”.

 

Había en Bolaño una fascinación por el salvajismo. Estaba con los que se padecen y detestó al estrato satisfecho de la sociedad. Vivió en el desasosiego y apostó por temas que oscilan entre la tristeza, la locura y la violencia. El placer de odiar, del que habla William Hazlitt, no le fue ajeno. La diatriba fue su arma preferida. Una de las más concluyentes se titula “Sobre el expandido virus del escritor amigo del presidente”: “El poder siempre ha sido, digamos, el viagra de los escritores chilenos. El poder representado por el presidente, por el millonario, por el mecenas, por el comité central del partido. A veces pareciera que los escritores chilenos tienen miedo a dormir solos o con la luz apagada”.

 

La frecuencia de Bolaño se escucha cada día más pesada. Su estilo era el de un francotirador. Sus frases suenan como balazos.
















miércoles, 9 de agosto de 2023

Duelo de gigantes: la historia inédita de la pelea de Roberto Bolaño con Pedro Lemebel

Por Marcelo Soto

ExAnte.cl, 30.07.2023





Los 20 años de la muerte de Roberto Bolaño, uno de los grandes escritores chilenos del último medio siglo, autor de obras maestras como Los Detectives SalvajesNocturno de Chile y 2666, no tuvieron la repercusión que algunos esperaban. No hubo grandes actos oficiales en su homenaje. No se inauguró una calle en Santiago que lleve su nombre. Y las ventas de sus libros han bajado.

 

El poeta Sergio Parra, socio de la librería Metales Pesados, dice que “con suerte se vende un libro suyo al mes. Hace una década era un best seller, los jóvenes lo leían con devoción, incluyendo a Boric. Ya no es así, porque han surgido otros autores, traducidos a varias lenguas, como Benjamín Labatut, Alejandro Zambra o la argentina Mariana Enríquez”.

 

Parra fue probablemente el primer amigo de Bolaño cuando el narrador volvió a Chile en 1998, después de 25 años viviendo en México y España. Fue una amistad intensa y breve, que esconde pasajes inéditos como su pelea con el escritor Pedro Lemebel.

 

 

Aterrizaje exitoso 

 

En 1998, luego de una carrera llena de dificultades, en la que debió trabajar como guardia de un camping y otros empleos mal pagados, Bolaño por fin conocía el éxito gracias a Los Detectives Salvajes, que ganó el premio Rómulo Gallegos, uno de los más importantes de la lengua española. Fue en ese contexto que aterrizó en Santiago como miembro del jurado del concurso de cuentos de Revista Paula.

 

Pocos saben que Sergio Parra, quien había leído sus poemas a mediados de los 80, tuvo un rol importante en la visita de Bolaño. Un año antes, cuando era vendedor en la Feria Chilena del Libro, llegó a sus manos Literatura Nazi en América, del escritor chileno. A Parra le encantó el libro y llamó a Malala Ansieta, de Editorial Planeta y le recomendó efusivamente que publicara La Pista del Hielo, otra novela de Bolaño.

 

Cuenta Parra: “En 1998 conocí a Roberto con su esposa Carolina. ‘Me han contado que te gusta mucho lo que escribo y me dijeron que también eres poeta’, me dijo. Nos fuimos a almorzar, íbamos bajando el ascensor y preguntó: ´¿Has leído a Houellebecq? Acaba de publicar Las Partículas Elementales’. Abrió su mochila y me regaló el libro. Atrás me puso su correo. Fuimos a comer al Bar Nacional, en Bandera. El quería probar una empanada. Ya no tomaba alcohol. Yo pedí una copa de vino, la Carolina también. Empezamos a conversar del ambiente chileno. Yo le hablé de Lemebel. ‘Tengo ganas de conocerlo’, me dijo”.

 

Parra recuerda que hablaron sobre escritores como Eduardo Anguita, Braulio Arenas y Campos Menéndez, que habían apoyado a la dictadura. “Bolaño me preguntaba qué autores chilenos faltaron en su libro sobre autores nazis, pero sentenció: ‘Los chilenos son muy fomes’. Supongo que había cierto odio hacia Chile”.

 

 

Lanzamiento estelar

 

Bolaño lanzó La Pista del Hielo en la plaza Mulato, en Lastarria. Fue un hito de la narrativa chilena de la época. Un entusiasta Carlos Franz alabó su trabajo. Sergio Parra llegó con Lemebel. Luego de las presentaciones de rigor, Lemebel le contó la historia de Mariana Callejas y los tallares literarios que se hacían en su casa, que tenía un subterráneo que había sido un centro de torturas de la DINA. Bolaño tenía una comida con otros escritores, alguno de los cuales visitaban ese taller, pero después de un rato les pidió: “Esperen, me voy con ustedes”.

 

Se fueron a un restaurante peruano en Lastarria. “Roberto le empezó a preguntar a Pedro qué novelitas le gustan. Y a Pedro le importaba un carajo hablar de ese tipo de cosas. ‘No seas aburrido’, le dijo. Bolaño no sabía hablar mucho de otra cosa que no fuera literatura. Roberto era como un pistolero. O estabas con él o no estabas con él. Si se aburría contigo, te disparaba”, dice Parra.

 

 

Amistad rota

 

La segunda vuelta a Chile, en 1999, fue más conflictiva. Parra recuerda que habló con Lemebel por teléfono. Este último le dijo: “Me llamó Robertito (así le decía), quiere que nos juntemos con él, pero me da una lata feroz. De todos modos, lo voy a invitar al programa de radio Tierra que hago en la Casa La Morada”.

 

Ese programa tendría consecuencias lamentables. “Llegué a las seis de la tarde a La Morada.” recuerda Parra. “Me quedé en el patio fumando y de repente veo que Roberto sale muy enojado, muy mal, descompuesto. Luego aparecen Pedro con la Raquel Olea muertos de la risa. Todo era bien extraño”.

 

Se fueron a comer al Venezia. Al tercer pisco sour, aunque Bolaño no tomaba, se desahogó: “Ese puto programa salió  muy mal. ¿Cómo me traes a esta vieja dinosaurio, la Raquel Olea, esta crítica dinosaurio que se quiere burlar de mí por mi acento español?” .

 

Lemebel intentó defender a Olea, que era su amiga. Pero Bolaño seguía muy enojado. “Está lleno de dinosaurios en Chile, partiendo por Gladys Marín”, dijo el novelista. Parra sostiene que Bolaño en ese punto tocó un tema sensible.

 

“Ahí Pedro se le tira encima: ‘Qué te pasa con Gladys Marín, es mi amiga’. Bolaño respondió: ‘Pero es una dinosauria del Partido Comunista’. Empezó una discusión a gritos”. Estaban a punto de irse a los golpes. Parra en un momento dijo: “Ya, se acaba esta discusión. Terminemos acá”.  Bolaño pagó la cuenta, y antes de subir al taxi, ofreció la mano para despedirse. Pero ni Lemebel ni Parra se la dieron.

 

 

Desencuentro en la Estación

 

Al día siguiente Lemebel y Bolaño tenían una conversación estelar en la Feria del Libro en la Estación Mapocho, cuando la Feria atraía a miles de personas. El encuentro entre Lemebel y Bolaño era el gran atractivo del evento. El cronista de El Zanjón de la Aguada pensó no asistir, pero decidió que no iba a dejar que Bolaño ocupara su espacio. Parra pasó al camarín, donde Pedro se estaba maquillando. Había una fila gigante para entrar, tanto por Bolaño como por Lemebel, las dos estrellas literarias del momento.

 

Sergio Parra se sentó en primera fila y vio pasar las 7 de la tarde, las 7:15, con el local lleno. Una hora después, Lemebel no salía. La gente empezó a gritar que saliera Pedro. Y Bolaño estaba en el escenario con cara de rabia. Ante la demora, la organización decide darle la palabra a Bolaño. Parra vio que “Pedro estaba detrás de una cortina mirando todo esto. Y cuando Bolaño va a abrir la boca, sale y lo deja callado. Pedro era así, dramático, una especie de diva”.

 

“Lemebel se sentó de lado, casi dándole la espalda a Bolaño. Le hacen una pregunta a Pedro, y dice: ‘¿Se escucha? Antes de empezar esta conversación con Robertito, quiero saludar a una gran amiga que está presente acá: Gladys Marín’. A Bolaño la cara se le descompuso”, describe Parra.

 

 

Enemigos íntimos

 

“Pedro decía lo que quería y Roberto decía lo que quería. Y nunca llegaron a conversar. Nunca”, reflexiona el poeta. “Al final Pedro se sacó una foto con Roberto, un abrazo muy falso. Nos fuimos a una mesa a tomar un café, con varios escritores, y Bolaño apura el tranco y me dice: ‘Me hicieron una encerrona malditos de m…’ , unos insultos fuertísimos. ‘No los perdono’, amenazó. ‘Ok, chao’, respondió Lemebel. Se da media vuelta y se va. Nunca más lo vi. Pedro tampoco”.

 

De acuerdo con el socio de Metales Pesados, “hicimos un pacto con Pedro (quien falleció en 2015) de nunca hablar de lo que había pasado. Lo que sintió Pedro era que Roberto no era suficientemente feminista. Es cosa de ver su su lista de escritores favoritos y son puros hombres. Bolaño después escribe Nocturno de Chile con la historia que le había contado Pedro sobre los talleres de Callejas. Y nunca reconoció que gran parte de esa novela Pedro se la contó. Pero fue gracias al apoyo de Bolaño que Lemebel se hizo famoso internacionalmente. Lo recomendó con entusiasmo en España. Una paradoja”.

 

La historia tuvo un final inesperado. “Años después, limpiando cosas en mi departamento, me encuentro con un sobre sellado que decía ‘Roberto Bolaño, Blanes, España’. Lo abro y era un disquete con poemas de Roberto que me había mandado para ver si yo podía buscar una editorial para que los publicaran. Y todavía tengo guardado el disquete, pero nunca lo he abierto”.

 

 

 

Fotografía: Mural “Bolaño y Lemebel”, de Afropunk (Pedro Moraga), 

ubicado en Pasaje 21 Sur esquina de Avenida Central, 

Población José María Caro, Lo Espejo.