sábado, 31 de marzo de 2007

4 de noviembre




Estaban los de siempre. Los muchachos de la Facultad, siempre ebrios, algunos cayéndose en el camino al baño, otros durmiendo sobre la barra. El bar no era de lo más elegante, pero el arca de un estudiante siempre es exigua e intermitente, lo que nos obliga a buscar lugares oscuros, llenos de humo y mal olor, sórdidos a veces. La suspensión de la clase de la tarde me obligó a buscar refugio en el alcohol. Pedí una cerveza para empezar, pero pronto (en primera versión sin corregir esta palabra había quedado como "porno") me pasé al tequila. ¡Qué mierda, si vamos a tomar, tomemos de verdad! Al segundo ya le estaba cerrando un ojo a Brígida, la muchacha que atendía las mesas del corredor. Le pregunté a la pasada que cómo hacía para que me atendiera ella. Me respondió que pagara lo que había consumido y que me cambiara al corredor, que ahí era más bonito, que las ventanas daban al patio tapizado en suculentas y mascotas y que ella me tendría bien cuidado. No entendí qué quiso decir con eso, pero le hice caso, pagué y me ubiqué frente a un enorme cactus que estaba en flor. Al primer tequila ya le había prometido a Brígida que iríamos al desierto y nos quedaríamos durante meses. Al segundo le había escrito un poema y ante su negativa de que se lo leyera ahí mismo, se lo había guardado en un bolsillo de la blusa. Al tercer tequila le tomé la mano e intenté besarla. Al cuarto la invité a salir. Al quinto le dije que sentía algo especial por ella "que no sabía precisar qué era o cómo se llamaba". Al sexto nos besamos a escondidas, creo, y me acompañó hasta el baño, indicándome la puerta de salida. Y de ahí para adelante no recuerdo más. Sólo sé que desperté con ella al lado, y sus ronquidos sonaban como el motor de un camión con acoplado. Levanté las sábanas y la vi desnuda. Le acaricié los pechos y sentí una rápida erección. Sus pezones se pusieron duros. Le acaricié las piernas, los muslos, el vientre. Me acerqué a ella y le puse mi verga entre las piernas. Ella se movió y dijo algo en un idioma extraño. Le besé el cuello y le pregunté en voz baja si ya había despertado. Sin abrir los ojos, me tomó la mano y se la puso en la vagina. No sabía qué hora era. Si era noche aún o era de día. Mi estómago crujía como un árbol frente al viento y el cuarto olía a alcohol, tabaco y vómito.