Marcelo Soto
en Qué Pasa, 20-27 de julio de 1998
En varios artículos publicados en la prensa nacional se ha presentado a Roberto Bolaño (45) como "un escritor chileno que triunfa en España". "Una exageración total", según este autor que no se toma en serio, cultor de un humor muy negro y que vive en Blanes, un pueblo costero de 20 mil habitantes cerca de Barcelona. Bolaño no es un best-seller, pero goza de la admiración de la crítica española. Ahora, tras 24 años sin pisar Chile, este novelista que comenzó como poeta y formó parte en México de los "infrarrealistas", está siendo reconocido por los críticos nacionales. Su libro Llamadas telefónicas (Anagrama) acaba de recibir el Premio Municipal de Literatura de Santiago mención cuento. La obra de Bolaño nada tiene que ver con la que publican autores de su edad en Chile. Admirador de Borges y Cortázar, su prosa está poblada de bromas, juegos de palabras, autores falsos, personajes que van y vienen. A menudo descoloca al lector con frases como "a partir de aquí mi relato se nutrirá básicamente de conjeturas", que aparece en la página 29 de Estrella distante. Esta novela, sobre un poeta fascista que escribe versos en el cielo, es en realidad una extensión del último capítulo de su libro La literatura nazi en América, donde retrata a diversos escritores afines a Hitler. Ahí están sus bibliografías completas, sus vidas privadas y sus sueños. Todo inventado, por supuesto. Su próxima novela, que lanzará en septiembre, la califica de "suicida". Se llama Los detectives salvajes, tiene más de 700 páginas y en ella reaparecen personajes como Alvaro Bolaño, de Llamadas telefónicas, y el policía Abel Romero, de Estrella distante. Bromista y desenfadado, Bolaño no parece orgulloso de sus logros literarios. Prefiere recordar viejas anécdotas de su infancia en Chile. "En 1962, vivía en Quilpué, a 50 metros de donde estaba alojada la selección brasileña; conocí a Pelé, a Garrincha, a Vavá. Recuerdo por ejemplo que Vavá me tiró un penalty y se lo atajé. Y para mí es la mayor hazaña que he hecho. ¡Le atajé un penal a Vavá!".
¿Cómo recibe este premio? Algunos críticos chilenos han dicho que es el escritor más promisorio de su generación.
Me parece generoso, pero a los 45 años ya nadie es el escritor más promisorio de nada; el ser un escritor promisorio es algo que se suele decir cuando uno tiene 18 ó 20 años. Me llena de agradecimiento porque si me encuentran promisorio debe querer decir que aún tengo remedio, que no todo está perdido.
En sus libros hay muchas trampas o bromas literarias. Por ejemplo, el personaje final de Literatura nazi en América, Ramírez Hoffman, aparece de nuevo en Estrella distante, con el nombre de Wieder, que en alemán quiere decir "otra vez".
En realidad, son pequeñas bromas que me hago a mí mismo para sobrellevar las horas de escritura, que suelen ser muy laboriosas e incluso aburridas. Es simplemente para soportar la soledad de la computadora y también porque concibo, de una manera muy humilde, la totalidad de mi obra en prosa e incluso alguna parte de mi poesía como un todo. Un todo no sólo estilístico, sino también un todo argumental, los personajes están dialogando continuamente entre ellos y están apareciendo y desapareciendo.
La idea de hablar de autores que no existen e inventarles toda una vida y una bibliografía, ¿la tomó de Borges?
No. En realidad, Borges la toma también de otros autores, por ejemplo Alfonso Reyes; de hecho, es el maestro de Borges, tiene un libro maravilloso sobre esto, Retratos reales e imaginarios, y a su vez, Reyes la toma de Marcel Schwob, Vidas imaginarias.
¿Por qué quiso escribir sobre autores nazis americanos? ¿Conoció a alguno? ¿O ve alguna relación entre las vanguardias literarias y la extrema derecha?
No he tenido la desgracia de conocer a ninguno. Pero el origen de ese libro, creo que está en una conversación que tuve hace muchísimos años con un chileno, cuando todavía estaba Pinochet en el gobierno, le pregunté si en Chile había una literatura pinochetista y él me dijo que no, y a partir de allí me puse a pensar en lo patéticamente divertido que podría llegar a ser esa literatura pinochetista. Por otra parte, yo creo que evidentemente existió, como en España hubo una literatura franquista, e incluso hay unos autores falangistas que no son malos del todo.
En Chile se hizo una lectura del personaje Wieder, de Estrella distante, que escribe versos en el aire, como una parodia a Raúl Zurita, que hizo algo similar en Nueva York. ¿Es una ironía?
No, tal vez inconscientemente... Cuando escribes, nunca sabes hasta dónde quieres llegar. Evidentemente, Zurita nunca se ha subido a pilotar un avión. Sé lo que hizo en el cielo de Nueva York, pero él pagó para que lo hicieran. La diferencia fundamental con Wieder es que Wieder es piloto y además es un muy buen piloto.
Pero al momento de escribir, ¿pensó o no en Zurita?
Yo sabía que Zurita había hecho eso. Lo que pasa es que el sueño del piloto que escribe artículos de la Biblia en el cielo, es un sueño que tuve hace muchísimo tiempo, pero si yo digo que vi a Wieder escribiendo versículos en el aire antes de que Zurita contratara sus aviones neoyorquinos para escribir aquella frase, no me va a creer nadie y tampoco tiene la menor importancia, porque no creo que mi novela se sustente en eso. Mi discurso no tiene absolutamente nada que ver con el discurso de Zurita. Soy una persona no mesiánica.
¿Zurita le parece mesiánico?
Zurita me parece absolutamente mesiánico. En sus referencias a Dios, a la resurrección de Chile; él en su poesía busca la salvación de Chile, que supone va a llegar mediante claves místicas o no racionales. Zurita le da la espalda a la ilustración e intenta, formalmente, llegar a la raíz primigenia del hombre. Poéticamente, resulta muy seductor, pero yo la verdad es que no creo en esas escatologías.
Borges y Cortázar son sus grandes lecturas. ¿Hay algún escritor chileno que haya sido importante en su formación?
Sobre todo Enrique Lihn. Él es el gran poeta de los últimos años en Chile y uno de los grandes poetas de la lengua española. Lihn hace exactamente la poesía que yo opondría, si llegara el caso, a la de Zurita. Por lo demás, pueden coexistir perfectamente ambas y es bueno que haya líneas diferentes. Lihn es un poeta absolutamente ciudadano.
Usted tuvo una intensa correspondencia con Lihn, a principios de los '80...
Una corta correspondencia, pero muy importante para mí. Sobre todo, el que un hombre a quien yo admiraba tanto se dignara a contestar mis cartas. En ellas se despachaba contra todos y contra todo. Lihn tenía una lengua afiladísima. No había absolutamente nada que escapara a su crítica.
El otro poeta importante de esa generación es Jorge Teillier, quien decía que un artista, antes que nada, debe vivir poéticamente. ¿Está de acuerdo?
Yo creo que la vida de todos los seres humanos es de alguna manera su novela y su poema. No se puede vivir con miedo. Teillier lo decía en ese sentido. Por supuesto, un poeta no puede parecer un director de banco, eso es una barbaridad, un poeta ha de vivir como poeta las 24 horas del día.
Un poco lo que decía Huidobro: seré un gran hombre, es decir, un poeta o un criminal, jamás un político. ¿Alguna vez pensó en tomar un camino al margen de la ley?
No en un momento, sino en muchos momentos de mi vida. He tenido una vida de exiliado y el estar en países donde eres extranjero, con todo lo que eso conlleva, las dificultades para trabajar... Hay momentos en que vives muy mal y ves muy de cerca ese otro lado. Pero el crimen es aún mucho más trabajoso que la escritura y yo soy básicamente una persona perezosa. Ser criminal realmente cuesta muchísimo. De lo que sí he estado cerca es de la mendicidad. El crimen lo he visto desde lejos, pero la mendicidad, la inopia absoluta, la he visto de muy cerca.
Sus novelas dan la impresión de que fueron escritas sin esfuerzo. ¿Le resulta fácil escribir o es de aquellos escritores que revisan cada coma, cada palabra?
Las dos cosas. Me resulta muy fácil escribir, pero luego reviso muchísimo. Lo peor de todo es que siempre quedo con la sensación de que lo he hecho mal. Parece que es algo que les sucede a todos los escritores. Los vericuetos del idioma son tan grandes, además en ese aspecto yo he tenido una pequeña ventaja que es el de vivir, al menos durante mucho tiempo, en tres países con tres castellanos que tienen algunas diferencias entre sí, como el castellano de Chile, el de México y el de España. Entonces, a veces me hago un lío bestial y pongo mexicanismos donde no debe haberlos, o chilenismos.
¿Tras 24 años sin pisar Chile, aún usa chilenismos?
Me quedan muchos. Para mí, los mejores insultos que he conocido son los mexicanos; sin embargo, yo que conozco muy bien toda la gama de insultos mexicanos, las contadísimas ocasiones en que me veo obligado a insultar o a blasfemar, pues, lo hago a la chilena.
Su hijo se llama Lautaro, lo que de algún modo refleja su afecto por Chile.
Yo me siento chileno. Es decir, no me siento de ningún país, pero sé que soy chileno porque tengo un pasaporte chileno y tengo una única nacionalidad que es la chilena. He leído cosas que me han llegado de Chile donde se dice que difícilmente se me podría considerar chileno. Bueno, si no me quieren considerar chileno, allá ellos. Los españoles tampoco me consideran español y los mexicanos tampoco me consideran mexicano.
Aquí se ha hablado mucho de la nueva narrativa chilena, a la cual usted también pertenecería por un asunto de edad. ¿Cuál es su relación con estos autores?
Ninguna. De Fuguet leí una cosa hace poco, Por favor, rebobinar. No es la literatura que a mí me ponga a bailar de emoción, pero está bien. Me da la impresión de que a Fuguet se le escapa la historia. Ahora estaba leyendo una novela de un tal Carlos Franz, El lugar donde estuvo el paraíso, aún no la he terminado y me parece bastante bien.
Su nuevo libro, Los detectives salvajes, tiene más de 700 páginas, algo inesperado en un autor cuyas novelas son generalmente cortas.
Los detectives salvajes es una novela muy grande que seguramente me acarreará toda clase de odios. La forma de la novela pedía esa extensión. A propósito, yo sé que mis novelas en Chile son muy caras, y ésta me imagino que va a costar un dineral comprarla. Por eso les aconsejo a mis pocos, pero fieles lectores, que las roben.
¿No le importa perder los derechos de autor?
En lo más mínimo. Además, no pierdo los derechos de autor; el que pierde es el librero.