lunes, 3 de septiembre de 2007

“La literatura se instala en el territorio de las colisiones y los desastres”. Entrevista a Roberto Bolaño

por Gonzalo Aguilar
Clarín, 11.05.2002





Hace años que Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953) vive en las afueras de Barcelona. Allí escribió casi todos sus libros -La literatura nazi en América, Estrella distante, Nocturno de Chile, entre otros- y allí también se transformó en uno de los escritores latinoamericanos más importantes de los últimos tiempos. Traducido a una decena de idiomas, ganador del premio Rómulo Gallegos 1999 por su novela Los detectives salvajes, Bolaño es uno de los exponentes de esa generación de escritores latinoamericanos que ha logrado narrar los horrores de los 70 haciendo uso de las potencias virtuales de la buena literatura. En esta conversación -a medias telefónica, a medias por email-, el autor de Putas asesinas parece hablar como si saliera de un sueño.





A propósito de la globalización, la crítica Pascale Casanova habló de la "república mundial de las letras". En su caso, ¿se considera un escritor chileno en el extranjero, un representante de lo latinoamericano en España o como alguien a quien todas esas denominaciones le pesan?
Lamentablemente no puedo considerarme ninguna de estas tres cosas. La primera, un escritor chileno en el extranjero, se acerca de algún modo a lo que según los controles burocráticos, soy o pretendo ser. Pero la verdad es que si viviera en Chile, si nunca hubiera salido de Chile o hubiera vuelto a Chile tras un tiempo prudencial, ahora me sentiría, de igual manera, un escritor chileno en el extranjero. Es decir: soy chileno, es algo con lo que vivo con mayor o menor resignación, pero ese ser chileno no me remite, necesariamente, a lo que, casi siempre con poca fortuna, se da en llamar patria. Y si viviera en Chile me sentiría en el extranjero. Desde que tengo uso de razón siempre me he sentido en el extranjero. A veces, en algunas casas, me sentí en mi propio país. O en algunas habitaciones. O en algunas camas. O bajo algunas camas. Durante un tiempo tuve un sueño recurrente y aquel sueño, mientras lo soñé, era de alguna manera mi país. Es decir un sitio en donde la reglamentación de la violencia, y, sobre todo, sus consecuencias, eran diferentes.



En la novela Los soldados de Salamina de Javier Cercas no sólo aparece como personaje, sino que se produce una cierta "afinidad electiva". ¿Esas afinidades llegan a constituir un grupo en Barcelona, una nueva camada de escritores?

No creo que, en el caso de Cercas, haya afinidad electiva ni de ninguna clase. En todo caso, si la hay es en una sola dirección y no de mi parte. La visión que tiene Cercas de la literatura es distinta de la mía. Para mí la literatura no sólo es una elección estética, sino también una apuesta ética. Yo no intento conciliar a la izquierda con la derecha. Para mí la literatura traspasa el espacio de la página llena de letras y frases y se instala en el territorio del riesgo, yo diría del riesgo permanente. La literatura se instala en el territorio de las colisiones y los desastres, en aquello que Pascal llamaba, si mal no recuerdo, el paréntesis, que es la existencia de cada individuo, rodeado de nada antes del principio y después del final. Mis afinidades en este sentido están con algunos escritores latinoamericanos. Si formamos o no un grupo que sea algo más que un grupo de amigos es algo que se verá en el futuro.

En este grupo está Rodrigo Fresán, sobre cuya última novela, Mantra, escribió una reseña muy elogiosa.
Es que me gustó mucho, probablemente es el mejor libro de Fresán, un libro desmesurado, lleno de humor, en ocasiones hiperviolento, que trata, en primera instancia de México, pero que en realidad habla de Latinoamérica: México, en este caso, funciona como los ojos de Latinoamérica. Y para mí fue una doble felicidad el que me gustara tanto esta novela: felicidad como lector y felicidad porque soy amigo de Fresán.



En su literatura parece haber una visión desencantada de las vanguardias. ¿Cómo vio los actos vanguardistas que llevaron a cabo en su momento en Chile el grupo de Zurita, Diamela Eltit y otros?
La verdad es que no me enteré o me enteré bastante tarde de lo que hacían. Y tampoco me interesó demasiado. Casi todas las vanguardias artísticas, de alguna manera, han servido de refugio para mediocridades impresionantes. Hay una clase de personas que necesitan participar en lo que llamamos arte, pero que están negadas para cualquier acto de valor y para acceder al arte lo primero que se necesita, incluso antes que talento, es valor.