03.01.2003
El autor de Los detectives Salvajes y Putas asesinas, entre otras obras, es uno de los escritores más importantes de la actual literatura hispanoamericana. Obtuvo los premios Herralde de Novela y Rómulo Gallegos. Roberto Bolaño vive a dos cuadras del mar, en Blanes, un pueblo de treinta mil habitantes a media hora de Barcelona. Vive en la casa de su mujer con dos hijos que ahora duermen. Prefiere la tranquilidad al bullicio, prefiere la cárcel silenciosa y a veces insoportable de la escritura. Afuera una luna otoñal ilumina los restos de la noche. En los pasillos de la casa hay unos tres mil libros. Bolaño fuma ansioso, y toma Coca-Cola, porque el licor le ha resentido el hígado. La ironía brilla en sus ojos. Al escritor chileno de 54 años no le gustan las entrevistas, piensa que todo lo que importa está en sus libros, pero finalmente accedió a conversar sobre algunos asuntos.
En principio, usted ha trabajado en poesía, género cada día más aislado del mundo editorial. ¿Qué opina de la poesía como arte y como fenómeno en los tiempos actuales?
No creo que la poesía vaya a desaparecer. Cada cierto tiempo, sospecho, la poesía sufre metamorfosis, transformaciones, hibridajes. Por supuesto, ya no es posible vender muchos libros de poesía, como sucedía con los libros de Byron, pero sigue siendo posible ser Lord Byron, que es suficiente. Tal vez la poesía sobrevive ahora en algunas novelas. O en formas no consideradas artísticas, formas bastardas productos del gueto y de la marginación. Tal vez cuando se muera el último poeta lírico la poesía renazca de sus cenizas.
En principio, usted ha trabajado en poesía, género cada día más aislado del mundo editorial. ¿Qué opina de la poesía como arte y como fenómeno en los tiempos actuales?
No creo que la poesía vaya a desaparecer. Cada cierto tiempo, sospecho, la poesía sufre metamorfosis, transformaciones, hibridajes. Por supuesto, ya no es posible vender muchos libros de poesía, como sucedía con los libros de Byron, pero sigue siendo posible ser Lord Byron, que es suficiente. Tal vez la poesía sobrevive ahora en algunas novelas. O en formas no consideradas artísticas, formas bastardas productos del gueto y de la marginación. Tal vez cuando se muera el último poeta lírico la poesía renazca de sus cenizas.
En Los detectives salvajes hay ejes que sobresalen. Uno es el exilio, un exilio que abarca, entre otros países, México y España.
Curiosamente nunca me he sentido exiliado. Tal vez si hubiera vivido en Suecia, aunque sospecho que tampoco en Suecia. Lo que sí me he sentido es extranjero, pero extranjero me he sentido en todas partes, empezando por Chile. Como fui un niño pedante, ya desde niño me sentía extranjero.
¿Es usted un desencantado de la política o su exilio fue más buscando la libertad individual?
La única libertad en la que creo es la libertad individual. O en el conjunto de libertades individuales. Una libertad individual, la que tenemos a mano, bastante vicaria, bastante desdibujada, pero por ahora la única que tenemos. Y no soy un desencantado de la política, aunque motivos no me faltan ni a mí ni a nadie, pues la política por regla general es un nido de serpientes. Sigo siendo de izquierda y sigo creyendo que la izquierda, desde hace más de sesenta años, mantiene en pie un discurso vacío, una representación hueca que sólo puede sonarle bien (esa catarata de lugares comunes) a la canalla sentimental. En realidad, la izquierda real es la canalla sentimental quintaesenciada.
Muchos años después de la caída violenta de Salvador Allende, ¿cómo siente a Chile desde la distancia?
Tengo la impresión de que la democracia se está asentando, lo que ya es una gran cosa, y de que la sociedad lentamente vuelve a aprender a convivir. Por supuesto, a costa de algunas pérdidas de memoria, de algunas lobotomías.
En Los detectives salvajes se narra el mundo de los poetas jóvenes de dos décadas, sus penurias y sueños, es como una desmitificación de lo intelectual, una humanización del artista ¿qué piensa de esto?
Cuando entrego una novela a mi editor, ya no vuelvo a pensar en ella.
¿Qué escritores han sido claves en su educación sentimental literaria y cuáles no aconsejaría leer?
Cervantes, Stendhal, Rimbaud, Poe. Y que cada uno lea lo que quiera y pueda. Yo, al menos esta noche, me siento incapaz de desaconsejar nada.
¿De la narrativa actual qué le atrae?
De la narrativa latinoamericana: Rodrigo Rey Rosa, Daniel Sada, Rodrigo Fresán, Alan Pauls.
¿Qué piensa de lo autobiográfico en la literatura?
Todo, de alguna manera, es autobiográfico, lo que demuestra, de pasada, la inutilidad de escribir autobiografías.
¿Qué significa para usted la fecha del 11 de septiembre?
Una putada. El inicio de un baile parecido al de San Vito. La caída de Allende más la fiesta nacional de Cataluña, que conmemora otra derrota, más el ataque de los suicidas a las torres gemelas, que viene a ser una tercera derrota de la cultura frente a la religión. El 11 de septiembre catalán no lo viví en carne propia y si lo hubiera vivido lo callaría pues eso significaría que soy un vampiro o un inmortal. El 11 chileno lo viví, lo padecí y como tenía veinte años también lo disfruté. Los jóvenes ignoran a la muerte. Sólo quieren su dosis de adrenalina y sexo, y yo también. El 11 neoyorquino me pilló en Milán, con mi mujer y mis dos hijos y cuando vi la explosión, en el primer momento, pensé en las imágenes que teníamos en los ochenta sobre la Tercera Guerra mundial. Por supuesto, volvimos al hotel de inmediato.
Está escribiendo una novela extensa, ¿qué puede decir al respecto?
La novela tiene más de mil páginas y como te puedes imaginar, es imposible resumirla. Escribir algo tan largo, cansa. Trabajar cansa, como dijo Pavese. Y yo me canso, además, con una facilidad pasmosa. Pero este es mi trabajo y tengo que seguir.
¿Qué se le viene a la cabeza al escuchar estos nombres? César Vallejo...
La virtud y la torsión. La lírica que se autofagocita.
Juan Carlos Onetti...
Para mayores de treinta y tres años.
Jorge Luis Borges...
El centro del canon de Latinoamérica.
Pablo Neruda...
Dos libros extraordinarios y nada más.
Gabriel García Márquez...
Un hombre encantado de haber conocido a tantos presidentes y arzobispos.
Mario Vargas Llosa...
Lo mismo, pero más pulido.
Guillermo Cabrera Infante...
Un escritor extraño.
...
En realidad, de todos los escritores que me ha nombrado sólo me interesan Vallejo, Onetti y Borges.