Leo con algún asombro el ingreso vertiginoso de la literatura y los libros del chileno Roberto Bolaño al mercado norteamericano. Sorbo un expreso negro en su tinta y sin duda su narrativa y la mirada de la “gran prensa” es ligeramente, bastante distinta a la que se ha hecho de su exitosa compatriota Isabel Allende. Me documento que Bolaño no tuvo misericordia para referirse al best seller y autora del mítico libro La casa de los espíritus, a sus pares chilenos, algunos españoles y al propio Gabriel García Márquez. Roberto Bolaño, autor de Los detectives salvajes, no les dio tregua hasta tanto su hígado se lo permitió. Si bien no murió en la plenitud de su juventud, como James Dean, Bolaño, poeta y narrador, que tomó la literatura como un compromiso vital, falleció en un pueblo costero catalán a la edad de 50 años. Ese mismo día se quemó el parque de entretenimiento que cuidó en una época de vacas muy flacas en España, para ganarse la vida y la muerte. Las cenizas de su cuerpo volaron ese día por el Mar Mediterráneo, a petición del propio narrador. No más Chile, él, que se fue joven, volvió a ver qué hacía contra Pinochet y volvió a salir rumbo al D.F., México, donde haría su gran literatura. Se noveló el novelista, cuentista, poeta y devoró todas las páginas que pudo -propias y ajenas- para instalar su propio tinglado, y curiosamente su más grande antecedente literario chileno son dos poetas de ese país: Nicanor Parra y Enrique Lihn. Ambos poetas se han manejado con el discurso irónico, disidente y crítico sobre Chile, sus pares y antecesores. Se dice, que su narrativa, principalmente Los detectives salvajes, tiene su principio embrionario en su poesía. Los personajes están ahí. Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Nicanor Parra, Vicente Huidobro, Gonzalo Rojas son los iconos de la literatura chilena y la narrativa descansa en el prestigio de José Donoso. Los narradores forman parte de un discutido éxito, como Isabel Allende, Skarmeta, Sepúlveda o Jorge Edwards. (Aclaro que muchas cosas escritas aquí se desprenden de distintas lecturas de críticos y algunas especulaciones personales). Para Chile, al parecer fue un escritor “marginal” la mayor parte de su existencia, por la relación que sostuvo con el país y sus escritores e instituciones. La diáspora gira y gira siempre muy lejos de su centro y punto de partida. El más conocido de los narradores chilenos, José Donoso, vivió gran parte de su vida en la España franquista y si bien en Chile tuvo resonancia, no correspondió a la magnitud de su obra. Para algunos es sorprendente el boom de Bolaño en Estados Unidos y en los países hispanohablantes, aunque había obtenido el emblemático premio venezolano Rómulo Gallegos y diversos lauros regionales en España. Se transformó en una época dura de sobrevivencia y de apuestas, en España, en un cazador de premios de provincia, con un éxito absoluto. Las pesetas de esa época le permitieron una mayor tranquilidad, independencia y seguir escribiendo como un “profesional”. Intentó una última apuesta y aceptó la postulación al Premio Nacional de Literatura de Chile, poco antes de morir, pero esa jubilación de la literatura chilena cuenta con sus propios mecanismos y resortes institucionales. La obra de un escritor es lo único que cuenta para la posteridad, los premios pueden acumularse como las cucarachas, si no pregúntenselo a Kafka.
Un soldado anarquista
Su nombre y obra andaba en boca de Susan Sontag, el editor Herralde, los argentinos Piglia y Fresán, el poeta chileno Nicanor Parra y una lista interminable de jóvenes lectores, que ven sus textos, entre el desenfado, la cara opuesta al realismo mágico, y una literatura que comulga con los pies atados a la tierra, que recobra lo marginal, proyecta el desamparo del propio autor, alimenta la literatura dentro de la literatura. Ninguno de los protagonistas del boom, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, he visto que se refieran a su obra. El chileno Edwards, que viene detrás de esa ola, dijo recientemente que los escritores jóvenes chilenos sólo conocen a Bolaño. Un petardo y mucho de malestar, pero pone el dedo en la llaga de alguna manera de la percepción que tienen los jóvenes respecto de la narrativa chilena. ¿Por qué no leen a otros prosistas? ¿Es moda leer a Bolaño? ¿Bolaño construyó un mito como un agente activo, despotricador de la dispersión? ¿Se hizo leyenda con sus premios provinciales y el Rómulo Gallegos? ¿Un triunfador en medio del fantasma de la dictadura chilena y su efecto castrador, mutilante, paralizador? Todo lo externo a una obra tiene un campo de acción limitada, mediática, que con el tiempo adquiere fuerza o se desvanece, dependiendo de la calidad de los escritos. Siempre la literatura se queda sola con el lector. Tarde o temprano el autor no estará, ni lo que le rodea en la coyuntura de sus días.
El diario argentino Página 12 ha titulado con una frase archi manida un artículo sobre el chileno Bolaño y su aceptación en su país: “Nadie es profeta en su tierra”. Son muchos los que se quejan del trato de Chile a sus creadores. Gabriela Mistral encabeza una larga lista de malestar y olvido. Recoge cuatro artículos y lo que se ve a simple vista es que Bolaño dividió en dos aguas el charco de la literatura chilena: aguas puras y aguas servidas de alcantarilla. Conversaba con un poeta chileno sobre Bolaño y me dijo en un clásico lenguaje chileno: “Bolaño arrastró el poncho de la literatura chilena”. ”Estremeció la copia feliz del Edén”, agregó, porque su literatura fue acompañada por su audacia por opinar de todo y contra todo, en el Chile atomizado por la dictadura y que fue lentamente sacudiéndose del espíritu amordazado, derrotista, bajo secuestro en que vivían las artes, el periodismo y la libertad bajo el régimen de Pinochet. Bolaño enmudeció las campanitas del coro celestial neoconservador y de algunas estrellas abanderadas de los nuevos tiempos. Y eso, dice el poeta, es bueno, necesario para cualquier país donde todo se escribía en piedra, porque en la obra de Bolaño hay humanismo, la del soldado anarquista que tiene fe en sus disparos al aire, porque los tiros ciegos van al corazón. Pólvora inconclusa, destellos de cometas que no vuelven nunca más. Un error decir que es un escritor para escritores y al mismo tiempo asignarle un lugar limitado entre sus lectores comunes y corrientes.
¿Nacido para la derrota?
¿Un escritor nace para la derrota? Tiempo de aserrín y ripio, de clowns oficiales, la época de la dictadura sirvió para el aplauso y el olvido, nada diferente de otras tiranías, porque si tiene de algo en común el hombre, es el papel de calco de los sistemas represivos. Bolaño lanzó sus fuegos artificiales y partió. Un escritor nunca mira lo que la sombra no ilumina. Fue un outsider, pero no en literatura, sino en su mirada casi clandestina del mundo, en sus toques críticos a sus mayores, como corresponde a un escritor emergente sin límites ni ataduras. Pero, fue un gran lector, escritor formal, apegado a la buena escritura.
Bolaño leyó y de acuerdo con ello, escribió. Conoció lo que escribía su generación anterior, y procedió con su propia música. Se habla mucho del Bolaño novelista, pero muy poco o casi nada, del cuentista. No sabemos si le llegó la moda en habla inglesa. El arte por el arte no está en ninguna parte. Pero este ingreso en firme a Estados Unidos y al mundo anglosajón de un inmigrante sudaca, que dejó el DF, después de tragárselo con los sesos y alimentar el vicio de su escritura. El miope de Bolaño, pudo leer y vivir, mientras que el mundo de Borges fue alrededor de los libros y las bibliotecas, frente a un mundo difuso físicamente cuando llegó a los 5O años y seguía visitando los cines como si el celuloide fuera su propia retina. El deteriorado hígado de Bolaño resistió dos monumentales novelas: Los detectives salvajes (609 páginas) y 2666 (póstuma y de 1125 páginas). Dejó cuentos por editar, fragmentos de una obra inconclusa que no lo es, porque es su literatura que no viaja con destino a ningún paradero. La prensa española, norteamericana, argentina y chilena se ha bolañizado en estos días, lanzando un torrente de artículos sobre el autor y su obra. La crítica siempre positiva no abre caminos reveladores de su obra, sino más bien fecunda el mito. Estamos ante una gran plataforma para un lanzamiento hacia el espacio del gran mercado, ahí donde algunas estrellas se hacen menos distantes. Esta golondrina latinoamericana, de parla castellana, hace poner el ojo de alguna manera en la literatura chilena, primero, luego latinoamericana y de habla española finalmente. La cifra de obras traducidas del español al inglés es mínima, ridícula por año, por lo que lo de Bolaño es una hazaña. El autor de Putas asesinas, Amberes, Llamadas telefónicas y Nocturno de Chile, que es un bien presentado balde de heces a la “gran” crítica conservadora chilena de literatura, con dosis de humor, burla, manteca de puerco refregada en la boca de la iglesia (Opus Dei), curas herederos de la palabra y el mismo Neruda, que no fue santo de su devoción. Alguien dijo, que la noveleta de 150 páginas, era la venganza contra esos viejos armatostes de la crítica literaria que lo mantuvieron siempre fuera del canon oficial.
Lo novedoso es que Bolaño no entra a Estados Unidos como espalda mojada, ni burla el gran muro de la infamia, o se postula al greencard, ni pasa de contrabando con el apoyo de algún coyote, sino por la puerta grande la literatura. Su literatura va en búsqueda de la conquista de un jugoso mercado. El anarquista-troskista-tercermundista, ya no está vivo en la vida real, no incomoda a nadie, es la hora de su presentación en sociedad. Es un negocio, porque el Señor Bolaño ha muerto. Viva el Señor Belano.
EPÍLOGOS sobre un mismo autor, asunto y materia
Bolaño, con su aspecto de médico cansado o astrónomo, se sienta en un vagón o en el sillón de un hotel a esperar la próxima estación o a alguien que no es más que el mismo.
Bolaño sabía que lidiaba con la muerte y el niño que nunca se le escapó de las manos, cuando se separó de sus últimos escritos, cuando se entra a algún lugar que puede ser blanco-nocturno.
Bolaño camina por un río que cambia continuamente de curso, pero él sigue una ruta desconocida que no le desvía, pero que tampoco le acerca a algún lugar.
Bolaño en un aeropuerto tomando un pasaje para el desierto del Sahara para tener una conversación con El Principito.
Bolaño se sumerge en una bocanada de humo y desaparece como un refugiado español que nunca llegará a conocer París, porque le atraviesa una bala de plata su hígado ya inservible. Su cadáver nunca se encontraría, pero se supone estuvo envuelto en una bandera chilena.
Bolaño tragaba libros con espíritu borgeano y los rescribía con espíritu kafkiano.
Bolaño nunca olvidó amarrar el caballo de la poesía al lado de la novela.
Bolaño entra con su pasaporte de Belano sin L a Chile y escribe la palabra Libertad con la L imaginaria.
Bolaño no creía en los ascensores, escaleras, en los funcionarios públicos para alcanzar un objetivo literario. Prefirió las dos manos para escribir.
Bolaño consagró su hígado a la literatura.
Bolaño se encerraba en un hotel de provincia en España, como en el Oeste, a esperar el veredicto de los jurados. Después celebraba en el bar de la esquina. No había tiros.
Bolaño estaba escribiendo una novela titulada 911 S.O.S., cuando el Mediterráneo le llamó a compartir su último naufragio.
Bolaño dormía inclinado hacia el lado derecho, para no adormecer el izquierdo.
Bolaño le quitaba el polvo a las estrellas antes de dormir. Algún día rosearía las páginas de sus libros.
Bolaño aparece en la redacción, sin afeitar, con un cigarrillo en la mano, y le dice a mi editor que Silvia B. lleva 10 días investigando sobre su vida de Belano, leyendo como una salvaje lo que le cae en sus manos y quizás que va a escribir de él. Firma una pelotita de golf y desaparece por una puerta detrás de la canchita de Golf. Viste una camisa fluorescente con dos letras en el pecho: D.F. El cuerpo deja caer finalmente unos granitos de sal de mar.