sábado, 1 de marzo de 2008

Meterse en el ordenador de un escritor muerto: El Secreto del Mal y La Universidad Desconocida

por Jorge Carrión









Meterse en el ordenador de un escritor muerto es como meterse simultáneamente en el sarcófago de un emperador egipcio y en la caja de seguridad que dejó un espía en un banco suizo. El disco duro es tan oscuro como un cerebro muerto, pero al contrario que éste sobrevive a su dueño. Vuelve (con un clic) a la luz. En la computadora de Roberto Bolaño, y en las cartas y apuntes que dejó escritos y que su viuda Carolina López e Ignacio Echevarría han ordenado, es decir, en el ordenador y en el archivo en papel de Roberto Bolaño, a juzgar al menos por lo que se lee en El secreto del mal y en La Universidad desconocida, se pueden ver las líneas maestras de un proyecto de vida. De una corriente continua que se encarnó en volúmenes concretos.

Algunos ejemplos duales (porque desarrollarlos en su radialidad ocuparía toda esta reseña). Amalfitano aparece en Los detectives salvajes y cobra protagonismo en 2666. La historia de cómo Arturo Belano salvó la vida gracias a dos ex-compañeros del colegio se narra en “Detectives” (Llamadas telefónicas); la de cómo Bolaño salvó la vida gracias a dos ex-compañeros del colegio se vuelve a narrar en “Carnet de baile” (Putas asesinas). La estructura de Los detectives está en este fragmento de “El viejo de la montaña” (El secreto del mal): “Pasan los años. Retroceden los años. En 1975 Belano y Lima son amigos y caminan cada día, inconscientes, por el borde al abismo”; el tono y el ritmo de su primera obra maestra están en “Manifiesto mexicano” (La Universidad Desconocida). Y un último ejemplo, radial en vez de dual: todos los temas y obsesiones de Bolaño están en “Gente que se aleja”, una de las secciones de ese mismo libro de poemas (que el escritor dejó entre su ordenador y su archivo): lo detectivesco, la errancia, el doble, los fantasmas, el amor/sexo, los dibujos, el pasado, lo latinoamericano, la enfermedad, el canon, el horror, la muerte.

Meterse en el ordenador y en el archivo en papel de un escritor muerto que publicó en vida novelas y cuentos y algunos poemas, significa, pues, tanto asistir a la gestación o la reformulación de ideas, temas, personajes que crecieron en novelas-río y en novelas breves, como observar de cerca cómo se construye un relato, desde su primera línea. Tengo la sensación de que Bolaño escribía a partir de un comienzo poderoso. La mayoría de los cuentos reunidos en El secreto del mal no están acabados, pero arrancan con una primera oración o un primer párrafo tan contundentes que la perfección del inicio hace olvidar la imperfección del final. Ejemplos únicos: “Ella se acuesta con dos hombres”; “En cierta ocasión, si mal no recuerdo, estaba en una reunión de locos”; “Me llamo Daniela de Montecristi y soy ciudadana del universo, aunque nací en Buenos Aires”; “No os lo vais a creer, pero ayer por la noche, a eso de las cuatro de la madrugada, vi en la tele una película que era mi biografía o mi autobiografía o un resumen de mis días en el puto planeta Tierra”.

Meterse en el ordenador y en el archivo de un escritor difunto significa introducirse en su marco de referentes literarios. Al final de su discurso “Sevilla me mata” (reunido en El secreto del mal, aunque ya se había publicado en Entre paréntesis), sobre la literatura hispanoamericana a principios del siglo XXI, Bolaño imagina la mansión de un pedófilo asesino llena de niños. La parte de ese discurso en que se encuentra la inquietante metáfora espacial se llama “Herencia”. Los asesinos pedófilos son los padres y los abuelos literarios de la generación de Bolaño (¿que es la de Sada, Villoro, Aira, etc.?). ¿El Boom? ¿Borges y Neruda? La imagen recuerda a la que, de nuevo espacial, encontramos al final de “Carnet de baile”, el relato autobiográfico que dedicó a su relación conflictiva con Neruda: “¿En el sótano de lo que llamamos ‘Obra de Neruda’ acecha Ugolino dispuesto a devorar a sus hijos?”. El texto habla de la necesidad del parricidio pero acaba revelando el miedo al filicidio. La contradicción es constante en la obra de Bolaño. Por un lado, vemos la solidaridad generacional, vagamente vinculada con un ideal revolucionario; por el otro, el amor/odio frente a los maestros. Borges es paradigmático a este respeto.

En “Derivas de la pesada”, otro de los ensayos inexplicablemente incluidos en El secreto del mal (porque también lo conocíamos ya por Entre paréntesis), Bolaño vuelve insistir sobre la hegemonía de Borges. El autor de Inquisiciones, en la lógica un tanto perversa de ese texto, engloba la literatura argentina, sus precursores y sus sucesores y también los intentos de superación que éstos emprendieron (las estrategias de Piglia y de Aira por situar a Arlt y a otros a la altura de Borges). La conclusión es: “Hay que releer a Borges otra vez”. Si nos lo tomamos al pie de la letra, si releemos a Borges, pero esta otra vez lo hacemos desde Bolaño, tenemos de hecho a un anti-Borges. Es más, si como quería el autor de Estrella distante, su cuento “Sensini” tenía en su reverso invisible una novela-río, si de algún modo era una novela-río, la obra bolañiana tendría al otro lado del espejo a la obra borgeana.

Infinitamente mejor novelista que ensayista, cuentista rabioso y poeta convencido, la teoría de Bolaño no está en sus artículos ni en sus discursos, sino en su ficción, sobre todo en la novelística. En la dimensión enciclopédica de Los detectives o en la famosa predicción del futuro del canon que hizo en Amuleto. Borges, en cambio, lidió con la tradición sobre todo en sus ensayos con forma de relato y no escribió novela. Pero también se consideró sobre todo poeta. Ambos parten de Whitman; ambos leen al detalle la poesía francesa del XIX y de principios del XX; pero uno es reaccionario y el otro reactivo; uno es formalista y el otro informalista; cada uno quiere ser leído desde direcciones divergentes. El impulso vanguardista siempre acaba por aspirar al museo; sin embargo, el original clasicismo de Borges prácticamente desde siempre pudo ser asimilado por las corrientes predominantes, porque se vio acompañado por una actitud personal solemne y hasta cierto punto oficialista. Por eso Octavio Paz es el enemigo poético y personal number one de Bolaño. Éste apostó por la marginalidad hasta sus últimos días. Dejó material inédito en el sarcófago de su ordenador y en la caja negra de su archivo; y con él un horizonte de lectura, unas coordenadas ambiguas, desafiantes, incómodas: aún por definir.