viernes, 11 de abril de 2008

Bolaño, el maestro de nuestros días

por Edmundo Paz Soldán
La Prensa. 29.09.2003











Vila Matas ha dicho que con la muerte de Roberto Bolaño se inicia una leyenda. Esa leyenda, creo, se había iniciado un poco antes. No fue casualidad que cuando a varios escritores de mi generación se les preguntó por el escritor que ellos consideraban el referente imprescindible de la nueva narrativa, todos —narradores tan disímiles como Rodrigo Fresán o Jorge Volpi— coincidieron en nombrar a Roberto Bolaño.

Y por ello Bolaño fue invitado al encuentro de escritores latinoamericanos de la nueva generación en Sevilla, y asumió su rol con la naturalidad del escritor que aprecia pocas cosas tanto como ser leído y respetado por otros escritores. Nos decía que pertenecía más a nuestra generación que a la suya propia, y eso acaso no era cierto, pero igual nos conmovía.


Un provocador nato


Recuerdo a Bolaño como un provocador nato, alguien que escuchaba nuestras ponencias para luego encontrarles el lado flaco y atacarlas; si no encontraba un punto débil, igual se lo inventaba para luego arremeter. Era su forma de relacionarse con el mundo; nos contaba que no podía entender las discusiones que provocaban sus declaraciones en Chile, y que a veces se inventaba frases polémicas por el puro gusto de ver qué pasaba una vez tirada la bomba.

Su humor era negro y muy extraño y corrosivo, y a la vez había algo de cariño en sus palabras. Había que entender que para Bolaño todo era literatura y lo demás poco importaba.

Una noche nos quedamos en la terraza del hotel contándonos chistes; Bolaño contó veinte versiones del mismo chiste: una versión dialogada, otra con narrador en tercera persona, otra en monólogo joyceano… Le pedíamos que por favor la parara, pero a la vez nos quedábamos esperando su nueva versión. Me reí mucho esa noche.

Bolaño es autor, entre otras cosas, de Los detectives salvajes, una gran novela que me venció —prometo volver a intentarlo, Roberto—, de dos novelas cortas magistrales —Estrella distante y Nocturno de Chile— y de dos magníficas colecciones de cuentos —Llamadas telefónicas y Putas asesinas.

De toda su obra, me quedo con sus novelas cortas. En ambas se asoma, como pocos, al horror de las dictaduras. Nadie ha mirado tan de frente como él, y a la vez con tanta poesía, el aire enrarecido que se respiraba en el Chile de Pinochet: ese aire en que el siniestro personaje de Estrella distante escribía sus frases y versos desde una avioneta.

En Nocturno de Chile, Bolaño hace suyas algunas anécdotas de la dictadura: las sesiones de tortura en el sótano de la casa de Robert Townley, agente de la DINA y asesino de Letelier, mientras en los salones de la gran casa se llevaban a cabo las veladas literarias de su esposa; las clases de marxismo que tomaron los militares de la junta para saber cómo pensaban sus enemigos.


El poder y la letra

En esa obra maestra se encuentra una lúcida reflexión sobre las perversas relaciones que existen en América Latina entre el poder y la letra.

Nuestros intelectuales han terminado más de una vez seducidos por el poder (¿García Márquez, anyone?). Se han escrito grandes, fascinantes —y fascinadas— novelas sobre el dictador latinoamericano, pero muy poco sobre esa figura a su sombra, el amanuense de turno, el intelectual cortesano, el que le escribe los discursos al gran hombre. Bolaño, en Nocturno de Chile nos muestra de una vez por todas, y para siempre, la podredumbre de nuestras sociedades letradas cuando se trata de su relación con el poder.

El sábado en que se clausuró el encuentro, Bolaño compró el diario francés Liberation y descubrió que, con motivo de la aparición en Francia de Putas asesinas y Nocturno de Chile, el suplemento literario le dedicaba nota de tapa y dos páginas interiores. Sus obras comenzaban a traducirse, su influencia secreta comenzaba a hacerse visible; después de muchos años en la sombra, estaba viviendo su gran momento y se sentía seguro de lo que hacía y decía. Era arrogante, acaso porque sabía que tenía una obra que lo defendía.


Su novela inconclusa

En pleno fervor creativo, tenía escritas 1.400 páginas de su novela 2666 (nos dijo que le faltaban alrededor de doscientas páginas para terminarla).

Ahora que Bolaño ha muerto debido a una insuficiencia hepática —algo tan vulgar, decía él, que las musas ni siquiera se enterarían—, esa novela inconclusa pasa a formar parte de su leyenda. La leyenda de alguien que fue a la vez nuestro contemporáneo y maestro.