Queridos Alexandra y Lautaro Bolaño:
No nos conocemos pero soy el loco que ha perpetrado la dirección teatral de la novela que vuestro padre os dedicó a ambos. En primer lugar, me gustaría agradecer a vuestra madre Carolina el permiso para poder adaptar esta magnífica novela que es 2666. Con Salvador Sunyé fuimos a verla en Blanes hace dos años y todavía recuerdo cómo le brillaban los ojos al hablar de la obra de vuestro padre.
En segundo lugar, debo disculparme por llevar a cabo esta imposible versión teatral de la novela. Cada vez que Pablo Ley o yo cortábamos un nuevo fragmento se nos removía el estómago. Pero hemos intentado traspasar al espectáculo el espíritu de la novela, lo que no es del todo malo porque si luego alguien quiere leerla, verá que la gran cantidad de información e historias que hemos dejado de lado convierten esta empresa en utópica, y que su espíritu reside en el todo, y no en sus partes o fragmentos.
Evidentemente parece imposible resumir en una frase todo lo que abarcan las 1124 páginas de la novela. También encuentro injusto reducirla a un conjunto de palabras e ideas como la maldad, la dignidad, los paralelismos y coincidencias, la impermeabilidad del ser humano ante las desgracias que él mismo provoca, el mundo de la literatura (autores, editores, estudiosos, críticos), la muerte, el amor, lo que sabemos y desconocemos de las personas, el sufrimiento, el retrato de la sociedad que estamos creando... Siempre nos quedaríamos cortos. Quizá lo mejor será recurrir a las palabras de vuestro padre en Amuleto: “la avenida Guerrero, a esa hora, se parece sobre todas las cosas a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975, sino a un cementerio de 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo”.
Alguien se preguntará por qué os escribo a vosotros, pero al no estar Roberto no me queda más remedio que escribir a aquellos que él llamaba su única patria. Un abrazo de quien, si no ha conseguido acercarse teatralmente a su obra, al menos lo ha intentado con pasión.
Álex Rigola
Director teatral de 2666