domingo, 25 de enero de 2009

El aroma de la pólvora

por Lucía Cánobra Pompei




para Auxilio Lacouture



Hordas de animales disfrazados, bestias inequívocas;
el espacio en llamas
vuelve la mirada ante el asco y la deshonra.
El aroma de la pólvora no llega al tupido cuarto
donde son ocultos libros antiquísimos,
inestables años de mi buen Señor;
testamentos devenidos en amor y el rumor acuoso de
albañales rotos, o resquebrajadas

alas de hada simple,
con menores aspavientos que el de un exterminio desolado
de esta sombra que me cubre
y que parece que soy yo…

La ira del oriente, el llanto de las madres
ante el triste ocaso de las balas, de la sangre;
no respiro ya,
no me veo en libertad, jugando a conversar
a especular de poesía,
tristemente poesía,
mientras el ornato de las tierras vuelve y no regresa,
más que en forma de cadáver mutilado por las aves de carroño.

Pasa el tiempo como un plan sin límites,
sin ordenación ni plazo adicto al vicio de mentir.

Sobre la llanura el giro, o remolino,
cubre de arenisca mi garganta… Sin sed desciende el arte,
entona el amargado anciano desde las cenizas,
elevando el brazo en señal hereje y poco digna…

Dos monedas caen, insignificantes caen,
ruedan uniformes, rumbo al obligado sitio de torturas.

Camino hacia la cima inestimable:
veo el edificio en lucido canto, el color desvanecido
en sólida putrefacción.
Hare hare… Cientos de árboles quemados,
solo el esqueleto,
cambian posición sin apreciable movimiento.

El silencio extiende el manto, hasta el ave permanente,
siento el ánimo y respiración,
oigo pensamiento,
ramas que se trizan hace días,
el grito de una ola,
de un soldado herido a filo de cuchillos;
bombas incendiarias surcan una nube esteta,
suicida…

No hay más forma en combatir, señuelo o tiniebla absurda.

La lucha ya no existe, acaso el fragor inasible de una
dignidad cansada,
eterna, más allá de los intentos por exterminarla,

una dignidad de héroes,
una dignidad de mártires,
una dignidad de dioses…




Tucumán, enero 2009