viernes, 12 de junio de 2009

Bolaño, mito y secretos

por Elena Hevia/Ramón Vendrell
El Periódico, Barcelona. 16.11.2008














La novela póstuma de Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003) 2666, que ha salido a la venta en EEUU esta semana, fue el tema de portada del suplemento literario The New York Times Book Review del domingo pasado. La caudalosa (dos páginas enteras, 2.659 palabras) crítica de nada menos que Jonathan Lethem, el autor de Huérfanos de Brooklyn y La fortaleza de la soledad, señala cual lengua bífida los dos procesos de que están siendo objeto el escritor y su obra, si es que pueden separarse: coronación y mitificación.

Por un lado la pieza es laudatoria. Mucho. "Bolaño ha probado que la literatura puede hacerlo todo, y por un instante, al menos, ha dado nombre a lo innombrable. Ahora lancen sus sombreros al aire", concluye.

Como reverso, el texto atribuye la la colangitis esclerosante primaria (enfermedad hepática crónica sin causas identificables) que mató a Bolaño "al uso de heroína años atrás", una afirmación que ya se había vertido en el pasado, como en la reseña de Los detectives salvajes en el New Yorker en el 2007, alimentando la conveniente -para el mercado norteamericano, necesitado de darle un cierto relevo al fenómeno beat y de paso de echarle leña a la hoguera del mito- pero inexacta imagen de escritor maldito.

Rastro sin fundamento

La pista opiácea seguida por Lethem hasta la enfermedad que acabó con Bolaño recibe tres desmentidos como tres puñetazos de Bruno Montané, Antoni García Porta e Ignacio Echevarría.

"Jamás le vi ni borracho", dice Montané, poeta amigo de Bolaño desde los días en los que militaban en las filas del infrarrealismo poético en México y la inspiración para el real visceralista Felipe Müller de Los detectives salvajes. "Con él todo el rato eran tecitos y cafés con leche", dice el escritor Antoni García Porta, amigo de Bolaño prácticamente desde que este llegó a Barcelona en 1977. Porta recuerda que cuando empezó a manifestarse la enfermedad, hacia 1992, los primeros médicos que le trataron no se creían que Bolaño no fuera un gran bebedor o consumidor de heroína. "No tiene ningún fundamento. Si fuera verdad él mismo no habría tenido reparos en decirlo. Más propio de Bolaño habría sido decirlo y que fuera mentira que ocultarlo", dice Echevarría, responsable de la edición de los libros póstumos 2666, Entre paréntesis y El secreto del mal.

El origen del error habría que buscarlo, indirectamente, en el propio Bolaño, si hay que hacer caso al escritor peruano Gustavo Faverón que apunta con plausible sensatez en su blog que los norteamericanos han tomado como una confesión autobiográfica un relato narrado en primera persona por un drogadicto llamado Playa. A esa presumible intención autodestructiva habitual en toda mitificación también se une la presunción de suicidio, esta vez sí de caracter algo más poético y romántico. Según esa teoría, Bolaño pospondría un trasplante de hígado hasta el último momento, obligado por la necesidad de escribir 2666 contrarreloj.

Carmen Pérez de Vega, que estuvo a su lado en los últimos tiempos, lo niega. "Roberto quería vivir. Tenía proyectos e ilusiones. Quería ver crecer a sus hijos. Desde que le diagnosticaron la enfermedad no dejó de cuidarse, tomaba su medicación, evitaba las grasas y no probaba el alcohol, ni gota, pero yo solo puedo hablar realmente de sus últimos años. Ahora bien, lo que sí hizo a temporadas es negar la enfermedad. Aceptar un trasplante es una decisión difícil. Quizá no era del todo consciente de que lo que le faltaba era tiempo, aunque alguna vez llegó a expresarlo. Tengo el convencimiento de que, de saber que tenía un plazo más largo, habría escrito al mismo ritmo".

Pérez de Vega, a quien está dedicado el cuento El viaje de álvaro Rousselot, es una pieza fundamental en el complejo puzle Roberto Bolaño. Ella fue compañera sentimental del escritor en los últimos dos años, aunque el autor no cortó oficialmente amarras en su matrimonio con la que hoy es su viuda, Carolina López, actual representante de los derechos de sus hijos, Lautaro y Alexandra.

Rebobinemos. En el índice onomástico de Entre paréntesis aparece Carmen Pérez de Vega. Pero en la página a la que remite la entrada, la 17, solo puede leerse un fragmento de la novela breve de Bolaño Amberes. En esa página debían ir los agradecimientos de Echevarría a quienes le habían ayudado en el ensamblaje del libro. Alguien con total autoridad impugnó los agradecimientos, si bien el índice onomástico siguió su curso.

A la muerte de Bolaño, su viuda se dirigió a Echevarría para que "encauzara la edición de sus libros póstumos", según el crítico literario. "Ella me dijo que Roberto le había dicho, a su vez, que me consultara las decisiones relativas a su obra".Echevarría recibió copia de los archivos del disco duro de Bolaño. Suya, de López y del editor Jorge Herralde fue la decisión de sacar 2666 como un libro en vez de como cinco, opción que prefería Bolaño pensando en la seguridad económica de sus hijos. Después Echevarría propuso la edición del, a la postre, conflictivo volumen Entre paréntesis. Fruto de su "exploración" del disco duro, la colección de relatos y esbozos El secreto del mal fue el último libro impulsado por Echevarría. Simultáneamente apareció La universidad desconocida, ya sin rastro de Echevarría y prologado por López "en representación de los herederos del autor".

Porta habla de un "malentendido" entre López y Echevarría. Montané cree que "Carolina no quiere oír comentarios de gente que conocía a Roberto". Una voz que reclama el anonimato hila más fino: "Los amigos de Roberto que no han roto con Carmen, a quien conocíamos todos, para alinearse con Carolina están siendo borrados de la foto".

Los recelos

Echevarría se limita a decir que su "colaboración" con López se "suspendió" por razones en las que prefiere no entrar. No obstante añade que López quedó "desbordada por el hostigamiento de periodistas, mundo literario y admiradores. Se dio cuenta de que el legado de Bolaño es una industria que hay que administrar y se volvió especialmente susceptible con todo lo referente a esa industria". En ningún momento, empero, cuestiona Echevarría a López, que se ha negado a hablar con este diario en dos ocasiones. "Era la primera lectora de los textos de Roberto y participó de la épica bolañiana, fue su pareja en los años difíciles, así que está legitimada para gestionar su legado". En el mismo sentido, García Porta recuerda que "durante años vivieron del sueldo de Carolina".

Y mientras esas cosas suceden en casa, la leyenda Bolaño se agiganta en todo el mundo -pero más en Latinoamérica donde se ha convertido en un símbolo global para los jóvenes- hasta proporciones inverosímiles. Su amigo Rodrigo Fresán, escritor, comenta a modo de disparate que le han pedido un artículo sobre el supuesto de que Bolaño gana el Nobel. Él debía hacer la crónica del acto y reflejar el discurso de aceptación del ganador. "Es muy molesta toda esa glotonería alrededor de la figura de Roberto. Casi da miedo. Lo que hay que hacer es leerle", apostilla Pérez de Vega.

La traducción

El mito incluso es capaz de hacer milagros. 2666 es una de las 320 traducciones de otras lenguas que se publican al año en Estados Unidos. La escritora y crítica mexicana Carmen Boullosa, profesora de Literatura en la City University de Nueva York, que conoció a Bolaño en su etapa de infrarrealismo poético, se muestra recelosa de la recepción norteamericana: "Bolaño pertenece a una tradición literaria que va de Borges a Rulfo y convirtiéndolo en un artículo romántico y autodestructivo rompen eso. En última instancia hacen de él una caricatura del tercer mundo. En su lógica imperial, solo pueden aceptar a un autor latinoamericano tan grande como un loco abocado al fracaso".

Desde su retiro en Girona, Salomé Bolaño, la hermana del autor, asume que las "inexactitudes" son parte de la historia de los escritores carismáticos. "El mito seguro que seguirá creciendo... o la realidad escondida en el mito. Y se equivocan quienes creen que no conocí al mito".