miércoles, 17 de junio de 2009

La compañera final de Bolaño

por Gonzalo Maier
Revista Qué Pasa, Chile. 15.11.2008









Se llama Carmen Pérez de Vega y, en su auto, llevó al escritor chileno rumbo al hospital donde moriría en julio del 2003. Se conocieron en 1997 y, a los pocos años, él sencillamente la presentaría como su novia. Con esto, se rompe el mito de que la mujer que lo acompañó hasta el final fue su esposa Carolina López. Una advertencia: la historia de este romance es también la historia de los últimos días de Bolaño. Y, de paso, un ingrediente fundamental en la lucha que hoy gira en torno a sus libros. Éstos son -en exclusiva- los detalles del último y más desconocido capítulo en la vida del autor de Los detectives salvajes.



El tren se detuvo en Pamplona, Navarra. Las puertas se abrieron y Roberto Bolaño subió, buscó un asiento y se sentó. Junto a él -la vida a veces puede parecer una película romántica- quedó ubicada una mujer que, durante ese 1997, recién cumplía 40 años. Era rubia y particularmente delgada. Se llamaba Carmen Pérez de Vega, venía del País Vasco y, tal como su improvisado compañero de viaje, iba rumbo a Barcelona. Pero los viajes, ya se sabe, muchas veces no terminan en los destinos finales. Seis años después y mientras Bolaño sufría la última crisis hepática que lo llevaría a la muerte, sería precisamente ella, Carmen, quien manejaría velozmente y de madrugada rumbo al hospital.

Claro que entre el tren que llegó a Barcelona y el auto que partió frenético rumbo a la sala de urgencias del Vall d'Hebron, sucedieron otras cosas. Por ejemplo -la más evidente-, los pasajeros dejaron de ser casuales compañeros de viaje y, paulatinamente, se fueron transformando en una pareja estable. Bolaño, de paso, al año siguiente publicaría Los detectives salvajes y comenzaría a construir una fama que hoy, tras la reciente publicación en inglés de 2666 -elegido recién por la revista Time como el libro del 2008-, se abrió paso incluso en O, la multimillonaria revista de Oprah Winfrey.

Pero nada de lo que sucedió entre el alegre viaje en tren y el dramático viaje en auto fue un misterio. Ya a fines de 2002, un año antes de que muriera por una falla hepática irreversible, Bolaño la presentaba sencillamente como "Carmen, mi novia". Es que para el círculo cercano al chileno, ésa estaba lejos de ser una relación oculta. Mucho menos un secreto o -por descontado- un tema tabú. De hecho, ya para el último cumpleaños de Roberto Bolaño, el 28 de abril de 2003, en una celebración que hizo junto a sus amigos en Barcelona, sería Carmen y no Carolina López -su esposa y la madre de sus dos hijos- quien lo acompañaría.

La mudanza de Carmen Pérez de Vega a la vida de Bolaño, eso sí, sería paulatina. La relación fuera del tren, cuentan amigos cercanos al escritor, comenzó precisamente al día siguiente a ese viaje. Se reunieron en Barcelona y Bolaño le regaló uno de sus libros: "Para Carmen, encontrada en un tren", dice la dedicatoria. La relación fue creciendo con el tiempo y lo cierto es que durante los últimos meses que Carmen pasó con Bolaño, ella se transformó en una habitué de su círculo más cercano, un grupo heterogéneo -en el que no necesariamente todos eran amigos entre sí- que iba desde Rodrigo Fresán a Enrique Vila-Matas, pasando por el chileno Bruno Montané hasta el crítico Ignacio Echevarría. Carmen era completamente ajena a ese mundo: una catalana que hasta hoy trabaja como maestra de Educación Especial -título que no existe en Chile, pero que forzando las convalidaciones sería cercano al de Educación Diferencial-, pero que muy luego frecuentaría a ese grupo de escritores con toda naturalidad. Y, por eso, hace poco y en medio de un homenaje póstumo a Bolaño, cuando un escritor latinoamericano le preguntó en voz baja a su compañero de asiento quién era esa mujer rubia y delgada que estaba sentada al fondo, éste sencillamente le respondió: "Carmen, la novia de Roberto".

Otro escritor que conoció a Bolaño comenta que el autor de Putas asesinas no era muy amigo de conversar sobre sus amores y que, realmente, es poco lo que ellos -incluso ese círculo más cercano- pueden decir al respecto. Lo que sí es sabido, y que el mismo Bolaño comentó abiertamente, es que a él lo que más le gustaba era jugar con Lautaro, su primer hijo, y llevar una vida hogareña junto a Carolina. Y así pasaron muchos años. Esa rutina, precisamente, habría sido el principal motivo por el que el escritor y su mujer permanecieron juntos desde fines de los años 80 hasta 2003. Claro que la relación con Carolina, una que prácticamente todos los cercanos a Bolaño definen poéticamente como "relación abierta" y en la que ambos nunca dejaron de quererse, comenzó a tambalear en 2001.

Aunque algunos aseguren que desde finales de 2002 Roberto Bolaño ya estaba buscando un "piso para alquilar", lo cierto sería que en enero de 2003, seis meses antes de morir, decide dejar la casa que compartía junto a Carolina para mudarse a otra. A un piso ubicado en la Rambla Joaquim Ruyra, en el mismo Blanes, y en el cual la relación con Carmen Pérez de Vega, llevándolo todo a términos marinos, seguiría viento en popa. Poco antes, eso sí, Bolaño comenzó a usar su taller en Carrer del Lloro número 23, también en Blanes y a pocas cuadras de su casa, como un dormitorio cada vez más habitual. Entre esas paredes fue en donde escribió Los detectives salvajes, La literatura nazi en América y gran parte de sus mejores textos. A mediados de los años 90 ese taller hacía las veces de casa y, aprovechando la corta distancia, no perdía contacto con su mujer y su hijo. Pero lo cierto es que Bolaño, a comienzos de 2003, habría tomado sus maletas y se habría mudado. Pudo ir a Barcelona, claro. Pero un antiguo amigo suyo cuenta que decidió permanecer en Blanes para no perder el contacto con Lautaro y Alexandra, su segunda hija, nacida en 2001.

Carmen y Roberto, a partir de ese momento, serían una pareja feliz. Él continuaría yendo a su casa en Valldoreix, un pueblo de poco más de 6 mil habitantes en el extrarradio barcelonés, y ella a la de él en Blanes. Dormirían intermitentemente en uno y otro lugar. Irían juntos a comidas y recepciones. Se dejarían ver en Barcelona, en algunos bares, en un restaurant de comida japonesa en la calle Provença, y a donde los llevaran sus amigos. Pero, claro, todos los viajes se acaban y ya quedaba, cursilería aparte, poco tiempo.


La mujer invisible

Los rastros de Carmen Pérez de Vega en los libros de Bolaño son escasos y, a veces, fantasmales. El primero y más evidente está en el cuento "El viaje de Álvaro Rousselot", incluido en El gaucho insufrible y que, en la dedicatoria -según un amigo de Carmen, ella la guarda con un cariño radical- no dice más que: "Para Carmen Pérez de Vega". Eso sí, la traducción al inglés de ese cuento -hecha por el impecable Chris Andrews- fue publicada por el canónico semanario estadounidense The New Yorker y, en ella, la breve dedicatoria sencillamente desaparece. No está.

Pero las huellas de Carmen Pérez de Vega serán todavía más fantasmales. En Entre Paréntesis, el libro póstumo en que Ignacio Echevarría, amigo y albacea de Bolaño, compiló gran parte de sus textos de no ficción, aparece ella. Carmen está, al menos, en el índice onomástico de la primera edición. Al final, en la página 363 y en la letra P, se puede leer "Pérez de Vega, Carmen" y una coma remite a la página 17. Pero, claro, al llegar a esa página, ella no está. Allí hay sólo un epígrafe de Amberes ("De lo perdido, de lo irremediablemente perdido, sólo deseo recuperar la disponibilidad cotidiana de mi escritura..."), pero nada de la mujer que lo acompañó durante sus últimos meses. Una persona cercana a la editorial comenta que en esa página debió ir un párrafo final, el corolario de la introducción, en donde se le agradecía a mucha gente. Entre ellos, por supuesto, a Carmen. Esa inclusión, eventualmente, habría llevado a que Carolina López, leyendo las pruebas de la edición, optara por sugerir la eliminación de todo el párrafo con los agradecimientos.

Sin embargo, el fantasma de Carmen, tan sutil y delgado como ella, va un poco más allá. De hecho, su historia de amor con el más relevante escritor chileno de las últimas décadas daba vueltas en los círculos literarios desde hace un tiempo. Ya se sabe: nunca fue secreto, pero lo cierto es que el rumor, con todas sus variantes, comenzó a circular aún con más fuerza hace unas pocas semanas. Sobre todo desde que Carolina López caducara los derechos de una producción mexicana que pretendía llevar al cine Los detectives salvajes o, si se quiere, desde que firmara un contrato de representación con el norteamericano Andrew Wylie, el que, dicen, es el agente más poderoso del planeta. La tradición es sabia y los sobrenombres no suelen ser gratuitos: a él, por ejemplo, le dicen "el chacal".

Si bien el entorno del escritor sabe de la existencia de Carmen -algunos, incluso, conservan una suerte de amistad-, nadie quiere hablar de ella. O no dando el nombre. Es que objetivamente Carolina López, con el paso del tiempo, se ha transformado en la viuda y en la cara oficial de la obra de Bolaño. Y eso, por cierto, podría explicar por qué hoy los rumores sobre los amores del chileno se multiplican como la peste negra. Es que lentamente, cuentan, Carolina -quien nunca, por lo demás, participó de las decisiones editoriales mientras su marido estuvo vivo- se ha ido apropiando de todas las facetas relativas a la herencia literaria. Dejando, por supuesto, algunos heridos en el camino.

La historia es sabida: Ignacio Echevarría, antiguo crítico del diario español El País, habría sido el albacea designado por el propio Bolaño para resguardar su obra. Él, por ejemplo, se encargó de Entre Paréntesis, 2666, La Universidad Desconocida -Echevarría había preparado un prólogo para ese texto que, a último minuto, fue reemplazado por otro escrito por Carolina- y El secreto del mal. Eso hasta que divergencias con la viuda lo fueron alejando, cada vez más, de su labor. Tanto, que hoy está completamente marginado de esa tarea. Y hay más aún. Poco después de la muerte del escritor, Carolina López se contactó con la agencia de Carmen Balcells para que administrara los derechos de la obra de Bolaño, rol que la española cumplió hasta hace pocos meses atrás. Porque a mediados de julio pasado, por decisión de la propia viuda, fue el temible Wylie quien se hizo cargo del asunto y quien recibió el manuscrito de El Tercer Reich, la novela inédita que, hace poco, anunció en la Feria de Frankfurt. De ese texto, por lo demás, no tenía noticia nadie del círculo íntimo que, al final, frecuentaban Roberto Bolaño y Carmen Pérez de Vega.

Un rumor: el celo de Carolina López por los derechos habría llegado al punto de advertirle a un viejo amigo de Bolaño que si recitaba en público poemas de su marido, no debía olvidar que para hacerlo necesitaba autorización. Incluso Jorge Herralde, el editor que publica gran parte de la narrativa de Bolaño y quien se convirtió en uno de sus confidentes, aún no tendría claro si podrá continuar o no publicando la obra del chileno. Sí, varios antiguos amigos de Bolaño hoy están muy dolidos por las decisiones que ha tomado la viuda. Y, claro, Carmen Pérez de Vega -quien hace poco más de un mes asistió al funeral de Victoria Ávalos, la madre de Bolaño- está al medio de toda la historia, en los rumores que circulan en torno a Bolaño y a la relación que él, durante sus últimos días, mantuvo con Carolina.


La mujer al volante

La noche del 29 de junio de 2003, Bolaño habría alojado junto a Lautaro en su departamento de la calle Joaquim Ruyra. Cuentan que él, por esos días, ya se sentía mal. Y a veces muy mal. Estaba en el listado nacional de donantes esperando un nuevo hígado y, tras pasar la noche junto a su hijo, lo envió al colegio. En ese momento, antes de las ocho de la mañana, tomó el teléfono y marcó el número de Carmen. Le habría dicho que se sentía mal, que había comenzado a escupir sangre. Carmen, sobre un citycar pequeño, cruzó los 60 kilómetros que separan Blanes de Barcelona y fue a buscarlo. Un detalle: Bolaño, antes de dejar su piso, uno al que regresaría sólo una vez más, tomó un disquete. Después cerró la puerta y se fueron juntos en ese auto rumbo a la capital catalana. Eso sí, Bolaño se negaría insistentemente a ir al hospital y el viaje terminaría en casa de Carmen en Valldoreix.

Ahí, en el computador de la casa, pondría el disquete e imprimiría una copia de El gaucho insufrible que, ese mismo día, le entregaría en la mano a Jorge Herralde. Carmen, quien no se habría separado de él durante toda esa jornada agonizante, más tarde lo llevaría de vuelta a Blanes. Esa debió ser la última noche que pasarían juntos, aunque, finalmente, fueron sólo unas horas.

El resto habría sucedido rápido. Muy rápido. De madrugada, ese 1 de julio, un muy deteriorado Roberto Bolaño comenzaría a vomitar sangre y Carmen, otra vez, lo subiría al auto. Esta vez irían todavía más rápido. Aún más rápido. Tanto como soportaba el pequeño auto. Todo eso mientras cruzaban salvajemente la carretera rumbo al hospital, al Vall d'Hebron.

Jaime Riera, profesor en la Universidad de Turín, para el tercer aniversario de la muerte del chileno, coló, de hecho, esa anécdota en una columna: "Desafiando una ventolera caliente en la madrugada (...) un auto corría a gran velocidad por la autopista del Maresme buscando el camino más corto para entrar a un hospital de Barcelona. Conducía una mujer valiente y a su lado canturreaba tranquilo un moribundo que ya sabía adonde estaba yendo". Sí, en ese auto iban Carmen y Roberto.

El resto, más que historia, es necrología. Bolaño se interna, queda a la espera milagrosa de un transplante y la madrugada del 15 de julio en España -14 aún en Chile- una hemorragia interna y un shock hepático se encargan de que el milagro no llegue. Las dos, Carolina y Carmen, de mejor o peor gana, habrían compartido la sala de espera durante la semana y media en que agonizó el chileno. En un momento, cuando todo era inminente, la primera abre la puerta y le permite a la segunda que se despida. "Acá se acaba el circo", le habría dicho. Esa, claro, fue la última vez que Carmen y Roberto se vieron.