jueves, 27 de agosto de 2009

Verdades y mentiras de Bolaño

por Larry Rohter
El Mercurio. 31.01.2009*










Jugando entre la ficción y la realidad, el escritor chileno se fabricó una historia de vida que hoy muchos ponen en duda: desde su adicción a la heroína hasta su detención tras el golpe militar. La viuda, un ex agente literario y amigos del novelista acusan a críticos y editores norteamericanos de distorsionar el pasado de Roberto Bolaño. Aquí publicamos in extenso el reportaje del The New York Times que destapó el caso.



Por estos días, pocos escritores son tan aclamados como el novelista chileno Roberto Bolaño, quien murió de un problema al hígado no especificado en 2003, a los 50 años. Su novela póstuma, 2666, apareció en varias listas de los mejores libros de 2008, y el interés por él y su trabajo se ha ido alimentando por su creciente reputación de escritor con una vida dura.

Pero tanto su viuda, de quien se separó poco antes de su muerte, como Andrew Wylie –el agente norteamericano que ella despidió tras distanciarse de Bolaño, sus amigos, editores y publicadores– están desafiando parte de esa imagen. Ambos cuestionan la idea –sugerida originalmente por el mismo Bolaño, luego atribuida a su traductor y mencionada en varias de las revisiones recientes de 2666– de que él "consumía heroína", que en su muerte era "detectable el uso de heroína" e, incluso, que "la consumía frecuentemente".

Al mismo tiempo, algunos de los amigos de Bolaño en México, donde él vivió casi una década antes de radicarse en Barcelona, ponen en duda otro aspecto de la historia de vida que Bolaño construyó sobre sí mismo. Ellos dicen que él, quien rápidamente ha aparecido como el escritor latinoamericano más prominente de su generación, no estuvo en Chile durante la dictadura militar.

Teniendo en cuenta a Bolaño y su relación con las drogas, muchos críticos y bloggeros latinoamericanos y europeos dicen estar de acuerdo con su viuda, y han acusado a editores norteamericanos de distorsionar el pasado del escritor para hacerlo calzar con el estereotipo del artista torturado. La vida y el trabajo de Bolaño se han transformado en un "espectáculo trivial", dijo el crítico peruano Julio Ortega al diario español El País.

El foco de la controversia por el consumo de heroína está en la cuarta página de la colección Entre Paréntesis, publicada a un año de la muerte de Bolaño. Llamado "Playa", el texto es una larga oración que comienza con: "Dejé la heroína y volví a mi ciudad para comenzar con el tratamiento de metadona que me administraron en la clínica…".

La portada de Entre Paréntesis describe a la colección como "ensayos, artículos y discursos". En la introducción, Ignacio Echevarría, un crítico y editor español al que Bolaño nombró como su representante literario, explica que el libro debería ser visto como "un tipo de 'autobiografía fragmentada' y un mapa personal de Bolaño".

En entrevistas separadas, Echevarría y Jorge Herralde, el editor de Bolaño, dijeron que la introducción y la portada de las futuras ediciones del libro en español deberían incorporar que "Playa" es ficción, algo que también se aclararía en la versión en inglés, que New Directions podría publicar el próximo año. "La situación se presta para confusiones, porque a Bolaño le gustaba hacer trucos y crear misterios", dice Herralde. "Pero él debe haber estado tratando de tender una trampa para sus futuros biógrafos".

"Playa" fue publicada originalmente en el diario El Mundo, de Madrid, en julio del año 2000, como parte de una serie en la que 30 autores de lengua española escribían sobre el peor verano de sus vidas. El editor del suplemento de ese diario, Manuel Llorente, dijo que la mayoría de los escritores respondió con "narrativas que eran clara e incuestionablemente autobiográficas", pero que nunca pudo estar seguro sobre el texto de Bolaño.

"Conocí a Bolaño como un escritor que jugaba con la realidad, que cultivaba las ambigüedades y las falsas identidades, por lo que no importa si su narrativa es real o inventada", dice Llorente en una entrevista. "Para mí, lo único que importa es que se trataba de literatura valiosa".

Wylie, quien comenzó a dirigir el trabajo de Bolaño el año pasado, dijo en una entrevista telefónica que la viuda del novelista, Carolina López, a quien el escritor conoció al mudarse a España a fines de los 70, le "mencionó de pasada" en una comida en Barcelona que los recuerdos que ella tenía de su marido consumiendo heroína eran "inexactos". Aún así, Wylie no quiso entrar en discusiones y le dijo que a él no le interesaba el trabajo de "detective literario".

Sin embargo, la investigación literaria era uno de los temas favoritos de Bolaño. Tanto 2666 como su predecesora, Los detectives salvajes, se tratan de bandas de poetas y críticos tratando de conocer la verdad sobre escritores que han desaparecido o que se han ocultado tras versiones vergonzosas de sus pasados.

En entrevistas telefónicas desde España y México, amigos y socios de Bolaño dijeron que el escritor buscaba la ambigüedad. "Él inventó su propio mito", dijo la mujer con quien fue pareja hasta la fecha de su muerte. Ella pidió expresamente no ser nombrada, para mantener su privacidad. "Nadie puede negar que se metió en el juego y él sería el primero en reconocerlo".

De acuerdo a su biografía, Bolaño se fue a México en 1968, pero volvió a Chile a principios de 1970 para apoyar el gobierno socialista de Salvador Allende. Supuestamente, después de eso fue arrestado durante el golpe de Estado, pero dos militares que habían sido sus compañeros de colegio lo reconocieron y le ayudaron a escapar de una posible ejecución.

Sin embargo, varios de los amigos mexicanos de Bolaño que estuvieron en Chile durante el gobierno de Allende dicen que el escritor estaba en México y no en Chile, como él asegura.

A mediados de 1970 "hablamos mucho sobre Chile, y para mí era obvio que Roberto no había estado allá, pero quería que todos pensaran eso", dice Ricardo Pascoe, diplomático y sociólogo mexicano. Muchas de las fiestas y lecturas que se realizaron en la casa de Pascoe aparecen descritas en Los detectives salvajes. "Él me preguntaba cosas sobre la izquierda que cualquier militante o simpatizante de la izquierda sabría".

León Bolaño, padre del escritor y ex conductor de camiones, piensa que su hijo sí habría estado en Chile, por una conversación que recuerda haber tenido con él, en la que le dijo que "iba a viajar por tierra" para visitar a su tía (hermana de su padre). Pero no recuerda bien la fecha de aquel viaje. León, a sus 82 años, enfermo, dice que después del golpe militar, gracias a su seguro de trabajo, pidió ayuda al gobierno mexicano para poder sacar a su hijo de Chile a través de la embajada.

Pascoe fue uno de los miles de jóvenes latinoamericanos que viajaron a Chile cuando Allende fue elegido en 1970, para participar de la revolución que estaban esperando. Durante el derramamiento de sangre que acompañó al golpe de Pinochet, él y varios de los cientos de otros fugitivos pidieron asilo en la embajada mexicana de Santiago hasta que pudieron volver a sus países.

Bolaño, afirma Pascoe, "definitivamente no estuvo ahí". Una vez le preguntó directamente si es que había estado en Chile, y "su respuesta fue tan vaga que me dieron ganas de decirle: ¿por qué no me respondes sí o no? Sin embargo, él me agradaba y nuestra amistad no estaba basada en la política, así que realmente no me importaba. Pero estaba claro que el no había estado ahí".

Los amigos mexicanos de Bolaño dijeron que él sentía vergüenza de admitir que estuvo ausente de la experiencia política que, aún hoy, define a su generación, con el estatus y credibilidad que le da a aquellos que participaron. "Entiendo por qué mintió, él estaba arrepentido de habérsela perdido, de no haber estado ahí", cuenta Carmen Boullosa, novelista, dramaturga y poeta.

Rodrigo Fresán, escritor argentino que vive en Barcelona, dice que "la biografía de Roberto va a ser interesante de leer y estoy agradecido de haber sido sólo su amigo y no quien tiene que escribirla". Otros que conocieron a Bolaño sólo por su trabajo han llegado a la misma conclusión.

"Es difícil seguirle el juego a un escritor que juega con la ficción y la no ficción", explica Marcela Valdés, crítica americana que se ha referido acerca de la adicción a la heroína de Bolaño en su ensayo, "On this one, he may have got us" ("En ésta él nos pudo haber atrapado").




* Texto en idioma original a continuación.










miércoles, 26 de agosto de 2009

A chilean writer’s fictions might include his own colorful past

by Larry Rohter
The New York Times. 27.01. 2009










Few writers are more acclaimed right now than the Chilean novelist Roberto Bolaño, who died of an unspecified liver ailment in 2003, at the age of 50. His posthumous novel, 2666, appeared on many lists of the best books of 2008, and interest in him and his work has been further kindled by his growing reputation as a hard-living literary outlaw.

But his widow, from whom he was separated at the time of his death, and Andrew Wylie, the American agent she recently hired after distancing herself from Mr. Bolaño’s friends, editors and publisher, are now challenging part of that image. They dispute the idea, originally suggested by Mr. Bolaño himself, endorsed by his American translator and mentioned in several of the rapturous recent reviews of 2666 in the United States, that he ever “had a heroin habit,” that his death was “traceable to heroin use” or even that he had “an acquaintance with heroin”.

At the same time, some of Mr. Bolaño’s friends in Mexico, where he lived for nearly a decade before finally settling down near Barcelona, Spain, are questioning another aspect of the life story he constructed for himself.

They say that Mr. Bolaño, who is rapidly emerging as the pre-eminent Latin American writer of his generation, was not in Chile during the military coup that brought Gen. Augusto Pinochet to power, despite his claim to that badge of honor.

Regarding Mr. Bolaño and drugs, numerous Latin American and European critics and bloggers have taken the side of his widow, accusing American critics and publishers of deliberately distorting the writer’s past to fit him into the familiar mold of the tortured artist. Mr. Bolaño’s life and work have been made into “a trivial spectacle”, Julio Ortega, a Peruvian critic and scholar, wrote in El País, the leading daily in Spain.

The focus of the heroin controversy is a four-page narrative that appeared in a collection whose title translates as “Between Parentheses,” published the year after Mr. Bolaño’s death but not yet available in English. Called “Beach,” the text consists of a single long sentence, whose opening words are, “I gave up heroin and went back to my town and started on the methadone treatment administered me at the clinic...”.

The title page of “Between Parentheses” describes it as a collection of “essays, articles and speeches”. In the introduction Ignacio Echevarría, a Spanish critic and editor whom Mr. Bolaño named as his literary executor, explains that the book should be seen as “a type of ‘fragmented autobiography’ ” and “personal cartography” of Mr. Bolaño.

In separate interviews, however, Mr. Echevarría and Jorge Herralde, Mr. Bolaño’s publisher, said that the introduction and title page of future Spanish-language editions of the book would be changed to incorporate language to indicate that “Beach” is fiction, as will the English-language version, which New Directions intends to publish next year. “The situation lends itself to confusion because Bolaño liked to play tricks and create mysteries”, Mr. Herralde acknowledged. “But he may just have been trying to lay a trap for his future biographers”.

“Beach” was originally published by the Madrid daily El Mundo in July 2000 as part of a series in which 30 Spanish-language authors were asked to write about the worst summer of their lives. The editor of the newspaper’s literary supplement, Manuel Llorente, said most of the writers responded with “narratives that were clearly and unquestionably autobiographical”, but that he was never sure about the Bolaño contribution.

“I knew Bolaño was a writer who played with reality, who cultivated ambiguities and false identities, so I didn’t care whether the narrative he submitted was true or invented”, Mr. Llorente said in an interview. “To me, the only thing that mattered was its literary value”.

Mr. Wylie, who began handling Mr. Bolaño’s work last year, said in a telephone interview that the writer’s widow, Carolina López, whom Mr. Bolaño met after moving to Spain in the late 1970s, had “mentioned en passant” to him during a recent dinner in Barcelona that she regarded reports of her husband’s heroin use as “inaccurate”. Still, he balked at discussing the matter further, saying “literary detective work” did not interest him.

But literary sleuthing was one of Mr. Bolaño’s favorite themes. Both 2666 and its equally praised predecessor, The savage detectives, are about bands of poets and critics trying to track down the truth about writers who have vanished from history or who cloaked themselves behind murky versions of their pasts.

In interviews by telephone from Spain and Mexico, Mr. Bolaño’s friends and associates suggested that he also embraced ambiguity. “He created his own myth”, said the woman with whom the writer was romantically involved at the time of his death, but who asked that her name not be published because she wants to preserve her privacy. “Nobody can deny that he played that game, and he would be the first to admit it”.

According to the standard biographical accounts, Mr. Bolaño moved to Mexico in 1968, but returned to Chile in the early 1970s to support the Socialist government of President Salvador Allende. He was then supposedly arrested and jailed during the coup that brought General Pinochet to power on Sept. 11, 1973, but was saved from possible execution and allowed to escape by two guards who were high school classmates and recognized him.

But several of Mr. Bolaño’s Mexican friends, some of whom were in Chile themselves during the Allende years, say that the writer was in Mexico during the time he claimed to have been in Chile.

In the mid-1970s, “we talked a lot about Chile, and it was obvious to me that Roberto had not been there and was letting people think he had”, said Ricardo Pascoe, a Mexican sociologist and diplomat whose home was the setting for some of the parties and readings Mr. Bolaño later described in The savage detectives. “He would ask me about things that anybody who was there and on the left, or related to the left, would have known”.

Mr. Bolaño’s father, León, a former truck driver and boxer, said in a telephone interview from Mexico that he believed his son was in Chile, recalling a conversation in which the younger Mr. Bolaño said that he “was going to travel overland” to visit his father’s sister there. Though not sure of the date of that trip, León Bolaño, now 82 and ailing, said that after the coup he sought and obtained through his employer assurances from the Mexican government that it would evacuate his son through its embassy there.

Mr. Pascoe was one of thousands of young Latin Americans who went to Chile after Allende was elected in 1970 to participate in the revolution they all expected. During the bloodletting that accompanied the Pinochet coup, he and several hundred other fugitives took refuge in the Mexican Embassy in Santiago until they could be repatriated. Mr. Bolaño, Mr. Pascoe said, was “definitely not there”. He said that he once asked Mr. Bolaño directly if he had been in Chile and “his response was vague enough that it made me want to say, ‘Why don’t you just answer yes or no?’. But I liked him, and our friendship was not based on politics, so I didn’t really mind. But it was clear he had not been there”.

Mr. Bolaño’s Mexican friends said that he was simply ashamed to admit he was absent from what even today is considered his generation’s defining political experience, with status and credibility conferred on those who participated. “I understand why he lied, because he was remorseful at having missed out, at not having been there”, said Carmen Boullosa, a novelist, playwright and poet who corresponded with Mr. Bolaño.

Rodrigo Fresán, an Argentine novelist living in Barcelona, said, “Roberto’s biography is going to be interesting to read, and I am thankful that I was only his friend and not the one who is going to have to write it”. Somewhat ruefully, others who know Mr. Bolaño only from his work have come to the same conclusion.

“It’s a tough dance trying to keep up with the games of a writer who is playing with fact and fiction”, said Marcela Valdes, one of the American critics who has referred to heroin use in her essays on Mr. Bolaño. “On this one, he may have got us”.









viernes, 21 de agosto de 2009

Bolaño revisitado

por Rodrigo Pinto
Lecturasylibros.blogspot.com. 10.10.2006










Bolaño, ¿un clásico?

Mi profesor de literatura española en la universidad estuvo a punto de quitarle toda posibilidad de placer a la lectura del Quijote. Era un obseso de las citas textuales. Había que enfrentarse al libro como a una eterna suma de frases y atender, sobre todo, a los personajes mínimos, a aquellos nombrados de pasada en algún oscuro episodio, porque esos eran los que había que recordar. Nada de miradas a vuelo de pájaro, intentos de interpretaciones audaces o búsqueda de un atisbo de perspectiva; era, realmente, una lectura literal del Quijote, a la letra y letra por letra, una suerte de trabajo forzado lleno de trampas y rincones minados. Pero el libro se impuso por sí mismo y terminé leyéndolo con creciente interés y luego con pasión (muy lejos de lo que había sido mi primera y parcial experiencia durante la enseñanza media, con el mismo libro), olvidando el pie forzado, arriesgando bajas calificaciones en los controles de lectura. Qué más daba. No estaba de acuerdo con el método y me bastaba con aprobar el curso, cosa que logré sin brillo y sin gloria, pero feliz de haber leído a Cervantes a mi ritmo y siguiendo mis propias obsesiones.

Y ahora que releí 2666 de Roberto Bolaño, sin la obligación de hacerlo rápido para alcanzar a redactar una reseña para la revista en que escribo semanalmente, recordé a mi antiguo profesor, que en paz descanse, e imaginé que se reencarnaba en el año 2666, como profesor de literatura latinoamericana del siglo XX, y que preguntaba a sus alumnos, por ejemplo, cuántas generaciones de María Expósito convivieron en la misma casa, o cómo se llamaba el bar donde bebieron juntos Marco Antonio Guerra y Amalfitano, o cuál de las víctimas murió tras su cuarto infarto al miocardio, o qué episodio corresponde al cruce de las tramas de esta novela y de Los detectives salvajes. 2666 habría sido un desafío memorable para mi profesor: sólo en "La parte de los crímenes" habría tenido nada menos que 352 páginas con un protagonista colectivo, una interminable procesión de personajes de fugaz aparición entre algunos pocos que entran y salen cada cierto tiempo del caudaloso río del relato; y en las otras cuatro partes, historias innumerables que extienden zarcillos y raíces, líneas de comunicación, ventanas y túneles, entre unas y otras.

Pero pronto deseché tal ejercicio imaginativo. Era demasiado inverosímil pensar que en seis siglos más todavía existirán profesores y alumnos reunidos en una sala, sin más recursos técnicos que el pizarrón y la tiza. Para ese entonces, es más fácil pensar que un libro estará contenido en un chip diminuto que se insertará en un terminal instalado, por ejemplo, en el antebrazo, para traspasarse directamente a la memoria, que se desplegará para acogerlo y juzgarlo sin más trámite. Aunque quién sabe. Auscultar el futuro es tarea de videntes y novelistas de ciencia ficción, no de un crítico literario. Perdido ante la instantánea aparición de cientos de futuros posibles para el libro y la literatura, tiré la esponja.

Pero seguí pensando en mi profesor y sus ejercicios memorísticos (por cierto, la suya era una memoria prodigiosa). Y vi, o creí ver, que había cuestiones de fondo que socavaban desde el inicio tal ejercicio imaginativo.

Primero, el contenido de 2666 no es del tipo susceptible de resistir una evocación de los detalles, especialmente en "La parte de los crímenes". El lector tiende, más bien, a olvidarlos rápido, para atender al despliegue del conjunto. Tanta suma de horrores, uno detrás de otro; tantos cuerpos violados, mutilados, torturados y asesinados, tanta angustia, tanto dolor, esa sensación terrible que experimentaron la madre de las desaparecidas hermanas Noriega y sus vecinas, "lo que era estar en el purgatorio, una larga espera inerme, una espera cuya columna vertebral era el desamparo, algo muy latinoamericano, por otra parte, una sensación familiar, algo que si uno lo pensaba bien experimentaba todos los días, pero sin angustia, sin la muerte sobrevolando el barrio como una bandada de zopilotes y espesándolo todo, trastocando la rutina de todo, poniendo todas las cosas al revés". ¿Habría sido mi profesor, realmente, capaz de exigir a sus alumnos detalles tan siniestros como que Herminia Noriega murió tras su cuarto infarto, tras horas de torturas inimaginables? ¿Habría querido que recordaran que, pensando en los cuatro infartos que sufrió la niña, el judicial Juan de Dios Martínez "se cubría la cabeza con las manos y de sus labios escapaba un ulular débil y preciso, como si llorara o pugnara por llorar"?

Lo dudo. Era un hombre profundamente conservador, aunque capaz de apreciar matices nuevos, pero me atrevo a apostar que 2666, y en general la obra de Bolaño, le habría parecido un completo despropósito, indigna del parnaso literario. Que se entienda bien: no quiero desmerecer a mi antiguo profesor. Es que, simplemente, no es de esta época. Probablemente, como Luis Sánchez Latorre, habría dicho que ya no leyó a Bolaño.

Y aquello del parnaso literario lleva a la pregunta de si Bolaño llegará a ser un clásico. Caso en el cual habría lugar para estudios interesantes y enriquecedores, pero también para cartografías aún más perversas; por ejemplo, una tesis literario-estadística sobre el número de mujeres muertas en 2666, con tablas que detallen grado de desnudez, causa de la muerte, si fueron o no violadas y por cuáles conductos, número de mutiladas, edades, porcentaje de mujeres delgadas con cabello negro y largo, etcétera, todo ello dirigido a mostrar, por ejemplo, la función de la reiteración en la narrativa, o para demostrar que 2666 responde a la estética minimalista que adelantaron, en la música, LaMonte Young y Steve Reich, y que popularizó el más accesible de ellos, Philip Glass. Que para todo da la academia, especialmente si se trata de clásicos.

De cualquier modo, aquello no se ha cumplido aún -ninguna obra de Bolaño es todavía considerada un clásico-, aunque, por cierto, ya deben menudear las tesis de pre y post grado sobre el autor y su obra. Avancemos, entonces, en la pregunta formulada. Para no especular simplemente, comencemos por sus filiaciones literarias: dime de dónde vienes y te diré quién eres.

Hasta el momento, que se sepa, no se ha escrito ni investigado mucho sobre qué escritores influyeron en la poética de Bolaño. No hay que escarbar en exceso para situar a Borges, Kafka y Vallejo como antecedentes relevantes; el primero por La historia de la literatura nazi en América. Bolaño explicitó, en una entrevista, la genealogía: el primer hito es La sinagoga de los iclonoclastas, de Rodolfo Wilcock, que, a su vez, “le debe muchísimo a Historia universal de la infamia, de Borges, cosa nada de rara porque Wilcock fue amigo de Borges y admirador de Borges”. A su vez, ese libro le debe mucho a uno sus maestros, Alfonso Reyes, “el escritor mexicano que tiene un libro que se llama Retratos reales e imaginarios, una joya. A su vez, el libro de Alfonso Reyes le debe mucho a Vidas imaginarias, de Marcel Schwob, que es de donde parte esto. Pero, a su vez, Vidas imaginarias le debe mucho a toda la metodología y la forma de servir en bandeja ciertas biografías que usaban los enciclopedistas”. Toda una familia literaria, que aún podría remontarse a William Beckford y sus Memorias biográficas de pintores extraordinarios, que remite a un procedimiento que Bolaño posteriormente perfeccionó y amplió hasta notables dimensiones.

El segundo, muy claramente por "El policía de las ratas", cuento que pertenece a El gaucho insufrible, extraordinario y explícito homenaje al autor checo a partir de su cuento "Josefina la cantora"; pero también por un tono subterráneo que recorre la obra de Bolaño, las empresas imposibles, las desviaciones eternas, la sensación de que no hay un punto de llegada posible. En ambos autores, además, hay un juego entre sus propios nombres y los de los personajes: el señor K y Arturo Belano están más emparentados de lo que parece, pasajeros de obras que remiten a otras y que van creciendo hasta que pareciera que forman parte de una sola, una novela total que se entrega por capítulos, algunos más cercanos al centro, unos en la periferia, otros que anuncian nuevos desarrollos y variantes.

El tercero, por Monsieur Pain, donde el poeta peruano agoniza en un hospital mientras a su alrededor se teje una rara trama de mesmerismo y crimen. Vallejo es el gran escritor mestizo de América, que escribió buena parte de su obra desde su auto exilio en Madrid y París. Bolaño pone en escena los acentos y las expresiones de chilenos, argentinos, uruguayos, mexicanos y españoles, por lo menos, y su perspectiva del desarraigo, uno de los temas recurrentes en su obra, tiene alcances latinoamericanos.

Una línea consistente en su obra discurre por la literatura. Cuentos de escritores, personajes que escriben y que hablan de escritores, poemas dedicados a la literatura. En ese sentido, funciona como un catálogo de lectura, de amores y de odios, de preferencias arbitrarias, de descubrimientos, de revelaciones; pero también como un sustrato explícito de su obra, que muestra a su vez cómo entiende Bolaño la tarea del escritor. No se puede escribir sin los otros, sin dialogar con ellos, sin establecer también puentes, filiaciones y líneas de contacto con sus obras. Catálogo, además, siempre revelador, tanto del monumental lector que fue Bolaño como de la manera en que logró engarzar ese diálogo en sus obras. Hay quien dice que, al menos en esa variante, Bolaño es un escritor para escritores. Hace pocos meses, una apoderada del colegio de mis hijos me contó que le había regalado a su papá, ex funcionario de la policía de investigaciones, Los detectives salvajes. Al comienzo, el antiguo detective refunfuñaba y reclamaba contra el autor: mucho sexo y mucho nombre, decía. Pero terminó la lectura del libro llorando.

Recordemos otro antecedente: en el discurso de recepción del Rómulo Gallegos, Bolaño habló de Cervantes y de su comparación entre la milicia y la poesía, punto que escogió para explicitar su poética, la visión de su obra como un homenaje a la generación perdida de América Latina. Pero también, en un detalle nada trivial, dijo que "desde la mesa donde escribo estoy viendo mis dos ediciones del Quijote". Que es como decir: alzo los ojos y las veo. O bien: escribo bajo la mirada vigilante de Cervantes. O: Cervantes es el punto focal de mi escritura. Cuando le preguntaron, en una entrevista, acerca de sus lecturas fundamentales, enumeró: “El Quijote, de Cervantes. Moby Dick, de Melville. La Obra Completa de Borges. Rayuela, de Cortázar. La conjura de los necios, de Kennedy Toole. Nadja, de Breton. Las cartas de Jacques Vaché. Todo Ubú, de Jarry. La vida, instrucciones de uso, de Perec. El castillo y El proceso, de Kafka. Los aforismos de Lichtenberg. El Tractatus de Wittgenstein. La invención de Morel, de Bioy Casares. El Satiricón, de Petronio. La Historia de Roma, de Tito Livio. Los Pensamientos de Pascal”.

Cervantes, el primero en la lista, es el padre de la novela universal. Bolaño, sin necesidad de nombrar las obras del párrafo anterior, se refiere a ellas cuando escribe en 2666 que "ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez". Y, sin duda, Bolaño tenía clara conciencia acerca del valor fundacional de su obra, en el sentido de establecer un nuevo paradigma para la novela.

Contrastemos esa conciencia (que se desprende de su obra, no de sus declaraciones a la prensa o de sus columnas y ensayos) con sus dichos en esos contextos. Bolaño siempre negó el carácter trascendente de su obra, así como, por otra parte, de la de todo el mundo, salvo, claro, la de los grandes maestros.

"Yo no sé cómo -dijo- hay escritores que aún creen en la inmortalidad literaria. Entiendo que haya quienes creen en la inmortalidad del alma, incluso puedo entender a los que creen en el Paraíso y el Infierno, y en esa estación intermedia y sobrecogedora que es el Purgatorio, pero cuando escucho a un escritor hablar de la inmortalidad de determinadas obras literarias me dan ganas de abofetearlo. No estoy hablando de pegarle sino de darle una sola bofetada y después, probablemente, abrazarlo y confortarlo. En esto, yo sé que algunos no estarán de acuerdo conmigo por ser personas básicamente no violentas. Yo también lo soy. Cuando digo darle una bofetada estoy más bien pensando en el carácter lenitivo de ciertas bofetadas, como aquellas que en el cine se les da a los histéricos o a las histéricas para que reaccionen y dejen de gritar y salven su vida".

Y, sin embargo, a pesar de ese escepticismo, persistió en la tarea de escribir obras descomunales como Los detectives salvajes y 2666. Obras de compleja arquitectura, cuya extensión y osadía formal ya son un desafío formidable para los lectores. Está por verse qué efecto ejercerá la poética de Bolaño sobre las nuevas generaciones de escritores, pero lo que sí está claro es que ya se lo define como un nítido punto de referencia, que marca un antes y un después: ¿será aquello el primer requisito para alcanzar la estatura de un clásico?

Bolaño dijo que la literatura era un oficio peligroso, frase que fue tomada con cierta sorna en los comidillos literarios. El peligro no radica, desde luego, en el acto de escribir, que tiene algo de burocrático y oficinesco por más nobles que sean sus materiales, sino en lo que se puede descubrir a través de la escritura, en los mundos que el escritor abre, en lo que puede llegar a revelar, finalmente, sobre las profundidades del corazón humano.

“Ciudad Juárez” -Santa Teresa en 2666- es nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos”, dijo en su última entrevista, respondiendo a la pregunta de qué era para él el infierno. Y, ciertamente, es infernal el mundo que describe en “La parte de los crímenes”, “la náusea y la rabia” que siente Harry Magaña, el sheriff de Huntville que sigue el rastro de mujeres estadounidenses desaparecidas, cuando ve, en una casona oscura, que alguien levanta un bulto de la cama envuelto en plástico. Náusea y rabia ante la violencia, el asesinato, la impunidad, la complicidad de policías y jueces, náusea y rabia ante el designio de matar, “infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos”. Pero no se trata, ni mucho menos, solamente de una denuncia moral, social o política. Es un paso más -y tan certero como apasionante- en la indagación sobre la violencia como la cifra inscrita en la identidad latinoamericana, desde Chile a México, desde El Salvador hasta Argentina, que en este libro alcanza, además, resonancias universales.

Se puede emplear una metáfora geométrica para describir la obra de Bolaño: se trata de series de círculos concéntricos que se intersectan en espiral, rodeando el centro o cayendo directamente en él; ondas que se propagan por cuentos y novelas, poemas y artículos, casi siempre ligados entre sí por personajes, situaciones, historias y lugares. Tal vez la mayor anomalía del sistema, por así decirlo, el círculo aparentemente sin intersecciones, es Una novelita lumpen; pero ahí también están los temas de siempre de Bolaño y, por si fuera poco, desde el título dialoga irónicamente con la obra de José Donoso.

A tres años de su muerte, con dos libros póstumos anunciados -cuentos y poesías, respectivamente-, el rescate editorial de su primera novela, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, que pronto llegará a Chile, y la reciente aparición de una selección de sus entrevistas, aún queda mucho por leer de Bolaño. Y mucho más que decir: no es aventurado afirmar que, como la obra de Kafka, seguirá interrogando a los lectores y desafiando los intentos por reducirla a una sola mirada, a una sola lectura. Y no es tan arriesgado tampoco afirmar que, de los novelistas chilenos del siglo XX, Bolaño es uno de los destinados a perdurar en el tiempo. Su obra sigue ganando premios y, sobre todo, lectores, no sólo por el aura trágica de su prematura muerte -otra dimensión del peligro del oficio de la escritura-, sino, sobre todo, por su capacidad de abrir mundos, de establecer resonancias, de desarrollar un imaginario tan profundamente revelador como el contenido en su obra.










lunes, 17 de agosto de 2009

Diccionario Bolaño

El Cultural.es. 30.12.2004




Roberto Bolaño murió el 14 de julio de 2003 a causa de una insuficiencia hepática. Dejaba la más monumental de sus obras, 2666 (Anagrama), que apareció este año y que nuestros críticos han destacado como el mejor libro de ficción de los últimos doce meses. Ofrecemos un autorretrato con forma de diccionario que el propio Bolaño fue esbozando en diversas entrevistas.



Autobiografía: “Las únicas autobiografías interesantes son las de los grandes policías o la de los grandes asesinos, porque de alguna manera rompen ese molde deprimente y real de que el destino de los seres humanos es respirar y un día dejar de hacerlo”.


Boom: “No me siento heredero del boom de ninguna manera. Aunque me estuviera muriendo de hambre no aceptaría ni la más mínima limosna del boom, aunque hay escritores que releo a menudo como Cortázar o Bioy. La herencia del boom da miedo. Por ejemplo, ¿quiénes son los herederos oficiales de García Márquez?, pues Isabel Allende, Laura Restrepo, Luis Sepúlveda y algún otro. A mí García Márquez cada día me resulta más semejante a Santos Chocano o a Lugones”.


Críticas: “Cada vez que leo que alguien habla mal de mí me pongo a llorar, me arrastro por el suelo, me araño, dejo de escribir por tiempo indefinido, el apetito baja, fumo menos, hago deporte, salgo a caminar a orillas del mar, que, entre paréntesis, está a menos de treinta metros de mi casa, y les pregunto a las gaviotas, cuyos antepasados se comieron a los peces que se comieron a Ulises, ¿por qué yo, por qué yo, que ningún mal les he hecho?”.


Elvis: “Elvis forever. Elvis con una chapa de sheriff conduciendo un Mustang y atiborrándose de pastillas, y con su voz de oro”.


España, Barcelona: “Vine a España en el año 77. En realidad iba a Suecia, donde más o menos tenía arreglado un trabajo, pero mi madre vivía en España desde hacía dos años y estaba muy enferma cuando yo llegué. Entonces, me quedé a esperar que se pusiera bien. Barcelona, en el año 77, era una verdadera belleza, una ciudad en movimiento con una atmósfera de júbilo y de que todo era posible. Se confundía la política con la fiesta, con una gran liberación sexual, un deseo de hacer cosas constantemente, que probablemente era artificial, pero, artificial o verdadero, era tremendamente seductor. Para mí fue un descubrimiento, y me enamoré de la ciudad. En Barcelona aprendí cosas que yo creía que sabía pero en realidad no sabía”.


Exilio: “Nunca me he sentido exiliado. Extranjero me he sentido en todas partes, empezando por Chile. Como fui un niño pedante, ya desde niño me sentía extranjero”.


Fútbol: “Mi experiencia como jugador de fútbol nunca fue del todo comprendida ni por los espectadores ni por mis compañeros de equipo. A mí siempre me pareció más interesante marcar un autogol que un gol. Un gol, salvo si uno se llama Pelé, es algo eminentemente vulgar y muy descortés con el arquero contrario, a quien no conoces y que no te ha hecho nada, mientras que un autogol es un gesto de independencia”.

García Márquez: “Un hombre encantado de haber conocido a tantos presidentes y arzobispos”.


Lema: “Mi lema no es Et in Arcadia ego, sino Et in Esparta ego”.


Libros: “El Quijote, de Cervantes. Moby Dick, de Melville. La Obra Completa de Borges. Rayuela, de Cortázar. La conjura de los necios, de Kennedy Toole. Nadja, de Breton. Las cartas de Jacques Vaché. Todo Ubú, de Jarry. La vida, instrucciones de uso, de Perec. El castillo y El proceso, de Kafka. Los aforismos de Lichtenberg. El Tractatus de Wittgenstein. La invención de Morel, de Bioy Casares. El Satiricón, de Petronio. La Historia de Roma, de Tito Livio. Los Pensamientos de Pascal”.


Oficios: “El oficio en el que mejor me he desempeñado fue el de vigilante nocturno de un camping cerca de Barcelona. Evité un linchamiento (aunque de buena gana, después, hubiera linchado o estrangulado yo mismo al tipo en cuestión)”.


Paraíso: “Es como Venecia, espero, un lugar lleno de italianas e italianos. Un sitio que se usa y se desgasta y que sabe que nada perdura, ni el paraíso, y que eso al fin y al cabo no importa”.


Política: “Siempre quise ser un escritor político, de izquierdas, claro está, pero los escritores políticos de la izquierda me parecían infames”.


Reconocimiento: “No me importa nada. El narrador más importante de este siglo que se acaba (¡por fin!) se llamó Franz Kafka y no lo reconocieron ni en su casa, así que figúrate si me va a preocupar a mí una gilipollez de ese calibre”.


Remordimiento: “Son muchos y se acuestan y levantan conmigo y escriben conmigo porque mis remordimientos saben escribir”.


Sexo: “La gente, al hablar de sexo, se vuelve idiota. Tal vez siempre lo ha sido, pero el sexo la vuelve aun más idiota y se limita a balbucear ideas preconcebidas cuyo fondo en nada difiere del antiguo Dios, Rey y Patria, que, como todo el mundo sospecha (pero se lo calla), significa Miedo, Amo y Jaula”.


Triunfo: “No creo en el triunfo. Nadie con dos dedos de frente puede creer en eso. Creo en el tiempo. Eso es algo tangible, aunque no se sabe si real o no, pero el triunfo, no. En el campo de los triunfadores uno puede encontrar a los seres más miserables de la tierra y hasta allí yo no he llegado ni me veo con estómago para llegar”.









jueves, 13 de agosto de 2009

Auxilio Lacouture: un presagio en la literatura de Roberto Bolaño

por Clara Quero F.
Crítica.cl. 29.01.2008









Y yo pobre de mí, oí algo similar al rumor que produce el viento
cuando baja y corre entre las flores de papel.
Oí un florear de aire y agua, y levanté (silenciosamente)los pies
como una bailarina de Renoir, como si fuera a parir
(y de alguna manera, en efecto, me disponía a alumbrar algo y a ser alumbrada).
Roberto Bolaño



Pienso en la palabra Auxilio que denomina a la protagonista del texto Amuleto (2005, ed.) de Roberto Bolaño como un hecho que marca la novela. Situarnos en este auxilio me propone entonces una búsqueda de protección y ayuda frente a una hecho particular que se presentará en el texto.

De esta manera hago una lectura de la madre de la poesía mexicana a partir de la ayuda y protección que ésta brinda a muchos de los personajes de la novela de Bolaño. Su situación de madre voluntaria (ya que ella desde un principio decide denominarse así) la pone entonces a cargo de poetas huérfanos que viven en la periferia y que tienen a la escritura y lectura como finalidad y justificación de sus actos. Cabe destacar entonces que este personaje femenino decide nombrarse desde la maternidad, signo que ha nombrado el cuerpo de la mujer a través de la historia escrita desde los hombres (Kristeva, 1993) y a la que Bolaño obedece en este texto.

¿Por qué Auxilio es la madre de estos poetas o qué hace que ella sienta y pueda denominarse así? Mi lectura propone frente a esta situación y como justificación a esta maternidad, la narración con tono testimonial de la que la protagonista se hace cargo.

El tono con el que comienza la narración de Amuleto es determinante en los hechos y nos sitúa en lo minoritario que es el lugar desde donde surgirá la narración. Recordemos que Auxilio es mujer, poeta, ha recorrido parte de Latinoamérica en una suerte de autoexilio y además se encuentra viviendo en México sin papeles es decir, escapa a cualquier proyecto de bienestar social propuesto por la modernidad.

La narración se hará en primera persona donde actúa una forma privilegiada de narrar frente a discursos de los que la primera persona está ausente o desplazada. Entonces lo contado dentro del texto estará marcado por la experiencia, cuerpo y voz a través de la cual la protagonista se referirá al pasado que la captura en el presente (Sarlo, 2005).

Auxilio se hace esencial entonces al texto desde sus particularidades, y el pasado del que ha sido testigo de forma solitaria y nostálgica le permiten hablar con autoridad en el texto desde la experiencia.

El pasado es siempre conflictivo. A él se refieren, en competencia, la memoria y la historia porque la historia no siempre puede creerle a la memoria, y la memoria desconfía de una reconstrucción que no ponga en su centro los derechos del recuerdo (derechos de vida, de justicia, de subjetividad).

El recuerdo de esta manera se enmarca a través de las relaciones con el pasado y la mirada que narra a partir de su experiencia con el pasado decide contar desde su particularidad.

Está será una historia de terror. Será una historia policíaca, un relato de serie negra y de terror. Pero no lo parecerá. No lo parecerá porque soy yo la que lo cuenta. Soy yo la que habla y por eso no lo parecerá. Pero en el fondo es la historia de un crimen atroz. (11).

Todo el texto podría estar determinado por Auxilio, inclusive el personaje Arturo Belano, eje central de Los detectives salvajes aparece determinado por ésta, ella conoce uno a uno sus pasos, la escritura, la bohemia, la ida y el regreso a Chile.

Me dirijo ahora al crimen atroz del que se hace cargo la protagonista en su narración. El pasado y el presente están determinados por la masacre acontecida en México, hecho que además ha venido de antemano como un presentimiento: “yo ahora podría decir que lo presentí. Yo ahora podría decir que tuve una corazonada feroz y que no me pilló desprevenida. Lo auguré, lo intuí, lo sospeché”, (27) esta situación que enmarca la historia se vuelve a partir de la narración y del horror una nueva mirada de la modernidad presenciada desde la ficción.

Los tanques, los soldados y el vacío que provoca esta irrupción desde el centro, simbolizado a través de los militares, construyen en la mirada de Auxilio un enfrenamiento con el “mito” de la modernidad que de forma racional intenta liberar al sujeto y que en este hecho particular podría leerse desde la propuesta de Enrique Dussel (2001) no negamos la razón, en otras palabras, sino la irracionalidad de la violencia generada por el mito de la modernidad. Contra el irracionalismo posmoderno, afirmamos la “razón del otro”.

Propongo desde esta lectura que el centro de poder visto a través de los militares se moviliza en la narración. De esta manera, Auxilio se vuelve centro para denunciar a la modernidad desde una mirada “otra” que ha presenciado la violencia.

Yo estaba en la facultad aquel 18 de septiembre cuando el ejército violó la autonomía y entró en el campus a detener o a matar a todo el mundo. No. En la universidad no hubo muchos muertos. Fue en Tlatelolco... ¡Ese nombre que quede en nuestra memoria para siempre! Pero yo estaba en la facultad cuando el ejército y los granaderos entraron y arrearon con toda la gente. (28).

Este acontecimiento marca a la protagonista, ella es portadora de la historia que se repetirá una y otra vez en Latinoamérica, porque la muerte es el báculo de Latinoamérica y Latinoamérica no puede caminar sin su báculo. El infierno viene a situarse entonces gracias a la modernidad en la experiencia de los “otros” los que no son parte de la “civilización” y para quienes los costos de la modernidad son necesarios (Dussel, 2001). Desde este momento se harán reiteraciones enfermizas en el lenguaje de Auxilio, vendrán una y otra vez las escenas de una modernidad violenta que se verá presente también en la experiencia que Belano tendrá en Chile.

Habrá un carácter repetitivo, obsesivo y redundante en la voz de Auxilio, el pasado se hará presente una y otra vez, el recuerdo insiste porque, en un punto, es soberano e incontrolable.

Podemos mirar objetos que vienen a recordar este infierno que nos relata el texto. El jarrón que se encuentra en la casa de León Felipe y Pedro Garfias y el cuadro de Remedios Varo son imágenes de un abismo evidenciado y reconocido en Latinoamérica. Las dictaduras sucesivas que marcan a una generación como la de Lacouture ponen en evidencia una crisis.

Viene la cultura de la desesperanza. La destrucción de los movimientos populares y del Estado intervencionista destruyen los instrumentos para realizar proyectos alternativos (Hinkelmmert, 2001).

La narración de Auxilio evidencia la destrucción. Además la historia que marca su pasado (que podría ser también el pasado de Latinoamérica) repercute en la construcción de este personaje, siempre al margen, sin estabilidad, sin dientes.

Me detengo en la imagen de una mujer desdentada que actúa como el único testigo de una masacre, sugerir el relato desde esta característica marca también de forma considerable al texto.

Ser testigo del terror desde el “otro” lado trae también consigo la imposibilidad de que este relato le pertenezca, nadie atribuye esta película de terror a una mujer sin estudios, extranjera, sin trabajo, sin papeles. Auxilio representa la herida y la lleva consigo, su boca desdentada requiere ser tapada ante cualquier palabra.

La forma de hablar esta determinada por una mano que prohíbe, oculta o que trata de tapar un relato que para la modernidad sería inexistente o innecesario de considerar. De la misma forma Auxilio podría representar un cuerpo que necesita nombrarse y que ha sido silenciado o nombrado por el poder masculino. La mujer que es Auxilio necesita nombrarse y lo hace a través de la herida que la representa.

Yo siempre supe que ese hueco iba a permanecer hasta el final en carne viva. Yo perdí mis dientes en el altar de los sacrificios humanos. (167-168).

Podríamos mirar entonces la escritura de Roberto Bolaño a través del fundamento que Cornejo Polar le da a la literatura, su condición esclarecedora de la aventura terrena del hombre. Se trata de afirmar lo que no debería haber dejado de ser evidente. Las obras literarias y sus sistemas de pluralidades son signos y remiten sin excepción posible a categorías supraestéticas, el hombre, la sociedad, la historia.

Abordar la lectura de Amuleto se vuelve entonces un acto de revelación, el texto se vuelve predictivo, la intratextualidad nos permite reconocer lugares y nombres dentro de la obra de Bolaño.

Podemos a partir de esto hablar de Belano, uno de los personajes más destacados en los estudios de Bolaño el que a través de un fragmento de Los detectives salvajes se inserta en Amuleto y es determinado por Auxilio. La madre de la poesía mexicana sabe lo que él verá en Chile, ella se ha adelantado al otro personaje y por lo tanto predice su experiencia.

La madre de la poesía mexicana podría tener una relación con la madre del realismo visceral, Cesárea Tinajero conoce la poesía desde los márgenes y es mujer/madre de la poesía visceralista, ella conoce los significados de un nuevo lenguaje que intenta nombrar una literatura “particular”.

Además recordemos que en Amuleto se profetiza el título de la obra póstuma de Roberto Bolaño, “un cementerio del año 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado”, obra que extiende el crimen y la atrocidad que es eje central de Amuleto. Los personajes femeninos vendrán nuevamente a la obra de Bolaño no como testigos sino como víctimas de un crimen. Pienso en esto a través de la importancia que Cornejo Polar le da a la imagen de mundo propuesta desde la obra donde la imagen no es nunca ni individualmente gratuita ni socialmente arbitraria. (Polar, 1982).

Volviendo a Auxilio intentaré abordar ahora su situación de lectora dentro del texto. La madre de la poesía mexicana es presentada como una lectora constante que inclusive sueña con encuentros entre escritores y las posibles escrituras que hubiesen surgido de esos encuentros.

Auxilio se enmarca en el texto como un referente de lo que se “debe haber leído” por ejemplo, ella introduce a Belano en algunas lecturas y presenta la importancia de distintos autores. Además, no olvidemos que es su situación de lectora la que le permite resistir en el baño de la facultad pero ¿qué es lo que lee Auxilio?

Los textos de Pedro Garfias son su lectura en el momento más significativo e importante de la narración y ellos actúan como una propuesta de salvación dentro del texto. La lectura de este poeta exiliado confirma también la marginalidad de la que Auxilio se hace participe, es decir, las lecturas que la salvan son escrituras desde los márgenes, de un sujeto que tampoco ha entrado o no sirve al proyecto que quiso la modernidad. De esta forma la ausencia de un territorio hará que la escritura se transforme en la casa de este exilio, en palabras de Julio Ramos en Desencuentros de la modernidad en América Latina, la casa de la escritura es un signo transplantado que constituye al sujeto en un espacio transplantado entre dos mundos, en un complejo juego de presencias y ausencias, en el ir y venir de sus misivas, de sus recuerdos, de sus ficciones del origen. (Ramos, 2003: 317).

La poesía entonces toma un tono primordial dentro del relato. Los poetas y su escritura movilizan también las acciones de Auxilio. A través de Amuleto nos encontramos con una generación de artistas que viven en la marginalidad y que escapan a cualquier proyecto económico, ella es madre y testigo de esta generación que presenta a la literatura como algo necesario y esencial a la existencia. Pero esta generación tiene que enfrentarse a la imposibilidad de existir, la marginalidad en la que se construye presagia también su muerte, “los poetas muertos a los pocos meses de nacer” son el sacrificio necesario de la literatura.

Latinoamericana, el Valle de Remedios Varo ha presagiado la construcción de este Amuleto que es y que seguirá siendo la literatura.

Y aunque el canto que escuché hablaba de la guerra, de las hazañas heroicas de una generación entera de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer.

Y ese canto es nuestro Amuleto. (154).

Aunque son muchos los personajes lectores en la obra de Roberto Bolaño, señalo la importancia de que Auxilio sea una lectora y narradora protagonista en el texto ya que esto tendrá un carácter importante.

Para Jonathan Culler (1984) pedir a una mujer que lea como una mujer es, de hecho, un requerimiento doble o dividido. Atiende a la condición de mujer como algo dado y simultáneamente reclama que esa condición sea creada o alcanzada. Leer como una mujer es una posición teórica, dado que refiere a una identidad sexual definida como esencial y privilegia las experiencias asociadas con esa identidad.

Desde este punto de vista y sin tratar de determinar si Auxilio lee o no como una mujer, me interesa rescatar que en Amuleto existe una pregunta por la identidad a través de este personaje, sin duda su voz y su lectura podrían ser nuevas preguntas en la literatura de Roberto Bolaño.

Para una mujer leer como una mujer no es repetir una identidad o una experiencia ya dada sino representar un papel que construye con referencia a su identidad como mujer... (Culler, 1984: 61).

El apellido de Auxilio Lacouture lo tomaré, por esto, como una posible alusión a la costura “couture” y desde aquí establezco una relación con una acción que ha marcado lo femenino: el bordado, el tejido, la costura. De esta forma, miro la escritura de un texto y la costura de este. El personaje de Auxilio podría entonces preguntar por una escritura “otra” donde siguiendo más la tradición oral de las abuelas que la tradición impresa de la academia, algunas mujeres dieron vuelta el discurso teórico para trabajarlo por el lado del dobladillo. Familiarizadas con las costuras, supieron que toda construcción apoya sus bases en un hilado no discursivo. (Kamenszain, 1983: 80).




Bibliografía

• Bolaño, Roberto. Amuleto. 2005, ed. Barcelona: Anagrama.
• Cornejo Polar, Antonio. 1982. Sobre literatura y critica latinoamericanas. Venezuela: Ediciones de la Facultad de Humanidades y Educación Universidad Central de Venezuela.
• Culler, Jonathan. 1984. “Leyendo como una mujer” en Sobre la deconstrucción. Teoría y critica después del estructuralismo. Madrid: Cátedra.
• Dussel, Enrique. 2001. Capitalismo y geopolítica del conocimiento. El eurocentrismo y la filosofía de la liberación en el debate intelectual contemporáneo. Buenos Aires: Ediciones del signo.
• Hinkelammert, Franz. 2001. El nihilismo al desnudo. Los tiempos de la globalización. Chile: LOM.
• Kamenzain, Tamara. 1983. “Bordado y costura del texto” en El texto silencioso. México: UNAM.
• Kristeva, Julia. 1993. Historias de Amor. México: Siglo Veintiuno Editores
• Ramos, Julio. 2003. Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX. Chile: Cuarto Propio/ Ediciones Callejón.
• Sarlo, Beatriz. 2005. Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.











lunes, 10 de agosto de 2009

Queremos tanto a Bolaño

por Rebeca Yanke
El Mundo, España. 2008











Se busca a Roberto Bolaño, como sus detectives salvajes perseguían el rastro de la poeta Cesárea Tinajero. Sus personajes Ulises Lima y Arturo Belano recorrían continentes y épocas, desiertos y desastres, porque creían que en el recuerdo de Tinajero habitaba la verdadera dedicación poética, allí donde se esconde la entrega romántica al arte. A Bolaño se le han revolucionado los personajes y los lectores, porque un ejército de real visceralistas pasea las calles.

Sobre Roberto Bolaño, junto a otros grandes de la litetatura latinoamericana -como García Márquez-, se debate estos días en El Escorial, en el curso de verano de la Universidad Complutense titulado 'Pensar y escribir América Latina'.



El furor bolañista se ha instalado ya en los Estados Unidos. Dice el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán, autor junto al peruano Gustavo Faverón del libro de ensayos Bolaño Salvaje, que el chileno «está de moda» entre los gringos. Bolaño no sólo se lee, también se estudia, se encuentran sus libros en pequeñas librerías neoyorkinas junto a los de Enrique Vila-Matas e incluso Stefan Zweig.

Al mismo tiempo, arrecia el peligro de erigirlo en mito (¿le gustaría?), de convertir su figura, cinco años después de su muerte, en el estandarte de la nueva literatura latinoamericana, décadas después del boom de macondos y cronopios. Si Bolaño es el sujeto fronterizo entre Gabriel García Márquez y el ahora, ¿cuál es el futuro literario de América Latina?

Sobre esto se debate esta semana en el curso de verano de la Universidad Complutense en El Escorial: "Pensar y escribir América Latina", título con elipsis preposicional justificada. ¿Qué sucede en el espacio geográfico del realismo mágico, de lo real maravilloso? De una B, la de Borges, se ha pasado a otra también mayúscula, la de Bolaño.

Para el escritor mexicano Carlos Monsiváis, que inauguró el curso, «la influencia de Bolaño es inevitable y sorprende al mismo tiempo». «Es un autor que se ha ido destacando de forma acelerada y que, en los años recientes, se ha convertido en una referencia», reflexionó. Puede hacerlo desde dentro porque Monsiváis aparece como referente temporal en las primeras páginas de Los detectives salvajes. «Dice Ulises Lima, que dice Monsiváis...» y, de igual manera, George Perec se acuerda y Bolaño sueña que sueña.

El desenlace es el fruto de los extremos, de lo apolíneo y lo dionisíaco, como era el chileno, un ser contradictorio. Bolaño se ha convertido en maestro de las nuevas generaciones, sobre todo de los nóveles, nuevos detectives salvajes que pululan con sus libros en las manos y recitan consignas real visceralistas 10 años después de la publicación del libro.

Para el escritor Andrés Neuman tres razones lo explican: «Inmenso talento y originalidad, la falta de referentes en la literatura latinoamericana tras el boom de los 60 y 70 y el factor generacional». «Bolaño no narraba historias, las necesitaba», dijo en una charla en la que dibujó la compleja mente del chileno que se marchó pronto. Neuman, de origen argentino, mantuvo llamadas telefónicas con el autor de 2666 en los años previos a su muerte, cuando comenzó a sobrevenirle el éxito.










martes, 4 de agosto de 2009

Un mal sin nombre es un número

por Carlos Labbé
Sobrelibros.cl, 19.04.2005





En esto consiste la sabiduría: el que tenga entendimiento, calcule el número de la bestia, pues es número de un ser humano: seiscientos sesenta y seis.
Libro del Apocalipsis 13, 18




Cómo podría eludir la cifra que Roberto Bolaño escogió para su opera magna, cómo leer diferenciadamente uno de los dígitos de 2666 sin perder, a cambio, la maciza sensación de posteridad que emite su título. Cómo asustarme ante sus mil páginas, cómo declarar que de sus cinco partes recuerdo la de Fate, porque su relato es indómito, verborrágico, inesperado, taciturno, y no equilibrado, leve, empático y aséptico como la parte de los académicos europeos, personajes con los que paradójicamente me identifico. Para qué fingir que uno es el lector ideal (en varias ocasiones durante la lectura -digamos en la página 97, en la 314, en la 738 y en la 882- experimenté tal fastidio de la divagación bolañiana, que estuve tentado de imitar al condescendiente crítico que recomienda saltarse tal o cual parte y por ningún motivo perderse aquella otra); Bolaño mismo y su círculo editorial fueron víctimas de la impaciencia cuando discutían si era mejor publicar este novelón en cinco novelitas autónomas. Por sobre el problema de escribir y leer un libro de mil páginas en un mundo donde espantables comerciales televisivos de cincuenta segundos valen quince millones de pesos, cabe preguntarse por qué muchos intentan ser el lector ideal de 2666. Olvidemos los homenajes al difunto, su herencia y sus testaferros, porque ahí está la cifra, siempre la cifra. ¿Qué significa 2666?

Al cerrar la última página de esta novela, inevitablemente siento la pulsión de releerla, de iniciar una seria exégesis que arme el rompecabezas. ¿Entonces Archimboldi sacó de la carcel a Klaus y contrató a Lalo Cura para desbaratar el Cartel de Juárez, y de paso arrebatar a Rosa Amalfitano y a la novia de Espinoza de las garras de la muerte? ¿O bien Archimboldi era el jefe narco que desde Alemania coordinaba con Klaus los sacrificios de mujeres, por medio de transmisores telepáticos, como los que usaron con Amalfitano y los críticos europeos? Las novelas de Bolaño se basan en la pesquisa policial, por no decir detectivesca; se trata de buscar la pieza faltante del rompecabezas, no sólo en términos de la historia (los personajes Ramírez Hoffmann, Belano, Lima, Cesárea Tinajero y Archimboldi), sino también en el significado narrativo del hecho que nunca se exponga la identidad del narrador-personaje de La literatura nazi en América, de Los detectives salvajes y de 2666. Ciertamente ninguna de las tres obras magnas de Bolaño resuelve su enigma en el relato; acaso lo hagan en la estructura novelística, en su complejidad estética. Desde este punto de vista, 2666 compendia tanto La literatura nazi en América como Los detectives salvajes en las dos estrategias con que logra expresar su ambición sin recurrir a explicaciones, incluso dar un significado trascendente a su escritura, a su lectura: la denominación y la cita.

La denominación, es decir la capacidad narrativa de otorgar a un conjunto de fragmentos heterogéneos una unidad antes insospechada a través de un título o una calificación, cobra relevancia en 2666. Ya no se trata sólo del hallazgo conceptual que Bolaño toma de Borges -y Borges de Schwob, Bloy y De Quincey- para aglutinar aquella colección de biografías literarias ficticias bajo el rótulo de "literatura nazi americana", y así volverla la novela de un debate -literatura y poder- o, con Montaigne, un ensayo sobre el rol de la creatividad en las ciencias políticas. Cuando en 2666 el narrador comenta que el personaje de Quincy Williams es más conocido como Oscar Fate, anuncia que éste tendrá que viajar al infierno de Santa Teresa; cuando Hans Reiter decide firmar su primera novela como Benno Von Archimboldi, ha comprado un pasaje al infierno de Santa Teresa. En su novela póstuma, Bolaño expone una teoría trágica de los nombres que podría refutar la ley de arbitrariedad del signo de Saussure; una teoría lingüística más cercana a la concepción griega del hado que al positivismo materialista, más cercana a Las metamorfosis de Ovidio que a Zola, y que, por lo tanto, lejos de funcionar según una lógica discreta -"el significante remite a su significado"-, se comporta de maneras inesperadas, aunque siempre buscando expandirse y prevalecer. Es así como en la quinta parte, la que finalmente explora al personaje enigma de la novela, presenciamos la génesis y proliferación de las otras cuatro partes; cuando Hans Reiter adopta el seudónimo de Benno von Archimboldi, está marcando prospectivamente -y según un capricho denominativo- la historia y los modos de narración que desencadenarán sus acciones: quiere llamarse Benno porque su mujer, la noche en que se conocieron, le habló de su admiración por los aztecas y por Benito Juárez, el estadista mexicano, prefigurando así no sólo el nombre de su propio destino, Santa Teresa -alias de Ciudad Juárez-, sino también el de las otras cuatro historias de 2666. Seguidamente, Reiter quiere que su apellido sea von Archimboldi, un apellido raro que señala, mediante un doble genitivo -germánico y latino-, su pertenencia a la casta de Archimboldo, el pintor renacentista que componía retratos de personas por medio de frutas, hojas y objetos; como el pintor que por medio de fragmentos obtenía totalidades -"el fin de las apariencias" (página 917)-, Archimboldi marca con su apellido la manera, los modos narrativos con que será contada la historia que él mismo desencadenará en Ciudad Juárez: una novela en cinco partes, cada una de las cuales esconde decenas de otras partes, como una imagen aproximada del infinito, de la inmensidad que Bolaño acostumbra llamar el abismo.

Un abismo, por supuesto, es una inmensidad que se dirige hacia abajo. Una caída, una colisión y la muerte. Allá abajo ya sabemos lo que hay, se habla una y otra vez del infierno de Santa Teresa para describir el lugar donde Archimboldi decide llevar a sus criaturas. Formalmente, 2666 es también una inmensidad; en su nota a la primera edición, Ignacio Echevarría, editor a cargo, confidente y estudioso del autor, se pregunta -igual que yo, en medio de mi lectura- cuál es el peligro de leer sin cesar las historias que la imaginación febril de Archimboldi teje al infinito. Echevarría transcribe un pasaje de otra novela de Bolaño, Amuleto, donde los personajes de Belano y Lima se pierden en "un cementerio de 2666, [en] las acuciosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo".

Fiel al correlato autobiográfico con que definió tenazmente a sus personajes Belano y Lima, en su última novela Bolaño decide acompañarlos por los cementerios de 2666. Sin embargo, Bolaño es astuto. A diferencia de ellos, casi no se pierde en acuciosidades desapasionadas, por el contrario. Detalla uno por uno los cientos de asesinatos de mujeres jóvenes de Ciudad Juárez para que al recordar cada asesinato de pronto los recordemos todos; no sólo las violaciones que a diario sufren las mujeres de todo el mundo, también los millares de alemanes, rumanos, rusos y polacos muertos en el frente oriental de la Segunda Guerra Mundial, como también los del frente occidental, y los judíos polacos y alemanes y rusos en los campos de exterminio; y los latinoamericanos que no alcanzaron a asilarse y a exiliarse en cada golpe de Estado; y los negros de los guetos estadounidenses todos los días; y los esquizofrénicos en los manicomios; y los árboles de los bosques; y los árboles de las ciudades.

Imaginemos al apóstol Juan muy anciano, el año mil y tantos después de la venida de Cristo, sentado en su mesa de la isla griega de Patmos, en el momento en que lo visita el ángel de Dios y le muestra las visiones del Apocalipsis. Ahora consideremos por última vez la erudición de un escritor como Bolaño, en cómo 2666 es la cita más arriesgada que hizo nunca en sus textos, qué ganas de leer las notas al margen de su Biblia. Como en el libro del apóstol Juan, el número refiere a la bestia, que es el Mal, que es el nombre que Bolaño da a aquella inmensidad que abarca su libro.