lunes, 23 de noviembre de 2009

Misterios gozosos y dolorosos: 2666

por Miguel Cane
Milenio Diario, México. 05.12.2004









Para JCG, germinal






La época de la literatura pantagruélica en tamaño y épica en sus dimensiones, parecía haberse extinguido cuando el 15 de julio de 2003 el narrador chileno Roberto Bolaño fallecía a consecuencia de una insuficiencia hepática, apenas de cincuenta años de edad, en el Hospital Vall d'Hebron de Barcelona. No obstante, el autor de libros como Nocturno de Chile, Putas asesinas, la formidable Los Detectives salvajes y Amuleto, tal vez previendo el evento impostergable de su muerte, estructuró su mágnum opus – que vendría a publicarse de manera póstuma-, la novela 2666 (Anagrama), como un retorno a la literatura monumental, y en cierto modo, también como un testamento literario de eco prolongado.

Sin embrago, esta publicación no aparece desprovista de un sinnúmero de dudas y preguntas: ¿Es realmente éste el capítulo final de la obra de Bolaño? Todo parece indicar que no; más bien pareciera que si 2666 en efecto representa una cima de madurez en la narrativa de Bolaño, no es de ninguna manera un adiós: esto más bien obedece a una cruel maniobra del destino. Esta novela colosal (en realidad cinco novelas cuidadosamente hilvanadas) no es necesariamente un colofón: es un proceso literario, y como tal son menester muchas lecturas – algo en sí con carácter de proeza- para comenzar a dimensionar todas las posibilidades significativas de la novela. Contraviniendo la última voluntad de Bolaño, en beneficio de la coherencia literaria, su editor, Jorge Herralde y su viuda, Carolina López, decidieron publicar la pentalogía en un solo y voluminoso tomo, en lugar de las cinco novelas propuestas por él antes de morir. Esta resulta ser una decisión ideal: de este modo, los cinco componentes de 2666, más que unidas por situaciones y/o personajes, ahora están hermanadas como siameses, unidos por la misma inquietud que Bolaño supo crear con magistral toque, conminándolo todo en su propia ciudad ficticia, su Macondo, Comala o Arkham, si se quiere: la desolada ciudad industrial de Santa Teresa, a donde no llega ningún ángel.


Los cazadores, los cazados

La primera novela en este rompecabezas se titula "Los críticos": nos involucra en la vida y esfuerzos de cuatro entrañables personajes consumidos por pasiones humanas y literarias. A manera de variopintos Virgilios en nuestro descenso al infierno, conocemos a estos catedráticos de literatura: Jean Claude Pelletier, francés; Manuel Espinoza, español; otro más italiano, Piero Morini y la británica Liz Norton, quienes comparten una obsesión con el misterioso escritor alemán Benno von Archimboldi. Poco o casi nada se sabe de este autor, salvo su nacionalidad, año de nacimiento (1920), y el hecho que su prosa es la más representativa de la posguerra en Alemania, un escenario gris y deprimente, que humea aún ante el Holocausto y que se rehúsa a hablar de sus horrores. El cuarteto, que además de ostentar estrechos lazos de amistad deriva en un mènage-a-trois no tan platónico, ha sido descrito por algunos conocedores de la obra de Bolaño, como una versión cosmopolita de los "detectives salvajes" de la novela homónima del autor, indagadores pero sin lo salvaje: a diferencia de los célebres Ulises Lima y Arturo Belano, que rastrean ferozmente a Cesárea Tinajero (una suerte de Archimboldi latinoamericana), sin distinguir la diferencia entre realidad y ficción. A diferencia de ellos, los cuatro europeos se mueven con la certeza que les da pertenecer a la academia del viejo continente: son iconos en congresos, realizan con beneplácito viajes de investigación y persiguen una búsqueda sin éxito: desean encontrar a Archimboldi y colocarlo en el sitio que (según ellos) merece. La indiscreción petulante de un becario mexicano los lleva al encuentro de un funcionario cultural del DF y de ahí a Santa Teresa, cocinándose bajo el sol de Sonora (lugar, por cierto, que apareció por primera vez en la otra novela, ya que allá van a dar los "detectives salvajes" en pos de la Tinajero), al borde de los Estados Unidos: un döppelganger de Ciudad Juárez, donde también sucede una monstruosa serie de asesinatos de mujeres jóvenes, sin razón aparente y sin visos de detenerse. ¿Qué haría un anciano escritor como Archimboldi en un lugar como ése? La investigación los lleva a conocer al noble Amalfitano, exiliado chileno, trotamundos y ahora profesor en la Universidad de Santa Teresa, que tradujo, alguna vez, a Archimboldi. De los extraños giros en su vida, y de su relación con los libros y con su hija adolescente, Rosa, versa la segunda novela hilvanada. Una gran porción del desencanto de la intelectualidad latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX (que padeció golpes de Estado, tortura, exilio, embates de comercialización, apatía de lectores y editores ignorantes y/o pretenciosos entre otras lindezas) se refleja en las cuitas del profesor chileno que se pregunta qué hace preso en ese corazón desértico de horror y muerte. “La parte de Fate" es un impactante reflejo de ese infierno figurativo y genuino que es la frontera México-Estados Unidos. La historia se lee a través de los ojos de Oscar Fate, periodista negro de Manhattan, quien se especializa en temas concernientes a la comunidad afroamericana, que, contra su voluntad, llega a la ciudad-muerte a cubrir una pelea de box; tanto Fate como los amigos europeos se horrorizan ante la realidad in situ: la oleada de bestiales asesinatos, las chicas que mueren sistemáticamente y cuyos alaridos son tragados por el desierto ante la indiferencia de las autoridades, aparentemente cegadas por la extraña luz local. Su visita a este horno los transfigura, los lleva de frente a la tragedia, los revela como humanos y los despoja de la alegría de los primeros días de su lectura; ahora están en el abismo y no podrán salir de ahí, aunque se vayan, quizá de un modo Nietzcheano, al asomarse a éste, permitieron al averno que se asomara dentro de ellos también.


Realidad Ficción

La cuarta novela es "Los crímenes", un estrambótico ejercicio literario por parte del autor: es una gloriosa historia de fantasmas, fantasmas reales: una sempiterna procesión de mujeres asesinadas recuperan su voz y vuelven a ser asesinadas: sus muertes son prosaicas y poéticas a un mismo tiempo; son mujeres marginadas por la sociedad, todas víctimas en cierto modo, de la globalización y la indiferencia, la esquizofrenia de un mundo convulso. El asesino (o serán varios) no tiene rostro, sólo deja su hilera de cuerpos ensartados a manera de perlas de desesperanza. Las muertas de Santa Teresa, reflejo literario de las muertas de Juárez representan en su sacrificio la oscuridad, la maledicencia, los asesinatos en masa que ahora son elemental base de la historia como la conocemos: masacres indígenas a manos del conquistador, las piras de la inquisición en-el-nombre-de-dios; Auschwitz y Birkenau, Ruanda, Bosnia... con ellas toda razón se disuelve en un abismo insondable, en el que cada mujer asesinada flota con gracia submarina, a manera de un cisne estrangulado.

La quinta novela, el acto final, se centra en el mismísimo Von Archimboldi. Esta es la historia que desesperadamente quieren descubrir los europeos. Es el relato de su muerte como alemán nacido de entre guerras y su resurrección como escritor fantasma en un mundo roto. También es la última pieza del puzzle que representa esta torre de relatos, el naipe que cae para poner a todos los demás en su sitio; esta es la anhelada biografía de un escritor que arrastra a sus seguidores hacia un torbellino de angustia sin final.


Más allá de la letra

De lectura colosal, 2666 es, un proyecto narrativo que presenta, además del misterio del título, a un narrador sospechosamente omnisciente: ¿de quién es la voz? A veces, según el personaje sobre cuyo hombro se encuentre, adquiere un falso acento castizo, pero de inmediato cambia, es sólo un juego del autor. La voz narrativa es también, acaso, un fantasma, quizá un sobreviviente maltrecho de otro mundo erosionado, quizá aquél (como señala el crítico español Ignacio Echeverría en su coda al final de la novela) aludido por Auxilio Lacouture, la narradora de la inquietante Amuleto (1999), también referido por esa misma cifra enigmática. No sabemos, pero es su voz la que como un cantar de sirenas nos hechiza, nos impide dejar esta novela para continuar leyendo y, así, prolongar el aliento narrativo de su autor, a quien seguiremos descubriendo en cada lectura que va más allá de mil páginas y que al cerrar el volumen golpea al lector con la horrenda noción de que nos ha sido robado, de que este es un vino de cosecha irrecuperable y que, efectivamente, la muerte de Roberto Bolaño, cuyo extenso canon permanece para descubrirlo y redescubrirlo, es un golpe terrible no solo para la narrativa hispanoamericana, sino también, para toda la literatura.