domingo, 15 de noviembre de 2009

Una temporada en el infierno: Visiones de Latinoamérica en la obra de Bolaño

por Jorge Morales
El Llop Ferotge, nº8. España. 09.2008






Playboy: Usted es chileno, español o mexicano?
Bolaño: Soy latinoamericano.
[1]






I

Recuerdo una anécdota que explicaba mi entrañable amigo XL, de los tiempos, aún humeantes, en que era un inmigrante “sin papeles” en la ciudad de Barcelona, y la imposibilidad de conseguir un trabajo normal, sumado a la muerte definitiva de sus ahorros, lo había dejado de la noche a la mañana sólo y desnudo en medio de los caminos polvorientos de la vida, que se abría ante sus ojos misteriosa e imprevisible. Y como XL era joven e idealista, en lugar de desesperar, fue capaz de ver aquel trance como una prueba o como una oportunidad de algo. Algo que no sabía precisar, pero que intuía emparentado con el viejo aprendizaje de la “Universidad Desconocida”, lugar donde hace sus clases la “Maestra Vida” que canta Rubén Blades, y donde los conocimientos están empapados de un romanticismo y un sentido artístico tales, que XL se acordaba de Sartre, casi con lágrimas en los ojos, y de la famosa frase de que nunca habían sido tan libres como cuando la ocupación nazi. Pues algo de artista, algo de partisano hay que tener, para vivir con dignidad y salir adelante en tan adversas circunstancias, pensaba él.

En su caso, los resultados fueron admirables, pues luego de cinco años, seguía en Barcelona, sonriente y energético, y pocos sospechaban de su condición de indocumentado. Lo que mucho le ayudó, luego de grises temporadas en el infierno, explotado de mala manera en sucios galpones clandestinos, sostenidos por empresarios autóctonos de ínfima categoría, fue que aprendió a hacer tatuajes de henna, muy de moda durante varios veranos. Los ofrecía por las playas de Cataluña, del País Vasco, de Andalucía… atiborradas todas ellas de veraneantes nórdicos y de todas las procedencias imaginables, en una babel veraniega donde por fin los inmigrantes “ilegales” pueden hacer su agosto, montándose negocios independientes, libres, en una experiencia bella y casi utópica, donde XL se lo pasaba en grande: de día haciendo tatuajes por la playa y de noche de fiesta. Así, cuando llegaba septiembre y el viento del otoño despedía a los veraneantes y traía de vuelta la rutina, los inmigrantes enfrentaban su situación con los bolsillos más o menos provistos. Por lo menos, les alcanzaba para pagar de un golpe los alquileres de sus habitaciones en pisos compartidos del Gótico o del Raval, hasta entrado el invierno, época de vacas flacas para los vendedores ambulantes, los músicos de las terrazas, y los callejeros en general.

En uno de esos veranos inolvidables de sol y tatuaje, mi amigo XL andaba recorriendo las playas de la Costa Brava, y en la daliniana Cadaqués, conoció a unas turistas brasileñas, jóvenes, hermosas y aristocráticas, que tomaban el sol y, se interesaron en el arte de sus “tatoos”. Mientras hojeaban el catálogo y XL comenzaba a ejecutar los primeros dibujos –soles ondulantes alrededor del ombligo, pequeñas mariposas negras en la delicada frontera de la piel y el tanga, detalles tribales al final de la espalda, estrellas en los tobillos- conversaban trivialidades en “portuñol”. Ellas le explicaron que eran de Río de Janeiro, que ya se habían dado cuenta de que él era chileno, pues habían estado un par de veces esquiando en Farellones, que, por cierto, según su opinión, no tenía nada que envidiar a las más exclusivas pistas de esquí de Suiza o Italia. “Porque Europa se está deteriorando”, afirmó una de ellas, que había tenido una muy mala impresión de Barcelona: sucia, llena de mendigos, de pobres, de gente malcarada, y –cosa que no había podido creer- las estrechas calles de su Barrio Gótico, en vez de expresar la gloria de su pasado medieval, sudaban un olor de orines y borrachera, espantoso.

Entonces, XL disfrutaba de su trabajo, pues estaba ganando unos buenos euros y pasando un rato agradable, hasta que todo se torció cuando él abrió su bocaza para hacer vivo elogio de una película brasileña que, recientemente, lo había deslumbrado: “La mejor película latinoamericana de todos los tiempos”, agregó, para luego citar con orgullo infantil y gesto triunfal: Cidade de Deu… Y las, hasta ese instante, encantadoras garotas de Ipanema, las dulcísimas meninas cariocas, al más puro estilo Dr. Jekill y Mr. Hyde, revelaron de repente otra cara, afeada por una mueca reaccionaria, y cargaron con artillería pesada contra la película, contra el director Fernando Meirelles, al que calificaron de “resentido social”, y contra el propio XL, por elogiar una película que, para ellas, no era nada más que un monumento a la vulgaridad, que exhibía la peor escoria del Brasil, o pais mais grande do mundo, que por culpa de esa desafortunada película, estaba hoy por hoy, en boca de todo el mundo, y un largo rosario de quejas enunciadas con enfado, que avinagraron lo que hasta ese momento era una mar de tranquilidad.

Rápidamente, XL pasó de preguntarse por qué seré tan bocazas, a comprobar que en realidad no era para tanto, que él sólo había hablado de cine sin ninguna intención de ofender a nadie. Tampoco había levantado la voz, como lo hacía una de ellas en ese preciso instante. Cuento corto, XL optó por acabar rapidito e irse, no sin antes, como una vil comadreja latinoamericana, cobrarles el doble de lo habitual. Cuando las muchachas escucharon el precio, recibieron el golpe sin acusarlo, sólo enarcaron las cejas un poco más de la cuenta, situación que XL aprovechó para deslizar, mientras les daba el cambio, el comentario de que Europa, aparte de sucia, es muy cara.


II

Esta sencillísima anécdota, tan bolañesca en sus circunstancias, podemos utilizarla como marco panorámico de este artículo, gracias al trabajo narrativo del mismo Roberto Bolaño, construido en gran parte, a partir de historias de vidas, personales, cotidianas y vulgares, que se convierten en alta literatura por la magia de su pluma. En efecto, esta reivindicación literaria de la experiencia vital, logra, entre otras cosas, generar una fecunda e inusual identificación del autor y del lector, con la historia narrada y con los personajes, al punto de convertirse en sí mismo y de paso al lector, en personaje literario. Todo es Literatura en Bolaño, y ese coqueteo entre ficción y realidad, esa ambigüedad de géneros literarios, ha llamado la atención de cierta crítica, que no ha dudado en considerar esta característica (que denominan con el nombre de “literaturas híbridas”) como una innovación fundamental de nuestro tiempo. No obstante, y una vez más, es Enrique Vila-Matas el encargado de quitar hierro al asunto, recordando en Doctor Pasavento que hace ya algunos siglos que la literatura conoce la confusión de los géneros y el juego promiscuo entre realidad y fantasía.

Pero, sobre todo, esta breve anécdota citada, funciona como una elocuente metáfora de Latinoamérica, un continente fragmentado y dividido, donde las grotescas diferencias sociales conforman, en todos los sentidos, un abismo insondable, un auténtico agujero negro capaz de succionar y estropear las mejores energías de nuestros pueblos, gastados y consumidos en el arduo ir y venir de una supervivencia plomiza y en los bordes. Un continente donde la gran mayoría de sus habitantes reside en megalópolis ingobernables, donde los conceptos de lo “público” y del bien común, han sido sistemáticamente torpedeados por el discurso y la práctica neoliberales, y donde la percepción que se tiene de instituciones tales como Gobierno, Justicia, Iglesia, Ejército o Policía, es de una desconfianza absoluta y apasionada, basada en la experiencia práctica de corrupción, abusos y atropellos que se suceden uno tras otro en el lugar que debieran ocupar las buenas noticias.

De este modo, el abismo latinoamericano abre sus fauces, cuando observas que detrás de sus muros grises de cartón de piedra, transcurre la novela rosa de una elite con ínfulas aristocráticas, que acumula la riqueza y el poder, y que no quiere sentir ni hablar de una realidad social desfigurada, que “afea” su triunfalismo, y que por lo mismo se oculta y silencia. A las turistas de Cadaqués, la sola mención de la película de Meirelles las sacó de quicio, pues ésta da cuenta del infierno que bulle a sus pies (o mucho más abajo de sus pies), igual como la literatura de Roberto Bolaño desmelenó a muchos intelectuales que, sumándose al coro hueco de ciertas visiones políticas en el poder, pretenden vender una imagen de Latinoamérica como un continente pujante “en vías de desarrollo”, con una sólida economía, donde el conflicto social es minoritario, y son felices exhibiendo cifras macroeconómicas y las altas torres de acero y vidrio que se construyen y elevan en el cielo de nuestras capitales, como si fueran lo máximo. Por eso hemos comenzado este artículo citando esa historia, porque es tan ilustrativa de lo que somos, que hasta incluyó la famosa frase, lapidaria y vulgar, siempre a punto en boca de los conservadores (tanto de derecha como de izquierda) y con la que se suele descalificar todo atisbo de crítica: el típico “Resentido social”. Una frase que en Chile se usa mucho, y que la he vuelto a encontrar hace muy poco, referida ni más ni menos que contra el propio Roberto Bolaño. En efecto, el escritor chileno Carlos Franz, en uno de los artículos incluidos en el libro Bolaño Salvaje, publicado recientemente por Candaya, acusa a “B” no sólo de ser un “resentido social”, sino de haber convertido el resentimiento social “casi en estética”. Por esto mismo, la historia de XL ha sido un punto de arranque emblemático, para indagar en algunos aspectos y variaciones del desquiciado infierno latinoamericano.


III

Aquello que Roberto Bolaño denomina “el infierno latinoamericano”, y otras veces “el atroz crucigrama latinoamericano”, es un complejo quebradero de cabeza, determinado por nuestras circunstancias históricas a partir de la conquista europea de 1492, sumada luego a nuestra contrastada incapacidad para superar el subdesarrollo y construir proyectos colectivos que valgan la pena. Por ejemplo, la pregunta acerca de si existe una “cultura latinoamericana”, y cuáles serían sus características, es todavía una pregunta angustiosa que se formula en nuestras universidades, y obtener una respuesta, o más simple, una tentativa de respuesta, libre de coyunturas o intereses de cualquier signo, es como encontrar un trébol de cuatro hojas en la selva del Amazonas. No obstante, a lo largo y ancho de su obra, Bolaño realiza una inmersión, sin seguros de vida ni garantías, en nuestro peculiar laberinto, señalando claves que superan largamente los estrechos moldes conceptuales dogmáticos que se han erigido en el joven continente moreno. Por una parte, la visión de nuestras derechas no ha diferido de la que sostuvieron los conquistadores, que se encontraron de golpe con un continente lleno de riquezas de las cuales apoderarse por la fuerza, y de personas a las cuales “civilizar” o “cristianizar”, sin otro fin que utilizarlas como mano de obra y servicio. Y la visión de izquierdas, por otra parte, tampoco supo mirar más allá de las contingencias y exigencias de “la lucha revolucionaria”, en que todo se redujo al limitado esquema de la lucha de clases entre ricos y pobres, y la consiguiente demonización de los unos y exaltación de los otros. Y en esta exaltación del “pueblo”, se olvidaron peligrosamente de temas relacionados con matrices culturales tan arraigadas como el paternalismo, el racismo, el sexismo, los nacionalismos, cuyas huellas perduran y son fácilmente comprobables para el observador imparcial, sólo viajando por nuestras tierras. No obstante, los pensadores marxistas, en un intento porfiado de hacer coincidir la realidad latinoamericana dentro de su marco teórico, incluso comenzaron en su momento, a distinguir entre “proletariado”, al cual asignaron todas las virtudes y roles históricos decisivos, y “lumpen-proletariado”, al cual se le achacan la ignorancia, la vileza y la incultura.

De este modo, nuestra historia reciente tiene poco que ofrecer, más allá de fracasadas experiencias revolucionarias, sangrientas dictaduras, endebles democracias, y una herencia histórica de violencia y de heridas aún abiertas, con el telón de fondo constante de las desigualdades sociales y económicas, que reducen y empequeñecen el alma de nuestros pueblos. Y pareciera que, en el vaivén monótono e inestable de nuestra búsqueda de sentido, lo única que queda, es la vieja épica de la resistencia, la “sacralización” de la lucha armada y la glorificación de la dudosa peculiaridad de nuestros pueblos, que en el terreno de las letras, produjo verdaderas obras maestras, como el Canto General de Pablo Neruda, y el fenómeno del boom. Una literatura en las cuales el protagonista es el pueblo, o bien como sujeto social, despierto, cohesionado y activo, o bien como un montón de gente indolente que celebra su propio exotismo, su propia barbarie, su condición de pueblos nuevos, nacidos del mestizaje entre aborígenes y europeos, ansiosos de fundar su propia historia, y de ponerle, festivamente, nombres a las cosas. No obstante, a la luz del presente, estas sendas agotaron sus posibilidades, vencidas por la cruda realidad de la violencia que se extiende en todos los niveles y en todas las direcciones de la sociedad, como una gelatina deformadora que le confiere a nuestra particular encrucijada, un carácter adicional de patetismo y tristeza. Y es, precisamente, desde este pozo enfangado de donde arranca la literatura de Roberto Bolaño, acuñada en un crisol desmitificador, capaz de sostener nuevas propuestas, nuevas miradas, que superen esta visión épica y maniquea. (Recordemos, para situarnos, que, entre otras cosas, en su viaje por tierra desde México a Chile, Roberto conoció a los militantes “revolucionarios” que luego torturarían hasta la muerte al compañero Roque Dalton, poeta y guerrillero, por considerarlo un “pequeño-burgués” y un infiltrado del imperialismo, en un hecho deleznable que no sería aislado, pues la misma suerte correría más tarde la Comandante Ana María, muerta en manos de sus propios machistas camaradas).

Bolaño, entonces, lo que hace es comenzar a poner las cosas en su sitio, porque es imposible entender nada de nuestra propia historia y de nuestros necesarios procesos de avance social, si antes no somos capaces de mirarnos a nosotros mismos con ojo implacable, sin concesiones ni condicionamientos coyunturales, y con una honestidad intelectual que, en el caso de Bolaño, lo llevó a mantener sonadas polémicas y a generar divisiones y acalorados debates.

Para ilustrar esta superación tanto de la épica de la resistencia como de la exageración realista-mágica que planea en el conjunto de su obra, podemos citar un fragmento de su famoso discurso de Caracas, en la ceremonia de entrega del premio Rómulo Gallegos por su obra Los detectives salvajes, donde afirma: “Y esto me viene a la cabeza porque en gran medida todo lo que he escrito es una carta de amor o de despedida a mi propia generación, los que nacimos en la década del cincuenta y los que escogimos en un momento dado el ejercicio de la milicia, en este caso sería más correcto decir la militancia, y entregamos lo poco que teníamos, que era nuestra juventud, a una causa que creíamos la más generosa de las causas del mundo y que en cierta forma lo era, pero que en la realidad no lo era. Demás está decir que luchamos a brazo partido, pero tuvimos jefes corruptos, líderes cobardes, un aparato de propaganda que era peor que una leprosería, luchamos por partidos que de haber vencido nos habrían enviado de inmediato a un campo de trabajos forzados, luchamos y pusimos toda nuestra generosidad en un ideal que hacía más de cincuenta años que estaba muerto, y algunos lo sabíamos, y cómo no lo íbamos a saber si habíamos leído a Trotski o éramos trotskistas, pero igual lo hicimos, porque fuimos estúpidos y generosos, como son los jóvenes, que todo lo entregan y no piden nada a cambio, y ahora de esos jóvenes ya no queda nada, los que no murieron en Bolivia, murieron en Argentina o en Perú, y los que sobrevivieron se fueron a morir a Chile o a México, y a los que no mataron allí los mataron después en Nicaragua, en Colombia, en El Salvador. Toda Latinoamérica está sembrada con los huesos de estos jóvenes olvidados”.

Pensamos que gran parte de lo que constituye las visiones de Latinoamérica presentes en la obra de Roberto Bolaño, tienen que ver con este concepto de superación de las teorías simplistas y reduccionistas que han monopolizado el debate de nuestra identidad.


IV

Ahora bien, ¿desde dónde Bolaño construye su universo literario? Básicamente, desde dos sitios que, de tan amplios y extensos, no es sencillo acabar de dominar, de abarcar ni de conocer. Bolaño, en primer lugar, escribe desde la experiencia vital adquirida como hombre con muchos miles de kilómetros a la espalda, con unas hondas raíces en la tierra del desarraigo, que vivió incontables despedidas, que dejó trozos de su corazón desperdigados en muchos lugares, muy alejados entre sí. Que erró con el viento de la aventura peinándole los cabellos, con la bella sensación de la libertad, cuyas estrellas vio brillar el joven Roberto Bolaño, en el cielo nocturno iluminado de faroles de un legendario México DF, de una Barcelona post-franquista y pre-olímpica inagotable y en ebullición… En resumen, uno de los lugares desde donde Bolaño se posiciona a la hora de construir su discurso, es desde una auténtica condición de “ciudadano del mundo”, de uno que conoce porque ha viajado, porque ha vivido, y porque ha viajado no como un turista con los gastos pagados de antemano, sino como uno con las manos hundidas hasta el fondo en la masa palpitante de la vida. Y que no obstante, es capaz de reconocer su verdadera raíz y, en lugar de declararse chileno o mexicano o español, se declara con una sola palabra contundente y martiana: Latinoamericano.

En segundo lugar, pero aclarando que decir segundo lugar no significa menos importante, Bolaño construye su visión y su propuesta, en base a un conocimiento amplio de la tradición literaria de la lengua castellana, (y de la francesa, y de la norteamericana…) cosa poco habitual tanto en Latinoamérica como en España. Son pocos los autores que tengan un conocimiento tan cabal de aquello que se escribe y se ha escrito, más allá de las fronteras de un solo país. Lo usual es que se hable de “literatura chilena”, “literatura catalana”, “literatura argentina”, y que se tenga una excesiva consideración o atención o afecto a las propias literaturas nacionales, sólo por eso, por tristes razones nacionales, por parte de la industria cultural, pero también por parte del mismo público lector, y lo que es peor, de los escritores. En cambio, la alta literatura latinoamericana de vocación universal, siguió siendo posible en Bolaño, pues bebió de todas las tradiciones, leyó todos los libros, los valoró, los sopesó, y de este conocimiento erigió su propio e imponente edificio. Lógicamente, esta dedicación tiene un alto precio: En su caso, aceptar desde muy joven la propia libertad, la intemperie y las consecuencias que ella comporta. Así, a los 16 años, abandonó los estudios convencionales para dedicarse íntegramente a la lectura autodidacta, obsesiva y compulsiva. (En ese sentido, el Chile inmediatamente anterior al golpe militar y el México que conoció Roberto era generoso, pues había un acceso a los libros superior al actual. En esa época prosperaban numerosos proyectos editoriales autóctonos, y las librerías de Santiago, y más aun las de México DF, estaban suficientemente surtidas de novedades en castellano, como también en inglés y en francés, lenguas con las que el joven Roberto se atrevía y se enfrentaba, caballerescamente, armado de pasión, inteligencia y más de un diccionario). A los veinte años se había ido a Chile, al Chile de Salvador Allende, para hacer la Revolución, desde las filas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), justo dos semanas antes del golpe de Pinochet. Muy pronto cayó preso, porque su acento ambiguo entre chileno y mexicano, despertó las sospechas de unos uniformados que no dudaron en tildarlo de “terrorista extranjero”. Estuvo detenido un tiempo, pero se salvó de la muerte porque uno de los militares que ejercía de carcelero, era un viejo compañero de escuela, que le conocía y que testificó en su favor.

Cuántas aventuras, cuántas batallas perdidas, cuántos sueños y cuántas esperanzas. Y cuántos libros, cuántos viajes, cuántas preguntas, cuántas lecciones. Este es el posicionamiento doble desde el cual Roberto Bolaño construyó su discurso literario y sus visiones de Latinoamérica.


V

En el conjunto de la obra literaria de Roberto Bolaño, tanto en poesía como en prosa, respira Latinoamérica, y desfila la historia y la compleja diversidad de este continente, hecho que, con justicia, ha llevado al crítico Ignacio Echeverría a considerarlo “el bardo de Latinoamérica”. Esbozaremos sólo algunas líneas de la mirada latinoamericana de Bolaño. Abordó, por una parte, el horror vivido bajo las dictaduras militares, desde el punto de vista de las elites intelectuales y de las víctimas, en títulos como Estrella distante, donde practica con maestría el paradigma que él mismo estableció como condición exigida a toda buena literatura: ser capaz de meter la cabeza en lo oscuro y saltar al vacío con los ojos bien abiertos. En Estrella distante, en efecto, se salta al vacío del horror en estado puro, el escalofrío, a la salvajada que, después de Auschtwitz, pensamos que difícilmente podría volver a tener lugar y que, sin embargo, la tuvo. Ambientada en Chile, pero un Chile que podría perfectamente ser la Argentina, o Colombia, o el Uruguay, se narra la historia de un asesino en serie, que con el marco idóneo que le ofrece la dictadura, se dedica a perpetrar crímenes deleznables, con el detalle feroz de que el asesino no sólo es un militar, miembro de la Fuerza Aérea, sino también es un amante de la poesía y artista de vanguardia.

En Nocturno de Chile, en cambio, se relata la otra cara de la moneda, la de los intelectuales cómplices del horror, personificada en la historia del sacerdote y crítico literario Sebastián Urrutia Lacroix, miembro del Opus Dei, y trasfondo del cura Ignacio Valente (pseudónimo de José Miguel Ibáñez Langlois), personaje que ejerció de auténtico decano de la crítica literaria chilena en los tiempos de la dictadura, pontificando a gusto desde las páginas dominicales del diario El Mercurio. Este periódico, el más antiguo de Chile, propiedad de la familia Edwards, una de las más ricas de Chile y de las más comprometidas con el régimen de Pinochet, quien incluso les pagó deudas millonarias contraídas con bancos extranjeros, con fondos del erario público, en una muestra de flagrante corrupción que, en casi veinte años de restablecimiento democrático, no ha sido resuelta. En esta novela, entonces, Bolaño hace gala de valentía y coraje, arremetiendo y ajustando cuentas contra quienes aun conservan su estatus y su impunidad, y de la manera más difícil, dándole la voz precisamente a quienes tanto hablaron y transmitieron, mientras la mayoría estaba condenada al silencio de los cementerios y al silencio de la marginación. Es decir, en Nocturno de Chile, le da la palabra al mismo cura Urrutia Lacroix, en un monólogo por el que transita la historia chilena del siglo XX, con el colofón espeluznante de las veladas literarias en la mansión del personaje María Canales, trasunto de Mariana Callejas, escritora mediocre casada con un agente de la DINA, que en los sótanos de su mansión, se torturó y asesinó a opositores del régimen dictatorial.

Esto, por lo que respecta a la parte de las elites y las altas clases sociales latinoamericanas. Pero resulta mucho más interesante para nosotros, la visión que se ofrece de las clases populares y medias, así como de la vida cotidiana en las grandes ciudades latinoamericanas. Brilla aquí el talento de Roberto Bolaño, su condición de artista crítico e insobornable, que no cedió concesiones de ningún tipo. Bajo su vista justa e implacable, nuestros pueblos aparecen desnudos, despojados de todas las etiquetas y hojas de parra con que se les ha pretendido vestir y catalogar. De hecho, cuando hablamos de desnudez, incluso pueden resultar chocantes para muchos lectores, imágenes como las ofrecidas en 2666, por ejemplo. Los extremos de brutalidad y bajeza que se narran, distan galaxias, tanto del exotismo y colorido del realismo mágico, como de la imagen comprometida que se desprende de la épica social latinoamericana. Se desciende aquí a una cruda realidad, propia de unas cloacas invisibles, pero que sólo son invisibles por nuestra negativa a verlas. El relato de los sucesos que ocurren en la prisión de Santa Teresa, trasunto de Ciudad Juárez, donde desfila una escabrosa galería de personajes macabros, auténticos monstruos -Recuérdese, por ejemplo, a “Farfán”, o a “los tres T”, el “Tequila”, “Tutan- Ramón” y el “Tormenta”-. Pero hay otros oscuros personajes, como el chulo de putas “Alberto”, de Los detectives salvajes, al que para corroborar su ego y su falsa hombría, no se le ocurre nada mejor que medirse el miembro con el mismo cuchillo con el que amedrenta a las putas adolescentes que domina, y con el que nadie sabe a cuántas personas haya asesinado, a pesar de ser un hombre aún joven.

Sin embargo, lo importante radica en que estos personajes no son presentados por Bolaño como si fueran la encarnación total del mal, ni como la escoria por excelencia, ni como el fruto de “las contradicciones de clase”, ni bajo ningún manto ideológico y conceptual que pretenda explicarlos. Aparecen como lo que son, personajes responsables de sí mismos y, cuya existencia es posible sólo en la medida en que la totalidad de la sociedad que se articula a su alrededor, los posibilita, los crea y los reproduce. En definitiva, esos esperpentos no son más que el fruto auténtico de sociedades fracturadas y castigadas por la violencia y la corrupción, donde ya no hay proyectos colectivos que seduzcan a las mayorías, lanzadas en estampida contra sí mismas, y en donde las instituciones que representan al Estado, son las primeras que deberíamos poner bajo sospecha. De este modo, tanto el chulo de putas Alberto como los oscuros asesinos de mujeres en 2666, y sólo por enumerar un ejemplo, gozan, si no de una complicidad abierta, sí de una gran comprensión y tolerancia por parte de su medio social y de la misma policía. Es así como el chulo de putas Alberto, cuando persigue a la prostituta adolescente Lupe, que quiere liberarse de él, abandonar el oficio y construir una nueva vida, lo hace acompañado no sólo de los “maderos”, sino contando además con todo el entramado del bajo fondo social conspirando a su favor. Todo esto, ante la estupefacción del joven poeta García Madero, que de tan joven, no ha comprendido aún la magnitud de la tragedia.

Algo similar es lo que sucede en 2666, siendo muy elocuente la escena angustiada en que el profesor Amalfitano reúne los ahorros de toda su vida, para dárselos a su hija y le pide, casi le suplica, al periodista neoyorquino Oscar Fate, gran conocedor de los rigores de los barrios bravos por provenir él mismo del Bronx, que saque a su hija del país y la coloque en el primer avión rumbo a Barcelona, pues sabe que los criminales la rondan. Cuando Fate le pregunta si es por lo de los asesinatos de mujeres, y si él cree que “ese Chucho Flores está metido en el asunto”, Amalfitano le contesta con un lacónico, contundente y desgarrador “Todos están metidos”, que nos remite al “Hurrah, por fin ninguno es inocente” de Gelman, pero en un sentido completamente diferente.

Estamos, entonces, en un lugar donde las raíces del sexismo, del machismo más bárbaro, y de la violencia en general, son tan hondas, que pecaríamos de cínicos si nos sorprendiéramos que en Santa Teresa ocurran tales sucesos. Por esta razón, quizás, uno de los pasajes más escalofriantes de 2666, no sea ninguno de los que refieren la descripción de los crímenes (partes médicos, caracterización de las vejaciones, nivel de descomposición de los cadáveres, etc.) sino el pasaje aquel donde los policías encargados de resolver los brutales y enigmáticos casos de desapariciones, violaciones y asesinatos de mujeres, están desayunando en un bar y amenizan el café y las pastas, contándose chistes machistas de una vulgaridad extrema, en donde salen a relucir los dientes cariados y hediondos de los machitos latinos, violentos e ignorantes, que luego de haber contemplado espectáculos tan macabros, aún les quedan energías para reírse de las mujeres, con chistes denigrantes que les causan tanta hilaridad. ¿Y dónde está lo más patético? Pues en que los chistes que cuentan no son ficción, no se los inventó Bolaño, sino que son una recolección de chistes que realmente se cuentan en Latinoamérica.


VI

Acabaremos este artículo con otro aspecto muy importante en el conjunto de la obra de Bolaño: la visión sobre la juventud. Ella es la gran protagonista de sus aventuras, historias, y también de su poesía, escrita toda ella desde la perspectiva de un joven que se dirige a otros jóvenes, donde lo sentimientos que se expresan, empapados de juventud, nos remiten a las alegrías y desventuras propias, de quienes constantemente, parten desde cero: Los errantes, los vagabundos, los inmigrantes, con todo lo noble y caballeresco que comporta. Y uno recuerda, por ejemplo, el título de su primera novela, escrita a cuatro manos con Antoni García Porta: Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, y se los imagina a ambos bordeando la treintena, con los cabellos largos, llenos de ilusiones, sin un duro en los bolsillos, a la salida de la editorial barcelonesa La Cloaca, (que llevaba ese nombre con mucha resignación, como bromeaba Bolaño en un artículo). Esa primera novela, es pura juventud de principio a fin. Y también los grandes personajes de Bolaño, como su propio alter ego Arturito Belano, Ulises Lima, (trasunto del poeta Mario Santiago), y tantos otros, son todos ellos jóvenes que se plantan en el mundo con la ingenuidad y la precariedad que caracteriza a la juventud, y con el desparpajo y el ánimo incendiario de los estudiantes latinoamericanos. Agrada, además, la capacidad para dotar a estos personajes de una sensibilidad, complejidad y cercanía, que los hace tan vivos, a pesar de provenir de contextos diversos, que superan toda frontera, remitiéndonos otra vez, a la “extraterritorialidad” de su obra, al carácter profundamente universal y humanista de su mirada. Baste con citar a los jóvenes Reiter o Ansky, de 2666, a través de los cuales, Bolaño hace un completo repaso a la primera mitad del siglo XX, sin eludir una inmersión honda en la cotidianeidad de la Alemania de Hitler ni en la Unión Soviética de Stalin.

De este modo, la mirada sobre la juventud es amplia, pues abarca tanto a los jóvenes estudiantes (universitarios o autodidactas, es igual), como también a la juventud marginal (prostitutas adolescentes, jóvenes obreras, camareras, etc.). Estos jóvenes son presentados sin adornos, totalmente en bruto, sin ningún adjetivo que los condicione o interprete, pero también con toda su capacidad de ensueño, de solidaridad, de fantasía y de ingenuidad, cosa que los hace muy reales y cercanos. Aparecen poco en lo individual, los vemos, más bien, como grupo. Algunas veces, incluso diluidos en el grupo, pues en la juventud, el amor y la amistad son muy importantes, e influyen hasta en la construcción de la personalidad. Así, Arturito Belano va siempre acompañado de Ulises Lima, de Felipe Müller, de las hermanas Font, entre otros, y una novela como Los detectives salvajes, es casi la historia de un grupo de amigos, localizada en México a mediados de los setenta, con sus ramificaciones hasta veinte años después.

El carácter “tribal” de la juventud está complementado por los sueños que se albergaban en los sesenta y setentas, sueños colectivos de transformación social, inquietudes culturales, literarias, cinéfilas, que intentaban florecer en un medio social completamente hostil. Ahí está, por ejemplo, en Los detectives salvajes, esa tragicómica imagen donde el grupo de jóvenes poetas, están estirados sobre la hierba del parque de Chapultepec, y entre las ramas de un árbol creen ver a una ardilla, cosa que los alegra, enternece y hasta los hace fantasear: ¡Una ardilla en un parque de México DF! Pero luego se fijan mejor y descubren una rata enorme y hambrienta, subida en el árbol para comerse a los pajarillos en sus nidos. La imagen es sencilla pero provoca un espasmo de asco que recorre la espalda, y que muestra la precariedad de una juventud que sueña con otro mundo, con la posibilidad de construir sus castillos en el aire, pero a la cual depara el naufragio en las aguas sucias y turbulentas de la corrupción, la falta de medios, la cerrazón de las expectativas. Sobrevivir en esas aguas sin corromperse y sin perder la ilusión, es la misión auténtica de los poetas, pues como se señala en Los perros Románticos: “la poesía, más valiente que nadie, entra y cae a plomo en un lago infinito como Loch Ness o turbio e infausto como el lago Balatón (…) La poesía entra en el sueño como un buzo muerto en el ojo de Dios”.

No obstante, tampoco se cae en la simpleza de achacar todos lo males al medio exterior, pues la mirada sobre la juventud no está exenta de autocrítica, expresada de diferentes maneras, pero que alcanza un punto memorable en los comentarios y observaciones, de uno de los personajes, a mi juicio, más sugerentes e interesantes de la obra de Roberto Bolaño, el personaje de la uruguaya Auxilio Lacouture. En efecto, este personaje aparece delineado en Los detectives salvajes y protagoniza luego la novela Amuleto. Es una mujer de edad mediana, andariega e inquieta, una poeta que ejerce de investigadora en la UNAM, pero que queda trastornada luego de vivir una dura experiencia en el 68 mexicano, que incluyó la toma de la UNAM por parte del ejército y la matanza de Tlatelolco. Ella es, además, una gran conocedora de la poesía, de los poetas y de los ambientes de la cultura y la bohemia de la Ciudad de México, al punto que incluso llega a afirmarse de que es “la madre de la poesía mexicana”, pues conoce a todos los poetas y todos los poetas la conocen y respetan a ella. En una escena de Amuleto, Auxilio está en un bar con un grupo de jóvenes poetas que, sin ningún conocimiento de causa, están hablando mal del gran poeta José Emilio Pacheco. Auxilio intenta intervenir, pero al no ser escuchada, se queda en silencio haciendo para sí misma unas valiosas reflexiones sobre la literatura y la juventud, que constituyen una crítica sentida y elocuente: “Eso les decía yo a los jóvenes poetas de México (y a Arturito Belano) cuando hablaban mal de José Emilio, pero ellos no me escuchaban o escuchaban sólo la parte anecdótica de la historia (…) Y a veces me decía: estos muchachos son la esperanza. Pero otras veces me decía: qué van a ser la esperanza, qué van a ser la espumeante esperanza estos jóvenes borrachines que sólo saben hablar mal de José Emilio, estos jóvenes briagos duchos en el arte de la hospitalidad pero no en el de la poesía. Y entonces los jóvenes poetas de México se ponían a recitar con sus voces profundas pero irremisiblemente juveniles y los versos que ellos recitaban se iban con el viento por las calles del DF y yo me ponía a llorar y ellos decían Auxilio está borracha, ilusos…”. [2]

De este modo, en la obra de Roberto Bolaño, Latinoamérica aparece desnuda y con su corazón palpitante al descubierto. El gran corazón rojo de nuestro continente, abierto por todos los costados, desangrándose lentamente a la luz del día, bebiendo la copa de vida que le emana de cada rayo del sol, con una sonrisa dibujada entre los labios, mientras una banda sonora de ritmos calientes y tropicales, suena con la indiferencia de un telón de fondo.




Notas

[1] Roberto Bolaño. Entre Paréntesis. Editorial Anagrama. 2004. Pág. 331. (Entrevista de Mónica Maristain).
[2] Roberto Bolaño. Amuleto. Editorial Anagrama. 1998. Págs 58-59.